Organización e institución. Sin ser materia de este texto, tal vez convenga
hacer una breve aclaración respecto de los términos organización e institución.
Para el lenguaje corriente son términos homólogos y es en este sentido que aquí
se los está utilizando. En lo que hace al discurso teórico, las diferencias dependen
en gran medida de los autores y las corrientes. En términos generales, cabe decir
que la institución, como tema, es materia de preocupación de la filosofía
prácticamente desde sus orígenes, para luego pasar a incluirse dentro las ciencias
sociales cuando éstas surgen e fines del siglo XVIII, principios del XIX. Ligada a la
filosofía, a la Iglesia, al derecho, a las ciencias sociales, al Estado y a la cuestión
política, la institución ha sido materia constante –transversal aunque obliterada–
del pensamiento occidental. Por su parte la preocupación por la organización
surge a partir de los estudios sobre la administración que se inician a principios del
siglo XX, con Taylor en los EE.UU. y Fayol en Francia, en directa relación con los
procesos de industrialización, por un lado, y de consolidación de la burocracia del
Estado moderno, por el otro. El avance de las ciencias físico naturales,
especialmente de la biología, dota luego al tema de la organización de un estatuto
de mayor cientificidad. Finalmente, es el desarrollo de la organización empresa y
la preeminencia que cobra en el mundo contemporáneo lo que lleva a instalar al
objeto organización a niveles de teorías que se sustentan de los avances de la
física, la bioquímica, la cibernética, la comunicación... .
Si se requiere una rápida distinción entre ambos términos, convendría
entender por institución a las formas y modos de relación entre los sujetos y con el
mundo que toda sociedad establece y sanciona tanto explícita como
implícitamente (vg. el derecho, le educación, la religión, la familia, el modo de
producción). La existencia de la institución requiere de formas materiales que
indistintamente pueden denominarse instituciones u organizaciones (vg. un
tribunal, una escuela, un templo, una familia, una empresa). Con lo cual, las
organizaciones pasan a ser formas materiales que responden a un ordenamiento
determinado, en función de un objetivo y una racionalidad que las excede, y que
se sitúa por fuera de ellas, en un nivel que corresponde a la institución. La
racionalidad de una empresa es dictada por las leyes de la economía, las de una
iglesia por el dogma, la de una escuela por la pedagogía, estando, todas ellas,
atravesadas además por los dictados de la institución Estado, por su racionalidad.
La falla institucional. Retomando la cuestión del ingreso al campo de
observación, cabe señalar que ir al encuentro de una institución en particular,
desconociendo la naturaleza de las instituciones en general, suele producir un
tropiezo con el escalón, con el desfasaje, que existe entre lo que ellas son y lo que
dicen ser. A veces ocurre que los practicantes se fascinan con el hallazgo con el
que han tropezado, con la falla que han detectado, desconociendo que eso debe
darse por sabido de antemano, que esa diferencia constituye un elemento que
hace, por así decirlo, a la naturaleza esencial de las instituciones. Aunque con
arreglo siempre en lo material, las instituciones son una ficción, una invención
social sustentada en una idea, una construcción histórica cuya piedra basal es un
concepto a priori. Nada aporta el descubrimiento de una distancia entre el ideal y
la realidad institucional (salvo algo de narcisismo al yo del investigador que cree