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Ahora se dará usted cuenta de que este antagonismo no es más que la incapacidad del
señor Proudhon para comprender el origen terrenal y la historia profana de las categorías
que él diviniza.
Me he extendido ya demasiado y no puedo detenerme en las absurdas
acusaciones que el señor Proudhon lanza contra el comunismo. Por el momento,
convendrá usted conmigo en que un hombre que no ha comprendido el actual estado de
la sociedad menos aún comprenderá el movimiento que tiende a derrocarla y las
expresiones literarias de ese movimiento revolucionario.
El único punto en que estoy completamente de acuerdo con el señor Proudhon es
en su repulsión hacia la sensiblería socialista. Antes que él me he ganado ya muchos
enemigos por mis ataques contra el socialismo borreguil, sentimental, utopista. ¿Pero no
se hace el señor Proudhon ilusiones extras cuando opone su sentimentalismo de
pequeño burgués --me refiero a sus declamaciones acerca del hogar, el amor conyugal y
todas esas banalidades-- al sentimentalismo socialista, que en Fourier, por ejemplo, es
mucho más profundo que las presuntuosas banalidades de nuestro buen Proudhon? El
mismo comprende tan bien la vaciedad de sus argumentos, su completa incapacidad para
hablar de estas cosas, que se lía de pronto la manta a la cabeza y pronuncia furiosas
tiradas y exclamaciones (irae hominis probi), vocifera, despidiendo espumarajos por la
boca, jura, denuncia, maldice, se da golpes de pecho y se jacta ante Dios y ante los
hombres de hallarse puro de infamias socialistas. Se desvela por criticar el
sentimentalismo socialista o lo que él toma por sentimentalismo. Como un santo, como el
Papa, excomulga a los pobres pecadores y canta las glorias de la pequeña burguea y
las miserables, amorosas y patriarcales ilusiones del hogar. Esto no es casual. El señor
Proudhon es de pies a cabeza un filósofo y un economista de la pequa burguesía. En
una sociedad avanzada el pequeño burgués se hace necesariamente, en virtud de su
posición, socialista de una parte y economista de la otra, es decir, se siente deslumbrado
por la magnificencia de la gran burguesía y siente compasión por los dolores del pueblo.
Es al mismo tiempo burgués y pueblo. En su fuero interno se jacta de ser imparcial, de
haber encontrado el justo equilibrio, que proclama diferente del rmino medio. Ese
pequeño burgués diviniza la contradicción, porque la contradicción es el fondo de su ser.
No es más que la contradicción social en acción. Debe justificar tricamente lo que él
mismo es en la práctica, y al señor Proudhon corresponde el mérito de ser el intérprete
científico de la pequa burguesía francesa, lo que constituye un verdadero mérito, pues
la pequeña burguesía será parte integrante de todas las revoluciones sociales que han de
suceder.
Hubiera querido enviarle con esta carta mi libro de Economía política
[1]
, pero hasta
ahora no he conseguido imprimir esta obra ni mi crítica de los filósofos y socialistas
alemanes
[2]
, de la que le haben Bruselas. Le parecerán a usted inverosímiles las
dificultades que una publicación de este tipo encuentra en Alemania, tanto por parte de la
policía como por parte de los libreros, que son representantes interesados de toda s las
tendencias que yo ataco. En cuanto a nuestro propio partido, además de ser pobre, una
gran parte del Partido Comunista Alemán está enfadada conmigo porque me opongo a
sus utopías y a sus declamaciones.
Fragmentos carta de Engels a Schmidt sobre la relación entre estructura y
superestructura
Londres, 27 de octubre de 1890.
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La sociedad crea ciertas funciones comunes, de las que no puede prescindir. Las
personas nombradas para ellas forman una nueva rama de la división del trabajo dentro
de la sociedad. De este modo, asumen también intereses especiales, opuestos a los de
sus mandantes, se independizan frente a ellos y ya tenemos a el Estado. Luego, ocurre
algo parecido a lo que ocurre con el comercio de mercancías, y más tarde con el comercio
de dinero: la nueva potencia independiente tiene que seguir en rminos generales al
movimiento de la producción, pero reacciona también, a su vez, sobre las condiciones y la
marcha de ésta, gracias a la independencia relativa a ella inherente, es decir, a la que se
le ha transferido y que luego ha ido desarrollándose poco a poco. Es un juego de
acciones entre dos fuerzas desiguales: de una parte, el movimiento ecomico, y de otra,
el nuevo poder político, que aspira a la mayor independencia posible y que, una vez
instaurado, goza también de movimiento propio. El movimiento ecomico se impone
siempre, en rminos generales, pero se halla también sujeto a las repercusiones del
movimiento político creado por él mismo y dotado de una relativa independencia: el
movimiento del poder estatal, de una parte, y de otra el de la oposición, creada al mismo
tiempo que aquél. Y así como en el mercado de dinero, en rminos generales y con las
reservas apuntadas más arriba, se refleja, invertido naturalmente, el movimiento del
mercado industrial, en la lucha entre el Gobierno y la oposición se refleja la lucha entre las
clases que ya existían y luchaban antes, pero también de un modo invertido, ya no
directa, sino indirectamente, ya no como una lucha de clases, sino como una lucha en
torno a principios políticos, de un modo tan invertido, que han tenido que pasar miles de
os para que pudiéramos descubrirlo.
La reacción del poder del Estado sobre el desarrollo económico puede efectuarse
de tres maneras: puede proyectarse en la misma dirección, en cuyo caso éste discurre
más de prisa; puede ir en contra de él, y entonces, en nuestros días, y si se trata de un
pueblo grande, acaba siempre, a la larga, sucumbiendo; o puede, finalmente, cerrar al
desarrollo ecomico ciertos derroteros y trazarle imperativamente otros, caso éste que
se reduce, en última instancia, a uno de los dos anteriores. Pero es evidente que en el
segundo y en el tercer caso el poder político puede causar grandes daños al desarrollo
ecomico y originar un derroche en masa de fuerza y de materia.
A estos casos hay que adir el de la conquista y la destrucción brutal de ciertos
recursos económicos, con lo que, en determinadas circunstancia, poa antes aniquilarse
todo un desarrollo ecomico local o nacional. Hoy, este caso produce casi siempre
resultados opuestos, por lo menos en los pueblos grandes: a la larga, el vencido sale, a
veces, ganando -económica, política y moralmente- más que el vencedor.
Con el Derecho, ocurre algo parecido: al plantearse la necesidad de una nueva
división del trabajo que crea los juristas profesionales, se abre otro campo independiente
más, que, pese a su nculo general de dependencia de la producción y del comercio,
posee una cierta reactibilidad sobre estas esferas. En un Estado moderno, el Derecho no
sólo tiene que corresponder a la situación ecomica general, ser expresión suya, sino
que tiene que ser, además, una expresión coherente en misma, que no se de
puñetazos a misma con contradicciones internas. Para conseguir esto, la fidelidad en el
reflejo de las condiciones ecomicas tiene que sufrir cada vez más quebranto. Y esto
tanto más raramente acontece que un Código sea la expresión ruda, sincera, descarada,
de la supremacía de una clase: tal cosa iría de por contra el «concepto del Derech.
Ya en el digo de Napoleón [2] aparece falseado en muchos aspectos el concepto puro
y consecuente que tenía del Derecho la burguesía revolucionaria de 1792 y 1796; y en la
medida en que toma cuerpo allí, tiene que someterse diariamente a las atenuaciones de
todo nero que le impone el creciente poder del proletariado. Lo cual no es obstáculo
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para que el Código de Napoleón sea el que sirve de base de todas las nuevas
codificaciones emprendidas en todos los continentes. Por donde la marcha de la
«evolución jurídica» sólo estriba; en gran parte, en la tendencia a eliminar las
contradicciones que se desprenden de la traducción directa de las relaciones económicas
a conceptos jurídicos, queriendo crear un sistema armónico de Derecho, hasta que
irrumpen nuevamente la influencia y la fuerza del desarrollo económico ulterior y rompen
de nuevo este sistema y lo envuelven en nuevas contradicciones (por el momento, sólo
me refiero aq al Derecho civil).
El reflejo de las condiciones económicas en forma de principios jurídicos es
también, forzosamente, un reflejo invertido: se opera sin que los sujetos agentes tengan
conciencia de ello; el jurista cree manejar normas apriorísticas, sin darse cuenta de que
estas normas no son más que simples reflejos económicos; todo al revés. Para mí, es
evidente que esta inversión, que mientras no se la reconoce constituye lo que nosotros
llamamos concepción ideológica, repercute a su vez sobre la base ecomica y puede,
dentro de ciertos límites, modificarla. La base del derecho de herencia, presuponiendo el
mismo grado de evolución de la familia, es una base económica. A pesar de eso, será
difícil demostrar que en Inglaterra, por ejemplo, la libertad absoluta de testar y en Francia
sus grandes restricciones, respondan en todos sus detalles a causas puramente
ecomicas. Y ambos sistemas repercuten de modo muy considerable sobre la
economía, puesto que influyen en el reparto de los bienes.
Por lo que se refiere a las esferas ideológicas que flotan n más alto en el aire: la
religión, la filosofía, etc., éstas tienen un fondo prehistórico de lo que hoy llamaríamos
necedades, con que la historia se encuentra y acepta. Estas diversas ideas falsas acerca
de la naturaleza, el carácter del hombre mismo, los espíritus, las fuerzas mágicas, etc., se
basan siempre en factores económicos de aspecto negativo; el incipiente desarrollo
ecomico del período prehistórico tiene, por complemento, y también en parte por
condición, e incluso por causa, las falsas ideas acerca de la naturaleza. Y aunque las
necesidades ecomicas habían sido, y lo siguieron siendo cada vez más, el acicate
principal del conocimiento progresivo de la naturaleza, sería, no obstante, una pedantería
querer buscar a todas estas necedades primitivas una explicación económica. La historia
de las ciencias es la historia de la gradual superación de estas necedades, o bien de su
sustitución por otras nuevas, aunque menos absurdas. Los hombres que se cuidan de
esto pertenecen, a su vez, a órbitas especiales de la división del trabajo y creen laborar
en un campo independiente. Y en cuanto forman un grupo independiente dentro de la
división social del trabajo, sus producciones, sin exceptuar sus errores, influyen de
rechazo sobre todo el desarrollo social, incluso el económico. Pero, a pesar de todo,
también ellos se hallan bajo la influencia dominante del desarrollo ecomico. En la
filosofía, por ejemplo, donde más fácilmente se puede comprobar esto es en el peodo
burgués. Hobbes fue el primer materialista moderno (en el sentido del siglo XVIII), pero
absolutista, en una época en que la monarqa absoluta florecía en toda Europa y en
Inglaterra empezaba a dar la batalla al pueblo. Locke era, lo mismo en religión que en
política, un hijo de la transacción de clases de 1688 [3]. Los dstas ingleses [4] y sus más
consecuentes continuadores, los materialistas franceses, eran los auténticos filósofos de
la burguesía, y los franceses lo eran incluso de la revolución burguesa. En la filosofía
alemana, desde Kant hasta Hegel, se impone el filisteo alemán, unas veces positiva y
otras veces negativamente. Pero, como campo circunscrito de la división del trabajo, la
filosofía de cada época tiene como premisa un determinado material de ideas que le legan
sus predecesores y del que arranca. Así se explica que países ecomicamente
atrasados puedan, sin embargo, llevar la batuta en materia de filosofía: primero fue
Francia, en el siglo XVIII, respecto a Inglaterra, en cuya filosofía se apoyaban los
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franceses; más tarde, Alemania respecto a ambos pses. Pero en Francia como en
Alemania, la filosofía, como el florecimiento general de la literatura durante aquel período,
era también el resultado de un auge ecomico. Para mí, la supremacía final del
desarrollo económico, incluso sobre estos campos, es incuestionable, pero se opera
dentro de las condiciones impuestas por el campo concreto: en la filosofía, por ejemplo,
por la acción de influencias económicas (que a su vez, en la mayoa de los casos, sólo
operan bajo su disfraz político, etc.) sobre el material filosófico existente, suministrado por
los predecesores. Aquí, la economía no crea nada a novo, pero determina el modo cómo
se modifica y desarrolla el material de ideas preexistente, y aun esto casi siempre de un
modo indirecto, ya que son los reflejos políticos, jurídicos, morales, los que en mayor
grado ejercen una influencia directa sobre la filosofía.
Respecto a la religión, ya he dicho lo más necesario en el último capítulo de mi
libro sobre Feuerbach [*].
Por tanto, si Barth cree que nosotros negamos todas y cada una de las
repercusiones de los reflejos políticos, etc., del movimiento ecomico sobre este mismo
movimiento ecomico, lucha contra molinos de viento. Le bastará con leer "El Dieciocho
Brumario" [**], de Marx, obra que trata casi exclusivamente del papel especial que
desempan las luchas y los acontecimientos políticos, claro está que dentro de su
supeditación general a las condiciones ecomicas. O "El Capital", por ejemplo, el
capítulo que trata de la jornada de trabajo[***], donde la legislación, que es, desde luego,
un acto político, ejerce una influencia tan tajante. O el capítulo dedicado a la historia de la
burguesía (capítulo 24 [****]). Si el poder político es económicamente impotente, ¿por q
entonces luchamos por la dictadura política del proletariado? ¡La violencia (es decir, el
poder del Estado) es también una potencia económica!
Pero no dispongo de tiempo ahora para criticar el libro de Barth [5]. Hay que
aguardar a que aparezca el tercer tomo[*****]; por lo demás, creo que también Bernstein,
por ejemplo, podrá hacerlo cumplidamente.
De lo que adolecen todos estos señores, es de falta de dialéctica. No ven más que
causas aquí y efectos allí. Que esto es una vacua abstracción, que en el mundo real esas
antítesis polares metafísicas no existen más que en momentos de crisis y que la gran
trayectoria de las cosas discurre toda ella bajo forma de acciones y reacciones --aunque
de fuerzas muy desiguales, la más fuerte, más primaria y más decisiva de las cuales es el
movimiento ecomico--, que aq no hay nada absoluto y todo es relativo, es cosa que
ellos no ven; para ellos, no ha existido Hegel....
Traducido del alemán.
[1] Engels enumera los periódicos socialdemócratas en los que en febrero de 1891 fueron
insertadas correspondencias que aprobaban en lo fundamental, la publicación de la obra
de Marx "Crítica del Programa de Gotha".
[2] Aquí y en adelante, Engels no entiende por "Código de Napoleón" únicamente el
"Code civil" (Código civil) de Napoleón adoptado en 1804 y conocido con este nombre,
sino, en el sentido lato de la palabra, todo el sistema del Derecho burgués, representado
por los cincodigos (civil, civil-procesal, comercial, penal y penal-procesal) adoptados
bajo Napoleón I en los años de 1804 a 1810. Dichos códigos fueron implantados en las
regiones de Alemania Occidental y Sudoccidental conquistadas por la Francia de
Napoleón y siguieron en vigor en la provincia del Rin incluso después de la anexn de
ésta a Prusia en 1815.
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[3] La historiografía burguesa inglesa llama «revolución gloriosa» al golpe de Estado de
1688 con el que se derroen Inglaterra la dinastía de los Estuardos y se instau la
monarquía constitucional (1689) encabezada por Guillermo de Orange y basada en el
compromiso entre la aristocracia terrateniente y la gran burguesía.-
[4] Deísmo: doctrina filosófico-religiosa que reconoce a Dios como causa primera racional
impersonal del mundo, pero niega su intervención en la vida de la naturaleza y la
sociedad.-
[5] 292 Trátase del libro de P. Barth "Die Geschichtsphilosophie Hegels und Hegelianer
bis auf Marx und Hartmann" («Filosofía de la historia de Hegel y de los hegelianos hasta
Marx y Hartman) publicado en Leipzig en 1890.
[*] Véase C. Marx & F. Engels, Obras escogidas, en tres tomos (Editorial Progreso,
Moscú, 1974), tomo III, gs. 391-395.
[**] Véase C. Marx & F. Engels, Obras escogidas, en tres tomos (Editorial Progreso,
Moscú, 1974), , t. 1, págs. 408-498.
[***] Véase C. Marx, El Capital, t. I. (N. de la Edit.)
[****] Véase C. Marx & F. Engels, Obras escogidas, en tres tomos (Editorial Progreso,
Moscú, 1974), t. 2, gs. 101-147.
[*****] Véase C. Marx, "El Capital", t. III. (N. de la Edit.)
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú,
1974, páginas 507-508. Digitalización: Juan Rafael Fajardo, para el Marxists Internet
Archive, marzo de 2001.
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