Traducción:
Aurelio Boix Duch
Diseño de cubierta:
Jordi Vives
Quinta edición, segunda en Colección Labor: 1994
Título de la edición original:
CAPITALISM AND MODERN SOCIAL THEORY
© Cambridge University Press (R.U.), 1971
© de la edición en lengua castellana y de la traducción:
Editorial Labor, S. A. - Escoles Pies, 103. - 08017 Barcelona, 1994
AGRADECIMIENTOS
Quiero reconocer mi deuda con las siguientes personas, todas las cuales
leyeron o expresaron verbalmente sus comentarios sobre las hojas que escri
cuando preparaba este libro: John Barnes, Basil Bernstein, John Carroll, Percy
Cohen, Norbert Elias, Geoffrey Ingham, Terry Johnson, Gavin Mackenzie, Ilia
Neustadt e Irving Zeitling. En particular quiero también agradecer a los que han
examinado el conjunto del manuscrito: Martin Albrow, Tom Bottomore, David
Lockwood, Steven Luckes, y John Rex. Debo también mi gratitud a Barbara
Leonard, Laurette Mackenzie y Brigitte Prentice; y a mi esposa, Jane Giddens.
PRÓLOGO
Die Vernunft hat immer existiert, nur nicht immer
in der vernünftigen Form
M
ARX
Se ha escrito el presente libro creyendo que se extiende entre los sociólogos la
impresión de que hay que revisar radicalmente la teoría social contemporánea. Tal
revisión debe empezar con un nuevo examen de las obras de aquellos autores que
fijaron para la sociología moderna los principales marcos de referencia. Destacan en
esto tres nombres sobre todos los demás: Marx, Durkheim y Max Weber. Mi objetivo
en esta obra es doble: primero, exponer un análisis preciso, y a la vez
suficientemente amplio, de las ideas sociológicas de cada uno de estos tres autores;
y, segundo, considerar algunos de los principales puntos de divergencia entre las
opiniones características de Marx, por un lado, y las de los otros dos autores, por
otro. No pretendo establecer una evaluación global de la relación entre sociología
«marxista» y sociología «burguesa», pero espero que este libro contribuya a la tarea
preparatoria de clarificar el camino, en medio de la frondosa maraña de
afirmaciones y contradicciones que ha envuelto el debate sobre este tema. He tenido
que tratar una buena porción de temas ya conocidos. Sin embargo, la investigación
reciente ha iluminado aspectos fundamentales de los escritos de los tres autores, y
creo que mi análisis se aparta notablemente del de algunas obras consagradas en
esta materia.
No quiero demostrar, naturalmente, que los escritos de los autores analizados
en este libro representan las únicas corrientes importantes de pensamiento social
que han tomado cuerpo dentro de la sociología. Al contrario, la característica más
notable del pensamiento social entre los años 1820 y 1920 es la extraordinaria
abundancia de teorías distintas que se elaboraron durante este período. Las obras
de los contemporáneos de Marx, como Tocqueville, Comte y Spencer, tienen mucho
que ver con los problemas de la sociología moderna, y quizás hubiese sido más
lógico incluir en este volumen un análisis detallado de estos autores. No lo hice, en
parte por razones de espacio, y en parte debido a que el influjo de Marx en nuestros
días es mucho mayor que el de cualquiera de estos autores (influjo plenamente
justificado por el contenido intelectual mucho más profundo de las obras de Marx).
Más aún, la mayor parte de las secciones de la teoría social moderna pueden
hacerse derivar, si bien con numerosas modificaciones y ampliaciones, de los tres
autores que centran el objetivo del presente libro. Evidentemente, las obras de Marx
son la fuente principal de las distintas formas de neomarxismo contemporáneo; se
puede decir que los escritos de Durkheim son los que inspiran predominantemente
el «funcionalismo estructural»; y de los escritos de Max Weber provienen algunas,
por lo menos, de las variantes modernas de la fenomenología. Más aún, dentro de
ciertos campos más específicos de la sociología, como el estudio de la estratificación
social, de la religión, etc., el influjo de Marx, Durkheim y Weber ha sido
fundamental.
Como indicó el mismo Durkheim en el prólogo a un libro de su colega Hamelin
sobre Kant, quien desee describir con exactitud el pensamiento de hombres de una
época distinta de la suya, se encuentra con un dilema. O bien conserva la
terminología original con que aquel autor redactó sus obras, y entonces corre el
riesgo de que su exposición aparezca anticuada y, por tanto, pierda su objetivo
actual; o bien moderniza sus términos, y entonces corre el peligro de que su análisis
no sea fiel a las ideas del escritor en cuestión. Dice mucho en favor de la actualidad
ANTHONY GIDDENS
del pensamiento social de los tres autores que estudiamos en el presente libro el
que, al analizar su obra, este dilema no nos presenta dificultades muy agudas.
Donde hay problemas de este tipo, he optado por conservar la fraseología original.
Pero en el caso de estos tres escritores, las principales dificultades que se plantean
se refieren a la traducción al inglés de expresiones específicas de la cultura alemana
o francesa. Expresiones como Geist o représentation collective carecen de
equivalencia inglesa satisfactoria, y en si ya indican algunas de las diferencias de
desarrollo social entre Gran Bretaña, Alemania y Francia que conciernen a este
libro. He intentado obviar estos problemas fijándome lo más posible en los matices
de significado que contienen los textos originales y, al citar, he corregido a menudo
las traducciones inglesas existentes.
Esta no es una obra crítica, sino un libro expositivo y comparativo. Al usar el
tiempo presente siempre que ha sido posible, intento poner de relieve la actualidad
de estos autores. No he pretendido descubrir los puntos débiles o las ambigüedades
de la obra de Marx, de Durkheim o de Weber, sino que más bien he intentado
mostrar la coherencia interna que puede percibirse en los escritos de cada uno de
ellos. He procurado también, en lo posible, evitar el afán erudito de precisar las
fuentes de las ideas incluidas en los escritos de los tres personajes. Pero, debido a
que los tres escribieron con vena polémica, no he podido eludir del todo la mención
de otros autores y de otras tradiciones de pensamiento. Doy cierta importancia a las
«raíces» sociales e históricas de los tres, puesto que esto es algo esencial para una
interpretación aceptable de sus escritos. Sus personalidades individuales
presentan, naturalmente, fuertes contrastes que, sin duda, también contribuirían a
explicar las teorías sociales que formularon. No he tratado este último aspecto más
biográfico, porque un análisis detallado de los orígenes o «causas» de los escritos
que examino no cae dentro del objetivo que me he propuesto. Mi empeño está en
aclarar algunas de las complejas relaciones intelectuales entre los tres.
En los últimos capítulos no se intenta la comparación entre las obras de
Durkheim y Weber, sino que se toman los escritos de Marx como punto de
referencia común. La evaluación de los puntos de convergencia y de discrepancia
entre los escritos de Marx, por un lado, y los de Durkheim y Weber, por otro, se
complica por el hecho de que tardaron en publicarse las obras de juventud de Marx.
Estas obras, a pesar de su extraordinaria importancia para precisar el pensamiento
de Marx, se publicaron por vez primera casi un siglo después de que fueran
escritas; de modo que, hasta tiempos relativamente recientes, algo así como un
decenio después de la muerte de Durkheim (1917) y de Weber (1920), no era posible
justipreciar el contenido intelectual de la obra de Marx a la luz de sus primeros
escritos. En mi recorrido por toda su obra, he procurado romper con la dicotomía
entre los escritos del «joven» Marx y los del Marx «maduro» que ha dominado sobre
la mayor parte de la erudición marxista desde la última guerra. Un atento estudio
de los borradores que Marx escribió en 1857-1858 como base para El Capital
(Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie), nos garantiza que Marx no
abandonó la perspectiva que le guiaba en sus primeros escritos. Pero en la práctica
ha sucedido que, los que han afirmado la verdad de esto, cuando analizan el
pensamiento de Marx, tienden también a fijar toda su atención en una parte de sus
escritos con exclusión de la otra. Intento que mi análisis sea más equilibrado y
completo, reconociendo a El Capital el lugar destacado que tiene dentro de toda la
vida y obra de Marx.
Dejando aparte el caso de Marx, pocos pensadores sociales han tenido como
Durkheim la mala suerte de que persistentemente los comprendieran tan mal. En
sus propios días, muchos críticos consideraban que las obras teóricas de Durkheim
PRÓLOGO
contenían en sí un concepto metafísico de «mentalidad de grupo» que no podía
aceptarse. Estudios mejor dispuestos y más recientes han disipado en gran medida
esta mala interpretación, pero la han sustituido por otra que prácticamente pone
todo el acento en el funcionalismo de Durkheim. En el presente libro pretendo
devolver a Durkheim su carácter de pensador histórico. Él siempre puso de relieve
la importancia de la dimensión histórica para la sociología, y pienso que hacerse
cargo de esto lleva a una apreciación de su pensamiento completamente distinta de
la que se presenta de ordinario. Lo que interesó principalmente a Durkheim no fue
«el problema del orden», sino el problema de «la naturaleza cambiante del orden»
dentro del contexto de una determinada concepción del desarrollo social.
Los escritos de Weber son quizá los más complejos que se analizan en el
presente libro, y no admiten una consideración fácil a nivel general. Pienso que ésta
es la razón por la que algunos comentaristas han sido incapaces de captar la
coherencia esencial de la obra de Weber. La contradicción no es más que aparente
cuando digo que la misma diversidad de las aportaciones de Weber expresa los
principios epistemológicos que las unifican dentro de un cuerpo de escritos
singular. El neokantismo radical de Weber constituye la perspectiva de fondo que
logra combinar sus varios ensayos de distintas especialidades científicas dentro de
un esquema coherente. Esto es lo que crea divergencias irremediables, en ciertos
aspectos importantes, entre la teoría social de Weber y las de Durkheim y Marx.
Analizo algunas de tales divergencias en los últimos capítulos del libro.
Quizá deba indicar un último punto. Creo que los sociólogos han de ser muy
conscientes del contexto social en que se formulan las teorías. Insistir en esto no
supone una posición totalmente relativista, según la cual la «validez» de
determinada concepción se limitaría a las circunstancias que le dieron origen. La
suerte de los escritos de Marx da testimonio de esto.
Afirmo que la teoría de Marx se formuló en una etapa relativamente temprana
del desarrollo capitalista, y que la posterior experiencia de los demás países de
Europa occidental contribuyó a que se pusiera de moda una versión del «marxismo»
que difería sustancialmente de la que había forjado Marx. Todo modelo de teoría
práctica tiene su san Pablo, y esto puede considerarse inevitable dentro de ciertos
límites. Pero admitirlo no equivale a aceptar la opinión estereotipada según la cual
el desarrollo posterior del capitalismo ha demostrado la falsedad de Marx. Los
escritos de Marx ofrecen todavía hoy una concepción de la realidad y de la historia
que vale la pena contrastar con las de los demás autores. No creo que estas
divergencias puedan resolverse en el sentido corriente con que la comprobación
empírica «confirma» o «invalida» las teorías científicas.
Pero las teorías sociales tampoco son inasequibles a la comprobación científica
en el mismo sentido en que lo son las teorías filosóficas. Si es difícil trazar el límite
entre sociología y filosofía social, éste existe de todos modos. Estoy seguro de que se
equivocan los sociólogos que pretenden restringir el objetivo de su disciplina a
aquellas materias en las que se aplica fácilmente la comprobación empírica de las
proposiciones. Este es el camino que lleva a un formalismo estéril en el que la
sociología se convierte en un lebensfremd, y pierde precisamente por ello el interés
por aquellas cuestiones a las que la perspectiva sociológica más tenía que aportar.
ANTHONY GIDDENS
3 de marzo de 1971
INTRODUCCIÓN
En la conferencia inaugural que pronunció en Cambridge en 1895, lord Acton
expresó su convicción de que existe «una línea clara e inteligible» que distingue la
Edad Moderna de la Edad Media que le precedió en Europa. La época moderna no
siguió a la medieval «mediante una sucesión normal, con signos externos de
descendencia legítima»:
Sin que la anunciaran fundó un nuevo orden de cosas, bajo la ley de la innovación, que
minaba el antiguo dominio de la continuidad. En aquellos as Colón trastornó la noción del
mundo y las condiciones de producción, riqueza y poder; en aquellos días Maquiavelo eximió al
gobierno de la sujeción a la ley; Erasmo desvió la corriente de erudición antigua de los canales
profanos a los cristianos; Lutero rompió la cadena de la autoridad y la tradición en su eslabón
más firme; y Copérnico levantó una fuerza invencible que puso para siempre la señal del
progreso en los tiempos futuros. [...] Fue un despertar de nueva vida; el mundo giraba en una
órbita distinta, determinada por influjos antes desconocidos.
1
Esta ruptura del orden tradicional en Europa, prosigue Acton, fue la fuente del
desarrollo de la ciencia histórica. La sociedad tradicional, por definición,
continuamente mira atrás, hacia el pasado, y el pasado es su presente. Pero debido
precisamente a esto, no se preocupa por la historia como tal; la continuidad entre el
ayer y el hoy reduce al mínimo la claridad con que se trazan las distinciones entre
lo que «fue» y lo que «es». Una ciencia de la historia presupone, por tanto, un mundo
en que el cambio se dé en todas partes y, más en concreto, un mundo en que el
pasado se haya convertido, hasta cierto punto, en una carga de la cual los hombres
pretenden liberarse. En la era moderna, los hombres ya no aceptan como
necesarias para siempre las condiciones de vida en que han nacido, sino que
intentan imponer su voluntad sobre la realidad con el fin de doblegar el futuro
dentro de una hechura que se adapte a sus deseos.
Si la Europa del Renacimiento dio origen a un interés por la historia, la Europa
industrial ofreció las condiciones para que apareciera la sociología. Podría decirse
que la Revolución francesa de 1789 fue el catalizador entre estas dos series de
acontecimientos enormemente complejos. Según la estimación común, Gran
Bretaña fue el primer país que adquirió cierto nivel de gobierno democrático; a
pesar de que esto no se obtuvo sin revolución política, el proceso de cambio social y
económico que transformó la sociedad británica desde el siglo XVII en adelante tuvo
un carácter relativamente gradual. La Revolución francesa, por el contrario,
contrapuso dramáticamente el orden aristocrático y privilegiado del ancien régime
con la visión de una nueva sociedad que cumpliría los principios generales de
justicia y libertad. La Declaración de los Derechos humanos que se aprobó en 1789
proponía que «la ignorancia, olvido o desprecio de los derechos humanos es la única
causa de las desdichas públicas». De modo que la Revolución francesa extendió por
fin, o así lo parecía, el racionalismo secular de los siglos XVI y XVII al ámbito de la
misma sociedad humana. Pero los cambios políticos que inició la Revolución de
1789 expresaban e indicaban que tenía lugar una reorganización mucho más
profunda de la sociedad, y en ello Gran Bretaña tuvo también el papel principal. La
transición de la producción agraria y artesana a una economía industrial basada en
la máquina y la fábrica empezó en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Los amplios
efectos de estos cambios se sintieron en el siglo XIX en Gran Bretaña y en los demás
países de Europa occidental.
1
Lord Acton: Lectures on Modern History, Londres, 1960, p. 19.
ANTHONY GIDDENS
Se ha dicho a menudo que la coincidencia del clima político de la Revolución
francesa y de los cambios económicos forjados por la Revolución industrial, ofreció
el contexto a partir del cual surgió lar sociología. Sin embargo, no hemos de olvidar
cuán divergentes fueron las experiencias de los varios países de Europa occidental
desde fines del siglo XVIII en adelante, porque precisamente dentro del marco de
estas diferencias se crearon las principales tradiciones de pensamiento social en el
siglo XIX. Hoy día los sociólogos hablan de modo impreciso de la aparición de la
«sociedad industrial» en la Europa del siglo XIX, olvidando la complejidad que
entraña todo este proceso.
Para los tres principales países de Europa occidental —Inglaterra, Francia y
Alemania— los últimos decenios del siglo XVIII fueron años de prosperidad
económica progresiva. El ritmo del desarrollo económico de Gran Bretaña a fines del
mismo siglo aventajó en mucho a los demás países; y durante estos años una serie
de profundas innovaciones tecnológicas transformó radicalmente la organización de
la manufactura algodonera y, con ello, inició un rápido aumento de la mecanización
y de la producción fabril. De todos modos, al empezar el siglo XIX, la Revolución
industrial sólo había afectado de primera mano a un sector relativamente limitado
de la economía británica. Veinte años más tarde el cuadro había cambiado poco
todavía, exceptuando el hecho de que el algodón —que cincuenta años antes tenía
relativamente poca importancia en el conjunto de la economíaocupaba ahora el
primer lugar en la industria manufacturera británica.
2
A mediados del siglo XIX
Gran Bretaña podía ya calificarse propiamente de «sociedad industrial». La situación
en Francia y Alemania era muy distinta. Sería completamente falso denominar
«subdesarrollados» a estos países, en el sentido que hoy tiene esta palabra.
3
En
algunos aspectos, como por ejemplo en el nivel de perfeccionamiento cultural,
especialmente en literatura, arte y filosofía, ambos países continentales podían
alegar que superaban lo que se había realizado en Inglaterra. Pero, desde mediados
del siglo XVIII, ambos países ya quedaban claramente rezagados en su nivel de
desarrollo económico respecto de Inglaterra; y tardaron más de un siglo en volver a
alcanzar en un grado notable la primacía que había pasado a Inglaterra.
4
Más aún, tomando a Gran Bretaña como punto de referencia, ni Alemania ni
Francia podían en la primera parte del siglo XIX comparar su situación política con
la estabilidad interna de un Estado en el que la burguesía liberal había logrado una
firme posición en el gobierno. La Restauración expresó materialmente en Francia el
sólido reducto de los intereses reaccionarios que disiparon los extravagantes
anhelos progresistas que habían guiado a los jacobinos veinte años antes. Las
grietas sociales y políticas puestas de manifiesto por la Revolución, en lugar de
resolverse se agravaron con los acontecimientos de 1789 y sus secuelas; la realidad
es que hasta después de 1870 ningún régimen pudo mantenerse en el poder en
Francia durante más de dos decenios. Alemania, como observa Marx en sus
primeros escritos, «compartió las restauraciones de las naciones modernas, aunque
no participó en sus revoluciones».
5
En realidad, al empezar el siglo XIX, el país
estaba lejos de ser una nación en el sentido moderno; venía a ser un compuesto
indefinido de Estados soberanos. No se remedió esta situación hasta que, en
2
Phyllis Deane y W. A. Cole: British Economic Growth, Cambridge, 1969, pp. 182-192.
3
Cf. David S. Landes: The Unbound Prometheus, Cambridge, 1969, p. 125.
4
Naturalmente, pueden señalarse diferencias en el nivel de desarrollo económico entre Gran Bretaña
y los otros dos países bastante antes del siglo
XVIII. Cf., por ejemplo, F. Cronzet, «Inglaterra y Francia
en el siglo
XVIII; análisis comparativo de dos desarrollos económicos», en R. M. Hertwell: The Causes
of the Industrial Revolution in England, Londres, 1967, pp. 139-174.
5
SLR, p. 95.
INTRODUCCIÓN
tiempos de Bismarck, Prusia estuvo en condiciones de usar su posición dominante
para afianzar la unificación de Alemania.
El problema del «retraso» de Alemania está en el fondo de las primeras
formulaciones del materialismo histórico de Marx. Al principio, como «joven
hegeliano», Marx compartió la opinión de que la crítica racional de las instituciones
existentes bastaría para provocar los cambios radicales necesarios para que
Alemania pudiese competir con los otros dos países europeos, y darles alcance. Pero
Marx pronto se dio cuenta de que esta posición crítica radical no hacía más que
mantener la típica preocupación alemana por la «teoría» con exclusión de la
«práctica». «En política —escribió— los alemanes han pensado lo que otras naciones
han hecho».
6
El sistema de Hegel representa el más perfecto ejemplo filosófico de
esto, al transformar el conjunto de la historia humana en la historia de la mente o
del espíritu. Si Alemania tenía que proseguir su avance, concluyó Marx, la crítica
filosófica tenía que complementarse con el conocimiento de las fuerzas materiales
que siempre operan en un cambio que no se quede sólo en el nivel de las ideas.
Numerosos autores han hecho hincapié, y están en lo cierto, en el triple
conjunto de influencias que se combinan en los escritos de Marx.
7
Éste realizó una
poderosa síntesis de las corrientes de pensamiento que se habían desarrollado junto
con las diferencias sociales, económicas y políticas entre los tres principales países
de Europa occidental. 1) La economía política, estrechamente vinculada a la filosofía
utilitarista, fue efectivamente el único modelo significativo de teoría social en Gran
Bretaña durante la mayor parte del siglo XIX. Marx aceptó varias afirmaciones
esenciales elaboradas por Adam Smith y Ricardo, pero las combinó 2) con otras
perspectivas que encontró en las distintas corrientes del socialismo francés, sobre el
carácter no permanente de la sociedad burguesa. Tales corrientes de socialismo
constituyeron la fuente inmediata de la visión de la sociedad futura que Marx
consideró por primera vez en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844,
escritos en París. 3) La dialéctica hegeliana aportó la dimensión histórica, que
formaría un todo con la economía política y el socialismo. Así las obras de Marx
reunieron de una manera coherente la consciencia intelectual de las diversas
experiencias de Inglaterra, Francia y Alemania, y al mismo tiempo ofrecieron una
base para la interpretación teórica de estas diferencias en la estructura social,
económica y política.
Cuando Marx murió, en 1883, Durkheim y Weber eran jóvenes que se
encontraban en el umbral de su carrera académica. Pero, ya por estas fechas, las
estructuras sociales de los tres países más importantes de Europa occidental
habían cambiado considerablemente en relación con la época en que Marx elaboró
sus opiniones básicas. En Francia y Alemania —al contrario de Inglaterrahabían
llegado a desempeñar un importante papel en el sistema político organizaciones de
la clase obrera de naturaleza virtualmente revolucionaria. Sin embargo, el influjo de
estos movimientos fue contrarrestado por el progresivo surgir del nacionalismo; y,
especialmente en Alemania, donde no se realizó con éxito la experiencia de una
revolución burguesa, la burguesía se mantuvo subordinada a un poderoso orden
autocrático que funcionaba por medio del control de la burocracia del Estado, del
ejército y de la jerarquía constituida. Dentro de Alemania, a pesar de las leyes
antisocialistas, el partido socialdemócrata —partido explícitamente «marxista»
6
SLR, p. 100.
7
Cf. Lenin, «Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo», en V. I. Lenin: Obras
Escogidas (pp. 20-32 de la edición en inglés, Londres, 1969).
ANTHONY GIDDENS
después de 1875aumentó sus proporciones, pero hacia el fin de siglo su posición
revolucionaria se halló cada vez más fuera de lugar respecto a una sociedad que en
gran medida se había transformado «desde arriba» en una sociedad industrial.
En este contexto, empezando un poco antes de la muerte de Marx, Engels
publicó una serie de escritos para defender el marxismo y exponerlo como doctrina
sistemática; el Anti-Dühring fue la más importante e influyente de estas obras. Al
poner de relieve el carácter «científico» del socialismo marxista contra las formas
de teoría socialista utópica y voluntarista, el Anti-Dühring preparó el terreno para
la interpretación positivista del marxismo, interpretación que dominó en los
círculos marxistas hasta después de la primera guerra mundial, y que se ha
convertido en la doctrina oficial de la Unión soviética.
8
El decenio que siguió a la
muerte de Marx esto es, la época en que Durkheim y Weber se afianzaban en los
puntos de vista que darían forma al conjunto de sus obras fue un período
decisivo durante el cual el marxismo se convirtió en una fuerza realmente
importante, en sentido político e intelectual. El materialismo filosófico que, bajo el
influjo de Engels, llegó a reconocerse universalmente como «marxismo», ofreció a la
socialdemocracia alemana un armazón teórico que permitía una divergencia
sustancial entre la teoría y la práctica: los socialdemócratas se convirtieron cada vez
más en un partido reformista en realidad, aunque seguían siendo un partido
revolucionario de nombre. Precisamente por esta característica, sus principales
portavoces fueron incapaces de darse cuenta de los cambios que habían logrado
que Alemania acortara rápidamente la ventaja de que había gozado Gran Bretaña
como país industrializado.
El problema del influjo de las «ideas» sobre el desarrollo social, que dominó la
polémica entre los maoístas y sus críticos, alrededor del cambio de siglo, debe
interpretarse teniendo presente este telón de fondo: Durkheim y Weber tomaron
como objeto de sus evaluaciones críticas del marxismo el materialismo filosófico
difundido por Engels, Kautsky, Labriola y otros. De modo que tanto los liberales
como los marxistas tejieron su polémica alrededor de la clásica dicotomía entre
idealismo y materialismo. Debido a ello, la controversia sobre la validez de los
escritos de Marx se vio afectada principalmente por el problema de si las ideas eran,
o no, meros «epifenómenos» que no desempeñaban ningún papel «independiente» en
el desarrollo social. Uno de mis objetivos en el presente libro es demostrar que esta
polémica es completamente ajena a la cuestión esencial, en la medida en que los
escritos de Marx pueden compararse con los de Durkheim y Weber como formas
contrapuestas de teoría social. Marx, no menos que los otros dos autores, procuró
abrirse camino rompiendo la tradicional división filosófica entre idealismo y
materialismo; y es precisamente la confusión entre esta antigua dicotomía y la
crítica «materialista» que Marx hace al idealismo lo que ha enturbiado las fuentes de
las divergencias reales entre Marx y la sociología «burguesa» o «académica».
Se trata de un asunto que sólo se ha puesto en claro bastante recientemente,
en el curso de la formidable renovación de los estudios marxistas que ha tenido
lugar en Occidente desde la última guerra mundial. La aparición, en la Marx-Engels
Gesamtausgabe publicada por Riazanov, de varios escritos inéditos de Marx y
Engels, ha tenido mucha importancia en el estímulo de esta renovación. Sin
embargo, la edición de obras como los Manuscritos de economía y filosofía de 1844,
si bien ha ayudado a resolver problemas interpretativos, ha dado origen a otros
nuevos. Tales problemas conciernen a la coherencia y naturaleza «interna» de los
8
George Lichtheim: Marxism, an Historical and Critical Study, Londres, 1964, pp. 238-243.
INTRODUCCIÓN
propios escritos de Marx, y a las vinculaciones intelectuales entre la posición teórica
de Marx y la de los demás pensadores sociales. Las intrincadas dificultades que
plantea esta situación han dictado en gran medida la estructura de este libro. Al
evaluar algunas de las fuentes de la polémica contemporánea entre marxismo y
sociología «académica», pareció necesario, como tarea previa, reconstruir los temas
principales de los escritos de los pensadores más importantes cuyas obras están en
el origen de la moderna teoría social. Los primeros dos tercios del presente libro se
dedican a tratar por separado de las formas de teoría social establecidas
respectivamente por Marx, Durkheim y Weber (capítulos I-XII). La necesidad de
formular de una manera tan precisa y coherente los principales temas de cada uno
de estos autores ha excluido cualquier intento de análisis crítico sobre la «lógica» o
la «validez» efectiva de su pensamiento.
El capítulo XIII presenta un análisis de las maneras principales con que
Durkheim y Weber procuraron separar sus opiniones de la que atribuían a Marx.
Pero el «valor aparente» de estos modos de ver no debe aceptarse sin más. Los
capítulos XIV y XV hacen abstracción de lo que Durkheim y Weber afirmaron
explícitamente, y ofrecen una nueva evaluación de algunos de los principales
paralelismos y divergencias entre sus escritos y los de Marx. Hay que decir también
que en los tres últimos capítulos se han descuidado, u olvidado totalmente, algunas
importantes líneas de comparación entre Marx, Durkheim y Weber. La más patente
de ellas afecta al problema de los puntos de vista metodológicos opuestos que
adoptan los tres autores; a primera vista parecería que se encuentra aquí la
comparación más fundamental. En cierto sentido es así; pero uno de los
enunciados básicos que defiendo en este libro es que los tres autores centraron su
atención predominantemente en la estructura característica del «capitalismo»
moderno, en cuanto contrapuesta a las anteriores formas de sociedad. En los
recientes decenios, la sociología se ha caracterizado por hacer hincapié en la
búsqueda de una «teoría general» formalizada. Por laudable que pueda ser este
objetivo, hay que decir que se aparta del principal centro de interés de los autores
que establecieron los fundamentos del pensamiento social moderno; y que ha
contribuido notablemente a oscurecer la importancia de problemas que ellos habían
colocado en el puesto más destacado de la teoría social. No creo que ninguno de los
tres autores estudiados en este libro pretendiera crear «sistemas» de pensamiento
que lo abarcaran todo, en el sentido en que ordinariamente se les atribuye tal
intención. En realidad, todos ellos lo niegan categóricamente. Por tanto, si bien he
recalcado la unidad integral de las obras de cada autor, al mismo tiempo he hecho
lo posible por llamar la atención sobre su carácter parcial e incompleto, como ellos
mismos dieron a entender matizando las perspectivas que habían establecido y las
conclusiones a que habían llegado.
ABREVIATURAS
Se emplean las abreviaturas de esta lista para los títulos de las obras citadas
con más frecuencia en las notas al pie de página. En la bibliografía al final del libro
(«Obras citadas en el texto») se indica en concreto la edición que se ha usado de
dichas abras.
ESCRITOS DE MARX Y MARX
Cap El capital
OE Obras escogidas
IA La ideología alemana
Gru Elementos fundamentales para la crítica le la economía política
CFEH Crítica de la filosofía del Estado de Hegel
MEF Manuscritos: economía y filosofía
SLR Sobre la religión
We Werke
WYM Writings of the Young Marx on Philosophy and Society
ESCRITOS DE DURKHEIM
DT De la división del trabajo social
DTS De la division du travail social
FR Las formas elementales de la vida religiosa
FE Les formes élémentaires de la vie religieuse
PECM Professional Ethics and Civic Morals
RMS Les règles de la méthode sociologique
RM Las reglas del método sociológico
LS Le Suicide
ES El Suicidio
El Soc El socialismo
Soc Socialism
AS Année sociologique (revista)
RP Revue philosophique
ESCRITOS DE MAX WEBER
EYS Economía y Sociedad
ESC Ensayos de sociología contemporánea
GAR Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie
GASS Gesammelte Aufsätze zur Soziologie und Sozialpolitik
GAW Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre
GPS Gesammelte politische Schriften
STCS Sobre la teoría de las ciencias sociales
EP La ética protestante y el espíritu del capitalismo
RC The Religion of China
RI Religion of India
WuG Wirtschaft und Gesellschaft

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