
ANTHONY GIDDENS
Se ha dicho a menudo que la coincidencia del clima político de la Revolución
francesa y de los cambios económicos forjados por la Revolución industrial, ofreció
el contexto a partir del cual surgió lar sociología. Sin embargo, no hemos de olvidar
cuán divergentes fueron las experiencias de los varios países de Europa occidental
desde fines del siglo XVIII en adelante, porque precisamente dentro del marco de
estas diferencias se crearon las principales tradiciones de pensamiento social en el
siglo XIX. Hoy día los sociólogos hablan de modo impreciso de la aparición de la
«sociedad industrial» en la Europa del siglo XIX, olvidando la complejidad que
entraña todo este proceso.
Para los tres principales países de Europa occidental —Inglaterra, Francia y
Alemania— los últimos decenios del siglo XVIII fueron años de prosperidad
económica progresiva. El ritmo del desarrollo económico de Gran Bretaña a fines del
mismo siglo aventajó en mucho a los demás países; y durante estos años una serie
de profundas innovaciones tecnológicas transformó radicalmente la organización de
la manufactura algodonera y, con ello, inició un rápido aumento de la mecanización
y de la producción fabril. De todos modos, al empezar el siglo XIX, la Revolución
industrial sólo había afectado de primera mano a un sector relativamente limitado
de la economía británica. Veinte años más tarde el cuadro había cambiado poco
todavía, exceptuando el hecho de que el algodón —que cincuenta años antes tenía
relativamente poca importancia en el conjunto de la economía— ocupaba ahora el
primer lugar en la industria manufacturera británica.
2
A mediados del siglo XIX
Gran Bretaña podía ya calificarse propiamente de «sociedad industrial». La situación
en Francia y Alemania era muy distinta. Sería completamente falso denominar
«subdesarrollados» a estos países, en el sentido que hoy tiene esta palabra.
3
En
algunos aspectos, como por ejemplo en el nivel de perfeccionamiento cultural,
especialmente en literatura, arte y filosofía, ambos países continentales podían
alegar que superaban lo que se había realizado en Inglaterra. Pero, desde mediados
del siglo XVIII, ambos países ya quedaban claramente rezagados en su nivel de
desarrollo económico respecto de Inglaterra; y tardaron más de un siglo en volver a
alcanzar en un grado notable la primacía que había pasado a Inglaterra.
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Más aún, tomando a Gran Bretaña como punto de referencia, ni Alemania ni
Francia podían en la primera parte del siglo XIX comparar su situación política con
la estabilidad interna de un Estado en el que la burguesía liberal había logrado una
firme posición en el gobierno. La Restauración expresó materialmente en Francia el
sólido reducto de los intereses reaccionarios que disiparon los extravagantes
anhelos progresistas que habían guiado a los jacobinos veinte años antes. Las
grietas sociales y políticas puestas de manifiesto por la Revolución, en lugar de
resolverse se agravaron con los acontecimientos de 1789 y sus secuelas; la realidad
es que hasta después de 1870 ningún régimen pudo mantenerse en el poder en
Francia durante más de dos decenios. Alemania, como observa Marx en sus
primeros escritos, «compartió las restauraciones de las naciones modernas, aunque
no participó en sus revoluciones».
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En realidad, al empezar el siglo XIX, el país
estaba lejos de ser una nación en el sentido moderno; venía a ser un compuesto
indefinido de Estados soberanos. No se remedió esta situación hasta que, en
2
Phyllis Deane y W. A. Cole: British Economic Growth, Cambridge, 1969, pp. 182-192.
3
Cf. David S. Landes: The Unbound Prometheus, Cambridge, 1969, p. 125.
4
Naturalmente, pueden señalarse diferencias en el nivel de desarrollo económico entre Gran Bretaña
y los otros dos países bastante antes del siglo
XVIII. Cf., por ejemplo, F. Cronzet, «Inglaterra y Francia
en el siglo
XVIII; análisis comparativo de dos desarrollos económicos», en R. M. Hertwell: The Causes
of the Industrial Revolution in England, Londres, 1967, pp. 139-174.
5
SLR, p. 95.