Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero, si usté viera
lo que se llama cantón...!
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.
De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron;
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron
y la cosa se acabó.
En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto,
diciendo: Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte;
más bien dése por dijunto.
A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el coronel las tenía,
según dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.
Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después..no me atrevo
a decir lo que pasaba.
¡Barajo!... si nos trataban
como se trata a malevos.
Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y, aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en Palermo
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.
¡Y qué indios, ni qué servicio,
si allí no había ni cuartel!
Nos mandaba el coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.
Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡La pucha, que se trabaja
sin que le larguen ni un rial!
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