Ensayos
312
Filosofía
Serie dirigida por
Agustín Serrano de Haro
MANUEL GARCÍA MORENTE
Lecciones preliminares de filosofía
Prólogo de Julián Marías
ISBN DIGITAL: 978-84-9920-513-7
© 2000, 2007, 2009
Mª Josefa García y García del Cid
y
Ediciones Encuentro, S.A.
© para el Prólogo Julián Marías
3ª edición 2009
Diseño de la cubierta: o3, s.l. - www.o3com.com
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ÍNDICE
Prólogo de Julián Marías
Lección I. EL CONJUNTO DE LA FILOSOFÍA
Lección II. EL MÉTODO DE LA FILOSOFÍA
Lección III. LA INTUICIÓN COMO MÉTODO DE LA
FILOSOFÍA
Lección IV. INGRESO EN LA ONTOLOGÍA
Lección V. LA METAFÍSICA DE PARMÉNIDES
Lección VI. EL REALISMO DE LAS IDEAS EN PLATÓN
Lección VII. EL REALISMO ARISTOTÉLICO
Lección VIII. LA METAFÍSICA REALISTA
Lección IX. ORIGEN DEL IDEALISMO
Lección X. EL SISTEMA DE DESCARTES
Lección XI. FENOMENOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO
Lección XII. EL EMPIRISMO INGLÉS
Lección XIII. EL RACIONALISMO
Lección XIV. LA METAFÍSICA DEL RACIONALISMO
Lección XV. EL PROBLEMA DEL IDEALISMO
TRASCENDENTAL
Lección XVI. LA ESTÉTICA TRASCENDENTAL
Lección XVII. LA ESTÉTICA TRASCENDENTAL (2ª parte)
Lección XVIII. ANALÍTICA TRASCENDENTAL
Lección XIX. DIALÉCTICA TRASCENDENTAL
Lección XX. FUNDAMENTOS MORALES DE LA METAFÍSICA
Lección XXI. EL IDEALISMO DESPUÉS DE KANT
Lección XXII. ENTRADA EN LA ONTOLOGÍA
Lección XXIII. DE LO REAL Y LO IDEAL
Lección XXIV. ONTOLOGÍA DE LOS VALORES
Lección XXV. ONTOLOGÍA DE LA VIDA
PRÓLOGO
de Julián Marías
El libro crucial de Manuel García Morente
El libro filosófico más importante de mi maestro y amigo Manuel
García Morente se titula Lecciones preliminares de filosofía. Creo que
responde a un momento decisivo de su vida, y ver cuál fue ayuda a
su comprensión. Mi relación con Morente fue larga, próxima y se
convirtió pronto en entrañable amistad. He sido testigo cercano de
los años finales de su vida, relativamente breve (1886-1942), y por
supuesto de la fase crucial en que se produjo un giro decisivo.
Lo conocí en 1931, al ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Madrid. Su cátedra era de Ética, pero además
daba un curso de Introducción a la Filosofía y otro de Literatura
Francesa. Desde 1932 seguí su curso de Ética, hasta mi licenciatura
en 1936, un mes antes del comienzo de la guerra civil. En ese tiempo
era Decano de la Facultad, el mejor Decano tal vez de toda su
historia. Publiqué mi primer libro, Historia de la Filosofía, en enero de
1941; un año después murió Morente; desde su segunda edición
hasta hoy, mi libro lleva esta dedicatoria: «A la memoria de mi
maestro D. Manuel García Morente, que fue Decano y alma de
aquella Facultad de Filosofía y Letras donde yo conocí la Filosofía».
En 1946, en mi libro Filosofía española actual (Unamuno, Ortega,
Morente, Zubiri), escribí un capítulo sobre su figura y pensamiento.
Lo más importante, sin embargo, fue un largo artículo de 1952, «Dios
y el César (Unas palabras sobre Morente)», en que respondía a un
número de la revista Ateneo, aparente homenaje a Morente a los diez
años de su muerte, que me pareció intolerable. Mi artículo fue
prohibido personalmente por la autoridad más alta; lo publiqué en
La Nación de Buenos Aires, lo que tuvo para enojosas
consecuencias. Finalmente, en 1967, veinticinco años después de la
muerte de Morente, publiqué el artículo «El sacrificio de Morente».
Los dos están reimpresos en mi libro Sobre el cristianismo (Planeta-
Testimonio, 1997).
El prestigio intelectual y moral de Morente era muy alto. En 1933
organizó el Crucero Universitario por el Mediterráneo, y allí conviví
cercanamente con él durante más de mes y medio. En 1941, ya
sacerdote, nos casó a Dolores Franco y a mí, en la capilla de San Luis
de los Franceses. Por último, el 13 de enero de 1942 presidió el
tribunal de mi suspendida tesis doctoral La filosofía del P. Gratry. Me
escribió una carta extraordinariamente cordial y elogiosa, en que me
autorizaba a hacer de ella el uso que quisiera: nunca hice ninguno.
En julio de 1936, en los primeros días de la guerra civil, fue
asesinado en Toledo el ingeniero geógrafo Bonelli, yerno de
Morente, casado con su hija María Josefa, padre de sus dos nietos
pequeños. La desolación de Morente, con su hija muy joven viuda y
sus nietos huérfanos fue inmensa; simultáneamente empezaron las
«depuraciones», e incomprensiblemente fue despojado del Decanato
y de la cátedra. Le avisaron que estaba en peligro y le aconsejaron
salir de España. Aprovechando un pasaporte todavía válido se
marchó a París con 65 francos. Un amigo le prestó una habitación
para dormir; una amiga le ofreció comer en su casa. En esta situación
de angustia y penuria pasó algunos meses, sin conseguir
autorización para la salida de sus hijas y nietos.
Esta crisis profunda, atenuada por un trabajo editorial que permitía
subsistir, removió su persona, le hizo pensar en ella y revivir su
originaria y desatendida formación religiosa.
Una noche tuvo una experiencia que lo conmovió profundamente, y
que llamó después el «hecho extraordinario». La describió por
escrito, extensamente y con minuciosidad fenomenológica, en un
largo documento destinado a la lectura de un sacerdote amigo. Lleno
de dudas, reserva y posibles interpretaciones, en todo caso significó
un momento decisivo, un giro en la orientación de su vida, que
adquirió una versión religiosa íntima, aunque no hubiese ninguna
alteración exterior, ni siquiera un reconocimiento explícito de ello.
Poco después, Morente recibió una invitación para ocupar una
cátedra en la Universidad de Tucumán, Argentina. Esto era para él
un trabajo propio, filosófico y de prestigio; un modo de vida
adecuado; la posibilidad de trasladarse con su familia. Aceptó, y se
hizo el viaje. En Tucumán tuvo una actividad intensa y fructífera,
que todavía se recuerda con entusiasmo.
En 1937-38 dio un curso de excepcional interés e importancia, que
fue publicado en la Argentina por dos veces durante su vida, en 1938
y 1941: Lecciones preliminares de filosofía. Por cierto, en 1943, tras la
muerte de su autor, se publicó una edición en Madrid, con destino a
los cursos universitarios, con el complemento de un texto de Juan
Zaragüeta, competente profesor, y el título Fundamentos de Filosofía.
Lo lamentable es que el libro de Morente fue indebidamente
manipulado por una importante y abusiva autoridad eclesiástica,
con mutilaciones y alteraciones inaceptables. Lo señalé sin suficiente
relieve en 1946, y con todo el necesario en 1952 —reténganse las
fechas—, en el artículo «Dios y el César», de modo que constase que
el libro verdadero era el editado en la Argentina.
Creo que lo que acabo de recordar es condición para la plena
comprensión de ese libro. Fue pensado y escrito en la fase que fue
clave de la vida de su autor. Es el momento en que hace crisis su
vida anterior, como hombre privado y familiar, como intelectual y
profesional, como español que momentáneamente se ve excluido de
su patria. Entra en últimas cuentas consigo. Profundiza en lo que
Unamuno llamaba el hondón del alma. Recobra en la Argentina la
serenidad y el equilibrio, es el mismo, pero no lo mismo. No se
considera todavía católico, pero en modo alguno se siente ajeno; vive
en una situación de «llamada», por otro nombre vocación.
La filosofía que expone es la misma que había profesado y expuesto
tantas veces en Madrid: la filosofía de Morente, riquísima,
abarcadora, depositaria de toda la gran tradición, identificada
sustancialmente con la de Ortega, hecha «suya».
Pero la transformación personal de Morente hace que haya una
innovación, una apertura a nuevos pensamientos, a reparar en
dimensiones desatendidas, que han entrado en su vida y por ello en
su horizonte intelectual.
Si se mira bien, la gran innovación es la ausencia de omisiones. Una
filosofía está caracterizada por sus problemas, sus cuestiones
siempre he creído que la filosofía consiste en las preguntas radicales
—, las respuestas son secundarias; y esas preguntas no son siempre
las mismas; en eso consiste su historia.
En este libro de Morente convergen el que había sido, el que siguió
siendo, y el que podría ser, el que se anunciaba; por razones
diversas, sobre todo por su temprana muerte, no se pudo realizar
con plenitud; pero me parece que este libro refleja esa dualidad, que
pudo ser tan fecunda, sobre todo si se lo ve como un acto personal,
que es lo que tiene que ser toda filosofía auténtica.
LECCIONES PRELIMINARES DE FILOSOFÍA
Lección I
EL CONJUNTO DE LA FILOSOFÍA
La filosofía y su vivencia
Vamos a iniciar el curso de introducción a la filosofía planteando e
intentando resolver algunas de las cuestiones principales de esta
disciplina.
Ustedes vienen a estas aulas y yo a ellas también, para hacer juntos
algo. ¿Qué es lo que vamos a hacer juntos? Lo dice el tema: vamos a
hacer filosofía.
La filosofía es, por de pronto, algo que el hombre hace, que el
hombre ha hecho. Lo primero que debemos intentar, pues, es definir
ese «hacer» que llamamos filosofía. Deberemos por lo menos dar un
concepto general de la filosofía, y quizá fuese la incumbencia de esta
lección primera la de explicar y exponer qué es la filosofía. Pero esto
es imposible. Es absolutamente imposible decir de antemano qué es
filosofía. No se puede definir la filosofía antes de hacerla; como no se
puede definir en general ninguna ciencia, ni ninguna disciplina,
antes de entrar directamente en el trabajo de hacerla.
Una ciencia, una disciplina, un «hacer» humano cualquiera, recibe su
concepto claro, su noción precisa, cuando ya el hombre ha dominado
ese hacer. Sólo sabrán ustedes qué es filosofía cuando sean realmente
filósofos. Por consiguiente, no puedo decirles lo que es filosofía.
Filosofía es lo que vamos a hacer ahora juntos, durante este curso en
la Universidad de Tucumán.
¿Qué quiere esto decir? Esto quiere decir que la filosofía, más que
ninguna otra disciplina, necesita ser vivida. Necesitamos tener de
ella una «vivencia». La palabra vivencia ha sido introducida en el
vocabulario español por los escritores de la Revista de Occidente,
como traducción de la palabra alemana Erlebnis. Vivencia significa lo
que tenemos realmente en nuestro ser psíquico; lo que real y
verdaderamente estamos sintiendo, teniendo, en la plenitud de la
palabra «tener».
Voy a dar un ejemplo para que comprendan bien lo que es la
«vivencia». El ejemplo no es mío, es de Bergson.
Una persona puede estudiar minuciosamente el plano de París;
estudiarlo muy bien; notar uno por uno los diferentes nombres de
las calles; estudiar sus direcciones; luego puede estudiar los
monumentos que hay en cada calle; puede estudiar los planos de
esos monumentos; puede repasar las series de las fotografías del
Museo del Louvre, una por una. Después de haber estudiado el
plano y los monumentos, puede este hombre procurarse una visión
de las perspectivas de París, mediante una serie de fotografías
tomadas de múltiples puntos de vista. Puede llegar de esa manera a
tener una idea regularmente clara, muy clara, clarísima,
detalladísima de París.
Esta idea podrá ir perfeccionándose cada vez más, conforme los
estudios de este hombre sean cada vez más minuciosos; pero
siempre será una mera idea. En cambio, veinte minutos de paseo a
pie por París, son una vivencia.
Entre veinte minutos de paseo a pie por una calle de París y la más
larga y minuciosa colección de fotografías, hay un abismo. La una es
una mera idea, una representación, un concepto, una elaboración
intelectual; mientras que la otra es ponerse uno realmente en
presencia del objeto, esto es: vivirlo, vivir con él; tenerlo propia y
realmente en la vida; no el concepto que lo substituya; no la
fotografía que lo substituya; no el plano, no el esquema, que lo
substituya, sino él mismo. Pues lo que nosotros vamos a hacer es
vivir la filosofía.
Para vivirla es indispensable entrar en ella como se entra en una
selva; entrar en ella a explorarla.
En esta primera exploración, evidentemente no viviremos la
totalidad de ese territorio que se llama filosofía. Pasearemos por
algunas de sus avenidas; entraremos en algunos de sus claros y de
sus bosques; viviremos realmente algunas de sus cuestiones, pero
otras ni siquiera sabremos que existen quizá. Podremos de esas otras
o de la totalidad del territorio filosófico, tener alguna idea, algún
esquema, como cuando preparamos algún viaje tenemos de
antemano una idea o un esquema leyendo el Baedeker previamente.
Pero vivir, vivir la realidad filosófica, es algo que no podremos hacer
más que en un cierto número de cuestiones y desde ciertos puntos
de vista.
Cuando pasen años y sean ustedes viajeros del continente filosófico,
más avezados y más viejos, sus vivencias filosóficas serán más
abundantes, y entonces podrán ustedes tener una idea cada vez más
clara, una definición o concepto cada vez más claro, de la filosofía.
De vez en cuando, en estos viajes nuestros, en esta peregrinación
nuestra por el territorio de la filosofía, podremos detenernos y hacer
balance, hacer recuento de conjunto de las experiencias, de las
vivencias que hayamos tenido; y entonces podremos formular
alguna definición general de la filosofía, basada en esas auténticas
vivencias que hayamos tenido hasta entonces.
Esa definición entonces tendrá sentido, estará llena de sentido,
porque habrá dentro de ella vivencias personales nuestras. En
cambio una definición que se dé de la filosofía, antes de haberla
vivido, no puede tener sentido, resultará ininteligible. Parecerá acaso
inteligible en sus términos; estará compuesta de palabras que
ofrecen un sentido; pero ese sentido no estará lleno de la vivencia
real. No tendrá para nosotros esas resonancias largas de algo que
hemos estado mucho tiempo viviendo y meditando.
Definiciones filosóficas y vivencias filosóficas
Así, por ejemplo, es posible reducir los sistemas filosóficos de
algunos grandes filósofos a una o dos fórmulas muy pregnantes,
muy bien acuñadas. Pero, ¿qué dicen esas fórmulas a quien no ha
caminado a lo largo de las páginas de los libros de esos filósofos? Si
les digo a ustedes, por ejemplo, que el sistema de Hegel puede
resumirse en la fórmula de que «todo lo racional es real y todo lo
real es racional», es cierto que el sistema de Hegel puede resumirse
en esa fórmula. Es cierto también que esa fórmula presenta un
sentido inmediato, inteligible, que es la identificación de lo racional
con lo real, tanto poniendo como sujeto a lo racional y como objeto a
lo real, como invirtiendo los términos de la proposición y poniendo
lo real como sujeto y lo racional como predicado.
Pero a pesar de ese sentido aparente e inmediato que tiene esta
fórmula, y a pesar de ser realmente una fórmula que expresa en
conjunto bastante bien el contenido del sistema hegeliano, ¿qué les
dice a ustedes? No les dice nada. No les dice ni más ni menos que el
nombre de una ciudad que ustedes no han visto, o el nombre de una
calle por la cual no han pasado nunca. Si yo les digo a ustedes que la
Avenida de los Campos Elíseos está entre la Plaza de la Concordia y
la Plaza de la Estrella, ustedes tienen una frase con un sentido; pero
dentro de ese sentido no pueden poner una realidad auténticamente
vivida por ustedes.
En cambio, si se ponen a leer, a meditar, los difíciles libros de Hegel;
si se sumergen y bracean en el mar sin fondo de la Lógica, de la
Fenomenología del Espíritu, o de la Filosofía de la Historia Universal, al

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