se organiza cada vez más en una dialéctica donde el yo (je) es distinto del yo.
Finalmente, Freud abandona la partida: tiene que haber ahí, dice, condiciones que se
nos escapan, el futuro nos dirá de que se trata. Con Freud irrumpe una nueva
perspectiva que revoluciona el estudio de la subjetividad y muestra, precisamente, que
el sujeto no se confunde con el individuo. Freud nos dice: el sujeto no es su inteligencia,
no está sobre el mismo eje, es excéntrico. El sujeto como tal, funcionando en tanto que
sujeto, es otra cosa y no un organismo que se adapta. Es otra cosa, y pasa quien sabe
oírla, toda su conducta habla desde otra parte, con un cierto número de intereses
concebidos sobre la Arete individual. Por ahora nos atendremos a esta metáfora tópica:
el sujeto esta descentrado con respecto al individuo. Yo es otro quiere decir eso.
Nada es nunca desde siempre, pero pueden advertir la función que en esta ocasión
cumple desde siempre. Era así desde Sócrates: el placer es la búsqueda del propio bien.
El problema está únicamente en saber si tal animal humano, captado como hace un
momento en su comportamiento, es lo bastante inteligente para aprehender su
verdadero bien: si comprende donde esta ese bien, obtiene el placer que del siempre
resulta. Lo escandaloso en la Rochefoucauld no es que considere el amor propio como el
fundamento de todos los comportamientos humanos, sino que es engañoso,
inauténtico. Hay un hedonismo propio del ego.
Esta concepción se inscribe en una tradición paralela a la de los filósofos, la tradición
de los moralistas. No son estas personas que se especializan en la moral, sino que
introducen una perspectiva llamada de verdad en la observación de los
comportamientos morales o de las costumbres. Esta tradición culmina en la genealogía
de la moral, de Nietzsche, que permanece toda ella en la perspectiva, de algún modo
negativa, según la cual el comportamiento humano esta como tal, entrampado. En este
hueco, en este tazón viene a verterse la verdad freudiana. Están ustedes entrampados,
no cabe duda, pero la verdad está en otra parte. Y Freud nos dice dónde.
Lo que irrumpe en ese momento, con ruido atronador, es el instinto sexual, la libido.
Pero ¿qué es el instinto sexual? ¿Qué es la libido? ¿Qué es el proceso primario? Creen
ustedes saberlo –yo también-, lo cual no significa que estemos tan seguros como parece.
Habrá que volver a ver esto de cerca.
¿Por qué decidió Freud introducir estas nuevas nociones metapsicológicas,
denominadas tópicas, que se llaman yo, superyó y ello? En la experiencia iniciada tras
su descubrimiento se produjo un viraje, una crisis concreta. En una palabra, el nuevo yo
(je), con el que se tenía que dialogar, al cabo de cierto tiempo se negó a responder.
Y si se lee con atención lo que escribió a partir de 1920, se advierte que hay un estrecho
lazo entre esa crisis de la técnica que había que superar y la fabricación de estas nuevas
nociones. Pero para eso hay que leer sus escritos, y en orden, es preferible. El hecho de
que Más allá del principio del placer fue escrito antes que Psicología de las masas y
análisis del yo, y antes que El yo y el ello, es algo que debería suscitar ciertas preguntas:
nadie nunca se las ha hecho. Lo que Freud introdujo a partir de 1920 son las nociones
suplementarias entonces necesarias para mantener el principio del descentramiento del