En la tradición médica XVIII, del siglo la enfermedad se presenta al observador de acuerdo con signos y síntomas. El
síntoma -de ahí su posición real- es la forma bajo la cual se presenta la enfermedad: de todo lo que es visible. Los
síntomas dejan transparentar la figura invariable, un poco en retirada da, visible e invisible, de la enfermedad.
El signo anuncia: pronostica lo que va a ocurrir; anamnesia lo que ha ocurrido; diagnostica lo que se desarrolla
actualmente.
La formación del método clínico está vinculada a la emergencia de la mirada del médico en el campo de los signos y de
los síntomas.
Más allá de los síntomas, no hay ya esencia patológica: todo en la enfermedad es fenómeno de sí misma. "Una
enfermedad es un todo ya que se le pueden asignar los elementos; tiene un fin ya que se pueden calcular sus resultados;
por consiguiente, es un todo colocado en los límites de la invasión y de la terminación. El síntoma está así disminuido de
su papel de indicador soberano, no siendo sino el fenómeno de una ley de aparición; está a nivel de la naturaleza.
No del todo, sin embargo: algo, en lo inmediato del síntoma, significa lo patológico, por lo cual se opone a un fenómeno
que señala pura y simplemente la vida orgánica: "Entendemos por fenómeno todo cambio notable del cuerpo sano, o
enfermo; de ahí la división en los que pertenecen a la salud y los que designan la enfermedad: estos últimos se
confunden fácilmente con los síntomas o apariencias, sensibles, de la enfermedad. El síntoma abandona su pasividad de
fenómeno natural y se convierte en significante de la enfermedad, es decir, de sí mismo tomado en su totalidad, ya que
la enfermedad no es más que la co lección de síntomas. Ambigüedad singular, ya que en su función significante, el
síntoma remite a la vez al vínculo de los fenómenos entre sí, a lo que constituye su totalidad y la forma de su coexistencia,
y a la diferencia absoluta que separa la salud de la enfermedad; significa por consiguiente, por una tautología, la
totalidad de lo que es, y por su emergencia, la exclusión de lo que no es.
El síntoma, en el equilibrio general del pensamiento clínico, desempeña casi el papel del lenguaje de acción: está preso
como él, en el movimiento general de una naturaleza; y su fuerza de manifestación es también primitiva, Lan
naturalmente dada como "el instinto" que lleva esta forma inicial del lenguaje.
Signos y síntomas son y dicen lo mismo: aproximadamente lo que el signo dice, es lo mismo que es precisamente el
síntoma. “No hay signo sin síntoma”. “Todo síntoma es signo”. Entre signo y síntoma, hay una diferencia decisiva que
no adquiere su valor sino sobre el fondo de una identidad esencial: el signo es el síntoma mismo, pero en su verdad de
origen.
El acto descriptivo, es, por derecho propio, una percepción del ser, y a la inversa el ser no se deja ver en manifestaciones
sintomáticas, por consiguiente, esenciales, sin ofrecerse al dominio de un lenguaje que es la palabra misma de las cosas.
En la medicina de las especies, la naturaleza de la enfermedad y su descripción no podía corresponder sin un momento
intermediario que era, con sus dos dimensiones, el "cuadro"; en la clínica, ser visto y ser hablado comunican sin tropiezo
en la verdad manifiesta de la enfermedad de la cual está allí precisamente todo el ser. No hay enfermedad sino en el
elemento de lo visible, y por consiguiente de lo enunciable.
La medicina, conocimiento incierto: viejo tema al cual el siglo XVIII era singularmente sensible. "La ciencia del hombre
se ocupa de un objeto demasiado complicado, abarca una multitud de hechos demasiado variados, opera sobre
elementos demasiado sutiles y demasiado numerosos, para dar siempre a las inmensas combinaciones de las cuales es
susceptible, la uniformidad, la evidencia, la certeza que caracterizan las ciencias físicas y matemáticas”.
De este defecto, el siglo XVIII, en sus últimos años, hace un elemento positivo de conocimiento. La medicina descubre
que la incertidumbre puede ser tratada analíticamente, como la suma de un cierto número de grados de certeza aislables
y susceptibles de un cálculo riguroso. Así, este concepto confuso y negativo, que tenía su sentido en una oposición
tradicional al conocimiento matemático, va a poder transformarse en un concepto positivo, ofrecido a la penetración
de una técnica apropiada al cálculo.
ha abierto a la investigación un dominio en el cual cada vez comprobado, aislado, después comparado a un conjunto,
ha podido situarse en toda una serie de acontecimientos, cuya convergencia, o divergencia, eran en principio
susceptibles de medición. De cada elemento percibido hacía un acontecimiento registrado, y de la evolución incierta en
la cual éste se encuentra colocado una serie aleatoria. Daba al campo clínico una estructura nueva en la cual el individuo
que se investigaba era menos la persona enferma que el hecho patológico indefinidamente reproducible en todos los
enfermos aparentemente afectados.
Con la importación del pensamiento probabilístico, la medicina renovaba enteramente los valores perceptivos de su
dominio: el espacio, en el cual debía ejercerse la atención del médico, se convertía en un espacio limitado, constituido
por acontecimientos aislables cuyá forma de solidaridad era del orden de la serie.