Pulsión y repetición que requieren, de allí en más, de un concepto de "fijación" que, si
bien ya estaba presente desde el "Proyecto de una psicología para neurólogos" de
1895, toma mayor relevancia en la medida en que la fijación, en relación con la
represión primaria, dan las claves de la repetición pulsional del síntoma. Cabe
diferenciar la fijación en relación con el trauma, como fijación al trauma y de allí su
relación con la represión primaria, condición de posibilidad de la formación de síntoma;
de la fijación de la libido. Esta última da lugar, en la vida adulta, a un modo de
satisfacción de las pulsiones parciales y las zonas erógenas de la sexualidad infantil,
satisfacciones infantiles que, al producirse en la vida adulta, resultan anacrónicas.
Freud llamó "infantilismo" a tales comportamientos y posiciones subjetivas. Se
presentan en toda neurosis y se manifiestan tanto en los síntomas como también en
las diferentes ubicaciones subjetivas en la vida familiar, laboral, amorosa y social. Esto
nos permite leer sus manifestaciones, desde la "miseria neurótica" en diferentes
formas de egoísmo, desconsideración, agresividad, aislamiento social, rivalidades
inútiles, hasta llegar a expresiones cínicas o incluso canallas, que lamentablemente, en
ocasiones, son valoradas en ciertos ambientes sociales.
En "Más allá del principio del placer" (1920) es la fijación al trauma lo que lo lleva a
Freud a construir una novedad en cuanto a la repetición. En el capítulo V, destaca la
función e importancia de la barrera de protección anti-estímulos para el aparato
psíquico. En el texto "Inhibición, síntoma y angustia" de 1926, retoma esta concepción
y reformula la teorización sobre el trauma, ubicándolo como la efracción provocada por
lo inasimilable de la intensidad de estímulos, en particular los pulsionales, que
romperían tal barrera, sin ser descargados ni ligados. Introduce, en su
conceptualización, de tal modo, una problemática en relación con lo imposible.
El desarrollo que inició en 1920 desembocó en la construcción que Sigmund Freud
hizo de la llamada "segunda tópica del aparato psíquico", en 1923, en el texto "El yo y
el ello". Pero no hubiera sido posible sin "Más allá del principio del placer", de 1920, ni
tampoco sin "Introducción del narcisismo", de 1914 -primer eslabón imprescindible de
la segunda tópica, donde abre un riquísimo panorama respecto del "yo", de su
formación narcisista y sexual, como también de su funcionamiento en diferentes
aspectos y escenarios de la vida.
En 1923, en el texto "El yo y el ello", abordará: en los dos primeros capítulos una
revisión del yo; en el tercer capítulo, una revisión del Ideal del yo, agregando una
nueva noción, "superyó", articulado a la identificación primordial y al Complejo de
Edipo. Hasta ahí leemos una valiosísima ampliación de su texto "Introducción del
narcisismo", una nueva "introducción" del narcisismo a partir de la pulsión y del Edipo,
seguramente -como fue toda la construcción epistémica que hizo Freud- consecuencia
de interrogantes que le presentaba su práctica clínica y la notable capacidad
generadora de nuevos conceptos que le permitían inteligir mejor lo que está en juego
en la intrincada naturaleza humana.
Los capítulos 4 y 5 de "El yo y el ello" son la revisión de "Más allá del principio del
placer", dejando, en su enunciación, la diferencia entre el Ideal del yo y el Superyó,
este último habitado por la pulsión de muerte, "duro y cruel" y por lo tanto, abogado
"obsceno e insensato" del Ello, según calificara Jacques Lacan al Superyó. Sitúa el