FREUD, S. - PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS
DEL YO (1921)
Introducción
La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera
vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la
considera más a fondo.
La relación del individuo con sus padres y hermanos, con su objeto de amor, con su
maestro y con su médico, vale decir, todos los vínculos que han sido hasta ahora
indagados preferentemente por el psicoanálisis, tienen derecho a reclamar que se los
considere fenómenos sociales. Ahora bien, cuando se habla de psicología social o de las
masas, se suele prescindir de estos vínculos y distinguir como objeto de la indagación la
influencia simultánea ejercida sobre el individuo por un gran número de personas con
quienes está ligado por algo, al par que en muchos aspectos pueden serle ajenas. Por
tanto, la psicología de las masas trata del individuo como miembro de un linaje, de un
pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como integrante de una
multitud organizada en forma de masa durante cierto lapso y para determinado fin.
Obtendremos ambas cosas citando un libro que con justicia se ha hecho famoso, el de Le
Bon, Psicología de las masas.
¿Qué es entonces una «masa», qué le presta la capacidad de influir tan decisivamente
sobre la vida anímica del individuo, y en qué consiste la alteración anímica que impone a
este último?
Responder esas tres preguntas es la tarea de una psicología teórica de las masas. Hay
ideas y sentimientos que sólo emergen o se convierten en actos en los individuos ligados
en masas.
Tomándonos la libertad de jalonar la exposición de Le Bon mediante nuestras glosas,
hagamos notar en este punto: Si los individuos dentro de la masa están ligados en una
unidad, tiene que haber algo que los una, y este medio de unión podría ser justamente lo
característico de la masa.
«Es fácil verificar la gran diferencia que existe entre un individuo perteneciente a una
masa y un individuo aislado, pero es más difícil descubrir las causas de esa diferencia.
En la masa, opina Le Bon, desaparecen las adquisiciones de los individuos y, por tanto,
su peculiaridad.
Así se engendraría un carácter promedio en los individuos de la masa. Y tendrá tanto
menos motivo para controlarse cuanto que, por ser la masa anónima, y por ende
irresponsable, desaparece totalmente el sentimiento de la responsabilidad que frena de
continuo a los individuos».
Nos bastaría con decir que el individuo, al entrar en la masa, queda sometido a
condiciones que le permiten echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales
inconcientes. Hace ya mucho afirmamos que el núcleo de la llamada conciencia moral es
la «angustia social» (ver nota).
En la multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos, y en grado tan alto que el
individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo. Esta aptitud es
enteramente contraria a su naturaleza, y el ser humano sólo es capaz de ella cuando
integra una masa».
«Una tercera causa, por cierto la más importante, determina en los individuos de una
masa particulares propiedades, muy opuestas a veces a las del individuo aislado.
Tal es aproximadamente el estado del individuo perteneciente a una masa psicológica.
«Los principales rasgos del individuo integrante de la masa son, entonces: la desaparición
de la personalidad conciente, de los sentimientos e ideas en el mismo sentido por
sugestión y contagio, y la tendencia a trasformar inmediatamente en actos las ideas
sugeridas. El individuo deja de ser él mismo; se ha convertido en un autómata carente de
voluntad».
Acaso la mejor interpretación de sus tesis consista en referir el contagio al efecto que los
miembros singulares de la masa ejercen unos sobre otros, mientras que los fenómenos
de sugestión discernibles en la masa -equiparados por Le Bon al influjo hipnótico-
remitirían a otra fuente.
Resta todavía un punto de vista importante para formular un juicio sobre el individuo de la
masa: «Además, por el mero hecho de pertenecer a una masa organizada, el ser humano
desciende varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizás un individuo
culto; en la masa es un bárbaro, vale decir, una criatura que actúa por instinto. Le Bon se
detiene particularmente en la merma de rendimiento intelectual experimentada por el
individuo a raíz de su fusión en la masa (ver nota).
Dejemos ahora a los individuos y atendamos a la descripción del alma de las masas tal
como Le Bon la bosqueja.
La masa es impulsiva, voluble y excitable. Abriga un sentimiento de omnipotencia; el
concepto de lo imposible desaparece para el individuo inmerso en la masa (ver nota).
La masa es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica, lo improbable no existe
para ella. Los sentimientos de la masa son siempre muy simples y exaltados. Por eso no
conoce la duda ni la incerteza (ver nota).
(Ver nota)
Inclinada ella misma a todos los extremos, la masa sólo es excitada por estímulos
desmedidos. Quiere ser dominada y sometida, y temer a sus amos.
Para juzgar correctamente la moralidad de las masas es preciso tener en cuenta que al
reunirse los individuos de la masa desaparecen todas las inhibiciones y son llamados a
una libre satisfacción pulsional todos los instintos crueles, brutales, destructivos, que
dormitan en el individuo como relictos del tiempo primordial. Pero, bajo el influjo de la
sugestión, las masas son capaces también de elevadas muestras de abnegación,
desinterés, consagración a un ideal. Mientras que en el individuo aislado la ventaja
personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas. Puede
hablarse de una moralización del individuo por la masa.
Otros rasgos de la caracterización de Le Bon echan viva luz sobre la licitud de identificar
el alma de las masas con el alma de los primitivos. Pero lo mismo ocurre en la vida
anímica inconciente de los individuos, de los niños y de los neuróticos, como el
psicoanálisis lo ha demostrado hace tiempo (ver nota).
Además, la masa está sujeta al poder verdaderamente mágico de las palabras; estas
provocan las más temibles tormentas en el alma de las masas, y pueden también
apaciguarla.
Y por último: Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. La masa es un rebaño
obediente que nunca podría vivir sin señor.
Si la necesidad de la masa solicita un conductor, este tiene que corresponderle con
ciertas propiedades personales. Para suscitar la creencia de la masa, él mismo tiene que
estar fascinado por una intensa creencia (en una idea); debe poseer una voluntad
poderosa, imponente, que la masa sin voluntad le acepta. Le Bon enumera después las
diversas clases de conductores y los medios por los cuales influyen sobre la masa.
Se tiene la impresión de que las consideraciones de Le Bon sobre el papel del conductor
y el prestigio no están a la altura de su brillante descripción del alma de las masas.
Las dos tesis que contienen las opiniones más importantes de Le Bon (la inhibición
colectiva del rendimiento intelectual y el aumento de la afectividad en la masa) habían
sido formuladas poco antes por Sighele (ver nota). Sin duda, todos los fenómenos antes
descritos del alma de las masas han sido correctamente observados; pero también es
posible individualizar otras exteriorizaciones de la formación de masa, opuestas por
completo a aquellas, y de las cuales se deriva por fuerza una estimación mucho más alta
del alma de las masas.
También Le Bon estaba dispuesto a admitir que, en ciertas circunstancias, la eticidad de
las masas puede ser más alta que la de los individuos que la componen, y que sólo las
colectividades son capaces de un altruismo y una consagración elevados: «Mientras en el
individuo aislado la ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina
en las masas» (1895 [traducción al alemán], pág. 38).
En vista de estas contradicciones totales, parece que la labor de la psicología de las
masas no daría fruto alguno. Es probable que bajo el nombre de «masas» se hayan
reunido formaciones muy diversas, que deberían separarse. Es innegable que las pinturas
de estos autores se han visto influidas por los caracteres de las masas revolucionarias, en
particular las de la gran Revolución Francesa. Las afirmaciones opuestas provienen de la
apreciación de aquellas masas o asociaciones estables a que los seres humanos
consagran su vida y que se encarnan en las instituciones de la sociedad. Las masas de la
primera variedad son con respecto a las de la segunda, por así decir, como las olas
breves, pero altas, del mar con respecto a las mareas.
En el caso más simple -dice-, la masa (group) no posee organización alguna, o la tiene
ínfima. Designa «multitud» (crowd) a una masa así. Mientras más fuertes sean estas
relaciones de comunidad («this mental homogeneity»), con tanto mayor facilidad se forma
a partir de los individuos una masa psicológica, y tanto más llamativas son las
manifestaciones de un «alma de la masa».
Mc-Dougall explica este «ser-arrastrado» del individuo por lo que llama el «principle of
direct induction of emotion by way of the primitive sympathetic response», vale decir, el
contagio de sentimientos que ya conocemos (ver nota). Y esta compulsión {Zwang}
automática se vuelve tanto más fuerte cuantas más son las personas en que se nota
simultáneamente el mismo afecto. Las mociones afectivas más groseras y simples son las
que tienen las mayores probabilidades de difundirse de tal modo en una masa.
Este mecanismo del incremento del afecto es favorecido aún por algunas otras influencias
que parten de la masa.
Tampoco McDougall cuestiona la tesis de la inhibición colectiva de la inteligencia dentro
de la masa.
El juicio global de McDougall sobre el rendimiento psíquico de una masa simple, «no
organizada», no es más amable que el de Le Bon.
Puesto que McDougall opone la conducta de las masas altamente organizadas a la aquí
descrita, sentimos una particular urgencia en averiguar en qué consiste esa organización
y cuáles son los factores que la producen. El autor enumera cinco de estas «principal
conditions» para que la vida anímica de la masa se eleve de nivel.
La primera condición básica es cierto grado de continuidad en la persistencia de la masa.
Puede ser material o formal; la primera, cuando las mismas personas permanecen un
tiempo prolongado en la masa, y la segunda, cuando dentro de la masa se desarrollan
ciertas posiciones que pueden asignarse a personas que se releven unas a otras.
La segunda condición es que se haya creado en los individuos de la masa una
determinada representación acerca de la naturaleza, función, operaciones y exigencias de
aquella, de suerte que de ahí pueda derivarse para ellos un vínculo afectivo con la masa
en su conjunto.
La tercera es que la masa esté en relación con otras formaciones de masa semejantes a
ella pero divergentes en muchos puntos.
Según McDougall, cuando se cumplen estas condiciones quedan canceladas las
desventajas psíquicas de la formación de masa.
A nuestro parecer, la condición que McDougall llama «organización» de la masa puede
describirse más justificadamente de otro modo. La tarea consiste en procurar a la masa
las mismas propiedades que eran características del individuo y se le borraron por la
formación de masa. Y si de tal modo reconocemos que la meta es dotar a la masa con los
atributos del individuo, nos viene a la memoria una sustanciosa observación de W. Trotter
(ver nota) quien discierne en la inclinación a formar masa una continuación biológica del
carácter pluricelular de todos los organismos superiores. (ver nota agregada en 1923)
Sugestión y libido
Hemos partido del hecho básico de que en una masa el individuo experimenta, por
influencia de ella, una alteración a menudo profunda de su actividad anímica., Se nos dijo
que estos elementos, con frecuencia indeseados, pueden contrarrestarse, al menos en
parte, mediante una «organización» más elevada de las masas, pero ello no puso en
entredicho el hecho básico de la psicología de las masas: las dos tesis del incremento del
afecto y de la inhibición del pensamiento en la masa primitiva. Ahora nuestro interés
consiste en hallar la explicación psicológica de ese cambio anímico que los individuos
sufren en la masa.
La explicación alternativa que nos ofrecen los autores que escriben sobre sociología y
psicología de las masas es siempre la misma, aunque bajo nombres variables: la palabra
ensalmadora «sugestión».
Ahora bien, en el psicoanálisis estas pulsiones de amor son llamadas a potiori, y en virtud
de su origen, pulsiones sexuales.
Ensayemos, entonces, con esta premisa: vínculos de amor (o, expresado de manera más
neutra, lazos sentimentales) constituyen también la esencia del alma de las masas.
La primera, que evidentemente la masa se mantiene cohesionada en virtud de algún
poder.
Dos masas artificiales: Iglesia y ejército
Recordemos, de la morfología de las masas, que pueden distinguirse muy diferentes
clases de masas y orientaciones opuestas en su conformación. Hay masas muy efímeras,
y las hay en extremo duraderas; homogéneas, que constan de individuos de la misma
clase, y no homogéneas; masas naturales y artificiales, que para su cohesión requieren,
además, una compulsión externa; masas primitivas y articuladas, altamente organizadas.
Y en total oposición a lo que es habitual, nuestra indagación no escogerá como punto de
partida una formación de masa relativamente simple, sino masas de altos grados de
organización, duraderos, artificiales. Los ejemplos más interesantes de tales formaciones
son la Iglesia -la comunidad de los creyentes- y el ejército.
Iglesia y ejército son masas artificiales, vale decir, se emplea cierta compulsión externa
para prevenir su disolución (ver nota) e impedir alteraciones de su estructura. Respecto
de cada individuo de la masa creyente, El se sitúa como un bondadoso hermano mayor;
es para ellos un sustituto del padre. Todas las exigencias que se dirigen a los individuos
derivan de este amor de Cristo. Un sesgo democrático anima a la Iglesia, justamente
porque todos son iguales ante Cristo, todos tienen idéntica participación en su amor. La
respuesta sería que constituyen un caso diverso de ligazón de masas, ya no tan simple, y
como lo muestran los ejemplos de grandes conductores militares -César, Wallenstein,
Napoleón-, tales ideas no son indispensables para la pervivencia de un ejército.
Notemos que en estas dos masas artificiales cada individuo tiene una doble ligazón
libidinosa: con el conductor (Cristo, general en jefe) y con los otros individuos de la masa.
Nos está pareciendo que vamos por el camino correcto, que permitiría esclarecer el
principal fenómeno de la psicología de las masas: la falta de libertad del individuo dentro
de ellas.
Otro indicio de lo mismo, a saber, que la escencia de una masa consistiría en las
ligazones libidinosas existentes en ella, nos lo proporciona también el fenómeno del
pánico, que puede estudiarse mejor en las masas militares. El pánico se genera cuando
una masa de esta clase se descompone. Lo que sucede es que la angustia pánica
supone el aflojamiento de la estructura libidinosa de la masa y esta reacciona
justificadamente ante él, y no a la inversa (que los vínculos libidinosos de la masa se
extingan por la angustia frente al peligro).
Estas observaciones en modo alguno contradicen la tesis de que la angustia crece
enormemente en la masa por inducción (contagio). Si le damos la acepción de «angustia
de masas», podemos establecer una vasta analogía. De igual modo, el pánico nace por el
aumento del peligro que afecta a todos, o por el cese de las ligazones afectivas que
cohesionaban a la masa; y este último caso es análogo a la angustia neurótica (ver nota).
No hay duda posible: el pánico significa la descomposición de la masa; trae por
consecuencia el cese de todos los miramientos recíprocos que normalmente se tienen los
individuos de la masa.
La descomposición de una masa religiosa no es tan fácil de observar.
Lo que sale a la luz, a raíz de esa descomposición de la masa religiosa supuesta en la
novela, no es angustia, para la cual no hay ocasión; son impulsos despiadados y hostiles
hacia otras personas, a los que el amor de Cristo, igual para todos, había impedido
exteriorizarse antes (ver nota).
Otras tareas y orientaciones de trabajo
Hemos investigado hasta ahora dos masas artificiales, y hallamos que están gobernadas
por lazos afectivos de dos clases. Uno, la ligazón con el conductor, parece -al menos para
las masas consideradas- más influyente que el otro, la ligazón de los individuos entre sí.
Habría que partir de la comprobación de que una multitud de seres humanos no es una
masa hasta que no se establecen en ella los mencionados lazos, pero debería admitirse
que en cualquier multitud se manifiesta con harta facilidad la tendencia a la formación de
una masa psicológica. Averiguar si las masas con conductor son las más originarias y
completas, y si en las otras el conductor puede ser sustituido por una idea, algo abstracto,
respecto de lo cual las masas religiosas, con su jefatura invisible, constituirían la
transición; si ese . Cabe preguntarse, además, si el conductor es realmente indispensable
para la esencia de la masa, y cosas por el estilo.
Pero todas estas cuestiones, acaso tratadas en parte en la bibliografía sobre psicología
de las masas, no podrían desviar nuestro interés de los problemas psicológicos básicos
que la estructura de una masa nos ofrece. Lo primero que nos cautiva es una reflexión
que promete demostrarnos, por el camino más corto, que son ligazones libidinales las que
caracterizan a una masa.
Consideremos el modo en que los seres humanos en general se comportan afectivamente
entre sí.
Pero toda esta intolerancia desaparece, de manera temporaria o duradera, por la
formación de masa y en la masa. El amor por sí mismo no encuentra más barrera que el
amor por lo ajeno, el amor por objetos (ver nota). Esta se apuntala en la satisfacción de
las grandes necesidades vitales, y escoge como sus primeros objetos a las personas que
participan en dicho desarrollo (ver nota).
Por tanto, si en la masa aparecen restricciones del amor propio narcisista que no tienen
efecto fuera de ella. he ahí un indicio concluyente de que la esencia de la formación de
masa consiste en ligazones libidinosas recíprocas de nuevo tipo entre sus miembros.
Ahora una pregunta se impone, acuciante, a nuestro interés: ¿Cuál es la índole de esas
ligazones existentes en el interior de la masa? En la doctrina psicoanalítica de las
neurosis nos hemos ocupado hasta ahora casi exclusivamente de la ligazón que
establecen con sus objetos aquellas pulsiones de amor que persiguen todavía metas
sexuales directas. Es manifiesto que en la masa no puede tratarse de esta clase de
metas. Ahora bien, ya dentro del marco de la ordinaria investidura sexual de objeto,
hemos notado fenómenos que corresponden a un desvío de la pulsión respecto de su
meta sexual. Ahora dedicaremos mayor atención a estos fenómenos del enamoramiento,
con la fundada expectativa de hallar en ellos relaciones trasferibles a los lazos interiores
de las masas. De hecho, por el psicoanálisis averiguamos que existen todavía otros
mecanismos de ligazón afectiva: las llamadas identificaciones; son procesos
insuficientemente conocidos, difíciles de exponer, cuya indagación nos alejará un buen
rato del tema de la psicología de las masas.
El varoncito manifiesta un particular interés hacia su padre; querría crecer y ser como él,
hacer sus veces en todos los terrenos. Digamos, simplemente: toma al padre como su
ideal.
Contemporáneamente a esta identificación con el padre, y quizás antes, el varoncito
emprende una cabal investidura de objeto de la madre según el tipo del apuntalamiento
[anaclítico] (ver nota). Muestra entonces dos lazos psicológicamente diversos: con la
madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo
toma por modelo. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo junto a la madre;
su identificación con él cobra entonces una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo
de sustituir tal padre también junto a la madre. Puede ocurrir después que el complejo de
Edipo experimente una inversión, que se tome por objeto al padre en una actitud
femenina, un objeto del cual las pulsiones sexuales directas esperan su satisfacción; en
tal caso, la identificación con el padre se convierte en la precursora de la ligazón de objeto
que recae sobre él. Lo mismo vale para la niña, con las correspondientes sustituciones
(ver nota).
Es fácil expresar en una fórmula el distingo entre una identificación de este tipo con el
padre y una elección de objeto que recaiga sobre él. La primera ligazón ya es posible, por
tanto, antes de toda elección sexual de objeto. La identificación puede ser la misma que la
del complejo de Edipo, que implica una voluntad hostil de sustituir a la madre, y el síntoma
expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la madre bajo el influjo de
la conciencia de culpa: «Has querido ser tu madre, ahora lo eres al menos en el
sufrimiento». 0 bien el síntoma puede ser el mismo que el de la persona amada («Dora»,
por ejemplo, imitaba la tos de su padre); en tal caso no tendríamos más alternativa que
describir así el estado de cosas: La identificación remplaza a la elección de objeto; la
elección de objeto ha regresado hasta la identificación.
Hay un tercer caso de formación de síntoma, particularmente frecuente e importante, en
que la identificación prescinde por completo de la relación de objeto con la persona
copiada. Mientras más significativa sea esa comunidad, tanto más exitosa podrá ser la
identificación parcial y, así, corresponder al comienzo de una nueva ligazón.
Ya columbramos que la ligazón recíproca entre los individuos de la masa tiene la
naturaleza de una identificación de esa clase (mediante una importante comunidad
afectiva), y podemos conjeturar que esa comunidad reside en el modo de la ligazón con el
conductor. Llamativa en esta identificación es su amplitud: trasmuda al yo respecto de un
componente en extremo importante (el carácter sexual), según el modelo de lo que hasta
ese momento era el objeto. Como he dicho en otro lugar, la sombra del objeto ha caído
sobre el yo (ver nota). La introyección del objeto es aquí de una evidencia innegable.
Pero antes de que podamos aplicar este material a la comprensión de la organización
libidinosa de una masa debemos tomar en cuenta algunas otras relaciones recíprocas
entre objeto y yo (ver nota).
En una serie de casos, el enamoramiento no es más que una investidura de objeto de
parte de las pulsiones sexuales con el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa,
lograda la cual se extingue; es lo que se llama amor sensual, común.
La notable historia de desarrollo por la que atraviesa la vida amorosa de los seres
humanos viene a agregar un segundo factor. Pero es más común que el adolescente
logre cierto grado de síntesis entre el amor no sensual, celestial, y el sensual, terreno; en
tal caso, su relación con, el objeto sexual se caracteriza por la cooperación entre
pulsiones no inhibidas y pulsiones de meta inhibida. Pero esto nos permite orientarnos
mejor; discernimos que el objeto es tratado como el yo propio, y por tanto en el
enamoramiento afluye al objeto una medida mayor de libido narcisista (ver nota). El
objeto, por así decir, ha devorado al yo.
Esto ocurre con particular facilidad en el caso de un amor desdichado, inalcanzable; en
efecto, toda satisfacción sexual rebaja la sobrestimación sexual. Las coincidencias son
llamativas. La misma sumisión humillada, igual obediencia y falta de crítica hacia el
hipnotizador como hacia el objeto amado (ver nota). Además, la total ausencia de
aspiraciones de meta sexual no inhibida contribuye a que los fenómenos adquieran
extrema pureza.
Ahora bien, por otra parte podemos decir -si se admite la expresión- que el vínculo
hipnótico es una formación de masa de dos. La hipnosis no es un buen objeto de
comparación para la formación de masa porque es, más bien, idéntica a esta. De la
compleja ensambladura de la masa ella aísla un elemento: el comportamiento del
individuo de la masa frente al conductor. Esta restricción del número diferencia a la
hipnosis de la formación de masa, así como la ausencia de aspiración directamente
sexual la separa del enamoramiento.
Es interesante ver que justamente las aspiraciones sexuales de meta inhibida logren crear
ligazones tan duraderas entre los seres humanos.
Ahora bien, las elucidaciones anteriores nos han preparado acabadamente para indicar la
fórmula de la constitución libidinosa de una masa; al menos, de una masa del tipo
considerado hasta aquí, vale decir, que tiene un conductor y no ha podido adquirir
secundariamente, por un exceso de «organización», las propiedades de un individuo. Esta
condición admite representación gráfica:
El instinto gregario
Por poco tiempo gozaremos de la ilusión de haber resuelto con esta fórmula el enigma de
la masa.
Tenemos derecho a decirnos que las extensas ligazones afectivas que discernimos en la
masa bastan por sí solas para explicar uno de sus caracteres: la falta de autonomía y de
iniciativa en el individuo, la uniformidad de su reacción con la de todos los otros, su
rebajamiento a individuo-masa, por así decir. El individuo se siente incompleto
(«íncomplete») cuando está solo. Además, por largo tiempo no se observa en el niño
nada de un instinto gregario o sentimiento de masa. Rivales al comienzo, han podido
identificarse entre sí por su parejo amor hacia el mismo objeto. Hasta donde hoy podemos
penetrar ese proceso, dicho cambio parece consumarse bajo el influjo de una ligazón
tierna común con una persona situada fuera de la masa. Ya al elucidar las dos masas
artificiales, la Iglesia y el ejército, averiguamos que su premisa era que todos fueran
amados de igual modo por uno, el conductor. Pero no olvidemos que la exigencia de
igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor.
Todos los individuos deben ser iguales entre sí, pero todos quieren ser gobernados por
uno.
La masa y la horda primordial
En 1912 recogí la conjetura de Darwin, para quien la forma primordial de la sociedad
humana fue la de una horda gobernada despóticamente por un macho fuerte.
Las masas humanas vuelven a mostrarnos la imagen familiar del individuo hiperfuerte en
medio de una cuadrilla de compañeros iguales, esa misma imagen contenida en nuestra
representación de la horda primordial.
De este modo, la masa se nos aparece como un renacimiento de la horda primordial. Así
como el hombre primordial se conserva virtualmente en cada individuo, de igual modo la
horda primordial se restablece a partir de una multitud cualquiera de seres humanos; en la
medida en que estos se encuentran de manera habitual gobernados por la formación de
masa, reconocemos la persistencia de la horda primordial en ella. Tenemos que inferir
que la psicología de la masa es la psicología más antigua del ser humano; lo que hemos
aislado como psicología individual, dejando de lado todos los restos de masa, se perfiló
más tarde, poco a poco, y por así decir sólo parcialmente a partir de la antigua psicología
de la masa. La psicología individual tiene que ser por lo menos tan antigua como la
psicología de masa, pues desde el comienzo hubo dos psicologías: la de los individuos de
la masa y la del padre, jefe, conductor. Los individuos estaban ligados del mismo modo
que los hallamos hoy, pero el padre de la horda primordial era libre.
El padre primordial de la horda no era todavía inmortal, como pasó a serlo más tarde por
divinización. Cuando moría debía ser sustituido; lo remplazaba probablemente un hijo
más joven que hasta entonces había sido individuo-masa como los demás. Los compelió,
por así decir, a la psicología de masa. Sus celos sexuales y su intolerancia pasaron a ser,
en último análisis, la causa de la psicología de la masa (ver nota).

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