circunstancias de su vida, que proporcionaron el armazón en torno del cual se edificó la historia infantil y
patológica de la paciente. La hija estaba apegada a él con particular ternura.
Esa ternura se había acrecentado por las numerosas y graves enfermedades que el padre padeció desde
que ella cumplió su sexto año de vida. En esa época enfermó de tuberculosis y ello ocasionó que la familia
se trasladara a B, lugar que continuó siendo durante los diez años que siguieron el lugar de residencia casi
principal tanto de los padres como de los niños. Cuando el padre ya estaba sano, solía ausentarse
temporalmente para visitar sus fábricas; en los meses más cálidos del verano, la familia acudía a un
balneario en las montañas.
Cuando Dora tenía diez años, un desprendimiento de retina forzó al padre a una cura de oscuridad,
disminuyendo su visión de manera permanente. Pero la más seria dolencia sobrevino dos años después:
un ataque de confusión, seguido por manifestaciones de parálisis y ligeras perturbaciones psíquicas. Un
amigo del enfermo lo persuadió a que viajase a Viena para consultar a Freud. Ese amigo era el Señor K. Al
lograr una intervención satisfactoria, el padre de Dora le presenta cuatro años después a su hija,
claramente enferma de neurosis, y transcurridos otros dos años la pone bajo su tratamiento
psicoterapéutico.
A su vez, Freud conoció en Viena a una hermana del padre, quien sufrió una forma grave de psiconeurosis
sin los síntomas característicos de la histeria. Tras una vida abrumada por un desdichado matrimonio, esa
mujer murió a raíz de las manifestaciones de un marasmo que progresó rápidamente. El hermano mayor
del padre también era hipocondríaco.
Dora, quien se convierte en paciente de Freud a los 18 años de edad, había depositado desde siempre sus
simpatías en la familia paterna, y después de caer enferma también, veía su modelo en la tía mencionada.
La madre de Dora era una mujer de escasa cultura, poco inteligente, que Freud no conocía. Se concentró
todo su interés en la economía doméstica. Era ama de casa y listo. Todo el día limpiaba y mantenía limpia
la vivienda, muebles y utensilios. La relación entre Dora y la madre era desde hacía años muy inamistosa,
Dora la criticaba, no le hacía caso. Con respecto al hermano, se habían vuelto más distantes, y el hermano
se presentaba más cercano a la madre.
Dora, a la edad de ocho años ya presentaba síntomas neuróticos. En esa época contrajo una disnea
permanente, con ataques muy agudos. A los doce años le aparecieron una migraña y ataques de tos
nerviosa. La migraña fue desapareciendo de a poco y a los 16 años ya había desaparecido. Los ataques de
tos nerviosa perduraron todo el tiempo, cuando empezó el tratamiento con Freud a los 18 tosía de nuevo
de manera característica. La duración de cada uno era de tres a cinco semanas, y en los últimos años
empezó a presentar otro síntoma más molesto: una afonía total.
Dora solía burlarse de los esfuerzos de los médicos, renunciaba a su asistencia. Todo intento de consultar a
un médico resultaba infructuoso, no les daba pelota. Acudió a Freud movida sólo por la palabra de
autoridad del padre, sino no iba ni en pedo.
Así, Freud la ve por primera vez a comienzo de un verano, ella tenía 16 años y presentaba la tos y afonía.
Freud le prescribió un tratamiento y al desaparecer los síntomas Dora desestimó también el tratamiento.
Durante el invierno siguiente, tras la muerte de su tía, aparecieron unos cuadros febriles que terminaron en
un diagnóstico de apendicitis. En el otoño siguiente, la familia abandona definitivamente B. porque la salud
del padre parecía permitirlo, fijando residencia en Viena.
El padre le informó que él y su familia habían trabado íntima amistad en B con un matrimonio. La señora K
lo había cuidado durante su larga enfermedad, ganándose así un derecho a su agradecimiento. El señor K
siempre se había mostrado muy amable hacia Dora, salía de paseo con ella cuando estaba en B, le hacía
pequeños obsequios, y nadie había encontrado algo reprochable en ello. Dora atendía a los dos hijos del
matrimonio K, les hacía de madre. Cuando el padre y Dora van a verlo a Freud por primera vez un verano,
dos años antes del tratamiento, estaban a punto de viajar para encontrarse con el matrimonio, quienes
pasaban el verano junto a un lago alpino. Dora iba a permanecer varias semanas en casa de los K,
mientras que el padre se había propuesto regresar a los pocos días. Pero cuando el padre hacía los
preparativos para regresar, Dora le dice de pronto y con mucha decisión que se iría con él en vez de
quedarse. Sólo algunos días después explicó su llamativa conducta contando a su madre, para que esta a
su vez se lo transmitiese al padre: que el señor K, durante una caminata, tras un viaje por el lago, había
osado hacerle una propuesta amorosa. Cuando le pidió el padre explicaciones al Señor K, éste desconoció