
anorexia y bulimia, distanciamiento escolar y ausentismo, vandalismo, violencia contra los otros y contra sí mismo,
ciberdependencia y uso abusivo de chats.
- por medio de perturbaciones mentales (sufrimiento icc extremo): Perturbaciones mentales, principalmente la
esquizofrenia, los TOC, las fobias, la depresión, los desórdenes alimentarios crónicos y las perversiones sexuales, que
revelan un sufrimiento inconsciente.
1.(Las dos neurosis) Nasio dice que, para crecer, nos hemos visto obligados a soportar dos neurosis: la primera entre los
tres y seis años, una neurosis infantil durante el Edipo; y más tarde, la segunda entre los once y dieciocho años, una
neurosis juvenil durante la adolescencia. Estas dos neurosis de crecimiento son neurosis sanas porque son pasajeras y se
resuelven por sí mismas.
La adolescencia es un duelo de la infancia: el joven debe perder a la vez su universo de niño, conservar en sí mismo sus
sensaciones y emociones infantiles, y conquistar la edad adulta.
2.(Duelo-renacimiento
→
Perder-conquistar-conservar) El segundo aspecto del abordaje psicoanalítico entiende el
periodo de la adolescencia como un lento y doloroso proceso de duelo y renacimiento. Detrás de los comportamientos
angustiados, tristes o rebeldes del adolescente neurótico, se esconde en lo más profundo de él un lento, doloroso y sordo
trabajo interior de alejamiento progresivo del niño que ha sido, pero también de construcción igualmente progresiva del
adulto por venir.
El adolescente debe perder, conservar y conquistar a la vez: perder el cuerpo de niño universo familiar en el cual creció;
conservar todo lo que sintió, percibió, quiso desde su primer despertar, en particular su inocencia de niño; y conquistar
finalmente la edad adulta.
El duelo es un tiempo, tiempo que hace falta para aceptar vivir con la ausencia definitiva de aquel a quien amamos y
que acabamos de perder. Aceptar vivir con la ausencia significa, de hecho, aprender a amar de otro modo a aquel que ya
nunca más volverá a estar, aprender a quererlo de otra manera que cuando estaba vivo.
No es fácil para un adolescente amar al niño que hay en él, de hecho, tiene horror a sentirse tratado como un niño
porque eso sería un signo de debilidad, por eso rechaza todo lo que de su infancia vuelve en él. Pero sólo podrá crecer
asumiendo, lo quiera o no, su infancia pasada. Para hacernos adultos, felices de serlo, aún necesitamos amar al niño que
hemos sido.
El pasado infantil resurge en la vida concreta del joven sin que él sea consciente de ello. Al amar a una pareja de la
misma edad, al descubrir un país desconocido, al crear una cuenta en fb o al reírse con los amigos, el joven de hoy revive
sin saberlo la ternura y la sensualidad del primer amor que de pequeño sintió por su madre, la sorpresa de sus primeros
descubrimientos, la pasión de sus primeros juegos infantiles.
Para dejar atrás la infancia el adolescente debe volver a ella sin cesar y sin cesar revivirla en la frescura de los nuevos
encuentros. Cada retorno al pasado marca un paso hacia delante.
3.(Salida de la adolescencia
→
2 indicadores de la madurez afectiva : jugar como un niño siendo adulto y mostrarse
obediente . Indicador social: no depender más de los padres económicamente) Sin ignorar que ser adulto es más un
ideal inalcanzable que un estado bien definido, reconocemos, empero, dos indicadores de madurez afectiva que
muestran que el adolescente ha abandonado la adolescencia, ya no vive bajo la presión del superyó asfixiante y, por
consiguiente, se ha vuelto más conciliador consigo mismo y con el mundo. Primero, el joven adulto ya no se avergüenza
de jugar como un niño; ha comprendido intuitivamente que ser un hombre o una mujer es permitirse regresar a la
infancia cuando se quiere y como se quiere, sin por ello sentirse rebajado. Y el segundo indicador es que ya no le
molesta mostrarse obediente frente a la autoridad. Puede responder a las órdenes de un superior jerárquico o
plegarse a una disciplina sin sentirse indigno.
Creer que es ridículo mostrarse niño o creer que es humillante obedecer son susceptibilidades que revelan que el joven
adulto no terminó de atravesar su pasaje adolescente; sigue habitado por el miedo histérico e infantil a ser humillado.
Entonces, dos principales indicadores de madurez afectiva: ser adulto es vivir sin temor de jugar como un niño y sin
vergüenza de mostrarse obediente. Seguramente hay muchos indicadores más, además del indicador social de cuando
ya no es dependiente económicamente de sus padres. Nasio piensa tres indicadores psíquicos elocuentes: ser apto para
reconocer las propias imperfecciones y aceptarse tal como se es; estar cómodo consigo mismo y, por ende, disponible con
los otros; y, haber aprendido a amar al prójimo y a amarse a sí mismo de otra manera que cuando se era un niño.
Las crisis de la adolescencia tienen lugar las más de las veces entre los doce y dieciséis años, durante los primeros años
del secundario. El indicio más evidente del surgimiento de una crisis es un cambio brutal de la conducta habitual en el
adolescente. En general, el adolescente en crisis es un adolescente desescolarizado desde hace más de dos meses,
desocupado, a veces suicida, con frecuencia encerrado en su cuarto, obnubilado por la computadora, o en el otro
extremo, vagando por la calle. No es lo mismo hablar de crisis de la adolescencia, que de un adolescente en crisis.