Foucault. El nacimiento de la clínica.
Prefacio.
Ya en sus primeras líneas nos indica que “este libro trata del espacio, del lenguaje y de la muerte; trata de la mirada”.
En otras palabras, se trata de la aparición en los primeros años del siglo XIX de la medicina como ciencia clínica. En este
sentido, podremos apreciar cómo Foucault, desde el comienzo de su trabajo, deja indicado que tal acontecimiento posee
sus condiciones históricas, sus a priori. Indicación que abre la vía de un movimiento inverso al trazado por el mito; más
precisamente al trazado por la versión mítica del nacimiento de la medicina como ciencia clínica en función de un acceso
directo a la empiricidad.
Foucault cita una serie de autores. De un lado, encontramos a mediados del siglo XVIII a Pomme y a Meckel; del
otro, en las primeras décadas del siglo XIX a Bayle y a Bichat, entre otros. Entre los discursos médicos producidos por
ambos grupos de autores Foucault plantea que la diferencia es ínfima y total”.
Pomme cuidó y curó a una histérica. vio "porciones membranosas, parecidas a fragmentos de pergamino empapado
desprenderse con ligeros dolores y salir diariamente con la orina, desollarse a la vez el uréter del lado derecho y salir
entero por la misma vía". "Falsas membranas”.
Entre el texto de Pomme que llevaba a su forma última los viejos mitos de la patología nerviosa y el de Bayle que
describía, para un tiempo del cual no hemos salido aún, las lesiones encefálicas de la parálisis general, la diferencia es
ínfima y total. Total, para nosotros, porque cada palabra de Bayle, en su precisión cualitativa, guía nuestra mirada en un
mundo de constante visibilidad, mientras que el texto anterior nos habla el lenguaje, sin apoyo perceptivo, de los
fantasmas.
La medicina "positiva" no es la que ha hecho una elección "del objeto" dirigida al fin sobre la objetividad misma. Se trata
más bien de un desplazamiento y como encerrados en la singularidad del enfermo, respecto de la región de los "síntomas
subjetivos" que define para el médico no ya el modo del conocimiento, sino el mundo de los objetos por conocer. Ha
cambiado la configuración sorda en la que se apoya el lenguaje.
De esta manera Foucault pone en tensión la constitución de la mirada médica tal como se organiza comienzos del siglo
XIX, mirada que funda a la medicina como ciencia clínica, y una positividad que se asume sin más como resultado de la
puesta en práctica de un empirismo ingenuo. En este sentido afirma que “la medicina “positiva” no es
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la que ha hecho
una elección del “objeto” dirigida al fin sobre la objetividad misma”. Tengamos en cuenta la suerte de advertencia que
Foucault nos dirige: no se trata de que la medicina no haya alcanzado su forma positiva, sino que esta última no
encuentra fundamento en “la modestia eficaz de lo percibido”.
Para comprender cuándo se ha producido la mutación del discurso, sin duda es menester interrogar algo más que los
contenidos temáticos o las modalidades lógicas, y recurrir a esta región en la cual las "cosas" y las "palabras" no están
aún separadas, allá donde aún se pertenecen, al nivel del lenguaje, manera de ver y manera de decir.
Una cuestión retrospectiva: sólo merece su puesta a la luz de una intención indiferente la estructura hablada de lo
percibido, este espacio en el del cual lleno hueco el Lenguaje toma su volumen y su medida. Es menester colocarse y,
de una vez por todas, mantenerse en el nivel de la espacialización y de la verbalización fundamentales de lo patológico,
allá de donde surge y se recoge la mirada locuaz que el médico posa sobre el corazón· venenoso de las cosas.
El rejuvenecimiento de la percepción médica, la viva iluminación de los colores y de las cosas bajo la mirada de los
primeros clínicos no es, sin embargo, un mito; es que la relación de lo visible con lo invisible, necesaria a todo saber
concreto, ha cambiado de estructura y hace aparecer bajo la mirada y en el lenguaje lo que estaba
más acá y más allá de su dominio. Entre las palabras y las cosas, se ha trabado una nueva alianza, que hace ver y decir,
y a veces en un discurso tan realmente "ingenuo" que parece situarse en un nivel más arcaico de racionalidad, como si
se tratara de un regreso a una mirada al fin matinal.
La patología del encéfalo ha inaugurado para nosotros su forma "positiva" cuando Bichat y sobre todo Récamier y
Lallemand utilizaron el famoso "martillo terminado por una superficie ancha y delgada. La agilidad artesanal de romper
el cráneo ha remplazado la precisión científica de la balanza, y no obstante es en aquélla donde se reconoce nuestra
ciencia después de Bichat: funda una objetividad más científica para nosotros que las mediciones instrumentales de la
cantidad. Las formas de la racionalidad médica se hunden en el espesor maravilloso de la percepción, ofreciendo como
primera cara de la verdad el grano de las cosas, su color, sus manchas, su dureza, su adherencia.
“El ojo se convierte en el depositario y en la fuente de una claridad; tiene el poder de hacer manifiesta una verdad que
no recibe, sino en tanto el mismo la ha hecho visible”, así se expresa Foucault para dar cuenta de “el paso de las Luces
al siglo XIX”. Es decir, el paso de una percepción guiada por la adecuación del objeto a su esencia, cuya luz nacía del
reconocimiento de la geometría ideal de los cuerpos, a una percepción que funda su luz en el espesor sensible de los
cuerpos que recorre, entendidos como superficie dada a la visibilidad. La muerte participa de la mirada médica
La mirada está pasivamente ligada a esta primera pasividad que la consagra a la tarea infinita de recorrerla en su
integridad y de adueñarse de ella. La mirada no es ya reductora, sino fundadora del individuo en su calidad irreductible.
Y por eso se hace posible organizar alrededor de él un lenguaje racional. El objeto del discurso puede bien ser así un
sujeto, sin que las figuras de la objetividad, sean, por ello mismo, modificadas. Esta reorganización formal y de
profundidad más que el abandono de las teorías y de los viejos sistemas, es la que ha abierto la posibilidad de una
experiencia clínica; ha retirado el viejo entredicho aristotélico: se podrá al fin hacer sobre el individuo un discurso de
estructura científica.
La medicina como ciencia clínica apareció bajo condiciones que definen, con su posibilidad histórica, el dominio de su
experiencia y la estructura de su racionalidad.
Se trata, al enunciar lo que ha sido dicho, de volver a decir lo que jamás ha sido pronunciado. En esta actividad de
comentar que trata de hacer pasar un discurso apretado, antiguo y como silencioso para mismo a otro más parlanchín.
El significante, un resto necesariamente no formulado del pensamiento que el lenguaje ha dejado en la sombra, residuo
que es su esencia misma, impelida fuera de su secreto; pero comentar supone también que este no-hablado duerme en
la palabra, y que, por una superabundancia propia del significante, se puede al interrogarlo hacer hablar a un contenido
que no estaba explícitamente significado.
Por definición, hablar sobre el pensamiento de otros, tratar de decir lo que ellos han dicho, es hacer un análisis del
significado. Pero ¿es necesario que el significado sea siempre tratado como un contenido?
Será menester entonces tratar los elementos semánticos, no como núcleos autónomos de significaciones múltiples, sino
como segmentos funcionales que forman gradualmente sistema. El sentido de una proposición no se definiría por el
tesoro de intenciones que ésta contuviera, descubriéndola y reservándola a la vez, sino por la diferencia que la articula
sobre los demás enunciados reales y posibles, que le son contemporáneos, o a los cuales se opone en la serie lineal del
tiempo. Entonces aparecería la forma sistemática del significado.
Hasta el presente, la historia de las ideas no conocía sino dos métodos. El uno, estético, era el de la analogía, de una
analogía cuyas vías de difusión se seguían en el tiempo (génesis, filiaciones, parentescos, influencias), o en la superficie
de una región histórica determinada (el espíritu de una época, su Weltanschauung sus categorías fundamentales, la
organización de su mundo sociocultural). El otro. psicológico, era el de la negación de los contenidos (tal siglo no fue tan
racionalista o irracionalista como pretendía y como se ha creído), por el cual se inicia y se desarrolla una especie de
''psicoanálisis" de los pensamientos cuyo término es de pleno derecho reversible, siendo el núcleo del núcleo siempre
su contrario.
La clínica es a la vez un nuevo corte del significado, y el principio de su articulación en un significante en el cual tenemos
la costumbre de reconocer, en una conciencia adormecida, el lenguaje de una "ciencia positiva". Considerada en su
estructura formal, la clínica aparecía, para la experiencia del médico, como un nuevo perfil de lo perceptible y de lo
enunciable: nueva distribución de los elementos discretos del espacio corporal (aislamiento, por ejemplo, del tejido,
región funcional en dos dimensiones, que se opone a la masa funcionante del órgano y constituye la paradoja de una
"superficie interior"), reorganización de los elementos que constituyen el fenómeno patológico, definición de las series
lineales de acontecimientos mórbidos, articulación de la enfermedad en el organismo. La aparición de la clínica, como
hecho histórico, debe identificarse con el sistema de estas reorganizaciones; no sólo del discurso médico, sino de la
posibilidad misma de un lenguaje sobre la enfermedad. La contención del discurso clínico (proclamada por los médicos:
rechazo de la teoría, abandono de los sistemas, no filosofía), indica, en secreto, esta reserva inagotable a partir de la
cual ella puede hablar: la estructura común que corta y articula lo que ve y lo que dice.
Capítulos 4, 6 y 7.
Encontrándonos más próximos al final del trabajo de Foucault es inevitable constatar que ya se han explicitado y
desarrollado las líneas argumentativas que recorren el Nacimiento de la clínica. En este sentido, han sido objeto del
particular abordaje llevado a cabo por Foucault las condiciones históricas que confluyen en el nacimiento de la mirada
que funda a la medicina como ciencia clínica. A los fines de recoger tal indagación, el programa de la materia ofrece dos
capítulos que preceden al que ahora nos ocupa: capítulo 4. “Antigüedad de la clínica” y capítulo 6. “Signos y casos”.
Capítulo 4: Antigüedad de la clínica.
En lo que refiere al capítulo “Antigüedad de la clínica”, nos detenemos en torno a las precisiones derivadas de la
ubicación, en las últimas décadas del siglo XVIII, de lo que Foucault va a llamar la protoclínica. Sin confundirse con la
clínica del siglo XIX, la protoclínica suponía un modo particular de inserción en el hospital; de experiencia pedagógica y,
fundamentalmente, la organización de la experiencia en torno al momento en el que la palabra permitía pronunciar el
nombre de la enfermedad. Enfermedad cuya localización nosológica se producía con independencia de su localización
en el cuerpo del enfermo, el cual pasaba a representar el accidente de la verdad ideal que el cuadro nosológico
comportaba. En la protoclínica alternaban entonces el lenguaje sintético que nombraba a la enfermedad y una suerte
de lenguaje de la naturaleza que venía a probar o no la justeza del nombre dado. “El siglo XVIII, precisamente, no había
llegado a dar un estatuto a este lenguaje, a encontrarle un gramática coherente”.
1. Esta protoclínica es más que un estudio sucesivo y colectivo de casos: debe reunir y hacer sensible el cuerpo
organizado de la nosología. La clínica no estará por lo tanto ni abierta a todo lo que venga, como puede estarlo la práctica
cotidiana de un médico, ni tampoco especializada, como estará en el siglo XIX: no es ni el dominio cerrado de lo que se
ha escogido para estudiar, ni el campo estadístico abierto de lo que se esconsagrado a recibir; se vuelve a cerrar sobre
la totalidad didáctica de una experiencia ideal. La clínica debe formar constitucionalmente un campo nosológico
enteramente estructurado
2. Su modo de asentarse en el hospital se rige por un principio de elección sirve entre ella y él de límite selectivo. En el
hospital, el enfermo es sujeto de su enfermedad; es decir que se trata de un caso; en la clínica, en la cual no se trata sino
del ejemplo el enfermo, es el accidente de su enfermedad, el objeto transitorio del cual ésta se ha apropiado.
3. La clínica no conoce por lo tanto la verdad sino bajo su forma sintética. La mirada, que recorre un cuerpo que sufre,
no alcanza la verdad que busca sino pasando por el momento dogmático del nombre, en el cual se recoge una doble
verdad: ésta, oculta, pero ya presente de la enfermedad, ésta, cerrada, pero claramente deducible de la conclusión y de
los medios. No es la mirada misma la que tiene el poder de análisis y de síntesis; sino la verdad sintética del lenguaje
que viene a añadirse desde el exterior. No se trata de un examen sino de un descriptamiento.
4. En estas condiciones se comprende que la clínica no haya tenido más que una sola dirección: la que va, de arriba a
abajo, del saber constituido a la ignorancia.
5. En el siglo XVIII, la clínica no es una estructura de la experiencia médica, sino que esa experiencia en el sentido por lo
menos en que es prueba: prueba de un saber que el tiempo debe confirmar. Por consiguiente, cuando la designación
magistral fracasa y cuando el tiempo la hace irrisoria, se reconoce el movimiento de la naturaleza por mismo: el
lenguaje del saber calla, y se mira.
En el siglo XVIII la clínica es, por lo tanto, una figura, mucho más compleja que un puro y simple conocimiento de los
casos y, no obstante, no ha adquirido valor en el movimiento mismo del conocimiento científico; forma una estructura
maquinal que se articula el campo de los hospitales sin tener la misma configuración que estos; vive el aprendizaje de
una práctica que simboliza más que analiza; agrupa toda la experiencia alrededor de los prestigios de un descubrimiento
verbal que no es su simple forma de trasmisión, sino el núcleo que la constituye. La clínica del siglo XVIII es en esencia
apofántica.
Ahora bien, en algunos años, los últimos del siglo, la clínica va a reestructurarse bruscamente: desprendida del contexto
teórico en el cual había nacido va a recibir un campo de aplicación ya no limitada a éste en el cual se dice un saber sino
coextensivo con aquel en el cual nace, se prueba y se realiza: formará un cuerpo con el todo de la experiencia médica.
Capítulo 6: Signos y casos.
El capítulo “Signos y casos” avanzará en la respuesta elaborada por la medicina ante tal dificultad. Se tratará entonces
de cómo llega a producirse un lenguaje de la enfermedad cuya gramática permita articular, al mismo tiempo, lo visible
del cuerpo del enfermo con lo enunciable. Es decir, un problema que atañe no a la puesta en práctica de un empirismo
que se dirige ciego al cuerpo sufriente de la enfermedad sino al advenimiento en el campo de la medicina de un cuerpo
que se estructura, se hace visible, según una gramática. Es en este punto donde puede ser situado el paso de una
botánica de los síntomas, propia de la medicina de las especies, a una gramática de los signos, propia de la medicina
como ciencia clínica. Y es que la soberanía de la mirada médica implica la desaparición de la distinción entre síntomas y
signos de la enfermedad, pasando a ser ambos el significante del significado de la enfermedad. Así, “el ser del significado
-el corazón de la enfermedad- se agotará entero en la sintaxis inteligible del significante”.
La clínica es probablemente el primer intento, desde el Renacimiento, de formar una ciencia únicamente sobre el campo
perceptivo y una práctica sólo sobre el ejercicio de la mirada. Esta visibilidad supone a la mirada y al objeto vinculados
por naturaleza y por origen. La mirada médica es la que abre el secreto de la enfermedad, y esta visibilidad la que hace
a la enfermedad penetrable a la percepción.
En la tradición médica XVIII, del siglo la enfermedad se presenta al observador de acuerdo con signos y síntomas. El
síntoma -de ahí su posición real- es la forma bajo la cual se presenta la enfermedad: de todo lo que es visible. Los
síntomas dejan transparentar la figura invariable, un poco en retirada da, visible e invisible, de la enfermedad.
El signo anuncia: pronostica lo que va a ocurrir; anamnesia lo que ha ocurrido; diagnostica lo que se desarrolla
actualmente.
La formación del método clínico está vinculada a la emergencia de la mirada del médico en el campo de los signos y de
los síntomas.
Más allá de los síntomas, no hay ya esencia patológica: todo en la enfermedad es fenómeno de misma. "Una
enfermedad es un todo ya que se le pueden asignar los elementos; tiene un fin ya que se pueden calcular sus resultados;
por consiguiente, es un todo colocado en los límites de la invasión y de la terminación. El síntoma está así disminuido de
su papel de indicador soberano, no siendo sino el fenómeno de una ley de aparición; está a nivel de la naturaleza.
No del todo, sin embargo: algo, en lo inmediato del síntoma, significa lo patológico, por lo cual se opone a un fenómeno
que señala pura y simplemente la vida orgánica: "Entendemos por fenómeno todo cambio notable del cuerpo sano, o
enfermo; de ahí la división en los que pertenecen a la salud y los que designan la enfermedad: estos últimos se
confunden fácilmente con los síntomas o apariencias, sensibles, de la enfermedad. El síntoma abandona su pasividad de
fenómeno natural y se convierte en significante de la enfermedad, es decir, de sí mismo tomado en su totalidad, ya que
la enfermedad no es más que la co lección de síntomas. Ambigüedad singular, ya que en su función significante, el
síntoma remite a la vez al vínculo de los fenómenos entre sí, a lo que constituye su totalidad y la forma de su coexistencia,
y a la diferencia absoluta que separa la salud de la enfermedad; significa por consiguiente, por una tautología, la
totalidad de lo que es, y por su emergencia, la exclusión de lo que no es.
El síntoma, en el equilibrio general del pensamiento clínico, desempeña casi el papel del lenguaje de acción: está preso
como él, en el movimiento general de una naturaleza; y su fuerza de manifestación es también primitiva, Lan
naturalmente dada como "el instinto" que lleva esta forma inicial del lenguaje.
Signos y síntomas son y dicen lo mismo: aproximadamente lo que el signo dice, es lo mismo que es precisamente el
síntoma. “No hay signo sin síntoma”. “Todo síntoma es signo”. Entre signo y síntoma, hay una diferencia decisiva que
no adquiere su valor sino sobre el fondo de una identidad esencial: el signo es el síntoma mismo, pero en su verdad de
origen.
El acto descriptivo, es, por derecho propio, una percepción del ser, y a la inversa el ser no se deja ver en manifestaciones
sintomáticas, por consiguiente, esenciales, sin ofrecerse al dominio de un lenguaje que es la palabra misma de las cosas.
En la medicina de las especies, la naturaleza de la enfermedad y su descripción no podía corresponder sin un momento
intermediario que era, con sus dos dimensiones, el "cuadro"; en la clínica, ser visto y ser hablado comunican sin tropiezo
en la verdad manifiesta de la enfermedad de la cual está allí precisamente todo el ser. No hay enfermedad sino en el
elemento de lo visible, y por consiguiente de lo enunciable.
La medicina, conocimiento incierto: viejo tema al cual el siglo XVIII era singularmente sensible. "La ciencia del hombre
se ocupa de un objeto demasiado complicado, abarca una multitud de hechos demasiado variados, opera sobre
elementos demasiado sutiles y demasiado numerosos, para dar siempre a las inmensas combinaciones de las cuales es
susceptible, la uniformidad, la evidencia, la certeza que caracterizan las ciencias físicas y matemáticas”.
De este defecto, el siglo XVIII, en sus últimos años, hace un elemento positivo de conocimiento. La medicina descubre
que la incertidumbre puede ser tratada analíticamente, como la suma de un cierto número de grados de certeza aislables
y susceptibles de un cálculo riguroso. Así, este concepto confuso y negativo, que tenía su sentido en una oposición
tradicional al conocimiento matemático, va a poder transformarse en un concepto positivo, ofrecido a la penetración
de una técnica apropiada al cálculo.
ha abierto a la investigación un dominio en el cual cada vez comprobado, aislado, después comparado a un conjunto,
ha podido situarse en toda una serie de acontecimientos, cuya convergencia, o divergencia, eran en principio
susceptibles de medición. De cada elemento percibido hacía un acontecimiento registrado, y de la evolución incierta en
la cual éste se encuentra colocado una serie aleatoria. Daba al campo clínico una estructura nueva en la cual el individuo
que se investigaba era menos la persona enferma que el hecho patológico indefinidamente reproducible en todos los
enfermos aparentemente afectados.
Con la importación del pensamiento probabilístico, la medicina renovaba enteramente los valores perceptivos de su
dominio: el espacio, en el cual debía ejercerse la atención del médico, se convertía en un espacio limitado, constituido
por acontecimientos aislables cuyá forma de solidaridad era del orden de la serie.
El fenómeno de “la importación del pensamiento probabilístico” al campo de la medicina situará el modo en que esta
se vuelve capaz de abordar y hacer objeto de conocimiento la reproducción indefinida de hechos patológicos que el
campo hospitalario presentaba.
La configuración de lo patológico que de aquí resulta supondrá entonces dos formas fundamentales a partir de las cuales,
en las primeras décadas del siglo XIX, la enfermedad se abre a una mirada que al mismo tiempo la constituye: “la
estructura lingüística del signo y la aleatoria del caso”. Desde este punto partirá el capítulo siete.
Capítulo 7: Ver y Saber.
Los privilegios que la clínica acaba de reconocer a la observación son de naturaleza bien distinta y mucho más numerosos
que los prestigios que se le atribuían en la tradición. Son a la vez los privilegios de una mirada pura, anterior a toda
intervención, fiel a lo inmediato, que toma sin modificarlos, los de una mirada preparada con toda una armazón lógica
que exorciza desde el comienzo la ingenuidad de un empirismo no preparado.
La oposición entre clínica y experimentación. "El observador... lee la naturaleza, el que hace el experimento la interroga.
es natural que la primera conduzca a la segunda, pero con la condición de que ésta no interrogue sino en el vocabulario
y en el interior del lenguaje que le ha sido propuesto por las cosas observadas. "No hay que confundir la observación
con la experiencia; ésta es el resultado o el efecto; aquélla el medio o la causa; la observación conduce naturalmente a
la experiencia. La observación es la lógica al nivel de los contenidos perceptivos; y el arte de observar "sería una lógica
para los sentidos que enseñaría más particularmente sus operaciones y sus usos”.
Se puede, en una primera aproximación definir esta mirada clínica como un acto perceptivo subtendido por una lógica
de las operaciones; es analítico porque reconstituye la génesis de la composición; pero es puro de toda intervención en
la medida en que esta génesis no es sino la sintaxis del lenguaje que hablan las cosas mismas en un silencio originario.
La mirada de la observación y las cosas que ella percibe comunican por un mismo logas que es aquí génesis de los
conjuntos y allá lógica de las operaciones.
La observación clínica implica dos dominios que le están asociados necesariamente y que se han conjugado entre sí: el
dominio hospitalario y el dominio pedagógico.
El dominio hospitalario es aquel en el cual el hecho patológico aparece en su singularidad de acontecimiento y en la
serie que lo circunda. La enfermedad corre el riesgo de ser disfrazada por cuidados, un régimen, una táctica que la
perturban; está tomada en la singularidad de condiciones físicas que la hacen incomparable con las demás.
La clínica noes por lo tanto este paisaje mítico en el cual las enfermedades aparecen en mismas y absolutamente
descubiertas; ella permite la integración, en la experiencia, la modificación hospitalaria bajo forma constante. Lo que la
medicina de las especies llamaba la naturaleza se revela no siendo más que la discontinuidad de las condiciones
heterogéneas y artificiales.
La verdad, al señalarse bajo una forma repetitiva, indica el camino que permite adquirirla. Se da a conocer al darse a
reconocer. La génesis de la manifestación de la verdad es también la génesis del conocimiento de la verdad. No hay por
lo tanto diferencia de naturaleza entre la clínica como ciencia y la clínica como pedagogía. La experiencia médica, en su
estructura y en sus dos aspectos de manifestación y de adquisición, tiene ahora un sujeto colectivo; no está ya dividida
entre el que sabe y el que ignora; está hecha solidariamente para el que descubre y aquellos ante quien se descubre. El
enunciado es el mismo; la enfermedad habla el mismo lenguaje a los unos y a los otros.
En la clínica de Edimburgo, la observación consistía en cuatro series de cuestiones: la primera sobre la edad, el sexo, el
temperamento, la profesión del enfermo la segunda sobre los síntomas que éste sentía; la tercera concernía al origen y
al desarrollo de la enfermedad; la cuarta, por último, iba hasta las causas lejanas y los accidentes anteriores.
Interrogación y el examen se articulan el uno sobre la otra, definiendo en el nivel de las estructuras fundamentales el
"vínculo de encuentro" del médico y del enfermo. Este lugar trata de determinarlo la clínica en su forma inicial por tres
medios:
se observa el estado actual en sus manifestaciones. se observan los síntomas que golpean en seguida los sentidos del
observador; pero apenas después, se interroga al enfermo sobre los dolores que siente, por último, se comprueba el
estado de las grandes funciones fisiológicas conocidas. El segundo momento está colocado bajo el signo del lenguaje y
también del tiempo, de la rememoración, de los desarrollos y de las incidencias sucesivas. Se trata de decir
primeramente lo que ha sido perceptible en un momento dado (recordar las formas de la invasión, la sucesión de los
síntomas, la aparición de sus caracteres actuales y de las meditaciones ya aplicadas); luego, es menester interrogar al
enfermo o a los que lo rodean sobre sus hábitos, su profesión, su vida pasada. El tercer momento de la observación es
de nuevo un momento percibido; se da cuenta, día tras día, del progreso de la enfermedad bajo cuatro rúbricas:
evolución de los síntomas, aparición eventual de nuevos fenómenos, estado de las secreciones, efecto de los
medicamentos empleados. Finalmente, último tiempo, el reservado a la palabra: prescripción del régimen para la
convalescencia. En casos de deceso, la mayor parte de los médicos reservaba a la mirada la última y la más decisiva
instancia: la anatomía del cuerpo.
Creyeron que era posible un equilibrio sin problemas entre las formas de composición de lo visible y las reglas sintácticas
de lo enunciable. la experiencia era por derecho propio ciencia; y el "conocer" marchaba al mismo paso que el
"aprender". La mirada veía soberanamente en un mundo del lenguaje cuya clara palabra recogía sin esfuerzo para
restituirla en una palabra segunda e idéntica: dada por lo visible, esta palabra, sin cambiar nada, daba a ver. La mirada
volvía a tomar en su ejercicio soberano las estructuras de visibilidad que ella misma había depositado en su campo de
percepción.
Pero esta forma generalizada de la transparencia, deja opaco el estatuto del lenguaje que debe ser a la vez su
fundamento, la justificación y el instrumento sutil. Tal carencia, abre el campo a un cierto número de mitos
epistemológicos que están destinados a disfrazarla.
1. El primero de estos mitos epistemológicos toca a la estructura alfabética de la enfermedad. A fines del siglo XVIII, el
alfabeto aparecía a los gramáticos como el esquema ideal del análisis y la forma última de la descomposición de una
lengua; constituía por ello mismo el camino de aprendizaje de esta lengua. Esta imagen alfabética ha sido traspuesta,
sin modificación esencial, en la definición de la mirada clínica.
"Las observaciones particulares, aisladas, son para la ciencia lo que las letras y las palabras son para el discurso; éste no
se funda sino por la afluencia y la reunión de las letras y de las palabras cuyo mecanismo y cuyo valor es menester haber
estudiado y meditado antes de hacer de él un empleo bueno y útil; es lo mismo con las observaciones”. Esta estructura
alfabética de la enfermedad, no garantiza sólo que siempre se pueda remontarse al elemento insuperable: ésta asegura,
así, que el número de estos elementos será finito, e incluso restringido.
2. La mirada clínica opera sobre el ser de la enfermedad, una reducción nominalista. Sus variedades se reducen en último
análisis a esos casos individuales simples, y todo lo que puede construirse con ellos y por encima de ellos no es más que
Nombre.
La enfermedad, como la palabra, está privada de ser, pero, como la palabra, está dotada de una configuración. La
reducción nominalista de la existencia libera una verdad constante. Por ello:
3. La mirada clínica opera sobre los fenómenos patológicos una reducción de tipo clínico. La mirada de los nosógrafos,
hasta fines del siglo XVIII, era una mirada de jardinero; era menester reconocer en la variedad de las apariencias, la
esencia específica. Al comenzar el siglo XIX, se impone otro modelo: el de la operación química, que al aislar los
elementos componentes, permite definir la composición, establecer los puntos comunes, los parecidos y las diferencias
con los demás conjuntos, y fundar así una clasificación que no se funda sobre tipos específicos, sino sobre formas de
relaciones.
La noción de análisis va ahora a acercarse a una significación química: tendrá 'por horizonte el aislamiento de los cuerpos
puros, y poner en cuadro sus combinaciones. Se ha pasado del tema de la combinatoria al de la sintaxis luego al de la
combinación.
4. La experiencia clínica se identifica con una rica sensibilidad. La mirada médica es una mirada de la sensibilidad
concreta, una mirada que va de cuerpo en cuerpo, y cuyo trayecto se sitúa todo en el espacio de la manifestación
sensible. Toda verdad para la clínica, es verdad sensible.
Así, esta sensorialidad del saber, que implica no obstante la conjunción de un dominio hospitalario y de un dominio
pedagógico, la definición de un campo de probabilidad y de una estructura lingüística de lo real, se reduce a un elogio
de la inmediata sensibilidad. La verdad sensible está abierta ahora, más que a los sentidos mismos, a una rica
sensibilidad.
A este nivel, todas las estructuras son disueltas, o más bien, las que constituían la esencia de la mirada clínica, son
sustituidas poco a poco y en un orden aparente por las que van a constituir el vistazo. Va a abrirse un nuevo espacio: el
espacio tangible del cuerpo, que es al mismo tiempo esa masa opaca en la cual se ocultan secretos, de invisibles lesiones
y el misterio mismo de los orígenes. Y la medicina de los síntomas, poco a poco entrará en regresión, para disiparse ante
la de los órganos, del centro, y de las causas ante una clínica enteramente ordenada para la anatomía patológica. Es la
época de Bichat.
Le Gaufey. Es el analísta un clínico..docx
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