
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot
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Habitamos un planeta que, aunque no lo sintamos, rota sobre sí mismo y
gira alrededor de una estrella, una bola de gas encendido, que llamamos
“Sol”. El Sol es una entre las casi innitas estrellas que, agrupadas en
galaxias, pueblan el universo. La luz de una porción mínima y cercana
de estas estrellas llega a nosotros adornando el cielo nocturno. La luz
está formada por fotones, entidades de comportamiento extrañísimo.
Cuando vemos una estrella, es porque a nuestro ojo llega, luego de un
viaje extremadamente largo a una velocidad incomprensiblemente rápi-
da, un grupo de fotones que surgió en esa estrella. Lo que vemos cuando
dirigimos la vista o nuestros instrumentos al cielo es, entonces, el pasa-
do. Parte de lo que percibimos son las reverberaciones de un estallido,
de la explosión más grande que jamás haya ocurrido, aquella en la que
nuestro universo se originó.
De manera parcial, esta es la leyenda que nos cuentan, a través de histo-
rias, películas, revistas, y, luego, en las diversas instituciones educativas
a las que asistimos. Es muy distinta de aquella que nuestros ancestros
contaban a sus hijos alrededor de la fogata previa a un día de caza, y
seguramente es muy distinta de la que hoy cuentan aborígenes del Ama-
zonas que nunca tuvieron conexión con nuestra cultura, y que cada tanto
ven perturbada su paz por enigmáticas máquinas ruidosas y brillantes
que cortan rugiendo el cielo. Esta leyenda se parece en algunos aspectos
a la que les contaron a nuestros abuelos, pero diere en otros aspectos
fundamentales. Creemos en cierta medida en este relato, lo naturaliza-
mos y deja de sorprendernos. No nos cuestionamos, por ejemplo, que
la Tierra se mueve velozmente aunque seamos incapaces de percibirlo.
Principalmente, no nos preguntamos por el origen y el fundamento de
esta idea exótica. Sin embargo, el relato con el que abrimos tiene algo
de peculiar frente a otros posibles que se han contado en otras latitudes
y tiempos. Tal peculiaridad no tiene que ver con sus contenidos, tan
o más estrambóticos que otros, sino con la forma en que el relato fue