ambigüedad, vaguedad y textura abierta, característicos de todo lenguaje natural, puesto que las definiciones que se
ofrecen siguen utilizando este tipo de lenguaje. Los jueces deben tomar la decisión correspondiente sobre si, por
ejemplo, una agresión determinada es “ilegítima”, o sobre si la necesidad para impedirla o repelerla es “racional”, o
cuando la provocación puede ser tildada de “suficiente”. Tales decisiones caen fuera del ámbito puramente
lingüístico. Las posteriores precisiones que se realizan jurisprudencialmente, puesto que también se llevan a cabo a
través del lenguaje natural, siguen padeciendo vaguedad y textura abierta propias de ese lenguaje.
c)
Significado Emotivo de las Palabras
hay algunas palabras que solo sirven para expresar emociones o para provocarlos en los demás. Expresiones como
“¡Ay!”, “¡Bravo!”, etc., no tienen significado descriptivo, sino que se limitan a ser vehículos de emociones. Otras
palabras hacen referencia a objetos o hechos, pero además expresan ciertas actitudes emocionales que ellos
provocan en el que las usa. La carga emotiva de las expresiones lingüísticas perjudica su significado cognoscitivo,
favoreciendo su vaguedad, puesto que, si una palabra funciona como una condecoración o como un estigma, la
gente va manipulando arbitrariamente su significado para aplicarlo a los fenómenos que acepta o repudia. De este
modo, las definiciones que se suelen dar de las palabras con carga emotiva son “persuasivas” puesto que están
motivadas por le propósito de orientar las emociones, favorables o desfavorables, que provoca en los oyentes el
empleo de ciertas palabras, hacia objetos que se quiere desprestigiar. No es muy usual que un sistema jurídico
moderno se usen palabras con carga emotiva.
d)
Vaguedad. Ambigüedad. Textura Abierta del Lenguaje
Vaguedad
Cuando se trata de establecer cuáles son los objetos nombrados por una palabra de clase o expresión lingüística
general, puede suceder que la misma se refiera a ciertos objetos; que, sin duda, no se aplique a otros, pero que haya
otros objetos a los que es dudoso si la palabra se aplica o no. Cuando esto sucede, decimos que el significado
expresado por la palabra o expresión es vago. Éste es un problema de imprecisión del lenguaje distinto al de la
ambigüedad, ya que ahora no estamos frente al desconocimiento del significado de una palabra, sino ante la
indeterminación de la extensión o denotación de la palabra en relación con su connotación o intensión. Hay que
tener en cuenta que la ambigüedad es una propiedad de las palabras, mientras que la vaguedad es una propiedad de
los conceptos o significados. Pueden distinguirse diversos tipos de vaguedad:
1)
Una primera forma de vaguedad es la que se da cada vez que una palabra tiene como criterio relevante de
aplicación la presencia de una propiedad que en los hechos se da de una forma continua, como la edad, la altura o el
numero de cabellos que una persona puede tener, y pretendemos hacer cortes en esa línea continua a través de
expresiones tales como “joven”, “adulto”, “anciano”, “alto”, “bajo”, etc. Ya sabemos lo que quieren decir. No se
trata de un problema de ambigüedad. Simplemente, carece de sentido preguntarse a qué edad se deja de ser joven,
por ejemplo. Las respuestas a estas preguntas pueden variar teniendo en cuenta el momento en que se formulen y
el contexto al que se refieran.
2)
Una segunda forma de vaguedad se da cuando las dudas que suscita la aplicación de una palabra general a un
fenómeno concreto se originan en que los casos típicos de aplicación están constituidos por un conjunto de
propiedades que en el supuesto en cuestión aparecen estructuradas de una forma especial, y no resulta claro si el
criterio implícito en el uso del término considera a todas ellas, o sólo a algunas, condición necesaria y suficiente para
su aplicación. Por ejemplo, nadie dudaría en afirmar que un automóvil es un “vehículo”, pero ¿lo es un ascensor o
una escalera mecánica?
En definitiva, en los casos de vaguedad, decidir si un objeto está o no incluido en el campo de aplicación de la
palabra pasa a ser el resultado de un acto de voluntad y no supone un acto de conocimiento basado en un saber
lingüístico. Una persona con gran competencia lingüística sigue teniendo el mismo problema.