July 24, 2020
Unidad 1: Lacan – Seminario 2. “El yo en la teoría de
Freud y en la técnica psicoanalítica”.
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psicoanalitica/
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Lacan – Seminario 2. “El yo en la teoría de Freud y en la técnica
psicoanalítica”.
Psicología y metapsicología.
La noción del yo fue elaborada al correr de los siglos tanto por aquellos a los que llaman
filósofos, y con los cuales no tememos aquí comprometernos, como por la conciencia
común. Vale decir que hay cierta concepción preanalitica del yo, que ejerce su atracción
sobre aquello radicalmente nuevo que en lo concerniente a esta función introdujo la
teoría de Freud, una revolución copernicana.
1. Je, pronombre personal de primera persona singular, siempre cumple función de
sujeto. Moi, también pronombre de la primera persona, según los casos puede
desempeñar el papel complemento, sujeto atributo e integrar formas compuestas.
En el caso de Moi se ha traducido en francés el Ich de la tópica freudiana.
Las nuevas perspectivas abierta por Freud estaban llamadas a abolir las precedentes.
Reapareció una noción del yo absolutamente distinta de la que implica el equilibrio del
conjunto de la teoría de Freud, y que, por el contrario, tiende a la reabsorción, como se
dice además con toda claridad, del saber analítico en la psicología general, que en este
caso significa psicología preanalitica.
El hombre contemporáneo cultiva cierta idea de sí mismo, idea que se sitúa en un nivel
semi-ingenuo, semi-elaborado. Su creencia de estar construido de tal o cual modo
participa de un registro de nociones difusas, culturalmente admitidas. Mi tesis es que la
técnica de Freud, en su origen, trasciende esta ilusión, ilusión que ejerce concretamente
una influencia decisiva en la subjetividad de los individuos.
Esta singular ambigüedad del saber y la verdad se ve desde el origen, aunque nunca se
esté por completo en el origen, tomemos a Platón por el origen, en el sentido en que se
habla de origen de las coordenadas (Menon). ¿Quién es Sócrates? Sócrates es quien
inaugura en la subjetividad humana el estilo del que broto la noción de un saber
vinculado a determinadas exigencias de coherencia, saber previo a todo progreso
ulterior de la ciencia en cuanto experimental. Ya ahí se produce un descentramiento, a
partir de esa virtud (arete) se abre un campo de saber. ¿Qué paso después de Sócrates?
Muchas cosas y, en particular, que la noción del yo vio la luz. Cuando algo ve la luz, algo
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que estamos obligado a admitir como nuevo, cuando otro orden de estructura emerge,
decimos: Nunca pudo no estar ahí, existe desde siempre. ¿No es esta, por lo demás, una
propiedad que nuestro experimento demuestra?
Piensen en el origen del lenguaje, imaginemos que hubo un momento en que se tuvo
que empezar a hablar. Admitimos, por tanto, que hubo una emergencia. Lo nuevo que
surge parece extenderse siempre en la perpetuidad, indefinidamente, más acá de sí
mismo. Con el pensamiento no podemos abolir un nuevo orden. Esto se aplica a todo lo
que quieran, incluido el origen del mundo.
De igual modo, ya no podemos dejar de pensar con ese registro del yo que hemos
adquirido en el transcurso de la historia. Nos es muy difícil pensar que toda esta
psicología no es eterna. ¿Lo es? Vale hacer al menos la pregunta. Hacerla nos incita a
examinar con mayor detenimiento si, en efecto, no existe un momento en que esa
“noción del yo” se deja aprehender en su estado naciente.
La clase de personas que definiremos, por notación convencional, como los “dentistas”,
están muy seguras del orden del mundo porque piensan que el señor Descartes expuso
en el discurso del método las leyes y los procesos de la razón clara. Su pienso, luego
existo es absolutamente fundamental en lo tocante a la nueva subjetividad, no es sin
embargo tan sencillo como les parece a estos dentistas, y algunos creen tener que
reconocer en él un puro y simple escamoteo. Si en verdad que la conciencia es
transparente a sí misma, y se aprehende como tal, resulta evidente que el yo (je) no por
ello le es transparente. No le es dado en forma diferente a un objeto. La aprehensión de
un objeto por la conciencia no le entrega al mismo tiempo sus propiedades. Lo mismo
sucede con el yo (je).
Si ese yo (je) nos es ofrecido como una suerte de dato inmediato en el acto de reflexión
en que la conciencia se aprehende transparente a sí misma, nada indica que la totalidad
de esa realidad –y ya es mucho decir que se desemboca en un juicio de existencia –
quede con ella agotada. El progreso del pensamiento se desvió, cuando menos
provisionalmente de la idea de que el yo fuese sustancia.
La fórmula Rimbaud “los poetas, que no saben lo que dicen, sin embargo siempre
dicen, como es sabido, las cosas antes que los demás” -: je est un autre (yo es otro).
No se dejen impresionar por esto, no se pongan a propagar por doquier que yo es otro;
créanme, no surte ningún efecto. Y además, no quiere decir nada. Porque primero hay
que saber que quiere decir otro. El inconsciente escapa por completo al círculo de
certidumbre mediante las cuales el hombre se reconoce como yo. Es fuera de este
campo donde existe algo que posee todo el derecho a expresarse por el yo (je), y que
demuestra este derecho en la circunstancia de ver la luz expresándose a título del yo
(je). Lo que en análisis viene a formularse como, hablando con propiedad, el yo (je), es
precisamente lo más desconocido por el campo del yo. Por entonces formulamos la
equivalencia yo=conciencia. Pero Freud cuanto más avanzaba en su obra, menos
consigue situar la conciencia, y debe confesar que ella es, en definitiva, insituable. Yodo
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se organiza cada vez más en una dialéctica donde el yo (je) es distinto del yo.
Finalmente, Freud abandona la partida: tiene que haber ahí, dice, condiciones que se
nos escapan, el futuro nos dirá de que se trata. Con Freud irrumpe una nueva
perspectiva que revoluciona el estudio de la subjetividad y muestra, precisamente, que
el sujeto no se confunde con el individuo. Freud nos dice: el sujeto no es su inteligencia,
no está sobre el mismo eje, es excéntrico. El sujeto como tal, funcionando en tanto que
sujeto, es otra cosa y no un organismo que se adapta. Es otra cosa, y pasa quien sabe
oírla, toda su conducta habla desde otra parte, con un cierto número de intereses
concebidos sobre la Arete individual. Por ahora nos atendremos a esta metáfora tópica:
el sujeto esta descentrado con respecto al individuo. Yo es otro quiere decir eso.
Nada es nunca desde siempre, pero pueden advertir la función que en esta ocasión
cumple desde siempre. Era así desde Sócrates: el placer es la búsqueda del propio bien.
El problema está únicamente en saber si tal animal humano, captado como hace un
momento en su comportamiento, es lo bastante inteligente para aprehender su
verdadero bien: si comprende donde esta ese bien, obtiene el placer que del siempre
resulta. Lo escandaloso en la Rochefoucauld no es que considere el amor propio como el
fundamento de todos los comportamientos humanos, sino que es engañoso,
inauténtico. Hay un hedonismo propio del ego.
Esta concepción se inscribe en una tradición paralela a la de los filósofos, la tradición
de los moralistas. No son estas personas que se especializan en la moral, sino que
introducen una perspectiva llamada de verdad en la observación de los
comportamientos morales o de las costumbres. Esta tradición culmina en la genealogía
de la moral, de Nietzsche, que permanece toda ella en la perspectiva, de algún modo
negativa, según la cual el comportamiento humano esta como tal, entrampado. En este
hueco, en este tazón viene a verterse la verdad freudiana. Están ustedes entrampados,
no cabe duda, pero la verdad está en otra parte. Y Freud nos dice dónde.
Lo que irrumpe en ese momento, con ruido atronador, es el instinto sexual, la libido.
Pero ¿qué es el instinto sexual? ¿Qué es la libido? ¿Qué es el proceso primario? Creen
ustedes saberlo –yo también-, lo cual no significa que estemos tan seguros como parece.
Habrá que volver a ver esto de cerca.
¿Por qué decidió Freud introducir estas nuevas nociones metapsicológicas,
denominadas tópicas, que se llaman yo, superyó y ello? En la experiencia iniciada tras
su descubrimiento se produjo un viraje, una crisis concreta. En una palabra, el nuevo yo
(je), con el que se tenía que dialogar, al cabo de cierto tiempo se negó a responder.
Y si se lee con atención lo que escribió a partir de 1920, se advierte que hay un estrecho
lazo entre esa crisis de la técnica que había que superar y la fabricación de estas nuevas
nociones. Pero para eso hay que leer sus escritos, y en orden, es preferible. El hecho de
que Más allá del principio del placer fue escrito antes que Psicología de las masas y
análisis del yo, y antes que El yo y el ello, es algo que debería suscitar ciertas preguntas:
nadie nunca se las ha hecho. Lo que Freud introdujo a partir de 1920 son las nociones
suplementarias entonces necesarias para mantener el principio del descentramiento del
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sujeto. Pero lejos de habérselo comprendido como debía, hubo una avalancha general,
verdadera liberación de colegiales: ¡ah el buen yo, otra vez con nosotros! ¡Qué alivio,
volvemos a los caminos de la psicología general! ¿Cómo no volver a ellos con regocijo
cuando esta psicología general no solo es asunto de escuela o de comodidad mental,
sino realmente la psicología de todo el mundo? Fue una alegría poder creer nuevamente
que el yo es central (ironía lacaniana).
El señor Hartmann, querubín del psicoanálisis, nos anuncia la gran nueva, después de
la cual podremos dormir tranquilos: la existencia del ego autónomo. A este ego que
desde el inicio del descubrimiento freudiano siempre fue considerado conflictivo, que
incluso cuando se lo situó como una función vinculada a la realidad nunca dejo de ser
tenido por algo que, al igual que esta, se conquista en un drama, a ese ego de pronto nos
lo restituyen como un dato central. ¿Qué necesidad interior satisface el hecho de decir
que en alguna parte tiene que haber un autonomous ego?
Es evidente que todos tendemos a creer que nosotros somos nosotros.
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