IPC – La estructura y contrastación de las teorías científicas – Material de lectura 7
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controlar, de este modo, los impulsos pasionales.
Con el correr de los siglos se consolidó la noción de que nuestros pensamientos, ideas y
capacidad de razonar, entre otras habilidades, están físicamente ligadas al cerebro. No se
conocían con precisión los detalles de este vínculo, pero circunstancias como personas que
perdían la capacidad del habla, por ejemplo, a partir de lesiones en la cabeza eran indicios de
esta estrecha relación. Los avances científicos del español Santiago Ramón y Cajal
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a
comienzos del siglo XX, permitieron conocer más sobre este órgano, como la existencia de neuronas y su
particular estructura −un hallazgo realizado gracias a la invención del microscopio−. El cerebro es hoy el
centro de atención no solo en los laboratorios y centros de investigación, sino también en obras de ficción
como la película Matrix, en donde lo que entendemos por realidad no es más una fabricación de
estímulos que recibimos de manera externa, o cómics en los que héroes y villanos sufren
alteraciones en sus cerebros que les permiten acceder a nuevas habilidades, como la
telequinesis o el control de otras mentes.
Como queda claro, no son pocos los que están interesados en conocer cómo funciona el
cerebro. Son numerosos los científicos que, en todo el globo, están tratando de responder los
interrogantes que plantea. Cerca de nuestro país, en la Universidad Federal de Río de Janeiro,
está el Laboratorio de Neuroanatomía Comparada, en donde se estudia nuestro cerebro en
relación con el de otros animales. Las ciencias comparadas son una práctica muy común en la
actividad científica, ya que tomar como parámetro lo que sucede en otras especies puede ser
un camino útil para entender mejor a nuestros propios órganos. En ese laboratorio trabaja la
neurocientífica Suzana Herculano-Houzel, quien se propuso entender cuánta energía utiliza
nuestro cerebro y de dónde la obtenemos.
Cuando comenzó a trabajar en el tema, a comienzos del año 2003, sus colegas creían que los
cerebros de todos los mamíferos eran muy similares en su estructura, esto es, con un número
de neuronas presentes en el cerebro proporcional a su tamaño. Esto significaba que lo que
importaba al analizar los cerebros de los mamíferos era su tamaño, ya que a mayor tamaño le
correspondían mayor cantidad de neuronas. No existían métodos precisos para conocer el
número exacto de neuronas, así que se recurrían a cálculos estimativos y puramente teóricos
basados en el tamaño de la corteza cerebral. Y como las neuronas son las responsables de
nuestras actividades cognitivas, tener mayor cantidad de ellas significaba el acceso a más y
mejores habilidades. Dos cerebros con el mismo tamaño, tenían un número similar de
neuronas lo que, entonces, significa que tienen actividades cognitivas parecidas.
Sin embargo, la Dra. Herculano-Houzel descubrió un problema con esta idea. Si, como se
sabe, las neuronas son las unidades funcionales de procesamiento de la información y, por lo
tanto, son responsables de nuestras habilidades cognitivas; entonces a igual cantidad de
neuronas, igual habilidad cognitiva. Dos cerebros de 400 gramos, por ejemplo, deberían tener
la misma cantidad de neuronas y, a la vez, las mismas habilidades. Pero esto no se cumple: el
cerebro de un chimpancé y el de una vaca comparten el mismo tamaño y, sin embargo, las
facultades y el comportamiento del primer animal son muy superiores que las del segundo. No
sólo eso, sino que la idea que sostenían los neurocientíficos en ese momento implicaba que a
mayor tamaño de cerebro, mayor cantidad de neuronas y, consecuentemente, mayores
habilidades cognitivas. Esto significaría que los elefantes, que tienen un cerebro que puede
alcanzar hasta los 5 kilos, y las ballenas, que portan un órgano de hasta 9 kilos, deberían ser
más inteligentes que nosotros, que tenemos en el cráneo un cerebro pequeño de no más de un
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Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1 de mayo de 1852-Madrid, 17 de octubre de 1934) fue un
médico español que compartió el premio Nobel de Medicina en 1906 por sus investigaciones sobre las
neuronas.