Este libro es un brillante análisis de los sofismas económicos que en
los últimos tiempos se han convertido en una nueva ortodoxia, a
pesar de sus internas contradicciones. Actualmente, no existe en el
mundo un solo gobierno importante cuya política económica no se
halle influida, cuando no totalmente determinada, por alguno de
estos sofismas. El camino más corto y seguro para comprender la
economía y la política económica actuales es una previa disección
de los sofismas y falacias de que adolecen, singularmente de la
falacia radical de la que todas parten y que, como ya puso
brillantemente de relieve Frédéric Bastiat, consiste en la tendencia a
considerar exclusivamente las consecuencias inmediatas de una
política y sus efectos sobre un sector particular, sin reparar en las
que produciría a largo plazo y sobre el conjunto de la comunidad.
Como dice L. H. Rockwell Jr., «se trata de uno de los libros más
influyentes de entre todos cuantos se han escrito sobre cuestiones
económicas. Así lo testifican los cerca de 11 millones de ejemplares
vendidos y sus traducciones por lo menos a 10 idiomas».
Henry Hazlitt
La economía en una lección
ePUB r1.1
Deucalión 02.06.13
Título original: Economics in One Lesson
Henry Hazlitt, 1946
Traducción: Adolfo Rivero Caro
Retoque de portada: Deucalión
Editor digital: Deucalión
ePub base r1.0
PREFACIO
Este libro contiene un análisis de los sofismas económicos que han
alcanzado en los últimos tiempos preponderancia suficiente hasta
convertirse casi en una nueva ortodoxia. Tan sólo hubo de impedirlo sus
propias contradicciones internas, que han dividido, a quienes aceptan las
mismas premisas, en cien «escuelas» distintas, por la sencilla razón de que
es imposible, en asuntos que tocan a la vida práctica, equivocarse de un
modo coherente. Pero la única diferencia entre dos cualesquiera de las
nuevas escuelas consiste en que unos u otros de sus seguidores se dan
cuenta antes de los absurdos a que les conducen sus falsas premisas y desde
ese momento se muestran en desacuerdo, bien por abandono de tales
premisas, bien por aceptación de conclusiones menos nocivas o fantásticas
que las que la lógica exigiría.
Con todo, en este momento no existe en el mundo un gobierno
importante cuya política económica no se halle influida, cuando no
totalmente determinada, por la aceptación de alguna de aquellas falacias.
Quizá el camino más corto y más seguro para el entendimiento de la
Economía sea una previa disección le los aludidos errores y singularmente
del error central del que todos parten. Tal es la pretensión del presente
volumen y de su título un tanto ambicioso y beligerante.
El libro ofrece, ante todo, un carácter expositivo, y no pretende ser
original en cuanto a las principales ideas que contiene. Trata más bien de
evidenciar cómo muchos de los que hoy pasan por brillantes avances e
innovaciones son, de hecho, mera resurrección de antiguos errores y prueba
renovada del aforismo según el cual quienes ignoran el pasado se ven
condenados a repetirlo.
Sospecho que también el presente ensayo es vergonzosamente
«clásico», «tradicional» y «ortodoxo». Al menos, éstos son los epítetos con
los que, sin duda, intentarán desvirtuarlo aquellos cuyos sofismas se
analizan aquí. Pero el estudioso, cuya intención es alcanzar la mayor
cantidad posible de verdad, no ha de sentirse intimidado por tales adjetivos
ni creer que ha de andar siempre buscando una revolución, un «lozano
arranque» en el pensamiento económico. Su mente debe, desde luego, estar
tan abierta a las nuevas como a la viejas ideas; y se complacerá en rechazar
lo que es puro afán de inquietud y sensacionalismo por lo nuevo y original.
Tal vez, como Morris R. Cohen ha apuntado, «la idea de que podemos
desentendernos de las opiniones de cuantos pensadores nos han precedido,
quita todo fundamento a la esperanza de que nuestra obra sea de algún valor
para los que nos sucedan»
[1]
.
Por tratarse de una obra expositiva, me he valido libremente de ideas
ajenas sin indicar su origen, con la salvedad de raras notas y citas Esto es
inevitable cuando se escribe sobre materia que ha sido ya tratada por
muchas de las más esclarecidas mentes del mundo. Pero mi deuda para con
un mínimo de tres escritores es de naturaleza tan especial que no puedo
pasar por alto su mención. En primer lugar, y por lo que atañe al tipo de
argumentación expositiva empleado en mi obra, mi deuda es con el ensayo
de Federico Bastiat Ce qu'on voit et ce qu'on ne voit pas, con casi un siglo
de antigüedad. El presente trabajo puede, en efecto, ser considerado como
una modernización, ampliación y generalización de lo contenido en aquel
opúsculo.
Mi segunda deuda es con Philip Wicksteed; y particularmente los
capítulos sobre salarios y el resumen final deben mucho a su Commonsense
of Political Economy. La tercera alude a Ludwig von Mises. Además de
todo lo que en este tratado elemental pueda deber al conjunto de sus
escritos, lo que de una manera más específica me obliga a él es su
exposición de la forma como se ha extendido el proceso de inflación
monetaria.
He considerado todavía menos procedente mencionar nombres en el
análisis de los sofismas. El hacerlo hubiera requerido una especial justicia
para cada escritor criticado, con citas exactas y teniendo en cuenta la
particular importancia que concede a este o al otro punto, las limitaciones
que señala y sus personales ambigüedades, incoherencia, etc. Por ello creo
que a nadie le importará demasiado la ausencia en estas páginas de nombres
tales como Carlos Marx, Thorstein Veblen, Mayor Douglas, Lord Keynes,
profesor Alvin Hansen y tantos otros. El objeto de este libro no es exponer
los errores propios de determinado escritor, sino los errores económicos en
su forma más frecuente, extendida e influyente. Las falsedades, una vez
pasan al dominio público, se hacen anónimas, perdiendo las sutilezas o
vaguedades que pueden observarse en los autores que más han cooperado a
su propagación. La doctrina se simplifica; y el sofisma, enterrado en una
maraña de distingos, ambigüedades o ecuaciones matemáticas, surge a
plena luz. En su consecuencia, espero no se me acuse de injusto ante el
hecho de que cualquier doctrina en boga, en la forma en que la presento, no
coincida exactamente tal y como la formulara Lord Keynes o algún otro
autor determinado Lo que aquí nos interesa son las creencias sostenidas por
grupos políticamente influyentes o que deciden la acción gubernamental y
no sus orígenes históricos.
Espero, finalmente, ser perdonado por las escasas referencias
estadísticas contenidas en las siguientes páginas.
He tratado de escribir este libro con cuanta sencillez y ausencia de
tecnicismo eran compatibles con la necesaria precisión, de modo que pueda
ser perfectamente comprendido por el lector que carece de una previa
preparación económica.
Aunque fue compuesto de un modo unitario, tres de los capítulos de este
libro se publicaron como artículos sueltos, y desde aquí deseo expresar mi
agradecimiento a The New York Times, The American Scholar y The New
Leader por su autorización para reproducir lo anteriormente aparecido en
sus páginas. Quedo reconocido al profesor Von Mises por la lectura del
manuscrito y sus sugerencias, que tan útiles me han sido. Y, naturalmente,
asumo la responsabilidad de las opiniones que aquí se expresan.
H. H.
1. LA LECCIÓN
La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que
cualquier otra disciplina cultivada por el hombre. Esto no es simple
casualidad, ya que las dificultades inherentes a la materia, que en todo caso
bastarían, se ven centuplicadas a causa de un factor que resulta
insignificante para la Física, las Matemáticas o la Medicina: la marcada
presencia de intereses egoístas. Aunque cada grupo posee ciertos intereses
económicos idénticos a los de todos los demás, tiene también, como
veremos, intereses contrapuestos a los de los restantes sectores; y aunque
ciertas políticas o directrices públicas puedan a la larga beneficiar a todos,
otras beneficiarán sólo a un grupo a expensas de los demás. El potencial
sector beneficiario, al afectarle tan directamente, las defenderá con
entusiasmo y constancia; tomará a su servicio las mejores mentes
sobornables para que dediquen todo su tiempo a defender el punto de vista
interesado, con el resultado final de que el público quede convencido de su
justicia o tan confundido que le sea imposible ver claro en el asunto.
Además de esta plétora de pretensiones egoístas existe un segundo
factor que a diario engendra nuevas falacias económicas. Es éste la
persistente tendencia de los hombres a considerar exclusivamente las
consecuencias inmediatas de una política o sus efectos sobre un grupo
particular, sin inquirir cuáles producirá a largo plazo no sólo sobre el sector
aludido, sino sobre toda la comunidad. Es, pues, la falacia que pasa por alto
las consecuencias secundarias.
En ello consiste la fundamental diferencia entre la buena y la mala
economía. El mal economista sólo ve lo que se advierte de un modo
inmediato, mientras que el buen economista percibe también más allá. El
primero tan sólo contempla las consecuencias directas del plan a aplicar; el
segundo no desatiende las indirectas y más lejanas. Aquél sólo considera
los efectos de una determinada política, en el pasado o en el futuro, sobre
cierto sector; éste se preocupa también de los efectos que tal política
ejercerá sobre todos los grupos.
El distingo puede parecer obvio. La cautela de considerar todas las
repercusiones de cierta política quizá se nos antoje elemental. ¿Acaso no
conoce todo el mundo, por su vida particular, que existen innumerables
excesos gratos de momento y que a la postre resultan altamente
perjudiciales? ¿No sabe cualquier muchacho el daño que puede ocasionarle
una excesiva ingestión de dulces? ¿No sabe el que se embriaga que va
despertarse con el estómago revuelto y la cabeza dolorida? ¿Ignora el
dipsómano que está destruyendo su hígado y acortando su vida? ¿No consta
al don Juan que marcha por un camino erizado de riesgos, desde el chantaje
a la enfermedad? Finalmente, para volver al plano económico, aunque
también humano, ¿dejan de advertir el perezoso y el derrochador, en medio
de su despreocupada disipación, que caminan hacia un futuro de deudas y
miseria?
Sin embargo, cuando entramos en el campo de la economía pública,
verdades tan elementales son ignoradas. Vemos a hombres considerados
hoy como brillantes economistas condenar el ahorro y propugnar el
despilfarro en el ámbito público como medio de salvación económica; y que
cuando alguien señala las consecuencias que a la larga traerá tal política,
replican petulantes, como lo haría el hijo pródigo ante la paterna
admonición: «A la larga, todos muertos». Tan vacías agudezas pasan por
ingeniosos epigramas y manifestaciones de madura sabiduría.
Pero la tragedia radica en que, por el contrario, estamos ya soportando
las consecuencias a largo plazo de las políticas de un pasado más o menos
remoto. Hoy es ya el mañana que nos aconsejaba despreciar el mal
economista de ayer. Las repercusiones remotas de ciertos métodos
económicos pueden hacerse tangibles dentro de escasos meses; otras quizá
requieran el transcurso de varios años, y tal vez precisen el paso de décadas.
Pero, en todo caso, las consecuencias remotas se hallan contenidas en la
política en cuestión tan fatalmente como el polluelo en el huevo o la flor en
la semilla.
Por consiguiente, bajo este aspecto, puede reducirse la totalidad de la
Economía a una lección única, y esa lección a un solo enunciado: El arte de
la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier
acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular
las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los
sectores.
Nueve décimas partes de los sofismas económicos que están causando
tan terrible daño en el mundo actual son el resultado de ignorar esta lección.
Derivan siempre de uno de estos dos errores fundamentales o de ambos: el
contemplar sólo las consecuencias inmediatas de una medida o programa y
el considerar únicamente sus efectos sobre un determinado sector, con
olvido de los restantes.
Naturalmente, cabe incidir en el error contrario. Al ponderar un cierto
programa económico no debemos atenernos exclusivamente a sus
resultados remotos sobre toda la comunidad. Es éste un error que a menudo
cometieron los economistas clásicos, lo cual engendró una cierta
insensibilidad frente a la desgracia de aquellos sectores que resultaban
inmediatamente perjudicados por unas directrices o sistemas que a largo
plazo beneficiarían a la colectividad.
Pero son ya relativamente muy pocos quienes incurren en tal error, y
esos pocos, casi siempre economistas profesionales. La falacia más
frecuente en la actualidad; la que emerge una y otra vez en casi toda
conversación referente a cuestiones económicas; el error de mil discursos
políticos; el sofisma básico de la «nueva» Economía, consiste en concentrar
la atención sobre los efectos inmediatos de cierto plan en relación con
sectores concretos e ignorar o minimizar sus remotas repercusiones sobre
toda la comunidad. Los «nuevos» economistas se jactan de que su actitud
supone un enorme, casi revolucionario, avance en orden a los métodos de
los economistas «clásicos» u «ortodoxos», por cuanto a menudo descuidan
los efectos que ellos tienen siempre presentes. Ahora bien, cuando, a su vez,
ignoran o desprecian los efectos remotos, están incidiendo en un error de
mayor gravedad. Su preciso y minucioso examen de cada árbol les impide
ver el bosque. Sus métodos y las conclusiones deducidas son, con harta
frecuencia, de profunda índole reaccionaria y a menudo asómbrales el
constatar su plena coincidencia con el mercantilismo del siglo XVII. De
hecho vienen a caer en aquellos antiguos errores (o caerían si no fueran tan
inconsecuentes) de los que creíamos haber sido definitivamente liberados
por los economistas clásicos.
Suele observarse con disgusto que los malos economistas propagan sus
sofismas entre las gentes de manera harto más atractiva que los buenos sus
verdades. Laméntase a menudo que los demagogos logren mayor asenso al
exponer públicamente sus despropósitos económicos que los hombres de
bien al denunciar sus fallos. En esto no hay ningún misterio. Demagogos y
malos economistas presentan verdades a medias. Aluden únicamente a las
repercusiones inmediatas de la política a aplicar o de sus consecuencias
sobre un solo sector. En este aspecto pueden tener razón; y la réplica
adecuada se reduce a evidenciar que tal política puede también producir
efectos más remotos y menos deseables o que tan sólo beneficia a un sector
a expensas de todos los demás. La réplica consiste, pues, en completar y
corregir su media verdad con la otra mitad omitida. Ahora bien, tener en
cuenta todas y cada una de las repercusiones importantes del plan en
ejecución requiere a menudo una larga, complicada y enojosa cadena de
razonamientos. La mayoría del auditorio encuentra difícil seguir esta
cadena dialéctica y, aburrido, pronto deja de prestar atención. Los malos
economistas aprovechan esta flaqueza y pereza intelectual indicando a su
público que ni siquiera ha de esforzarse en seguir el discurso o juzgarlo
según sus méritos, porque se trata sólo de «clasicismo», laissez faire,
«apologética capitalista» o cualquier otro término denigrante, de seguros
efectos sobre el auditorio.
Hemos precisado la naturaleza de la lección y de los sofismas que
aparecen en el camino en términos abstractos. Pero la lección no será
aprovechada y los sofismas continuarán ocultos a menos que ambos sean
ilustrados con ejemplos. Con su ayuda podremos pasar de los más
elementales problemas de la Economía a los más complejos y difíciles.
Mediante ellos aprenderemos a descubrir y evitar, en primer lugar, las
falacias más crudas y tangibles, y finalmente, otras más profundas y
huidizas. A esta tarea procedemos a continuación.

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