La sociedad crea ciertas funciones comunes, de las que no puede prescindir. Las
personas nombradas para ellas forman una nueva rama de la división del trabajo dentro
de la sociedad. De este modo, asumen también intereses especiales, opuestos a los de
sus mandantes, se independizan frente a ellos y ya tenemos ahí el Estado. Luego, ocurre
algo parecido a lo que ocurre con el comercio de mercancías, y más tarde con el comercio
de dinero: la nueva potencia independiente tiene que seguir en términos generales al
movimiento de la producción, pero reacciona también, a su vez, sobre las condiciones y la
marcha de ésta, gracias a la independencia relativa a ella inherente, es decir, a la que se
le ha transferido y que luego ha ido desarrollándose poco a poco. Es un juego de
acciones entre dos fuerzas desiguales: de una parte, el movimiento económico, y de otra,
el nuevo poder político, que aspira a la mayor independencia posible y que, una vez
instaurado, goza también de movimiento propio. El movimiento económico se impone
siempre, en términos generales, pero se halla también sujeto a las repercusiones del
movimiento político creado por él mismo y dotado de una relativa independencia: el
movimiento del poder estatal, de una parte, y de otra el de la oposición, creada al mismo
tiempo que aquél. Y así como en el mercado de dinero, en términos generales y con las
reservas apuntadas más arriba, se refleja, invertido naturalmente, el movimiento del
mercado industrial, en la lucha entre el Gobierno y la oposición se refleja la lucha entre las
clases que ya existían y luchaban antes, pero también de un modo invertido, ya no
directa, sino indirectamente, ya no como una lucha de clases, sino como una lucha en
torno a principios políticos, de un modo tan invertido, que han tenido que pasar miles de
años para que pudiéramos descubrirlo.
La reacción del poder del Estado sobre el desarrollo económico puede efectuarse
de tres maneras: puede proyectarse en la misma dirección, en cuyo caso éste discurre
más de prisa; puede ir en contra de él, y entonces, en nuestros días, y si se trata de un
pueblo grande, acaba siempre, a la larga, sucumbiendo; o puede, finalmente, cerrar al
desarrollo económico ciertos derroteros y trazarle imperativamente otros, caso éste que
se reduce, en última instancia, a uno de los dos anteriores. Pero es evidente que en el
segundo y en el tercer caso el poder político puede causar grandes daños al desarrollo
económico y originar un derroche en masa de fuerza y de materia.
A estos casos hay que añadir el de la conquista y la destrucción brutal de ciertos
recursos económicos, con lo que, en determinadas circunstancia, podía antes aniquilarse
todo un desarrollo económico local o nacional. Hoy, este caso produce casi siempre
resultados opuestos, por lo menos en los pueblos grandes: a la larga, el vencido sale, a
veces, ganando -económica, política y moralmente- más que el vencedor.
Con el Derecho, ocurre algo parecido: al plantearse la necesidad de una nueva
división del trabajo que crea los juristas profesionales, se abre otro campo independiente
más, que, pese a su vínculo general de dependencia de la producción y del comercio,
posee una cierta reactibilidad sobre estas esferas. En un Estado moderno, el Derecho no
sólo tiene que corresponder a la situación económica general, ser expresión suya, sino
que tiene que ser, además, una expresión coherente en sí misma, que no se dé de
puñetazos a sí misma con contradicciones internas. Para conseguir esto, la fidelidad en el
reflejo de las condiciones económicas tiene que sufrir cada vez más quebranto. Y esto
tanto más raramente acontece que un Código sea la expresión ruda, sincera, descarada,
de la supremacía de una clase: tal cosa iría de por sí contra el «concepto del Derecho».
Ya en el Código de Napoleón [2] aparece falseado en muchos aspectos el concepto puro
y consecuente que tenía del Derecho la burguesía revolucionaria de 1792 y 1796; y en la
medida en que toma cuerpo allí, tiene que someterse diariamente a las atenuaciones de
todo género que le impone el creciente poder del proletariado. Lo cual no es obstáculo