RESUMEN EPIS.
Unidad I:
Manasseri. Preguntas en torno a las epistemologías y las ciencias.
Epistemología: puede nombrarse como un ‘’estudio’’ o un tratado de la ciencia (o de las
ciencias). Como ‘’disciplina’ tiene sus lazos de parentesco con la llamada ‘’filosofía de la
ciencia’ y suele o puede incluir ciertos análisis de la metodología de éstas, o de la historia de
la ciencia. En nuestro ámbito, generalmente se suele centralizar en la problemática que se
denomina demarcación, delimitación de lo que es y de lo que no es ciencia. La epistemología
es, entonces, presentada en una de sus versiones más frecuentes como la instancia que se
ocupa de construir, formular criterios que se permite distinguir en los enunciados o
proposiciones que formulen las distintas teorías el carácter científico de los mismos o la
ausencia de este carácter.
Así como no hay una única ciencia, tampoco hay epistemología única, por ende, tampoco los
criterios para validar-invalidar las teorías o disciplinas son comunes o coincidentes. Así como
hay distintas expresiones epistemológicas, hay distintos criterios para delimitar lo científico
de lo no científico.
1. Podemos recordar, de manera breve, algunos autores que han sido nombrados como
pertenecientes a la epistemología francesa, caracterizándose por un rasgo fundamentalmente
rupturista o asociado a la discontinuidad. Algunos de los autores que pueden incluirse son:
Gastón Bachelard (filósofo, físico, poeta…): conocido por la inclusión al universo
epistemológico de las nociones de obstáculo y ruptura epistemológica.
Georges Canguilhem (médico, filósofo): conocido por su crítico texto ¿Qué es la Psicología?
Dominique Lecourt: conocido por interesante texto ‘’Para una crítica de la Epistemología’’.
Louis Althusser (filósofo marxista): conocido por sus parentesco y diferencias con la lectura
de Freud o el llamado retorno a Freud formulado por Lacan.
2. Otros autores y/o corrientes han entendido y se han extendido en la constitución de
criterios que permitan distinguir lo científico de lo no-científico. Incorporamos algunas
posiciones como el llamado empirismo lógico (Círculo de Viena), falsacionismo (Popper) y
las formulaciones más relevantes provenientes de Kuhn.
- Las formulaciones de Popper se distinguen por el empirismo lógico formulando que la
validación de las teorías como científicas proviene de su contrastación con la experiencia, en
cambio, el falsacionismo sostiene que las teorías para aspirar a tal calificativo deben reunir el
requisito de la refutabilidad de sus enunciados: Una teoría es científica cuando admite o
formula condiciones para que ésta se someta a la prueba de la confirmación o refutación de
los mismos. Para Popper, la teoría psicoanalítica, es portadora de deficiencias:
a) Las tesis psicoanalíticas nunca pueden ser refutadas, y eso hace que esta teoría tenga un
carácter bastante amplio.
b) Es deficiente, también, porque sus conceptos mayores y fundantes carecen de posibilidad
de avanzar en alguna precisión o medición.
- Las formulaciones de Kuhn dan lugar a lo inconmensurable, entendido y formulado
epistemológicamente como una imposibilidad de practicar o realizar esta comparación.
Distintas teorías pueden que sean no comparables. Para que esta noción se entienda, debemos
ubicar otras nociones como:
a) El planteo de estructura de las revoluciones científicas.
b) Que en la ciencia, hay etapas normales y etapas de crisis y revoluciones.
c) Hay que hacer lugar a la noción de paradigma/conflicto.
3. En el marxismo la pretensión científica, toma el nombre de materialismo histórico y
materialismo dialéctico y la propuesta revolucionaria ha tenido sus momentos de constituirse
en lo que se llamó socialismo real. El comunismo por un lado, el análisis de la mercancía, de
la plusvalía, de la distinción de clases, por otro.
En el psicoanálisis, ¿Cuál sería el ‘’mal’ que ‘’altera’ los saberes oficiales? Por supuesto, no
es tanto el descubrimiento del inconsciente (icc) sino más bien, la sexualidad infantil que
viene asociada y diferenciada en él. La conmoción ha tenido un aspecto más relevante: las
formulaciones en torno al niño perverso-polimorfo pero también ha tenido efectos
revolucionarios en dos aspectos más:
la indistinción que conlleva en torno a lo normal y patológico
el descubrimiento de que esta sexualidad infantil se organiza y
se sostiene en teorías sexuales infantiles, obviamente de
carácter inconsciente.
4. Si ahora resumimos el esquema que se suele construir, notaremos que se trata de algunas
cuestiones centradas en dos ejes.
a) la oposición ciencia-no ciencia y
b) la diferencia entre ciencia-preciencia o instancias precientíficas y científicas.
Freud. Cinco conferencias sobre psicoanálisis. (1910)
Dicta estas conferencias en busca del reconocimiento de la “joven ciencia”, del “nuevo
método de indagación de terapia”.
I. Freud atribuye, en un primer momento, el nacimiento del psicoanálisis a Breuer. Que
descubrió en sus procedimientos a una muchacha afectada de histeria. Muchos se inclinarán a
suponer que se trata de una afección grave probablemente cerebral que ofrece pocas
perspectivas de restablecimiento. Una indagación objetiva demuestra que sus órganos
internos vitales son normales, pero que ha experimentado violentas conmociones del ánimo.
Los médicos afirmaron no estar frente a una afección orgánica del cerebro, sino ante lo que se
denomina como histeria y es capaz de simular una serie de graves cuadros. Tomemos el
informe clínico: ella contrajo su enfermedad cuando cuidaba de su padre amado, de una grave
dolencia que la llevó a la tumba. El médico no quiere dispensar el mismo grado de interés al
histérico que al enfermo crónico, porque creen que su dolencia es menos seria. Además el
médico no puede comprender la histeria, los acusa de exageración y engaño, simulación y los
castigó quitándoles su interés: de esta manera el médico se convierte en LEGO para curar a la
histeria, no hay que serlo para ejercer el PSA; pasaje de la medicina a la psicología. Breuer le
brindó simpatía e interés aunque en principio no sabía cómo asistir. Se había notado que en
estados de ausencia, la enferma solía murmurar palabras que parecían provenir de nexos que
ocupaban su pensamiento. Breuer la ponía en hipnosis y lograba dilucidar de qué se trataba.
Eran fantasías tristísimas, que por lo común tomaban como punto de partida la situación de
una muchacha ante el lecho de enfermo de su padre. Toda vez que contaba esas fantasías se
liberaba durante varias horas, pero volvía a suceder. Freud nos dice que los histéricos y los
neuróticos no solo recuerdan las dolorosas vivencias de un lejano pasado, sino que todavía
permanecen adheridos a ellas, no se libran del pasado y por el descuidan la realidad efectiva y
presente. Esta fijación de la vida anímica a los traumas patógenos es uno de los caracteres
más importantes en la práctica de las neurosis. Esto no tiene nada que ver con la función
orgánica, los síntomas no son causa de cuestiones biológicas, está en lugar de otra cosa: la
excitación anímica es llevada por otro camino por ej. a una inervación corporal. El estudio de
los fenómenos hipnóticos nos familiariza con la concepción de que en un mismo individuo
son posibles varios agrupamientos anímicos que pueden “no saber unos de otros”. En
ocasiones también se observa casos que se designan como de doble conciencia. Cuando la
conciencia permanece ligada a ese otro estado se lo llama consciente e inconsciente al
divorciado de él.
II. Freud nos cuenta que la hipnosis de pronto comenzó a desagradar, ya que solo conseguía
poner en el estado hipnótico a una fracción de sus enfermos. Puesto que no podía alterar la
voluntad del estado psíquico de la mayoría de sus pacientes, se orientó a trabajar con su
estado normal. Corroboró que los recuerdos olvidados no estaban perdidos. Se encontraban
en posesión del enfermo y prontos a aflorar en asociación con lo sabido por él, pero alguna
fuerza les impedía devenir conscientes y los obligaba a permanecer inconscientes. Uno sentía
como resistencia del enfermo esa fuerza que mantenía en pie al estado patológico. Las
mismas fuerzas que hoy, como resistencia, se oponían al empeño de hacer consciente lo
olvidado tenían que ser las que en su momento produjeron ese olvido y esforzaron afuera de
la conciencia las vivencias patógenas en cuestión. Freud llamó represión a este proceso y lo
considere probado por la existencia de la resistencia Mediante el método catártico, se tuvo
noticia de situaciones patógenas en donde había estado en juego el afloramiento de una
moción de deseo que se encontraba en oposición a los demás deseos del individuo, eran
inconciliables con las exigencias éticas y estéticas de la personalidad. Sobrevino un conflicto
y la representación que aparecía ante la conciencia como la portadora de aquel deseo
inconciliable sucumbió a la represión y fue olvidada, y esforzada afuera de la conciencia
junto con los recuerdos relativos a ella. En los histéricos y neuróticos ha fracasado la
represión entramada con el deseo insoportable. La moción de deseo reprimida perdura en lo
inconciente, al acecho de la oportunidad de ser activada, y luego se las arregla para enviar
dentro de la conciencia una formación sustitutiva a la que pronto se anudan las mismas
sensaciones de displacer –el síntoma- es inmune a los ataques del yo defensor y en vez de un
breve conflicto surge ahora un padecer sin término en el tiempo. Los cambios por los cuales
se consumó la formación sustitutiva pueden descubrirse en el curso del tratamiento
psicoanalítico del enfermo y para su restablecimiento es necesario que el síntoma sea
transportado de nuevo por esos mismos caminos hasta la idea reprimida.
III.El método analítico ha ido variando en Freud, desde la técnica hipnótica (dificultad
porque “no era el yo”, estaba hipnotizado, era un relato ajeno) a la catarsis, llegando a la
asociación libre donde dejamos al enfermo decir lo que quiere y nos atendemos a la premisa
de que no puede ocurrírsele otra cosa que lo que de manera indirecta dependa del complejo
buscado. Esto hace una diferencia respecto al saber médico, el saber lo tiene el paciente. Al
aplicar esta técnica todavía vendrá a perturbarnos el hecho de que el enfermo a menudo
asevera que no se le ocurre absolutamente nada. Su apariencia se produce solo porque bajo el
influjo de la resistencia hace a un lado la ocurrencia percibida. El modo de protegerse de ello
es pedirle que no haga caso de esa crítica. Que debe decir todo lo que se pase por su cabeza,
aunque lo considere incorrecto, disparatado, o desagradable. Por medio de su obediencia a
este precepto nos aseguramos el material que habrá de ponernos sobre la pista de los
complejos reprimidos. Este material de ocurrencias constituye para el psicoanalista el
material con el que trabajará. Además, para descubrir lo inconsciente sirven otros dos
procedimientos distintos, la interpretación de los sueños y la apreciación de los actos fallidos.
La interpretación de los sueños es la vía regia para el conocimiento de lo inconsciente, el
fundamento más seguro del psicoanálisis. Los sueños de los adultos suelen poseer un
contenido incomprensible, que en modo alguno permite discernir nada de un cumplimiento
de deseo. Debemos diferenciar el contenido manifiesto del sueño –tal como lo recuerdan de
manera nebulosa por la mañana y trabajosamente visten con unas palabras arbitrarias-- de los
pensamientos latentes –cuya presencia en lo inconsciente hay que suponer-. Los mecanismos
del sueño son condensación y desplazamiento. Los actos fallidos: son el olvido de cosas que
podrían saber y que otras en efecto saben (no recordar un nombre propio), los deslices
cometidos al hablar, deslices en la lectura y la escritura, perder o romper objetos, hechos
notables para los que no se suele buscar un determinismo psíquico y que se dejan pasar sin
reparos como sucesos contingentes, frutos de la distracción, la falta de atención, etc. Las
acciones y los gestos, el jugar con objetos, tararear melodías, etc. Todos estos procesos nos
prueban la existencia de la represión y la formación sustitutiva aun bajo condiciones de salud.
Para el psicoanalista no hay en las exteriorizaciones psíquicas nada insignificante, nada
contingente.
IV. La investigación psicoanalítica reconduce los síntomas patológicos a impresiones de la
vida amorosa de los enfermos. Nos muestra que las mociones de deseo patógenas son de la
naturaleza de unos componentes pulsionales eróticos y nos constriñe a suponer que debe
atribuirse a las perturbaciones del erotismo la máxima significación entre los influjos que
llevan a la enfermedad. Únicamente las vivencias de la infancia explican la susceptibilidad
para posteriores traumas y conseguimos el poder para eliminar los síntomas. El niño tiene sus
pulsiones y quehaceres sexuales desde el comienzo mismo, desde ahí desarrolló la sexualidad
normal del adulto. La sexualidad infantil: la pulsión sexual del niño es aún independiente de
la función de la reproducción. Obedece a la ganancia de placer. La principal fuente de placer
sexual infantil es la apropiada excitación en lugares del cuerpo particularmente estimulables,
la satisfacción se halla en el propio cuerpo, es la fase del autoerotismo. Y denominamos
zonas erógenas a todos los lugares significativos para la ganancia de placer sexual. Es
inevitable y normal que el niño convierta a sus progenitores en objetos de su primera elección
amorosa. Pero su libido no debe permanecer fijada a esos objetos primeros, sino tomarlos
como meros arquetipos y deslizarse hacia personas ajenas en la época de la elección
definitiva de objeto. el desasimiento del niño respecto de sus padres se convierte así en una
tarea insoslayable. En el momento que aparecen los síntomas, como en Anna O, que no
surgen todos a partir de la muerte de su padre sino que se reconducen o remiten a la
adolescencia y a la infancia y podemos clasificar de sexuales todas las mociones de deseo de
la infancia. Estas mociones de deseo reprimidas son el núcleo de la formación sintomática.
En general no se quiere saber nada de la vida sexual de los niños diría Freud, la pulsión
sexual de los infantes viene de diversas fuentes pulsionales y es independiente de la función
de reproducción, obedecen a la ganancias de diversas sensaciones placenteras y eso
reconduce a estos deseos o ganancia de placer. Un ejemplo muy claro es el mamar del bebe,
toma del pecho materno y mantiene el chupeteo posterior a la alimentación, la oralidad tiene
todo su sentido y su juego con este acto, con esta relación primera y primordial; otro claro
ejemplo es la analidad en los bebés.
V. Refiere al descubrimiento de la sexualidad infantil y la reconducción de los síntomas a
componentes eróticos, se obtiene la etiología de la neurosis, la enfermedad sobreviene cuando
se deniega la satisfacción de sus necesidades eróticas. Aquí Freud se refiere entonces no solo
a histeria sino a la neurosis en general. Los síntomas son un fragmento del quehacer sexual
infantil. Las manifestaciones de la histeria en aquella época eran mucho más floridas debido a
que la vida sexual de los sujetos estaba mucho más reprimida socialmente, asimismo no
implica que a más liberación sexual no exista represión alguna. Más libertad sexual no
significa que no haya represión, pero sí, colabora a la modificación de los síntomas, así pues,
ya no vemos los síntomas de las histéricas de la época de Freud. Luego Freud introduce lo
que sería la diferencia entre la conciencia y lo inconsciente que lo toma como pensamientos,
no está diciendo que es un lugar exactamente contrario a la conciencia, no es algo que
tengamos que descubrir, cuál es la vivencia. La represión actúa como fuerza de desalojo,
afirma. ¿Qué desaloja? Desaloja las representaciones inconciliables, incompatibles con el yo,
con la cultura o con el otro. Con el desalojo se ahorra el displacer que produciría esas
representaciones, de allí el síntoma como transacción o sustituto. El paciente cuando habla,
más allá de la edad que tenga, se posiciona, aunque no se dé cuenta, desde su lugar de hijo
aunque tenga 80 años. Aunque la pregunta fuera: ¿seré buen padre?, No es una pregunta
sobre su paternidad, sino en comparación a cómo fue su pasaje como hijo respecto de la
paternidad. No hace falta y no se trata que el paciente comience desde …”el año que se
acuerda…”, no. Lo aclaro porque en una época estaba esa cosa de “hacer la ficha” y hacer
una cronología: donde nació, a que escuela fue, como se compone su familia, etc. No. Se trata
de escuchar, y escuchar aquello que el analizado tiene para decir, ese es su saber. Todo es
escuchar, al fin y al cabo, lo dice Freud ya en esta época.
Freud. Una dificultad del Psicoanálisis. (1916)
A partir de la obra de introducción del narcisismo, se produce una dificultad.
Desde el comienzo mismo Freud no se refiere a una dificultad intelectual, sino una dificultad
afectiva: algo por lo cual el psicoanálisis se enajena los sentimientos del receptor disuadiendo
de prestarle interés o creencia. En el psicoanálisis se ha plasmado algo así como una teoría
conocida bajo el nombre de Teoría de la Libido. Según es notorio, el psicoanálisis se ocupa
de esclarecer y eliminar las perturbaciones llamadas neuróticas. Se distingue también entre
las pulsiones de autoconservación y las pulsiones sexuales, que llamamos libido (apetencia
sexual) a la fuerza con que la pulsión sexual emerge en la vida anímica. A partir de aquí se
hizo el primer descubrimiento sustantivo. Averiguamos que, para entender la neurosis, las
pulsiones sexuales son las de mayor valor, que las neurosis constituyen por así decir las
enfermedades específicas de la pulsión sexual. Llegamos a saber que de la cantidad de la
libido y de la posibilidad de satisfacerla y descargarla mediante esa satisfacción depende que
un ser humano contraiga o no una neurosis. La forma en que se contrae la enfermedad es
comandada por la manera en que el individuo ha transitado la vía de la función sexual o por
las fijaciones que su libido ha experimentado en el curso de su desarrollo y que cierta técnica
del influjo psíquico nos brinda un medio para esclarecer y al mismo tiempo curar muchos
grupos de neurosis. La terapia psicoanalítica consigue entonces someter el proceso represivo
(proceso de desalojo) a una revisión y guiar el conflicto hacia un mejor desenlace, conciliable
con la salud.
En el curso del trabajo terapéutico tenemos que preocuparnos por la distribución de la libido
en el enfermo; se buscan aquellas representaciones-objeto a las cuales su libido está ligada y
la liberamos a fin de ponérsela a disposición del yo. Nos vimos precisados a suponer que al
comienzo del desarrollo individual toda libido se anuda a la propia persona, en nuestra
terminología: inviste al yo propio. Sólo más tarde acontece, por apuntalamiento en la
satisfacción de las grandes necesidades vitales, que la libido desborda desde el yo sobre los
objetos exteriores; únicamente entonces estamos en condiciones de discernir las pulsiones
libidinosas como tales y distinguirlas de las pulsiones yoicas.
La libido puede volver a deshacerse de estos objetos y retirarse al interior del yo. Al estado en
que el YO retiene justo a la libido lo llamamos narcisismo. Atribuimos entonces al individuo
un progreso cuando pasa del narcisismo al amor de objeto. Cierto monto de libido pertenece
siempre junto al yo, cierta medida de narcisismo persiste aún en el más desarrollado amor de
objeto. El YO es un gran reservorio del que fluye la libido destinada a los objetos y al que
ella refluye desde los objetos. La libido de objeto fue primero primero libido yoica y puede
volver a transponerse en libido yoica. Para la salud integral de la persona es esencial que su
libido no pierda su plena movilidad El narcisismo universal, el amor propio de la humanidad,
ha recibido hasta hoy tres graves afrentas de la investigación científica:
1. El hombre creyó primero que la tierra se encontraba en reposo en el centro del universo.
Mientras que el sol, la luna y los planetas se movían en torno de aquella describiendo
órbitas.En verdad no hacía sino obedecer de manera ingenua a sus percepciones sensoriales,
en efecto, el no registra movimiento alguno de la tierra, se encuentra en el centro de un
círculo que comprende al mundo exterior. Ahora bien la posición central de la tierra era una
garantía de su papel dominante en el universo y le parecía que armonizaba bien con su
inclinación a sentirse el amo de este mundo. Asociamos el aniquilamiento de esta ilusión
narcisista con el nombre y la obra de Nicolás Copérnico en el siglo XVI. Muchos antes los
pitagóricos habían puesto en duda la posición de la tierra y luego Aristarco de Samos sostuvo
que la tierra era mucho más pequeña que el sol y se movía en torno del cuerpo celeste. Vale
decir, que el descubrimiento de Copérnico ya se había hecho antes. Pero cuando halló
universal reconocimiento, el amor propio de los seres humanos, experimentó su primera
frente, la cosmología.
2. En el curso de su desarrollo cultural, el hombre se erigió en el amo de sus semejantes
animales, empezó a interponer un abismo entre ellos y su propio ser. Los declaró carentes de
razón y se atribuyó a sí mismo un alma inmortal. El niño no siente diferencia alguna entre su
propio ser y el del animal, no le asombra que los animales piensen y hablen en los cuentos.
Solo de adulto se enajena del animal hasta el punto de insultar a los seres humanos con el
nombre de un animal. Los estudios de Charles Darwin fueron los que mostraron que el
hombre no es nada diverso del animal, no es mejor que él, ha surgido del reino animal y es
pariente próximo de algunas especies, más lejano de otras. Esa es la segunda afrenta, la
biológica, al narcisismo humano.
3. La tercera fue la más sentida, la psicológica. El hombre aunque esté degradado ahí afuera
se siente soberano en su propia alma. Su percepción interna, la conciencia, notifica al yo de
toda clase de procesos significativos que se desarrollan dentro de la fábrica anímica, y la
voluntad, guiada por tales noticias, ejecuta lo que el yo ordena, modifica lo que querría
consumarse de manera autónoma. Ahora bien, el YO se siente incómodo, tropieza con límites
a su poder en su propia casa, el alma. De pronto afloran pensamientos que no se sabe de
dónde vienen, tampoco se puede hacer nada para expulsarlos. Y estos huéspedes extraños
hasta parecen más poderosos que los sometidos al yo. O sobrevienen impulsos como si fueran
de alguien ajeno, de suerte que el yo los desmiente, pese a lo cual no puede menos que
temerlos y adoptar medidas preventivas contra ellos. Se dice que eso es una enfermedad, una
invasión ajena, redobla su vigilancia pero no puede comprender por qué se siente paralizado
de una manera tan rara.
El psicoanálisis se consagra a esclarecer esos ominosos casos patológicos, emprende largas y
cuidadosas indagaciones, se procura conceptos auxiliares y construcciones científicas y por
fin puede decir al yo “no estás poseído por nada ajeno”, es una parte de tu propia vida
anímica la que se ha sustraído de tu conocimientos y del imperio de tu voluntad. Por eso tú
defensa es tan endeble, luchas con una parte de tu fuerza contra la otra parte, no puedes reunir
tu fuerza íntegra como si combatieran a un enemigo externo. Y la que de ese modo ha entrado
en oposición contigo y se ha vuelto independiente de ti ni siquiera es la peor parte o la menos
importante de tus fuerzas anímica”. Me veo obligado a decir que la culpa reside en ti mismo.
Has sobreestimado tu poder al creer que podías hacer lo que quisieras con tus pulsiones
anímicas y no te hacía falta tener miramientos algunos por sus propósitos. Entonces ella se ha
sublevado y han emprendido sus propios, oscuros, caminos a fin de sustraerse de la
sofocación, se han hecho justicia de una manera que a ti ya no puede parecerte justa. Y no te
has enterado del modo en que lo consiguieron ni del camino que han tomado; solo llegaron al
conocimiento el resultado de ese trabajo, el SÍNTOMA, que sientes como un padecimiento.
No lo disciernes entonces como un retoño de tus propias pulsiones removidas, y no sabes que
es su satisfacción sustitutiva. Lo anímico en ti no coincide con lo consientes para ti, que algo
ocurra en tu alma y que además te enteres de ello no son dos cosas idénticas. En todos los
casos esas noticias de tu conciencia son incompletas y a menudo sospechosas, también
sucede varias veces que solo llegas a conocer los acontecimientos cuando ya se consumaron y
nos puedes cambiar. Entra en ti, en lo profundo de ti y aprende primero a conocerte y luego
comprenderás porque debiste enfermar y acaso evitaras enfermarte. Así instruirá el
psicoanálisis al YO. Ahora bien, esos dos esclarecimientos: que la vida pulsional no puede
dominar plenamente y que los procesos anímicos son en sí inconscientes, volviéndose
accesible y sometiéndose al YO solo atreves de una percepción incompleta y sospechosa,
equivalen a aseverar que el yo no es el amo en su propia casa. Ambos, reunidos, representan
la tercer afrente al amor propio, que yo llamaría psicología El psa, sólo ha tenido prioridad en
esto: no se limitó a afirmar en abstracto esas dos tesis tan penosas para el narcisismo, sino
que las demostró en un material que toca personalmente a cada quien y lo obliga tomar
posición frente a ese problema.
Freud. Conferencia 16. Psicoanálisis y Psiquiatría.
La conferencia gira en torno a la introducción en la comprensión de los fenómenos
neuróticos, que tienen mucho en común con las operaciones fallidas y del sueño. Aclara que
lo que presenta como concepción psicoanalítica sea un sistema especulativo, es más bien
experiencia; expresión directa de la observación y resultados de su procesamiento, la
concepción psicoanalítica de los fenómenos neuróticos. Para ello, parece indicado empalmar
con los fenómenos ya tratados, tanto a modo de analogía como de contraste. Se echa mano a
una acción sintomática en que según se ve incurren muchas personas en las horas de
consultas. El analista no atina a hacer gran cosa con la gente que lo visita en su consultorio
médico para desplegar frente a él, en un cuarto de hora, las lamentaciones de su larga vida. Su
saber más profundo le impide pronunciar el veredicto al que recurriría otro médico: “lo que
usted tiene no es nada”, e impartir el consejo: “tome una ligera cura de aguas”. Uno de
nuestros colegas, preguntando por lo que hacía con sus pacientes de consultorio, respondió
incluso, con un encogimiento de hombros: “les impongo una multa de unas buenas coronas”.
Por eso no les sorprenderá enterarse de que aún en el caso de psicoanalistas con mucha
clientela, las horas de consulta no suelen ser muy concurridas. La omisión del paciente
obedece entonces a un determinismo. El paciente pertenece entonces al gran número de los
que claman por una autoridad mundana, de los que quieren ser deslumbrados, intimidados. Y
ahora entra en una sala de espera desierta, por añadidura en extremo modesta, y eso lo
perturba.
La psiquiatría aplica los métodos técnicos del psicoanálisis, omite todo anudamiento. Con el
contenido de la idea delirante y, al remitirnos a la herencia, nos proporciona una etiología
muy general y remota, en vez de poner de manifiesto primero la causación más particular y
próxima. En la naturaleza del trabajo psiquiátrico no hay nada que pueda rebelarse contra la
investigación psicoanalítica, son entonces los psiquiatras los que se resisten al psicoanálisis,
no a la psiquiatría. El psicoanálisis es a la psiquiatría lo que la histología es a la anatomía:
ésta estudia las formas exteriores de los órganos; aquella, su constitución a partir de los
tejidos y de las células.
Freud. Conferencia 35. En torno de una cosmovisión.
Freud entiende que una cosmovisión es una construcción intelectual que soluciona de manera
unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hipótesis suprema. Es
fácilmente comprensible que poseer una cosmovisión así se cuente entre los deseos ideales de
los hombres, porque creyendo en ella uno puede sentirse más seguro en la vida.
El psicoanálisis, emerge inepto para formar una cosmovisión propia; debe aceptar la de la
ciencia, sin embargo, esta se distancia de la definición que Freud establece para la
cosmovisión. Es cierto que también ella acepta la unicidad de la explicación del mundo, pero
sólo como un programa cuyo cumplimiento se difiere al futuro.
Por tanto, la ciencia quedaría muy incompleta sin una psicología de esta clase. Desde el punto
de vista de la ciencia, es inadmisible decir que la ciencia es un campo de la actividad
espiritual, mientras que la religión y la filosofía son otros tantos, por lo menos de igual valor,
donde la ciencia no tiene que entremeterse. De los tres poderes que pueden disputar a la
ciencia su territorio, el único enemigo serio es la religión, ya que:
El arte es casi siempre inofensivo y benéfico, no pretende ser otra cosa que una
ilusión. Exceptuadas las pocas personas que, como suele decirse, están poseídas por el
arte, no se atreven a inmiscuirse en el reino de la realidad.
La filosofía no es opuesta a la ciencia, en parte trabaja con iguales métodos, pero se
distancia de ella en tanto se aferra a la ilusión de poder brindar una imagen del
universo coherente y sin lagunas, imagen que, al develar nuevos saberes se
resquebraja; y en tanto no logra tener influjo directo sobre la multitud.
La religión cumple tres funciones. En la primera, satisface el humano apetito de saber
sobre su origen, y en segunda función apacigua la angustia de los hombres frente a los
peligros y los veleidosos azares de la vida. Por su tercera función, la de promulgar
preceptos, prohibiciones y limitaciones, esta se conforma con indagar y comprobar y
de sus aplicaciones se siguen reglas y consejos para la conducta en la vida.
Freud hace alusión al periodo de animismo, que establece como uno previo a la religión, en
donde el hombre cumplía con los deberes, que bajo la religión le delega a Dios, por medio de
la “magia”. Freud hace una conexión entre esta “magia enunciada” con la palabra en el
Psicoanálisis.
Por lo tanto, el psicoanálisis critica la cosmovisión de la religión viendo que el origen de la
religión se situaba en el desvalimiento infantil y todos sus contenidos derivan de los deseos y
necesidades de la infancia persistentes en la madurez. Si bien esto no implicaba refutar la
religión, sí constituía un redondeo necesario de nuestro saber sobre ella. Tampoco es lícito
hacer objeto a la religión de un examen crítico pues ella es el producto supremo, el más
valioso y sublime, del espíritu humano, y sólo ella vuelve soportable el mundo y digna del
hombre la vida.
Lacan. Seminario 2. Capítulos I y II.
Registros.
Lo imaginario: viene de imagen no de imaginación. Es la imagen que un objeto me devuelve: es formador
del “yo” de acuerdo a la imagen que me devuelve el espejo. Ideal que se forma a partir de otros que me dicen
quien soy, como soy, articulado al cuerpo. Cuestión intuitiva. Pertenece al orden de la representación no del
sentido. Ej del Menón. Respuesta del esclavo intuitiva que lo lleva al engaño, al error.
Lo simbólico: es la sintaxis bien hecha, pura. Red de significantes, de palabras, de símbolos, pone en juego
la estructura del lenguaje y la vida. Es lo que ordena o pone un antes/después, son los recortes del espacio, del
tiempo, de lo que falta o no falta: “me falta un libro en mi biblioteca” en ese orden que es la biblioteca puedo
saber que me falta UNO o que tengo uno de más. Ej del Menón. la formalización que se hace necesaria
(diagonal que surge por el elemento irracional de la raíz cuadrada) pero que deja un resto.
Lo real: aquello del orden de lo imposible de ser imaginarizado o simbolizado, que está siempre en el mismo
lugar, donde todo es, donde nada falta ni nada sobra: es eso. Es lo que está en la vida, necesario e inevitable, no
hay saber epistémico al respecto que se pueda transmitir, ni un saber hacer. Nos va a decir que falta y que no
falta (relación con lo simbólico). Ej. del Menón: el resto que deja lo simbólico y que no llega a cubrir todo
(3,77777 etc.)
Capítulo I. Psicología y Metapsicología.
Lacan busca separar la clínica, técnica, teoría de conceptos que se mezclaban.
A partir de los tres registros (previamente vistos) retorna a Freud porque hay autores que se
desviaron de su teoría (por ej. la clínica del “yo centrado” de Anna Freud ya que el yo no está
centrado, está cargado de libido y esto es la afrenta psicológica). Lacan hace una lectura del
YO a partir de “más allá del principio de placer” que incluye el concepto de pulsión de
muerte, repetición, etc. El yo (je) no es el yo (moi), el sujeto no es el individuo. La noción del
yo fue elaborada tanto por aquellos a los que llaman filósofos, como por la conciencia
común. Vale decir que hay cierta concepción pre analítica del yo. La noción freudiana del yo,
merece que se la denomine como revolución copernicana.
El inconsciente no desplaza al yo. El descentramiento implica que no hay nada en el centro.
Si yo fuera el centro el psicoanálisis volvería al lugar de la psicología general. Los post
freudianos no dan cuenta del gran descubrimiento de Freud por lo tanto, son considerados pre
freudianos en ese sentido, vuelven a la psicología general. El ‘yo’ tiene un lugar en la teoría y
técnica psicoanalítica, así como lo tiene en otras disciplinas. Su conceptualización en
psicoanálisis, hecha por Lacan, no es equivalente, ni el uso, frente a la psicología o a otras
disciplinas, partiendo del fundamento que encontramos en la obra de Freud, la cual obedece a
una elaboración progresiva en función de la clínica.
Para empezar, en francés existen dos vocablos que permiten diferenciar el ‘yo’: el pronombre
‘je’ que cumple la función de sujeto en una oración, ubicamos quien habla, se establece como
simbólico propiamente dicho; y el ‘moi’, que hace las voces de complemento, está en el
orden del atributo. En la versión del seminario usada, el traductor aclara que el ‘ich’
freudiano (‘yo’ en alemán) se asume como yo (moi), es decir, del lado del funcionamiento
imaginario, como complemento. Existe una elaboración sobre el ‘moi’ en el campo de
algunos filósofos, y también se la encuentra en el campo de la ‘conciencia común’. Lacan
propone que esto es parte de la historia del concepto, y que es con Freud con quien se marca
una división histórica, en la que el ‘moi’ puede ser asumido conceptualmente como ‘el antes’,
en un tiempo preanalítico, a lo desarrollado por Freud. El concepto sufrirá una modificación,
una conmoción particular, luego de la introducción de la teoría freudiana: se dará una
revolución, en un sentido copernicano, en relación con la comprensión e intervención sobre el
aparato psíquico. La nueva perspectiva abierta por Freud se enfoca en abolir la concepción
precedente: la razón y el control voluntario de los impulsos anímicos como totalizantes del
ser.
Luego de la revolución generada por la teoría de Freud aparecerá todo un movimiento
alrededor del planteamiento de su hija, Anna Freud, y sus postulados, que hacen “reaparecer”
una noción del ‘moi’ lejana a la propuesta del propio Freud, lejana a la coherencia de su
conjunto teórico, postura que tiende a la reabsorción del saber analítico por la psicología
general, que para el caso resulta ser equivalente a la psicología preanalítica. En otras
palabras, mientras Freud postuló una organización estructuralista del aparato psíquico y un
funcionamiento bajo las lógicas de las formaciones del inconsciente, los postfreudianos se
encargaron de hacer lo posible por derribar dicha elaboración, ignorando los descubrimientos
cruciales del fundador, lo que degeneró en una psicología analítica que no corresponde ni con
el espíritu clínico de Freud, ni con la teoría que atraviesa los hallazgos, y mucho menos con
las posibilidades de creación de nuevas formas de comprensión del aparato psíquico y de sus
procesos.
Lacan insiste con que en el psicoanálisis no son separables la teoría y la práctica. De allí que
el descubrimiento del inconsciente cambie el panorama del qué hacer médico para Freud,
mostrando luces a una nueva praxis, que implica sensibles y progresivas modificaciones en
muchos de sus postulados teóricos. Por otra parte, los nacientes analistas de la época de Freud
asumieron sus conceptos interpretándose fuera de la perspectiva que él proponía, permitiendo
la reabsorción de la que se habló, y llevando la práctica analítica por caminos poco
recomendables para el paciente, pues al concebir el ‘moi’ como el eje central de la
intervención analítica se obtienen unas consecuencias puntuales en la relación
analista-paciente y en la dirección de la cura, tendientes a la identificación, y por ende fuera
del propósito freudiano: la liberación del síntoma por vía del saber sobre la verdad. ¿Qué es
lo que se pretende en análisis? Esta es una de las preguntas iniciales que debemos hacer, pues
está aparejada con el lugar que se le da al ‘moi’ al interior de la práctica. El análisis cumple
un papel desmitificador de las relaciones humanas, justamente para salir de la permanencia en
la ilusión fundamental, la alucinación del hombre moderno, en relación con su integración
como individuo, factor fundamental que revela el malestar generalizado en relación con las
pulsiones indomeñables, lo cual está bien signado en las redes de un síntoma mediante la
identificación. Así, nada más opuesto al espíritu freudiano que pretender una salida del
malestar por la vía de la identificación. Por esta razón es crucial entender el lugar justo del
‘moi’: el hombre moderno cultiva una cierta idea de sí mismo = ‘semi-ingenuo’
‘semi-elaborado’. Su ilusión consiste en la creencia de estar elaborado de ‘tal o cual’ modo,
haciendo participar en esto una serie de nociones difusas construidas por él y culturalmente
admitidas desde imperativos categóricos. Así puede creer el individuo, por ejemplo, que su
creación proviene de una cuestión absolutamente ‘natural’, siendo esta concepción
contradictoria con su realidad psíquica. Nada más actual que esa ilusión científica en la que,
por ejemplo, la evolución explica todo del comportamiento humano, hasta que éste muestra
cómo los límites de la explicación son los que realmente se revelan con el acto humano.
Freud trasciende esta ilusión, la cual ejerce una influencia decisiva en la subjetividad. Lo
inconsciente es lo que permite que la verdad y el saber le exijan al sujeto una postura singular
en la relación interhumana, sin que dejen de aportar, estos dos campos, ‘el saber y ‘la
verdad’, ambigüedad de sí mismos y entre ellos. Con el descubrimiento del inconsciente
Freud ubica justamente, entre estos dos campos, al deseo, y a éste lo vincula
fundamentalmente con lo reprimido. Verdad en estado naciente: Sócrates es quien inaugura
la subjetividad humana (trae algo del yo formal). Al estilo del que brotó la noción de un saber
vinculado a determinadas exigencias de coherencia (transmisible, epistémico, saber de las
ciencias, acumulativo) saber previo a todo progreso ulterior de la ciencia en cuanto
experimental. Sócrates advierte que la areté, la excelencia (virtud) del ser humano, no es
transmisible a partir de las ciencias. No es la ciencia la que podrá transmitir las vías que a ella
conducen. Ya ahí se produce un descentramiento, a partir de esta virtud se abre un campo al
saber, pero esta virtud misma, en cuanto a su transmisión, su tradición, su formación, queda
fuera del campo (es otro saber). ¿Qué pasó después de Sócrates? La noción del yo vio la luz.
Es decir, nunca pudo no estar ahí, existe desde siempre. No existe un momento en que esa
noción del yo se deja aprehender en su estado naciente. Descartes en su “pienso, luego soy”
es absolutamente fundamental en lo tocante a la nueva subjetividad. Si es verdad que la
conciencia es transparente a sí misma, y se aprehende como tal, resulta evidente que el yo (je)
no por ello le es transparente. Pone en jaque algo de este “yo centrado” con el “pienso”: en
tanto pienso, soy; sostiene algo del pienso (del yo je) pero termina diciendo “soy” (lugar
centrado del yo moi). Lacan cuestiona el “yo pienso, yo soy”, Descartes afirma el
pensamiento y la existencia como una unidad, contrario a Freud que descentra el pensamiento
de la existencia, hay pensamiento inconsciente, puede funcionar por fuera del yo. “Yo
pienso” ajeno al “yo soy”. Definimos la noción del yo como revolución copernicana ya que
podemos decir que YO ES OTRO (fórmula de los poetas), hay un descentramiento del yo. El
saber se enlaza a las exigencias de coherencia, lo cual precede al progreso de la ciencia en
tanto experimental. Para articular esto con la historia, Lacan trae a escena los postulados de
Sócrates, quien fundará una nueva forma de ‘ser-en-el-mundo’, una nueva subjetividad.
Sócrates propone que la ‘areté’, el bien máximo al que un humano puede acceder, no se
alcanza por la vía del saber-ciencia, lo que produce un descentramiento. El saber como virtud
pretendida le abre todo un campo al ‘individuo’, pero eso no quiere decir que logre su ser, su
transmisión o su formación en la vía de la ciencia. El individuo aquí encuentra un límite,
justamente en el encuentro con la imposibilidad de la unicidad. Posteriormente puede
ubicarse el nacimiento de la noción del ‘yo’.
La dificultad para nosotros aquí tiene que ver con nuestra incapacidad para pensar el tiempo
anterior, ahistórico, aquel que no existía, lo que nos lleva siempre a la idea de que ‘eso estuvo
siempre ahí’. Sucede con el ‘yo’, y con el lenguaje: se originan o se fundan en un momento y
con unas condiciones especiales, a partir de lo cual ya no es posible pensar en ‘lo anterior si
no es con los símbolos de la actualidad, lo que genera una sensación de perpetuidad, por
supuesto engañosa. Para aquel que permanece muy seguro del orden del mundo a la manera
cartesiana, ‘pienso, luego soy’, la cuestión de la realidad psíquica no le es tan fácil. Si la
conciencia fuera transparente a sí misma (nunca lo es), el ‘je’ demuestra que no tiene por qué
serlo. Lo que sucede, básicamente, es que el ‘je’ le es dado a la conciencia como un objeto:
su aprehensión no implica al mismo tiempo que conozca sus propiedades. El ‘je’ es como un
dato inmediato en el acto reflexivo, pero eso no implica que la totalidad de la realidad yoica
quede agotada por esta vía. En la historia de la ciencia, y en especial en la filosofía, se llega a
una noción del ‘moi’ cada vez más formal, lo que implica una crítica a esa función. Por
ejemplo, hubo un momento en que el progreso en relación con esta función se desvió hacia la
idea del ‘moi’ como sustancia que debía ser sometida a estricta crítica científica. LO
CENTRAL ES LO INCONSCIENTE, y este se escapa del círculo de certidumbres mediante
las cuales el humano se reconoce como yo.
Es fuera de este campo donde existe algo que posee todo el derecho a expresarse por yo (je).
Lo que en el análisis viene a formularse como yo (je) es lo más desconocido por el campo del
yo (moi). En otras palabras, en el campo de las certidumbres se encuentra funcionando el
‘moi’, que cumple básicamente la tarea de mantener un apasionado desconocimiento frente a
lo más íntimo, subjetivo, su deseo inconsciente, lo que hace al sujeto deseante, ‘je’. En la
época de Freud, él se ve obligado a admitir que lo que tiene que ver con el ‘moi’ está
relacionado con la conciencia. Entonces, para Freud existía la equivalencia ‘moi’ =
consciencia. Pero en su obra según la exposición de Lacan no consigue situar la conciencia, y
confiesa que ésta no es situable. Lacan propone que sí es posible situar la conciencia, pero
partiendo de la correcta ubicación del ‘moi’ y el ‘je’. Freud muestra que SUJETO NO SE
CONFUNDE CON INDIVIDUO. Lo que Freud propone es un estudio de la subjetividad,
mostrando el error que resulta cuando el sujeto del inconsciente se confunde con el individuo.
El individuo ‘es’ en referencia a su especie, y por ello tenemos en cuenta propiedades suyas
en tanto organismo que resultan, por definición, ser sus metas, ligadas a la perdurabilidad de
la especie. Freud aporta que las elaboraciones alcanzadas por y sobre el sujeto no son
situables en el eje donde se trata del individuo.
Freud nos dice: el sujeto no es su inteligencia, ni las medidas que se logren de ella, él no se
encuentra sobre el mismo eje de sus habilidades particulares, es excéntrico, el sujeto no se
adapta, y mucho menos actúa en beneficio de lo que requiere la especie para sobrevivir, pues
el humano subvierte el orden ‘natural’ mediante la cultura. El sujeto como tal, funcionando
en tanto que sujeto, es otra cosa y para quien sabe oírla, toda su conducta habla desde otra
parte. El sujeto es sujeto de la enunciación no del enunciado (moi), diferente al sujeto de la
ciencia que es puro enunciado y donde no hay posibilidad de enunciación. Como ejemplo es
evidente la cuestión del amor. Es manifiesto que el amor propio, el narcisismo, tiene como
punto central el hedonismo (búsqueda del bien = placer inmediato) propio del ego, siendo
esto lo que embauca, frustra a la vez, nuestro placer inmediato y las satisfacciones que
podríamos extraer de nuestra ‘superioridad’ como especie respecto al placer. Por esta vía
irrumpe la libido, la pulsión, el proceso primario, y no permite que el sujeto se satisfaga si no
es mediante un telón de fondo de la insatisfacción, del deseo siempre insatisfecho. Si no se
comprende esto, la tentación de seguir por un camino diferente al planteado por Freud es
amplia, al tiempo que se tiende a incomprender su texto en una suerte de delirio que
interpreta la noción del ‘yo’, asumiendo como ‘una cierta capacidad adaptativa’, heredando el
error de los sucesores psicologistas. En ese tipo de elucubraciones, propias del grupo que
psicologiza al análisis, el ‘moi’ es central. Parten de una psicología general que tiende, como
en uno de sus casos, a proyectar sus postulados hacia una ‘autonomía del ego’, y ni qué decir
sobre las ideas de adaptación, resocialización, etcétera, de egos sociópatas. En la misma vía
está el sueño de la armonización pulsional, o de las emociones del sujeto, en fin, psicología
que piensa el asunto del bien desde una moral que está perfectamente acomodada a la
demanda social en la que el sujeto es embaucado con la identificación pretendida en una
homogeneización obliterante.
Cap II. Saber, verdad y opinión.
El concepto ‘yo’ en la teoría freudiana no es equivalente al de la teoría clásica tradicional,
aunque la prolongue: en la teoría freudiana el ‘yo’ cobra un valor funcional. El recorrido,
entonces, viene desde Sócrates. En su época este tema era entendido diferente a la manera
como se entiende el ‘yo’ en la actualidad. Enlazando con el máximo bien, con la perfección,
‘areté’, que da cuenta de la realización total del individuo, la concepción arcaica del ‘yo’
cayó bajo sospecha un tiempo después de lo propuesto por Sócrates. Al respecto, el
psicoanálisis asume que se trata del viraje de la relación del hombre consigo mismo, hacia
‘otra cosa’. Así el psicoanálisis tiene valor de revolución copernicana. Toda la relación del
hombre consigo mismo cambia de perspectiva con el descubrimiento freudiano. Sin embargo,
surge una tentativa de fusión del psicoanálisis en la psicología general. La idea de un
desarrollo individual unilineal, preestablecido, con etapas que se presentan cada una a su
turno conforme a una tipicidad determinada, es pura y simplemente el abandono de la
contribución esencial del análisis (Freud no habla de evolución ni maduración en el sentido
positivista).
En este punto Lacan plantea una discusión sobre el diálogo platónico y el análisis, apuntando
a que la cuestión de la ‘episteme’, el saber científico ligado a una coherencia formal, no
puede abarcar todo el campo de la experiencia humana. En el Menón hay algo que escapa a
esta episteme: la virtud (la verdad excede al saber). La areté orienta la realización total del
individuo. La areté es un saber que hace virtuosos a los hombres, intransferible, no es un
saber formal científico, o epistémico. La ciencia apunta a saber porqué la formalización en
algún punto borra la verdad. También introduce la cuestión de la ortodoxia, la opinión
verdadera, como la que permite una acción determinada, siendo a la vez revelador que lo que
existe de verdadera en ella no es aprehensible por su saber ligado-científico. La verdad en
estado naciente no es la verdad de la ciencia (V O F), tiene que ver con esa verdad que no se
puede enseñar formalmente. Todo en la acción analítica es anterior a la constitución de un
saber, lo que no impide constituir algo de la misma naturaleza, del orden del saber, ‘a
posteriori’.
Ahora, desde el lugar de quien escucha en la relación analítica, existe una paradoja: cuanto
más se sabe, mayor es el riesgo. El psicoanalista debe formarse, moldearse, fuera del dominio
de donde se sedimenta su saber. La ‘episteme’ moderna ha realizado muchos progresos,
tantos que hoy no es la misma que propone Sócrates. Pero la actual no deja de tener en su
interior un fundamento de coherencia. Justamente, la ciencia experimental, la psicología, se
mantiene en el campo de plantear al individuo como centro, refiriéndose a la adaptación
dentro de un marco coherente ligado a su entorno, o a su aspiración, lo que es radicalmente
diferente al planteamiento psicoanalítico, y todo básicamente por el estatuto que se le otorga
al ‘moi’ (Imaginario). La meta y la paradoja del Menon es mostrarnos que la episteme, el
saber ligado por una coherencia formal, no abarca todo el campo de la experiencia humana,
no hay una episteme de la virtud, de aquello que realiza la perfección. No hay ciencia de la
verdad, la ortodoxa es la opinión verdadera. Lacan dice que Freud práctica en el arte de
analizar. Hay que guiar al sujeto a la reminiscencia para que recuerde el saber.
La experiencia del Menón: Menon le pregunta a Sócrates ¿Qué es la virtud? ¿Se puede
enseñar? Socrates responde con la teoría de la reminiscencia: existe un “saber” que no se
conoce pero a partir de echar cierta luz puedo llegar a él; habría que recordar algo que está
olvidado. Para Koyré esto tenía que ver con un “saber icc” que habría que hacer consciente,
para lacan no. Queriendo dar a Menón un ejemplo de la forma en que se constituye el
discurso de la ciencia, mostrándole que no hay necesidad de saber tanto, Sócrates toma al
esclavo y dirá que lo sabe todo, y no basta más que despertarlo (echar luz sobre él). El Menón
muestra cómo se hace salir la verdad de la boca del esclavo, es decir, de cualquiera, y que
cualquiera está en posesión de las formas eternas. Su despertar en el sujeto explica el paso de
la ignorancia al conocimiento. Socrates no es analista porque sabe la respuesta, sabe donde
llegar y el analista no (en este caso es El Menon, que interroga).
La verdad en juego es cómo duplicar la superficie del cuadrado. El esclavo empieza por
equivocarse ya que responde intuitivamente. Su procedimiento conduce al error de creer que
duplicando el lado quedará duplicada la superficie. El esclavo ve perfectamente que la
superficie construida a partir de la duplicación del lado de 2 es el doble de lo que se hubiera
querido obtener: 16 en lugar de 8. Pero con esto no avanza en la solución del problema, y
Sócrates es quien le muestra que al eliminar las cuatro esquinas del cuadrado grande se le
sustrae exactamente la mitad, o sea 8, representando la solución buscada. El resultado es
obtenido gracias a la noción que se tiene de los números, que 8 es la mitad de 16. Pero lo que
se obtiene no son 8 cuadrados. Tenemos en el centro 4 y un elemento irracional, raíz cuadrada
de 2, que no está dado en el plano intuitivo (imaginario). Hay aquí pasaje de un plano de
ligazón intuitivo a un plano de ligazón simbólico. Esta demostración del paso de lo
imaginario a lo simbólico, la efectúa el amo. Sócrates es quien introduce que 8 es la mitad de
16. El esclavo, con toda su reminiscencia y su intuición inteligente ve la buena forma a partir
del momento en que esta le es señalada.
Aquí palpamos el clivaje entre el plano de lo imaginario, lo intuitivo, donde funciona la
reminiscencia; y la función simbólica, que de ningún modo le es homogénea y cuya
introducción en la realidad constituye un forzamiento. Clivaje que implica cortar sin romper,
vemos que es inconmensurable. Imaginariamente no se llega a la respuesta, hay que agregarle
otro elemento simbólico que nos lleva a hablar, a la palabra que siempre tiene algo más que
no sabemos, que no termina de cerrar nunca. La disertación socrática sobre el amo y el
esclavo equivale en parte a la cuestión que pone en juego el análisis, que con su marco
epistemológico propone un paso hacia ‘otra dirección’: de lo imaginario a lo simbólico.
El esclavo no puede dar el paso, queda aún en el campo de lo imaginario, es el amo-maestro
que proporciona el paso. Es en el paso en el que se genera un clivaje, lo cual interesa porque
muestra una detención elegida ante la homogeneización, y la introducción de una realidad
forzada, que es sentida como impuesta. Este es el logro, junto a tantos otros, del surgimiento
de la palabra, para la humanidad y para el sujeto. Así vemos que no deja de cuestionar
profundamente el valor de la invención simbólica, del surgimiento de la palabra. La aparición
del símbolo tiene la propiedad de historizar, de generar su propio pasado, lo cual sucede en
todo campo del saber a partir de una base intuitiva, imaginaria, lo que genera siempre un
error: considerar que ‘eso’ (lo que sea) ya estaba ahí.
Freud es categórico al respecto: lo que diferencia en buena parte su teoría de las demás es
considerar que el ‘yo’ es una instancia que no estaba, que se construye. A partir del momento
en que una parte del mundo simbólico emerge, ella crea, en efecto, su propio pasado. Pero no
de la misma manera que la forma a nivel intuitivo. Justamente en la confusión de ambos
planos estriba el error, el error de creer que lo que la ciencia constituye mediante la
intervención de la función simbólica estaba allí desde siempre, que está dado. Este error
existe en todo saber, en la medida en que este es tan solo una cristalización de la actividad
simbólica y que, una vez constituido, lo olvida. En todo saber hay, una vez constituido, una
dimensión de error, la de olvidar la función creadora de la verdad en su forma naciente. Los
analistas trabajamos en la dimensión de esa verdad en estado naciente. Lo que descubrimos
en el análisis está a nivel de la ortodoxa. Todo lo que opera en el campo de la acción analítica
es anterior a la constitución del saber, lo cual no impide que operando en este campo
hayamos constituido un saber que incluso mostró ser excepcionalmente eficaz.
Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo aquello que lo ha constituido, sus
padres, sus vecinos, toda la estructura de la comunidad, que lo han constituido no sólo como

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