Prólogo
Eliseo Verón
La mediatización, ayer y hoy
En las discusiones sobre la etapa actual de la mediatización, quienes se preocupan por no perder de vista su dimensión
antropológica entre los que me incluyo, en compañía por suerte de alguno que otro autor ilustre consideran indispensable
tener presentes las constantes que reaparecen, una y otra vez, a lo largo de la historia, (lo que llamo aquí la dimensión
antropológica”) para poder, sobre ese fondo, identificar correctamente las variables emergentes. Los invariantes remiten a la
mediatización misma, como una de las dimensiones fundamentales del proceso de especiación del sapiens. Lo emergente
resulta, cada vez, del surgimiento de un nuevo dispositivo técnico desde el momento inaugural de la talla de instrumentos
de piedra hasta Internet que genera un fenómeno mediático inédito, el cual modifica y complejiza la manera en que se
exteriorizan-materializan los procesos cognitivos de la especie. Aprovechemos, dicho sea de paso, para frenar algunas
fantasías: esas transformaciones sucesivas amplían los campos y las modalidades de aplicación de la capacidad cognitiva
del hombre, pero el núcleo básico de dicha capacidad, que remite a la estructura anatómica y química del cerebro, forma
parte de los invariantes y no se modifica, puesto que si se hubiese producido alguna mutación del sapiens desde el momento
de su especiación, nos habríamos enterado.
La aparición de la escritura, hace unos ocho milenios, mar el comienzo de una creciente diferenciación entre los
sistemas psíquicos y los sistemas sociales y desde entonces en adelante la interpenetración entre ambos tipos de sistemas se
ha vuelto cada vez más intrincada en cada nueva etapa de la mediatización.
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El proceso de creciente individualización de los
actores sociales, ampliamente discutido como el “individualismo moderno”, dinamizado en su origen por la invención de la
imprenta y la consecuente macro-circulación de la textualidad, fue produciendo, en los siglos subsiguientes, innumerables
efectos directos e indirectos, articulándose después, de manera extremadamente compleja, a la primera y a la segunda
revoluciones industriales. Entre esos efectos entrelazados con múltiples factores económicos y políticos, porque se trata de
procesos sistémicos con numerosos feedbacks se cuenta la emergencia de las ciencias sociales a fines del siglo XIX. En ese
contexto, nos encontramos con lo que tal vez pueda ser considerado una de las tantas paradojas de la historia: exactamente
en el mismo período en el que se produce una extraordinaria aceleración del proceso de mediatización (entre fines del siglo
XIX hasta un poco más allá de mediados del XX), las nuevas disciplinas científicas sobre el hombre en sociedad se
estabilizan alrededor de teorías que ignoran por completo lo que está ocurriendo y que carecen de todo instrumento
conceptual para comprenderlo: la economía consagra al homo economicus, practicante solitario del Rational Choice; la
sociología crece sustentada en el modelo de la acción social orientada; la psicología (incluido el psicoanálisis) se estabiliza
encapsulada en la subjetividad; el homo politicus o bien no aparece como muy diferente del economicus o bien se lo
enriquece echando mano de la psicología (lo que los propios economistas han hecho más tarde); la antropología se
obsesiona con un concepto tan genérico de “cultura”, que se puede aplicar tanto a las representaciones mentales de los
Iatmul de Nueva Guinea como a las de los hippies de la década de 1960 en California o a las de los metrosexuales de
principios de la década del 2000; la lingüística no consigue desprenderse del sujeto hablante, despreciando la escritura como
codificación secundaria, apenas complemento de la palabra. Este panorama es apenas el de las tendencias dominantes
durante buena parte del siglo XX, y deja obviamente de lado numerosas excepciones, que son casos específicos de autores y
trabajos muy importantes, que sin embargo no consiguieron afectar, como se suele decir, las “tendencias globales”. Cabría
agregar que la famosa polémica entre el holismo y el individualismo metodológico no hizo más que desarticular los
componentes del problema, anulándolo. La proliferación de estos modelos de un actor social que manifiestamente debe
habitar alguna extraña galaxia donde se desconocen los dispositivos de la comunicación, tiene algo de alucinante. Sea como
fuere, la situación parece estar cambiando en los últimos años, y no es imposible que ese cambio se deba en parte a una
suerte de “shock” que parece haber producido la explosión de Interneten la sociedad, en general, y en el mundo
académico, en particular. ¿Y si finalmente los dispositivos técnicos de la comunicación tuvieran algo que ver con el devenir
de la historia humana?
Me apresuro a agregar que lo que antecede no es un discurso con fines terapéuticos, destinado a calmar la ansiedad de los
investigadores y académicos que, en distintos países del mundo, están preocupados desde hace tiempo por los fenómenos de
la mediatización (como es mi caso y el de todos los que han participado en el presente libro). Estoy, sí, anticipando la
reacción que consistiría en justificar una anterior ignorancia del papel crucial de los dispositivos técnicos de comunicación
en la evolución de las sociedades humanas, aduciendo la novedad de la cuestión, el carácter reciente (respecto del tiempo
largo de la historia) del fenómeno; argumentando, por decirlo de alguna manera, que se trata de un fenómeno de la
modernidad tardía. No, la mediatización, de nuevo no tiene nada: es un proceso que lleva ya (aquí las estimaciones pueden
diferir) entre un millón y medio y dos millones de años. Sistema auto-organizante como todos los fenómenos de la vida,
acrecienta su propia velocidad de cambio a lo largo del tiempo.
¿Qué ha traído de nuevo, entonces, el surgimiento y la fulgurante expansión de Internet, más allá de un ritmo de cambio
desconocido hasta el momento? Antes de intentar una respuesta (obviamente provisoria) a semejante pregunta, necesitamos
un mínimo acuerdo sobre el concepto de “red”. Conviene distinguir el concepto de sus materializaciones. Desde el punto de
vista de la historia de las ideas, el concepto de red remonta a los orígenes del pensamiento geométrico. Y creo que habrá
acuerdo en que su materialización más importante es el propio cerebro, que estructuralmente hablando es una red neuronal.
En la historia natural ha habido innumerables materializaciones reticulares, las más recientes debidas al trabajo de los
ingenieros en telecomunicaciones, aunque los biólogos se han interesado desde hace mucho en las propiedades mecánicas
de lo que usualmente llamamos las telarañas. Sin olvidar la importancia de las redes en las rutinas milenarias de los
pescadores.
En lo que hace a Internet como dispositivo, su especificidad está expresada entonces, no en la última doble V (Web) sino
en las dos primeras (World Wide). O sea que el emergente es el alcance, el campo de aplicación, y no el concepto. Si nos
focalizamos en la red como configuración de trayectorias, llegamos a la inescapable noción de “híper-texto”, que me parece
idéntica al concepto de inter-textualidad propuesto por la semiología unas dos décadas antes de Internet. Desde mi punto de
vista, la hiper-textualidad es un invariante de la dinámica histórica de los textos desde el surgimiento de la escritura. En el
caso de Internet, los emergentes decisivos son entonces el alcance y la velocidad, resultados de la automatización, aunque
no excluyo en modo alguno la idea marxista según la cual una acumulación de diferencias cuantitativas pueda culminar en
un salto cualitativo. Ahora bien, dada la magnitud de esa acumulación cuantitativa y la consiguiente complejidad,
inmediatamente se vuelve crucial el tema de la inteligencia de las trayectorias. En este sentido, el líder indiscutido hasta el
momento sigue siendo Google.
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Aunque se pueda decir que Internet es un sistema experto a escala planetaria, no creo que tenga interés (al menos hasta
nuevo aviso) la metáfora neuronal: las características operatorias de la Red están todavía muy lejos de parecerse en algo al
funcionamiento cerebral. Como se sabe, sobre estos temas la polémica es enorme y estamos todavía muy lejos de ver el fin
de las disputas sobre la inteligencia artificial. Personalmente, me inclino a coincidir con el punto de vista de sociólogos
como Harry Collins, que piensan que la lógica lineal de los sistemas expertos es aplicable a ciertos tipos de
comportamientos humanos y no a otros
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y también (aunque en este caso sin la más minima capacidad para evaluar
técnicamente la cuestión) con neurobiólogos como Edelman que explican, de una manera que me parece convincente, cómo
y por qué el funcionamiento cerebral es cualitativamente distinto del funcionamiento de una computadora.
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Ahora bien, más
allá de la disputa acerca del eventual isomorfismo entre redes computacionales y redes neuronales, lo interesante hoy es
obviamente el hecho de los millones de cerebros (biológicos) que se conectan a Internet, sin olvidar que esa conectividad
está fatalmente constreñida y limitada por las diferencias cualitativas (insoslayables, me parece, hasta el momento por lo
menos) entre la Red y el cerebro.
En cuanto a las tres dimensiones de la semiosis, ellas estaban ya integradas al proceso de la mediatización antes del
surgimiento de la Red. El protocolo Internet ha simplemente permitido introducir los resultados discursivos de las
operaciones cognitivas de la primeridad, la secundariedad y la terceridad en el ciberespacio. Esto no nos dice nada, por
supuesto, acerca de las eventuales transformaciones que el dispositivo Internet pueda inducir en las prácticas de los más
diversos sectores de la actividad social materializadas en esas tres dimensiones: enorme campo de investigación que apenas
comienza a explorarse y que es en el que se aventuran los trabajos reunidos en este libro.
La comparación, en fin, entre los usos de “búsqueda” en Internet, es decir, la navegación a través de lo que sería, al
límite, la totalidad de los contenidos del conocimiento humano, y los usos “relacionales”, que se configuran en las llamadas
redes sociales, no me parece plantear, desde el punto de vista técnico, ningún problema particular: aquí el isomorfismo es
completo, puesto que, en la materialización del ciberespacio, una “persona” no es estrictamente otra cosa que un conjunto
de archivos entre los cuales se han definido vínculos.
Podemos ahora volver a la pregunta sobre lo que Internet aporta de nuevo dentro del proceso histórico de la
mediatización. Conviene insistir en que cualquier respuesta, hoy, sólo puede ser provisoria y exploratoria.
He aquí una síntesis brutal pero que no me parece demasiado insatisfactoria: la WWW comporta una mutación en las
condiciones de acceso de los actores individuales a la discursividad mediática, produciendo transformaciones inéditas en
las condiciones de circulación. Esa mutación va a tener después múltiples consecuencias y va a afectar progresivamente, a
través de bucles retroactivos, muchos otros aspectos de la mediatización.
La consecuencia directa de esta mutación de las condiciones de acceso es la transformación de los mecanismos de
creación de valor en el mercado de los medios. En el caso de los medios más clásicos, portadores de escritura, la
digitalización altera profundamente las condiciones de circulación. En el caso de los medios audiovisuales, la crisis
del broadcasting modifica, de manera definitiva, los procesos de creación de valor.
Los dos grandes tipos de usos ya estabilizados, que llamo usos de búsqueda y usos relacionales (entre estos últimos se
puede incluir el correo electrónico, que en el contexto de la presente discusión no tiene mayor importancia), plantean,
respectivamente, dos cuestiones cruciales: la relación al conocimiento y la relación al Otro. Por un lado, la Red pone en el
centro de la escena el inmenso tema de la relación de los actores individuales con el conjunto del conocimiento humano.
Desde este punto de vista, simpatizo profundamente con la posición de Robert Darnton, según la cual todas las sociedades
humanas, cada una a su manera, han sido sociedades de la información.
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Creo que a la vez se puede afirmar, sin ninguna
contradicción, que la Red plantea ese problema de una manera nueva y radical. Por otro lado, las redes sociales reactivan
permanentemente la pregunta sobre el vínculo social, en las tres dimensiones de la semiosis: afectiva, factual y normativa.
Esas son las dos grandes dimensiones de Internet, y el interpretante no puede ser otra cosa que político. En la medida en
que el dispositivo de la Red permite a cualquier usuario producir contenidos y teniendo en cuenta además que, por primera
vez, el usuario tiene el control del switch entre lo privado y lo público, podemos empezar a hacernos una idea de la
complejidad y la profundidad de los cambios en curso. Los procesos de la circulación son el nuevo gran campo de batalla, y
esa guerra apenas ha comenzado.
Los dispositivos técnicos son en sí mismos inertes: todo depende de lo que las sociedades, en definitiva, hacen con ellos.
En el caso de Internet, estamos todavía en lo que yo llamo el momento 0 (cero), momento intensamente utópico. Cómo la
Red marcará el siglo XXI es una pregunta abierta, que todavía no puede tener respuesta. Generar reflexión y polémica es lo
que hoy podemos y debemos hacer. Ése es, me parece, el objetivo de este libro.
1 Sobre los conceptos de sistema social, sistema psíquico e interpenetración, véase Niklas Luhmann, The Social System, Stanford,
Stanford University Press, 1995, caps. 5, 6 y 7.
2 En un reciente artículo de la New York Review of Books, James Gleick presenta y discute cuatro nuevos libros sobre la
corporación Google y su historia: Steven Levy, In the Plex: How Google Thinks, Works and Shapes our lives; Douglas
Edwards, I’m Feeling Lucky: The Confessions of Google Employee Number 59; Siva Vaidhyanathan, The Globalization of
Everything (and Why We Should Worry); y Scott Cleland e Ira Brodsky,Search and Destroy: Why You Can’t Trust Google Inc.
3 Harry Collins, “Les capacités des ordinateurs et leurs limites”, París, Réseaux, nº 100, 2000 y Harry Collins y Martin Kusch, The
Shape of Actions. What Humans and Machines can do, Cambridge, The MIT Press, 1998
4 Gerald M. Edelman, Neural Darwinism. The Theory of Neuronal Group Selection, N.Y. Basic Books, 1987 y Second Nature.
Brain Science and Human Knowledge, New Have, Yale University Press, 2007.
5 Robert Darnton, The Forbidden Bestsellers of Pre-Revolutionary France, New York, Norton & Co., 1996. “Paris: The Early
Internet”, The New York Review of Books, vol. 47, nº 11, 2000.
Texto 26 - Verón _La mediatización, ayer y hoy_.pdf
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