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la sociedad en su conjunto, con el Estado, y necesitan derrocar al Estado, para imponer
su personalidad.
MARX, K. La ideología alemana, Pueblos Unidos/Cartago, Buenos Aires, 1985, pág. 88 -
90.
Ideología y clase dominante
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Karl Marx y Frederik Engels
Al compás que van ganando en amplitud en el curso de la historia los diversos
círculos que actúan los unos sobre los otros, gracias al desenvolvimiento de la industria,
la intensificación del tráfico y la división del trabajo, (consiguiente a los dos últimos
fenómenos); que va deshaciéndose la capa de aislamiento que mantiene incomunicadas
a las diversas naciones en los primeros tiempos, lo que sucede en una nación gravita
cada vez con más fuerza en los destinos de las demás. El área de la historia se va
ensanchando cada vez más y más, hasta adquirir contornos mundiales. Así, por ej., una
máquina, que se invente en Inglaterra, puede dejar sin pan a innumerables trabajadores
en la India y en la China, trastornando así totalmente la existencia de estos países. Esta
invención repercute, pues, en la historia del mundo. En el siglo XIX el sistema continental
implantado por Napoleón, acarrea la carestía del azúcar y del ca, lo cual incita a los
alemanes a levantarse en armas contra aquél, y a emprender las gloriosas guerras de
emancipación de 1813. La carestía de dichos productos repercute, pues, en la historia del
mundo.
El idealismo también admite esa universalización de que hablamos. Pero ve en
ella la obra del espíritu universal, de la autonciencia o de algún fantasma metafísico por el
estilo. No se percata que es un hecho completamente material, demostrable por vía
empírica, del que la vida de cualquier individuo particular suministra la prueba
En todas las épocas, el pensamiento de la clase que se halla en la cima del poder,
ejerce un predominio absoluto. La clase, que impera en la sociedad materialmente,
impera a la par espiritualmente. La clase que tiene a su alcance los medios para la
producción material, dispone también de los medios para la producción espiritual; de
modo que imponen su pensamiento a los que, por carecer de los medios materiales, no
pueden ser productivos espiritualmente.
Tal pensamiento dominante no hace sino traducir idealmente el estado de cosas
en vigor; el estado de cosas que precisamente pone en manos de una clase dada, las
riendas del poder. Viene a ser la expresión ideal del imperio que la misma ejerce.
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Extraído de MARX, K y ENGELS, F. La ideología alemana, Vita Nuova, México, 1938, pág. 74 -
83.
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No debe olvidarse que la misma necesidad de los siervos de existir y la imposibilidad de las
grandes haciendas, que trajo consigo la distribución de los allotments (parcelas) entre los siervos ,
no tardaron en reducir las obligaciones de los siervos para con su señor feudal a un promedio de
prestaciones en especie y en trabajo que hacía posible al siervo la acumulación de propiedad
mobiliaria, facilitándole con ello la posibilidad de huir de las tierras de su sor y permitiéndole
subsistir como vecino de una ciudad, lo que contribuyó, al mismo tiempo, a crear gradaciones entre
los siervos, y así vemos que los siervos fugitivos son ya, a medias, vecinos de las c iudades. Ya
fácil es comprender que los campesinos siervos conocedores de un oficio eran los que más
posibilidades tenían de adquirir propiedades mobiliarias. (Nota de Mar y Engels)
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Los individuos que integran la clase dominante están dotados desde luego de
conciencia. Llegan a forjarse por tanto, ciertas ideas sobre el universo y la sociedad.
Y como el imperio de la clase dominante no se limita a la esfera nacional, sino que
se extiende a la espiritual, esas ideas se imponen a todo el pensamiento de la época en
que la misma domina. Se acaba por olvidar que esas ideas tiene su raíz en un estado de
cosas materiales y que son producto de la clase dominante. Se las mira como verdades
eternas. Un ejemplo. En un tiempo y en un país en que el rey, la aristocracia y la
burguesía se disputan la soberanía, esto es, cuando ésta se halla dividida, muéstrase
como pensamiento dominante la doctrina de la partición de poderes, la cual se formula
entonces con cacter de ley eterna.
La división del trabajo, que sen vimos más arriba, es una de las principales
fuerzas impulsoras de la historia, tiene lugar también en la clase dominante. En ésta, el
trabajo se divide en espiritual y material. Una parte de sus miembros hace las veces de
pensadores: son los idlogos activos que fraguan los conceptos y plasman las ilusiones
a través de los cuales tal clase ha de mirarse, actividad que constituye para ellos el medio
principal para ganarse la vida. Los demás asumen frente a estos pensamientos e
ilusiones una actividad pasiva y receptiva, porque siendo los miembros activos de dicha
clase así divididos, nacen forzosamente entre ellos rivalidades y odios. Pero los deponen
sin vacilaciones cuando la clase se ve atacada de afuera, corriendo peligro su existencia.
La prueba de lo amalgamados que están, los conceptos de clase y el pensamiento
dominante, se tiene en que, a fin de que en una época determinada florezca el
pensamiento revolucionario, es preciso que previamente se haya formado una clase
revolucionaria. En cuanto a lo que se requiere para que ésta última se forme, ya lo hemos
dicho en ginas atrás.
Si al interpretar el curso histórico se separa el pensamiento dominante de una
época de la clase que en ella tiene el mando, considerándolo independiente; si sólo se
atiende a ese pensamiento preocuparse de las condiciones en que se engendra, ni de lo
que engendran; en suma si se precinde de las circunstancias históricas en que se crea y
de los individuos que lo crean, bien se puede afirmar que en una época dominan por su
sola fuerza intrínseca- los conceptos de: honor, fidelidad, etc.; en tal otra los de: l ibertad,
igualdad, etc. Por regla general, la clase entronizada en el poder se figura las cosas de
esa manera. Pero, en realidad, si estos conceptos dominan, no es por su fuerza
intrínseca. Dominan porque aqlla las sustenta.
A, los conceptos citados en primer término han dominando gracias al dominio de
la aristocracia, los citadas en segundo término, gracias al dominio de la burguesía. El
engaño se descubre cuando la revolución abate el poder de la clase dominante. Entonces
viénese al suelo al mismo tiempo la ideología en auge en dicha época. Tal ideología no
era algo eterno. No hacía sino traducir las modalidades y aspiraciones de la clase
dominante.
La concepción de la historia como historia de ideas, común a todos los
historiadores, sobre todo, desde el siglo XVIII, tropezará con el siguiente femeno
inexplicable dentro de ella: y es que las ideas dominates son cada vez más abstractas,
esto es, revisten una forma cada vez más pronunciadamente general. Dentro de nuestra
concepción, en cambio, eso se explica claramente.
En efecto, la nueva clase que substituye a la que se hallaba en el poder antes de
ella, se ve precisada, para llevar a cabo sus miras, a presentar sus intereses como si
fueran los de todos los miembros de la sociedad; o expresado en un lenguaje lógico, a dar
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a sus ideas una forma general, a presentarlos como las únicas razonables y generalmente
válidas.
La clase revolucionaria por lo mismo que se opone a una clase- sale a la liza
desde luego, no como clase, sino como representante de la sociedad entera: por
intermedio de ella se enfrenta toda la masa de la sociedad con la única clase que tiene en
sus manos el poder. Y realmente, en un principio sus intereses están hermanados con los
intereses de todas las demás clases excluídos del poder. Por eso su triunfo les sirve
también a muchos individuos de las demás clases excluídas del poder. Gracias a él, estos
individuos pasan a formar parte de la clase que llega a ser dominante. Así, por ej., cuando
la revolución francesa hace rodar por tierra el imperio de la aristocracia, les da la
posibilidad a muchos proletarios de levantarse por encima de su condición: los transforma
en burgueses.
Incorporando amiembros de las clases desposeídas, la nueva clase asienta su
poder sobre una base más amplia que la dominante con antelación a ella. Eso no es
óbice, sin embargo, para que después, una vez en plena posesión del mismo, agudice y
profundice tanto más marcadamente el contraste entre los que mandan y los que no
mandan, cuanto más amplia haya sido la base. Debido a estos dos hechos, la guerra que
se emprende contra esta nueva clase entronizada en el poder, ostenta un sello negativo
más resuelto y radical que las emprendidas por las clases desposeídas de épocas
anteriores, contra las respectivas clases dominantes.
Naturalmente que el fenómeno que hemos ido describiendo desaparecerá el día
en que la sociedad deje de estar dividida en clases. La ideología de una clase particular
debe revestirse de apariencia de ideología general de una época, al solo objeto de que
esa clase pueda dominar a las demás. Pero si cuando no haya más clases, tampoco
habrá clase dominante, ni, por tanto, una ideología propia de esa clase.
Separando las ideas dominantes de los individuos que ejercen el poder, y
singularmente del estado social que comporta el grado de desarrollo alcanzando de las
fuerzas productivas en las diversas épocas históricas, los filósofos arriban a la conclusión
de que la marcha de la historia la gobiernan las ideas, o, más bien, la Idea. De las ideas
particulares, en efecto, resulta facilísimo llegar por abstracción ala Idea”: aqllas no
serían, sino otras tantas “autodeterminaciones” de ésta, a lo largo del decurso histórico.
Puestos en este camino, es natural entonces que los filósofos vayan dedu ciendo
del concepto de hombre, del hombre según ellos se lo imaginan, de la esencia del
hombre, de el hombre”, todo el vario contenido de la vida humana. Hegel hasta declara,
al final de la Filosofía de la Historia”, que él lo considera el progreso de la Idea y, que
en la historia ha expuesto la verdadera teodicea.
Por otra parte, como las ideas las forjan los tricos, idlogos y filósofos, se
concluye que si aquéllas dominan, lo hacen por intermedio de éstos últimos, en suma, que
los filósofos, los pensadores, en su calidad de tales, han dominado en todo tiempo en la
historia. Resultado que, según vemos ya fue formulado por Hegel.
En consecuencia, todo el hábil manejo para demostrar que en la historia reina
soberanamente el espíritu (la jerarquía, según Stirner) se cifra en el siguiente triple
esfuerzo:
Primero: Los que mandan que lo hacen por motivos y bajo condiciones empíricas,
como individuos materiales- profesan ciertas ideas. Pero el ideólogo, separa estas ideas
de quienes las profesan: las ideas aparecen entonces dominando en la historia por su
sola fuerza intrínseca.
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Segundo: Es preciso poner orden en estas ideas dominantes, probar que hay un
enlace místico entre las que se van sucediendo, cosa que se logra encarándolas como
autodeterminaciones de la Idea”. Eso es posible, gracias a que estas ideas teniendo
como tienen una base empírica, están ligadas entre sí, y a que, consideradas como meras
ideas, se van autodiferenciando (aunque, en verdad, es nuestro pensamiento quien
produce esa diferenciación, y no ellas por mismas).
Tercero: A fin de quitarle el aire místico a esta, idea que se va autodeterminando,
lo transforman en persona: la autoconciencia”. O, queriendo dárselas de materialistas en
regla, en una serie de personas, que encarnan la Idea en la historia: los pensadores, los
filósofos”, los ideólogos”. Ellos forjan la historia; forman el consejo de los que vigilan;
son los que mandan.
Con esto se han barrido de la historia todos los elementos materiales, y
tranquilamente puede uno soltarle entonces las riendas a su cordel especulativo.
En la vida corriente, cualquier tendero sabe distiguir muy bien entre lo que alguien
pretende ser y lo que de veras es. Lo que es nuestros historiadores no han alcanzado
este trivial conocimiento. Ellos le creen bajo su palabra a una época que es realmente lo
que dice y se imagina ser.
¿Por qué ha prevalecido este método de escribir la historia? ¿Por qué sobre todo
en Alemania? Para responder estos interrogantes, habrá que rastrear en las ilusiones,
sueños y torcidas imaginaciones de los ideólogos en general, por ej., en las de los
juristas, políticos (comprendiendo bajo éstos también a los estadistas). Ilusiones, sueños
e imaginaciones que se explican muy sencillamente por su posición en la vida, sus
ocupaciones y la división del trabajo. (...)
No es el pensamiento quien determina la vida
Karl Marx y Frederik Engels
El nacimiento de las representaciones, las ideas, la conciencia, se halla
inmediatamente enlazada desde sus comienzos con la actividad y las relaciones
materiales de los hombres, con su vida real. Lo que los individuos se representan, lo que
piensan, lo que ponen de manifiesto en el trato espiritual con sus semejantes, es
resultado directo de su vida material. Y lo dicho de los productos espirituales de los
individuos, aplícase asimismo a los de un pueblo entero, en los diversos órdenes de la
lengua, la política, la legislación, la moral, la religión, la metafísica, etc. Pero insistimos-
los individuos a que nos referimos, son los individuos reales y activos, sujetos en su
acción al grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y a las relaciones calcadas de
estas últimas- que los ligan los unos a los otros, desde las que rigen en los grupos
pequeños hasta las que se extienden a las agrupaciones más amplias.
La conciencia no puede ser otra cosa que conciencia del ser. Toda idea, aunque
falsa, tiene sus raíces en la realidad. Si los hombres y sus cosas se presentan trastocados
en la mara obscura de los idlogos, no deja de tener esto un fundamento en la
realidad; como no deja de tenerlo que los objetos del mundo exterior aparezcan invertidos
en la retina. La constitución física de la retina impone lo segundo; de su propia vida e
historia única realidad humana- nútrese la visión del ideólogo.
La filosofía alemana desciende del cielo a la tierra. Parte de lo que el hombre dice,
se imagina, se representa, piensa; o del hombre objeto de discurso, imaginación,
representación, pensamiento, para arribar por él al hombre de carne y hueso. Justo al
revés procedemos nosotros. Nosotros ascendemos de la tierra al cielo. Nuestro punto de
partida es el hombre real, activo, que vive de cierto y determinado modo. Y en base de su
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