en el que el autor declara explícitamente, desde el prefacio, que el objeto de su libro es
él mismo son los Ensayos de Michel de Montaigne, cuya primera edición es de 1580. El
yo es, en efecto, un advenimiento en la historia de la cultura: toda la literatura antigua y
medieval lo desconocen con plenitud. Los antiguos no tienen un “espacio interior” más
o menos profundo, más o menos (in)accesible, que definiría su personalidad singular e
íntima; ellos se distinguen entre sí como entidades que no son privadas sino públicas, es
decir, políticas, porque cada uno de ellos sólo es lo que es en función de aquello que
dicen y que hacen frente a otros, con otros y contra otros; lexis y praxis: palabra
persuasiva y acción común. Nos hemos detenido en el punto en Pavesi (2020), texto que
figura como bibliografía obligatoria en la Unidad 1.1 de nuestro Programa. El yo
adviene, en una tremenda eclosión, bajo formas múltiples y muy variadas, discursivas y
no discursivas. Manifestaciones discursivas: aparece una literatura, o mejor, muchas
literaturas del yo y que no necesariamente se escriben en primera persona: memorias,
biografías, autobiografías, sin olvidar la novela –género novedoso en el que el personaje
esconde, para mejor mostrar, las experiencias íntimas del autor– y un género que
Gusdorf llama la “literatura no literaria”, libre de preocupaciones estéticas, en la que el
autor escribe para él mismo, su único lector, en el diario íntimo, o para un solo lector, en
la correspondencia. Esa literatura del yo se opone desde el primer momento al
racionalismo, al cosmopolitismo y al enciclopedismo de las Luces y desarrolla una
moral y una estética, o varias, una concepción del hombre en el mundo, un cierto
sentido de la religión, una cultura, en fin, que todavía es, o permite entender, la nuestra.
Manifestaciones no discursivas, además, igualmente múltiples y variadas, que se
muestran en la pintura –surgimiento del retrato y luego del autorretrato–, en la
invención del espejo, en la difusión de una indumentaria de la privacidad, el deshabillé,
y en las novedosas (re)organizaciones del espacio vivido: aparición del pasillo y del
tocador, del quiosco y del jardín inglés. Todas ellas son modos en los que se ejerce y se
disfruta una nueva forma de sociabilidad privada, opuesta y hostil a la mundanidad
convencional, un nuevo modo de ser con otros cuyo modelo son las mañanas a la
inglesa que Rousseau celebra en su novela Julia o la Nueva Eloísa (1761): el encuentro
con los íntimos, en un reducto campestre, agradable y apartado, el gusto por el silencio
compartido, el contacto con la naturaleza.
En lo que sigue nos detendremos brevemente en dos modos clásicos (esto quiere
decir, todavía vigentes) de la literatura del yo, esto son, los de Michel de Montaigne
(1533-1592) y los de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778); ambos tienen lugar principal