Pensar rápido,
Pensar rápido,
pensar despacio
pensar despacio
Daniel Kahneman
En memoria de Amos Tversky
En memoria de Amos Tversky
This book:
Thinking, Fast and Slow
(Pensando, Rapido y Lento)
Was the winner of the 2011
Los Angeles Times Book Award for Current Interest
Traducción de:
Joaquín Chamorro Mielke
www . megustaleer . com
Índice
Introducción 6
I. Dos sistemas
1. Los personajes de la historia 59
2. Atención y esfuerzo 103
3. El controlador perezoso 134
4. La máquina asociativa 179
5. Facilidad cognitiva 216
6. Normas, sorpresas y causas 263
7. Una máquina para saltar a las conclusiones 293
8. Cómo se forman los juicios 333
9. Respondiendo a una pregunta más fácil 364
II. Heurísticas y sesgos
10. La ley de los pequeños números 396
11. Anclas 438
12. La ciencia de la disponibilidad 480
13. Disponibilidad, emoción y riesgo 509
14. La especialidad de Tom W. 544
15. Linda: Menos es más 580
16. Las causas triunfan sobre la estadística 617
17. Regresión a la media 652
18. Domesticando las predicciones intuitivas 689
III. Exceso de confianza
19. La ilusión de entender 731
20. La ilusión de validez 771
21. Intuiciones «versus» fórmulas 824
22. La intuición experta:
¿Cuándo podemos confiar en ella? 871
23. La visión desde fuera 916
24. El motor del capitalismo 955
IV. Elecciones
25. Los errores de Bernoulli 1000
26. Teoría de las perspectivas 1034
27. El efecto de dotación 1076
28. Malos eventos 1120
29. El patrón de cuatro 1160
30. Eventos raros 1207
31. Políticas frente al riesgo 1256
32. Haciendo cuentas 1285
33. Revocaciones 1329
34. Marcos y realidad 1367
V. Dos yo
35. Dos yo 1431
36. La vida como una historia 1448
37. Bienestar experimentado 1466
38. Pensamientos sobre la vida 1494
Conclusiones 1534
Apéndice A.
Apéndice A. 1580
El juicio bajo incertidumbre:
Heurísticas y sesgos*
Amos Tversky y Daniel Kahneman
Apéndice B.
Apéndice B. 1657
Elecciones, valores y marcos*
Daniel Kahneman y Amos Tversky
Referencias 1738
Notas 1743
Agradecimientos 1893
Acerca de Daniel kahneman y Random House Mondadori 1896
Introducción
Me imagino que todo autor piensa en los
lectores que podrían beneficiarse de la
lectura de su obra. En mi caso, pienso en el
proverbial dispensador de agua de la
oficina, junto al cual se comparten
opiniones y se intercambian chismes.
Espero enriquecer el vocabulario que la
gente emplea cuando habla de las
opiniones y las decisiones de otros, de las
nuevas directrices empresariales o de las
inversiones que ha hecho un compañero.
¿Por qué nos interesan los chismes?
Porque es mucho más fácil, y también más
entretenido, encontrar y etiquetar los
errores de otros que reconocer los propios.
En el mejor de los casos, cuestionar lo que
creemos y queremos es difícil,
especialmente cuando más necesitamos
hacerlo, pero podemos beneficiarnos de la
opinión informada de otros. Muchos de
nosotros anticipamos espontáneamente
cómo valorarán los amigos y compañeros
nuestras decisiones; la cualidad y el
contenido de estos juicios anticipados
importa. Esperar un chisme inteligente es
un motivo poderoso para hacer una
autocrítica seria, más poderoso que los
propósitos de Año Nuevo de mejorar en el
trabajo y en casa.
Para ser un experto en diagnóstico, un
médico necesita conocer una larga serie de
nombres de dolencias, en cada uno de los
cuales la idea de la enfermedad se asocia a
sus síntomas, posibles antecedentes y
causas, posibles evoluciones y
consecuencias, y posibles intervenciones
para curar o mitigar esa enfermedad.
Aprender medicina consiste en parte en
aprender el lenguaje de la medicina. Un
conocimiento más profundo de juicios y
decisiones requiere igualmente un
vocabulario más rico que el del lenguaje
que usamos cada día. Del chisme
informado se espera que en él haya pautas
características de los errores que la gente
comete. Los errores sistemáticos son fruto
de inclinaciones, y puede predecirse su
recurrencia en ciertas circunstancias.
Cuando, por ejemplo, un orador apuesto y
seguro de sí mismo sale a escena, podemos
anticipar que la audiencia juzgará sus
comentarios más favorablemente de lo que
merece. Disponer de una etiqueta para
diagnosticar esta inclinación o sesgo –el
efecto halo– nos hace más fácil anticipar,
reconocer y entender.
Cuando nos preguntan q estamos
pensando, normalmente respondemos.
Creemos saber lo que tenemos en nuestra
mente, que a menudo consiste en un
pensamiento consciente que discurre
ordenadamente. Pero esta no es la única
manera en que la mente trabaja, ni
siquiera la manera habitual. La mayor parte
de nuestras impresiones y pensamientos
surgen en nuestra experiencia consciente
sin que sepamos de qué modo. No
podemos averiguar cómo llegamos a
contar con que hay una lámpara en el
escritorio delante de nosotros, o cómo
detectamos un tono de irritación en la voz
de nuestra esposa al teléfono, o cómo
reaccionamos para evitar un peligro en la
carretera antes de ser conscientes de él. El
trabajo mental que produce impresiones,
intuiciones y multitud de decisiones se
desarrolla silenciosamente en nuestras
mentes.
Muchas de las argumentaciones de este
libro tratan de los sesgos de intuición. Sin
embargo, que el centro de esas
argumentaciones sea el error no
menoscaba la inteligencia humana más que
la atención a las enfermedades en los
textos médicos niega la salud. La mayoría
de nosotros estamos sanos la mayor parte
del tiempo, y la mayoría de nuestros juicios
y acciones son apropiados la mayor parte
del tiempo. Cuando conducimos nuestras
vidas, normalmente nos dejamos guiar por
impresiones y sentimientos, y la confianza
que tenemos en nuestras creencias y
preferencias intuitivas normalmente está
justificada, pero no siempre. Con
frecuencia estamos seguros de nosotros
mismos cuando nos equivocamos, y es más
probable que un observador objetivo
detecte nuestros errores antes que
nosotros mismos.
Y este es mi propósito para las
conversaciones junto a los dispensadores
de agua: Mejorar la capacidad de
identificar y comprender errores en juicios
y decisiones, en otros y eventualmente en
nosotros mismos, proporcionando un
lenguaje más rico y preciso para discutirlos.
Al menos en algunos casos, un diagnóstico
acertado puede sugerir una intervención
para limitar el daño que a menudo causan
los malos juicios y las malas elecciones.
ORÍGENES
Este libro presenta mi actual concepto de
los juicios que nos formamos y las
decisiones que tomamos, un concepto
modelado por los descubrimientos
psicológicos hechos en las últimas décadas.
Pero en él hay ideas capitales que tuvieron
su origen en el feliz día de 1969 en que
pedí a un colega hablar como invitado en
un seminario que yo impartía en el
Departamento de Psicología de la
Universidad Hebrea de Jerusalén. Amos
Tversky era considerado una futura estrella
en el campo de la teoría de la decisión –en
realidad, lo era en todo lo que hacía–, de
modo que sabía que tendríamos una
interesante relación. Mucha gente que
conocía a Amos pensaba que era la
persona más inteligente que jamás había
conocido. Era brillante, locuaz y
carismático. Estaba dotado de una
memoria prodigiosa para las bromas y una
capacidad excepcional para usarlas cuando
quería señalar una cosa. Nunca había un
momento de aburrimiento cuando Amos
estaba cerca. Contaba a la sazón treinta y
dos años; y yo treinta y cinco.
Amos contó a la clase que en la
Universidad de Michigan había un
programa de investigación en curso en el
que se trataba de responder a esta
cuestión: ¿Es la gente buena en estadística
intuitiva? Sabíamos que la gente es buena
en gramática intuitiva: A la edad de cuatro
años, un niño cumple sin esfuerzo con las
reglas de la gramática cuando habla,
aunque no tenga ni idea de que esas reglas
existen. Pero ¿Tiene la gente un sentido
intuitivo similar para los principios básicos
de la estadística? Amos aseguraba que la
respuesta era un con reservas. Tuvimos
un animado debate en el seminario, y
finalmente llegamos a la conclusión de que
un sí con reservas no era una buena
respuesta.
Amos y yo disfrutamos con el intercambio
de pareceres y concluimos que la
estadística intuitiva era un tema
interesante y que sería divertido explorarlo
juntos. Aquel viernes fuimos a almorzar al
Café Rimon, el local favorito de bohemios y
profesores de Jerusalén, y planeamos
hacer un estudio de las intuiciones
estadísticas de investigadores sofisticados.
En el seminario habíamos concluido que
nuestras intuiciones son deficientes. A
pesar de los años de enseñanza y de
utilizar la estadística, no habíamos
desarrollado un sentido intuitivo de la
fiabilidad de los resultados estadísticos
observados en pequeñas muestras.
Nuestros juicios subjetivos eran sesgados:
No estábamos muy dispuestos a investigar
hallazgos basados en una evidencia
inadecuada y éramos propensos a reunir
muy pocas observaciones
1
en nuestra
investigación. La meta de nuestro estudio
era examinar si otros investigadores
padecían la misma afección.
Así que preparamos un estudio que incluía
escenarios realistas con cuestiones
estadísticas que se planteaban en la
investigación. Amos recabó las respuestas
de un grupo de expertos que participaron

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