Pascal había planteado, correctamente, que todas las cosas son «causadas y causantes,
ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y que todas (subsisten) por un lazo natural
a insensible que liga a las más alejadas y a las más diferentes». Así es que el
pensamiento complejo está animado por una tensión permanente entre la aspiración a un
saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e
incompleto de todo conocimiento.
Esa tensión ha animado toda mi vida. Nunca pude, a lo largo de toda mi vida, resignarme
al saber parcelarizado, nunca pude aislar un objeto del estudio de su contexto, de sus
antecedentes, de su devenir. He aspirado siempre a un pensamiento multidimensional.
Nunca he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las verdades
profundas, antagonistas las unas de las otras, eran para mí complementarias, sin dejar de
ser antagonistas. Nunca he querido reducir a la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad.
Desde mis primeros libros he afrontado a la complejidad, que se transformó en el
denominador común de tantos trabajos diversos que a muchos le parecieron dispersos.
Pero la palabra complejidad no venía a mi mente, hizo falta que lo hiciera, a fines de los
años 1960, vehiculizada por la Teoría de la Información, la Cibernética, la Teoría de
Sistemas, el concepto de auto-organización, para que emergiera bajo mi pluma o, mejor
dicho, en mi máquina de escribir. Se liberó entonces de su sentido banal (complicación,
confusión), para reunir en sí orden, desorden y organización y, en el seno de la
organización, lo uno y lo diverso; esas nociones han trabajado las unas con las otras, de
manera a la vez complementaria y antagonista; se han puesto en interacción y en
constelación.
El concepto de complejidad se ha formado, agrandado, extendido sus ramificaciones,
pasado de la periferia al centro de mi meta, devino un macro-concepto, lugar crucial de
interrogantes, ligado en sí mismo, de allí en más, al nudo gordiano del problema de las
relaciones entre lo empírico, lo lógico, y lo racional. Ese proceso coincide con la gestación
de El Método, que comienza en 1970; la organización compleja, y hasta hiper-compleja,
está claramente en el corazón organizador de mi libro El Paradigma Perdido (1973). El
problema lógico de la complejidad es objeto de un artículo publicado en 1974 (Más alla de
la complicación, la complejidad, incluido en la primera edición de Ciencia con Conciencia).
El Método es y será, de hecho, el método de la complejidad.