Clínica I: Fundamentos
psicoanalíticos
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ÍNDICE
Freud, S. (1980). Estudios sobre la histeria. Obras Completas. Tomo II. Buenos Aires:
Amorrortu, 1893-1895 ------- p.3
Freud, S. (1992). Carta 69 (21 de setiembre de 1897). Obras Completas. Tomo I. Buenos Aires:
Amorrortu, 1897. ----- p.15
Freud, S. (1991). La Interpretación de los sueños, capítulo VII. Obras Completas. Tomo V. Buenos
Aires: Amorrortu, 1900. ----- p.16
Freud, S. (1992). Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis. Obras
Completas. Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu, 1906. ----- p.43
Freud, S. (1992). Tres ensayos de teoría sexual, Partes II y III. Obras Completas. Tomo VII. Buenos
Aires: Amorrortu, 1905. ----- p.50
Freud, S. (1991). Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. Obras Completas.
Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1911. ----- p.63
Freud, S. (1991). Sobre la dinámica de la transferencia. Obras Completas. Tomo XII. Buenos Aires:
Amorrortu, 1912. ----- p.66
Freud, S. (1991). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras Completas. Tomo
XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1912. ----- p.72
Freud, S. (1991). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Obras Completas. Tomo XII,
Buenos Aires: Amorrortu, 1914 ----- p.73
Freud, S. (1991). Recordar, repetir y reelaborar. Obras Completas. Tomo XII. Buenos Aires:
Amorrortu, 1914. ----- p.78
Freud, S. (1992). Introducción del narcisismo. Obras Completas. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu,
1914. ----- p.80
Freud, S. (1992). Pulsiones y sus destinos. Obras Completas. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu,
1915. ----- p.94
Freud, S. (1992). La represión. Obras Completas. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1915. -- p.98
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Freud, S. (1992). Lo inconsciente. Obras Completas. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1915. --
p.102
Freud, S. (1991). Conferencias de Introducción al Psicoanálisis números 17, 18, 20 y 23. Obras
Completas Tomo XVI. Buenos Aires: Amorrortu, 1916-18. --- p.131
Freud, S. (1991). Conferencia 19: Resistencia y Represión. Obras Completas. Tomo XVI. Buenos
Aires: Amorrortu,1917. --- p.156
Freud, S. (1992). Más allá del principio del placer. Obras Completas. Tomo XVIII. Buenos Aires:
Amorrortu, 1920. --- p.163
Freud, S. (1991). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Números 30 y 31. Obras
Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu, 1932. --- p.189
Freud, S. (1992). El Yo y el Ello. Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu, 1923. ---
p.220
Freud, S. (1992). El sepultamiento del complejo de Edipo. Obras Completas. Tomo XIX. Buenos
Aires: Amorrortu. 1924. --- p.237
Freud, S. (1992). Psicología de las masas y análisis del Yo. Obras Completas. Tomo XVIII. Buenos
Aires: Amorrortu, 1921. --- p.244
Freud, S. (1992). Inhibición, síntoma y angustia caps. 2, 3, 4 y 8 . Obras Completas. Tomo XX.
Buenos Aires: Amorrortu, 1925. --- p.285
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Freud, S. (1980). Estudios sobre la histeria.
Obras Completas. Tomo
II.
Buenos Aires: Amorrortu, 1893-1895.
Suele considerarse a los Estudios sobre la histeria el punto de partida del psicoanálisis.
Rara vez se aprecia en grado suficiente que quizás el más importante de los logros de
Freud fue su invención del primer instrumento para el examen científico de la mente
humana. Uno de los rasgos más fascinantes del presente volumen es que nos permite
rastrear las etapas iniciales del desarrollo de ese instrumento.
Anna O., la paciente de Breuer, puso de relieve y superó ella misma el primero de estos
obstáculos: la amnesia característica del paciente histérico. Cuando se trajo a la luz la
existencia de esta amnesia, de inmediato se advirtió que el contenido psíquico
manifiesto de la paciente no lo era todo, que había detrás un contenido psíquico
inconciente (págs. 68 y sigs.). Así pues, desde el principio quedó en claro que el
problema no consistía meramente en la investigación de procesos psíquicos candentes,
para los cuales bastarían los métodos de indagación ordinarios de la vida cotidiana; si
también había procesos psíquicos inconcientes, se requería a todas luces un instrumento
especial. El instrumento obvio para este propósito era la sugestión hipnótica utilizada,
no con fines directamente terapéuticos, sino para persuadir al paciente a que produjera
material oriundo de la región inconciente de la psique. Con Anna O. apenas se hizo
necesario recurrir a este medio; ella producía torrentes de material de su inconciente, y
todo lo que Breuer tenía que hacer era sentarse a su lado y escucharla sin interrumpirla.
Por lo demás, no todos los histéricos eran tan accesibles como Anna O.; no con
cualquiera se obtenía con tanta prontitud la hipnosis profunda en que ella caía,
aparentemente por propia voluntad.
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Y aquí surgió un nuevo obstáculo: Freud nos dice que estaba lejos de ser un adepto del
hipnotismo. En este libro nos relata varias veces (v. gr., págs. 125 y sigs.) cómo eludió
esta dificultad, cómo renunció poco a poco a sus tentativas de producir la hipnosis y se
contentó con llevar a sus pacientes a un estado de «concentración» recurriendo
ocasionalmente a la «técnica de la presión sobre la frente». Pero justamente fue su
abandono del hipnotismo lo que amplió aún más su intelección de los procesos
psíquicos, revelándose la presencia de otro obstáculo: la resistencia de los pacientes al
tratamiento (págs. 168, y 275 y sigs.), su renuencia a cooperar en su propia curación.
En los años inmediatamente posteriores a los Estudios, Freud abandonó cada vez más
la mecánica de la sugestión deliberada (cf. pág. 128«.) y pasó a confiar en el flujo de
«asociaciones libres» de los pacientes. Esto abrió el camino para el análisis de los
sueños.
En lo fundamental, la posición teórica adoptada por los autores de la «Comunicación
preliminar» parece, a primera vista, simple. Afirman que, en el decurso normal, si una
vivencia es acompañada por un gran monto de «afecto», ese afecto o bien es
«descargado» en una variedad de actos reflejos concientes, o bien desaparece
gradualmente por asociación con otro material psíquico conciente. Pero en el caso de
los pacientes histéricos (por razones que enseguida elucidaremos) no sucede ni una cosa
ni la otra. El afecto permanece «estrangulado» y el recuerdo de la vivencia a la que está
adherido es suprimido de la conciencia. A partir de entonces el recuerdo afectivo se
exterioriza en síntomas histéricos, que pueden considerarse «símbolos mnémicos» o
sea, mbolos del recuerdo sofocado (pág. 109). Para explicar esta formación
patológica se ofrecen dos razones principales. Una es que la vivencia original tuvo lugar
hallándose el sujeto en un particular estado de disociación mental, que se describe
como «estado hipnoide»; la otra es que el «y del sujeto,
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considerando que esa vivencia era «inconciliable» con él, debió «defenderse» de ella.
En ambos casos, la eficacia terapéutica del procedimiento «catártico» se justifica con
igual fundamentación; si la vivencia original, junto con su afecto, puede ser traída a la
conciencia, el afecto es por ese mismo hecho descargado o «abreaccionado», la fuerza
que ha mantenido.
En el caso de la histeria «traumática» es evidente que fue el accidente el que provocó el
síndrome; y si en unos ataques histéricos se infiere, de las exteriorizaciones de los
enfermos.
Ahora bien, nuestras experiencias nos han mostrado que los síntomas más diferentes,
tenidos por operaciones espontáneas, por así decir idiopáticas, de la histeria mantienen
con el trauma ocasionador un nexo tan estricto como aquellos otros fenómenos más
transparentes en este sentido.
No es raro que en la histeria corriente hallemos, en lugar de un gran trauma, varios
traumas parciales, unas ocasiones agrupadas que sólo en su sumación pudieron
exteriorizar efecto traumático y forman una trama en la medida en que constituyen los
capítulos de una historia de padecimiento. En otros casos, en cambio, son circunstancias
al parecer indiferentes en mismas las que por su conjugación con el suceso de genuina
eficacia, o con un momento temporal, particularmente sensible, han adquirido la
dignidad de traumas, que de otro modo no les correspondería, pero que conservan desde
entonces.}
Sin embargo, el nexo causal del trauma psíquico ocasionador con el fenómeno histérico
no es tal que el trauma, como agente provocateur {agente provocador}, desencadenaría
al síntoma, el cual subsistiría luego, ya devenido autónomo.
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Descubrimos, en efecto, al comienzo para nuestra máxima sorpresa, que los síntomas
histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía
despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al
mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso
de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto. Un recordar no
acompañado de afecto es casi siempre totalmente ineficaz; el decurso del proceso
psíquico originario tiene que ser repetido con la mayor vividez posible, puesto en status
nascendi y luego «declarado» {«Aussprechen»}. En tal caso, cuando los fenómenos
respectivos son de estimulación, como convulsiones, neuralgias, alucinaciones, ellos
afloran una vez más con intensidad total y luego desaparecen para siempre.
El empalidecimiento o pérdida de afectividad de un recuerdo depende de varios factores.
Lo que sobre todo importa es si frente al suceso afectante se reaccionó enérgicamente o
no. Por «reacción» entendemos aquí toda la serie de reflejos voluntarios e involuntarios
en que, según lo sabemos por experiencia, se descargan los afectos: desde el llanto hasta
la venganza. Si esta reacción se produce en la escala suficiente, desaparece buena parte
del afecto; nuestra lengua testimonia este hecho de observación cotidiana mediante las
expresiones «sich austoben» {«desfogarse»), «sich ausweinen» («desahogarse
llorando»}, etc. Si la reacción es sofocada, el afecto permanece conectado con el
recuerdo. Un ultraje devuelto, aunque lo sea de palabra, es recordado de otro modo
que un ultraje que fue preciso tragarse.
La «abreacción» no es, empero, el único modo de tramitación de que dispone el
mecanismo psíquico normal de la persona sana cuando ha experimentado un trauma
psíquico. Su recuerdo, aunque no se lo abreaccione, entra en el gran complejo de la
asociación, se inserta junto a otras vivencias que acaso lo contradicen, es rectificado por
otras representaciones. Por ejemplo, tras un accidente, al recuerdo del peligro y a
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la repetición (debilitada) del terror se acopla el recuerdo de lo que luego sobrevino, el
rescate, la conciencia de la actual seguridad.
Ahora bien, de nuestras observaciones se sigue que los recuerdos que han devenido
ocasionamientos de fenómenos histéricos se han conservado durante largo tiempo con
asombrosa frescura y con su plena afectividad. Aquí debemos mencionar otro hecho
llamativo, que hemos de valorizar luego: los enfermos no disponen de estos recuerdos
como disponen del resto de su vida. Al contrario, estas vivencias están completamente
ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual, o están ahí
presentes sólo de una manera en extremo sumaria. Únicamente si se indaga a los
enfermos en estado de hipnosis, esos recuerdos acuden con la vividez intacta de unos
acontecimientos frescos.
En efecto, se demuestra que esos recuerdos corresponden a traumas que no han sido
suficientemente «abreaccionados», y a poco que ahondemos en las razones que
impidieron esto último descubriremos al menos dos series de condiciones bajo las
cuales es interceptada la reacción frente al trauma.
En el primer grupo incluimos los casos en que los enfermos no han reaccionado frente
a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del trauma excluía una reacción
(como por ejemplo la pérdida, que se presentó irreparable, de una persona amada), o
porque circunstancias sociales la imposibilitaron, o porque se trataba de cosas que el
enfermo quería olvidar y por eso adrede las reprimió {desalojó}" de su pensar
conciente, las inhibió y sofocó.
La segunda serie de condiciones no están comandadas por el contenido de los recuerdos,
sino por los estados psíquicos en que sobrevinieron las vivencias en cuestión; en la
hipnosis, uno halla como ocasionamiento de síntomas histéricos
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también representaciones que, sin ser significativas en mismas, deben su
conservación a la circunstancia de haberse generado en afectos graves y paralizantes,
como el terror, o directamente en estados psíquicos anormales, como el estado
crepuscular semihipnótico del soñar despierto, los estados de autohipnosis y fenómenos
similares.
Cabe decir, pues, que las representaciones devenidas patógenas se conservan tan frescas
y con tanto vigor afectivo porque les es denegado el desgaste normal por abreacción y
por reproducción en estados de asociación desinhibida.
Pues bien; mientras más nos ocupábamos de estos fenómenos, más seguro se volvía
nuestro convencimiento de que aquella escisión de la conciencia, tan llamativa como
double conscience en los casos clásicos consabidos, existe de manera rudimentaria en
toda histeria; entonces, la inclinación a disociar y, con ello, al surgimiento de estados
anormales de conciencia, que resumiremos bajo el nombre de «hipnoides», sería el
fenómeno básico de esta neurosis.
Por eso, a la tesis a menudo enunciada: «La hipnosis es una histeria artificial», nos
gustaría adjuntar esta otra: «Base y condición de la histeria es la existencia de estados
hipnoides». Estos últimos, a pesar de su diversidad, coinciden entre y con la hipnosis
en un punto: las representaciones que en ellos afloran son muy intensas, pero tienen
bloqueado el comercio asociativo con el restante contenido de la conciencia. Esos
estados hipnoides son asociables entre sí, y su contenido de representación puede
alcanzar por este camino grados más o menos elevados de organización psíquica. Por
lo demás, la naturaleza de esos estados y el grado de su segregación de los restantes
procesos de conciencia pueden variar de un modo semejante al que vemos en la
hipnosis, que se extiende desde la somnolencia ligera al sonambulismo, del recuerdo
pleno a la amnesia absoluta.
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Si tales estados hipnoides existen antes que se contraiga la enfermedad manifiesta,
ofrecen el terreno sobre el cual el afecte instalará al recuerdo patógeno junto con los
fenómenos somáticos que son su consecuencia. Este comportamiento corresponde a la
histeria de predisposición. Pero de nuestras observaciones se sigue que un trauma grave
(como el de la neurosis traumática), una sofocación trabajosa (p.ej., del afecto sexual),
pueden producir una escisión de grupos de representaciones aun en quienes ese
fenómeno no preexistía, y este sería el mecanismo de la histeria adquirida
psíquicamente. Entre los extremos de ambas formas es preciso admitir una serie, dentro
de la cual la proclividad a la disociación en el individuo considerado, por una parte, y
la magnitud afectiva del trauma, por la otra, varían en sentidos contrapuestos.
Respecto de los ataques histéricos podemos repetir casi las mismas aseveraciones que
hemos formulado para los síntomas histéricos permanentes. Como es sabido, poseemos
una descripción esquemática, dada por Charcot, del «gran» ataque histérico, que en la
secuencia de un ataque completo permite discernir cuatro fases: 1) la epileptoide; 2) la
de los grandes movimientos; 3) la de las attitudes passionnelles (la fase alucinatoria), y
4) la del delirio terminal. De la abreviación y alargamiento, de la falta y el aislamiento
de cada una de esas fases hace surgir Charcot todas aquellas formas del ataque histérico
que de hecho se observan con mayor frecuencia que el gran ataque completo.
Nuestro intento de explicación se refiere a la tercera fase, la de las actitudes
passionnelles. Toda vez que ella aparece de manera marcada, contiene meramente la
reproducción alucinatoria de un recuerdo sustantivo para el estallido de la histeria.
Ahora bien, existen también ataques que en apariencia consisten sólo en fenómenos
motores, y a los que les falta una phase passionnelle. Si en uno de esos ataques de
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convulsiones generales, rigidez cataléptica, o en un attaque de sommeil, se consigue
establecer un rapport con el enfermo, o, todavía mejor, si se logra suscitar el ataque en
estado de hipnosis, se descubre que también le subyace el recuerdo del trauma psíquico
o de una serie de traumas, el mismo que de ordinario cobra relieve en una fase
alucinatoria.
Por otra parte, los recuerdos que afloran en los ataques histéricos, o que pueden ser
evocados en medio de ellos, se corresponden en sus restantes aspectos con las ocasiones
que dilucidamos como los fundamentos de síntomas histéricos permanentes. Igual que
estos, atañen a traumas psíquicos que no se tramitaron por vía de abreacción ni por un
trabajo asociativo del pensar; e igual que ellos, se sustraen enteramente, o en sus partes
esenciales, a la capacidad mnémica de la conciencia normal y muestran pertenecer al
contenido de representación de estados de conciencia hipnoides con asociación
restringida. Por último, admiten también la prueba terapéutica. Según nos lo enseñaron
a menudo nuestras observaciones, un recuerdo de esta clase que había provocado
ataques queda inhabilitado de hacerlo si en la hipnosis se lo lleva hasta la reacción y
rectificación asociativa.
Los fenómenos motores del ataque histérico se pueden interpretar en parte como unas
formas de reacción generales para el afecto acompañante del recuerdo (como la
agitación de todos los miembros, de la cual ya el lactante se sirve), en parte como unos
movimientos expresivos directos de ese recuerdo; pero en otra parte se sustraen de
esta explicación, iguales en esto a los estigmas histéricos en el caso de los síntomas
permanentes.
Una particular apreciación del ataque histérico se obtiene, además, si uno toma en
cuenta la teoría antes indicada, a saber, que en la histeria están presentes grupos de
representaciones generadas en estados hipnoides, excluidas del comercio asociativo
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con los restantes grupos pero asociables entre sí, y que de ese modo constituyen, con
una organización más o menos alta, el rudimento de una conciencia segunda, de una
«condition seconde». Según eso, un síntoma histérico permanente corresponde a una
penetración de ese estado segundo en la inervación corporal gobernada de ordinario por
la conciencia normal; en cambio, un ataque histérico atestigua una organización más
alta de ese estado segundo, e indica, cuando nace, un momento en que esa conciencia
hipnoide se ha apoderado de la existencia total, vale decir, una histeria aguda; pero,
cuando es un ataque recurrente en el que está contenido un recuerdo, indica un retorno
de este último.
La trayectoria típica de una histeria grave es, como sabemos, la siguiente: primero se
forma en estados hipnoides un contenido de representación que luego, cuando ha
tomado el suficiente incremento, se apodera, durante un período de «histeria aguda»; de
la inervación corporal y de la existencia del enfermo, crea síntomas permanentes y
ataques, y luego sana, salvo algunos restos. Si la persona normal consigue cobrar de
nuevo el gobierno, lo que ha sobrevivido de aquel contenido de representación hipnoide
retorna en ataques histéricos y de tiempo en tiempo devuelve a la persona a esos estados,
que a su vez son influibles y receptivos para eventuales traumas. Luego es frecuente
que se establezca una suerte de equilibrio entre los grupos psíquicos que se encuentran
reunidos en la misma persona; ataques y vida normal se suceden los unos a la otra, sin
influirse entre sí. El ataque sobreviene entonces de manera espontánea, como a nosotros
mismos suelen acudimos los recuerdos.
Ahora se entiende el modo en que produce efectos curativos el método de psicoterapia
por nosotros expuesto. Cancela la acción eficiente Je la representación originariamente
no abreaccionada, porque permite a su afecto estrangulado el decurso a través del decir,
y la lleva hasta su rectificación asociativa al introducirla en la conciencia normal
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(en estado de hipnosis ligera) o al cancelarla por sugestión médica, como ocurre en el
sonambulismo con amnesia.
Consideramos sustantiva la ganancia terapéutica que se logra aplicando este
procedimiento. Desde luego, no curamos la histeria en tanto ella es predisposición;
tampoco conseguimos nada contra el retorno de estados hipnoides. Y aun, durante el
estadio productivo de una histeria aguda, nuestro procedimiento no puede prevenir
que los fenómenos laboriosamente eliminados sean sustituidos enseguida por otros
nuevos. Pero transcurrido ese estadio agudo, y cuando quedan pendientes los restos de
él como síntomas permanentes y ataques histéricos, nuestro método los elimina a
menudo y para siempre, porque lo hace radicalmente; creemos que en esto lleva
mucha ventaja, por su eficacia, a la cancelación sugestiva directa como hoy la ejercitan
los psicoterapeutas.
Si con el descubrimiento del mecanismo psíquico de fenómenos histéricos hemos
avanzado un paso por la vía que Charcot inauguró tan fecundamente al explicar y
obtener la imitación experimental de parálisis histerotraumáticas, no se nos escapa,
empero, que así sólo nos hemos acercado al conocimiento del mecanismo de síntomas
histéricos, y no al de las causas internas de la histeria. No hemos rozado más que la
etiología de la histeria, y en verdad podemos iluminar únicamente las causas de las
formas adquiridas, el valor del factor accidental para la neurosis.
Freud decía que la histeria es una enfermedad conocida del tiempo de Aristóteles. Los
griegos tenían la idea de que lo que ocurría en la histeria era que el útero (histeria
significa útero) se le movía de lugar a la mujer y eso era lo que provocaba las
CLASE DESGRABADA
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diferentes dolencias. Freud lleva Viena la idea de que la histeria no es solo de la
mujer.
Freud comenzó trabajando en la clínica con lo que se llamaban tratamientos físicos y
tratamientos morales.
Los físicos eran hidroterapia, terapia a través terapia de agua, electroterapia (le daban
descargas eléctricas en las zonas afectadas). Terapias a través de fármacos, cura del
sueño. Eran muy inefectivos para los pacientes de la época. No modificaban la
sintomatología histérica, en muchos casos la reformaban.
Los morales eran tratamientos fuertemente directivos y autoritarios, el médico dirigía
y encauzaba moralmente al paciente desde una perspectiva paternalista. lo que se
llamaba en ese momento una pedagogía moral.
Los tratamientos de él partían de la idea de que el médico sabía que era lo mejor para el
paciente. Persuadir al paciente, directamente se pretendía que el paciente hiciera lo que
el médico decía.
También va a utilizar el método de sugestión hipnótica. Para él la hipnosis es útil para
el tratamiento de la histeria. Entonces comienza a trabajar con pacientes histéricos y
neuróticos mediante la hipnosis. A partir de ello, Freud comienza a ver que la sugestión
es de poco alcance, el síntoma se va pero vuelve.
Luego de abandonar este método va a comenzar a trabajar con el método catártico. Parte
de la base de que el síntoma es ocasionado por un hecho traumático, de que hubo una
escena traumática que quedó reprimida, esta escena no se recuerda. Se parte del
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síntoma y a partir del síntoma se van buscando escenas traumáticas que pudieran
haberlo provocado, uno o varios.
Cuando el paciente bajo el efecto de la hipnosis recuerda esta escena traumática, que
para Freud estaba reprimida, une el recuerdo de esa escena con el afecto.
Freud en determinado momento va a abandonar la hipnosis, un punto es porque no
lograba hipnotizar a todos los pacientes, otro porque el síntoma volvía.
Por un momento utiliza un método que lo denomina método de concentración (mano en
la frente). Se recostaba el paciente en el diván (aparece el diván) y estaba en estado de
vigilia, es decir despierto. Se partía del síntoma al igual que en el método catártico y
partiendo del síntoma Freud le decía al paciente que le iba a apoyar la mano en la frente
y que cuando se le apoyaba se le iba a venir su recuerdo el hecho traumático que
estaba vinculado con el síntoma.
Luego de abandonarlo va a llegar al método de la asociación libre y que consiste en no
buscar un hecho traumático que haya originado el síntoma, no tiene por qué haber un
trauma. Consiste en pedirle al paciente que vaya diciendo lo primero que se le vaya
apareciendo en la cabeza sin importar que parezca absurdo, insignificante, inmoral, que
no viene al caso, ridículo, que le resulte doloroso decirlo o que le cueste decirlo. Sin
intentar encontrar nada específico.
Aprendiendo de todos estos métodos. del trabajo con los pacientes se va a llegar a
método psicoanalítico . Freud no lo crea solo, sino que lo crea en coautoría con sus
pacientes histéricas.

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