F E M I N I S M O
P A R A P R I N C I P I A N T E S
NuriaV Varela
Créditos
1.ª edición: octubre 2008
© Nuria Varela, 2008
© Ediciones B, S. A., 2008
para el sello B de Bolsillo
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito legal: B. 21.254-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-565-9
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alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Prólogo
Dedicatoria
Agradecimientos
1. ¿Qué es el feminismo?
2. La primera ola
3. La segunda ola
4. La tercera ola
5. Feminismo en España
6. La mirada feminista
7. El poder
8. La economía
9. La globalización
10. La violencia
11. El cuerpo de las mujeres
12. La cultura
13. La masculinidad
14. Prejuicios y tópicos
Anexos
Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana
Declaración de Sentimientos
Sufragio universal
La larga lucha institucional para conseguir que los Derechos
humanos también sean reconocidos para las humanas
Informe de la Real Academia Española sobre la expresión
violencia de género
Recomendación a los miembros de la Comunicad
Económica Europea para el empleo de un lenguaje que refleje el
principio de igualdad entre mujeres y hombres
Convención sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer
Bibliografía
Notas
Prólogo
PRÓLOGO
Todo libro ha de ser necesario. En un momento como el
actual, en el que los ojos apenas se posan un instante en un tema
antes de saltar a otro más escandaloso, más llamativo, los libros
han de recuperar el ritmo lento, la necesidad de trascendencia
imprescindible para que la reflexión y el aprendizaje brinden un
mínimo de sentido a la sociedad moderna. Actuar de otra manera
sería, a estas alturas, imperdonable.
Todo libro ha de completar a los anteriores. El conocimiento
objetivo avanza con demasiada rapidez como para limitarse a
recoger las fuentes clásicas, la ya domadas, y no interpretar las
nuevas. Vivimos saturados de datos, de imágenes, indefensos
ante hechos que no sabemos cómo descifrar.
Todo libro ha de revelar una verdad oculta. Oculta por
olvidada, o por censurada, por desconocida o por novedosa. Hay
demasiadas obras banales publicadas ya como para aumentar de
manera indefinida la lista.
Feminismo para principiantes cumple las tres exigencias.
Podría no hacerlo. ¿Quién se plantea, a estas alturas, que el
feminismo sea necesario? ¿Que haya algo más que añadir a lo
dicho por mujeres extraordinarias como Simone de Beauvoir,
Clara Campoamor o Kate Millett? ¿Que se puedan revisar las
mentiras sociales, los hábitos instaurados en un entorno
paternalista y misógino? Sin embargo, las falacias viriles
continúan, y una de ellas, no la menor, insiste en que no queda
nada por conseguir, en que vivimos en el mejor de los mundos
posibles, con la reconciliación entre las exigencias de libertad y
los encantos de la femineidad.
Quien defienda, sea cual sea su motivación, que la igualdad
de géneros es un hecho, se equivoca por completo. Ni en términos
de poder, ni de visibilidad, ni de remuneración económica, ni en
lo que respecta a la seguridad, a la salud, al grado y la intensidad
de trabajo se ha conseguido el sueño de la equidad, un sueño que
comenzó a esbozarse hace ya tres siglos. No hemos dejado atrás
el problema que la fertilidad, la constitución física, la explotación
sexual y la belleza provoca. Las medias verdades han sustituido a
la realidad. Los logros a medias (el sufragio, las leyes de igualdad,
la presencia social) se han tomado como universales. Y sobre todo
ello pesa un silencio, una ignorancia que nadie se molesta en
desvelar.
Todo libro ha de hacer pedazos el silencio. Creo,
sinceramente, que Nuria Varela lo consigue. Tras la ruptura del
silencio llega la indignación, la rabia, los propósitos de enmienda.
Los libros solos no sirven para nada; los principiantes no aportan
nada al mundo si no abandonan esa bisoñez.
Todo buen libro ha de encontrar un buen lector. Muchos
lectores. Lectores valientes. Ojalá los encuentre.
ESPIDO FREIRE,
diciembre de 2004
Dedicatoria
A todas las mujeres rebelde
AGRADECIMIENTOS
Nadie piensa solo, nadie piensa sola, pero las feministas
menos. Lo dice Celia Amorós y ¡qué razón tiene! En el hacer y
deshacer de este libro quiero agradecer especialmente a Luisa
Posada, Rosa Cobo y Justa Montero su generosidad con el tiempo,
los afectos y los conocimientos. Ellas han tejido la red de
confianza y apoyo necesaria para que esta trapecista se lance al
vacío que supone publicar un libro como éste.
A Ángel Ibáñez su lectura detallada, sus inteligentes
correcciones y su paciencia.
A todas las mujeres sabias su buen hacer y mejor pensar.
Muchas están citadas a lo largo de las páginas del libro porque
este texto se asienta sobre su trabajo. Otras no lo están porque
necesitaría una enciclopedia para relatar el trabajo de miles de
mujeres que cada día hacen feminismo. También me faltarían
páginas para mencionar a todas con las que he compartido esta
forma de estar en el mundo. Por eso, sólo a modo de homenaje y a
sabiendas de todos los nombres que se me quedan en el tintero,
me gustaría recordar a la Tertulia Feminista Les Comadres, a
Rosa Villarejo, a Rosario Fernández Hevia, a la Red Feminista
contra la Violencia de Género, a las amigas de la Librería de
Mujeres de Madrid, a Cimac y Sara Lobera, a Fernanda Romeu, a
la Plataforma de Artistas contra la Violencia de Género, al Club
de las Veinticinco, a las Emilias y, muy especialmente, a la
querida Dulce Chacón.
A las mujeres sóricas que me regalan su amistad quiero
agradecerles su cariño y esa capacidad que tienen para hacer
luminosos hasta mis peores momentos: Irma Gutiérrez, Celsi
García, Yolanda Suárez, Dori Santolaya, Anna Dalmau, Inma
Muro y Pilar Velasco.
A Luisa Antolín y Rocío León el haberme enseñado todo lo
que significa ser feminista.
A Pedro Adrados sus aportaciones al capítulo de la
masculinidad pero sobre todo, le agradezco su confianza en la
revolución permanente.
A mis padres todo, como siempre.
Y a mi abuela, el ejemplo de una gran mujer.
1. ¿Qué es el feminismo?
1
¿QUÉ ES EL FEMINISMO?
La metáfora de las gafas violetas
Me declaro en contra de todo poder cimentado en prejuicios
aunque sean antiguos.
MARY WOLLSTONECRAFT
El feminismo es un impertinente —como llama la Real
Academia Española a todo aquello que molesta de palabra o de
obra—. Es muy fácil hacer la prueba. Basta con mencionarlo. Se
dice feminismo y cual palabra mágica, inmediatamente, nuestros
interlocutores tuercen el gesto, muestran desagrado, se ponen a
la defensiva o, directamente, comienza la refriega.
¿Por qué? Porque el feminismo cuestiona el orden
establecido. Y el orden establecido está muy bien establecido
para quienes lo establecieron, es decir, para quienes se
benefician de él.
El feminismo fue muy impertinente cuando nació. Corría el
siglo XVIII y los revolucionarios e ilustrados franceses también
las francesas—, comenzaban a defender las ideas de «igualdad,
libertad y fraternidad». Por primera vez en la historia, se
cuestionaban políticamente los privilegios de cuna y aparecía el
principio de igualdad. Sin embargo, ellas, las que defendieron
que esos derechos incluían a todos los seres humanos también
a las humanas—, terminaron en la guillotina mientras que ellos
siguieron pensando que el nuevo orden establecido significaba
que las libertades y los derechos sólo correspondían a los varones.
Todas las libertades y todos los derechos (políticos, sociales,
económicos...). Así, aunque existen precedentes feministas antes
del siglo XVIII, podemos establecer que, como dice Amelia
Valcárcel, «el feminismo es un hijo no querido de la Ilustración».1
Es en ese momento cuando se comienzan a hacer las preguntas
impertinentes: ¿Por qué están excluidas las mujeres? ¿Por qué
los derechos lo corresponden a la mitad del mundo, a los
varones? ¿Dónde está el origen de esta discriminación? ¿Q
podemos hacer para combatirla? Preguntas que no hemos dejado
de hacer.
El feminismo es un discurso político que se basa en la
justicia. El feminismo es una teoría y práctica política articulada
por mujeres que tras analizar la realidad en la que viven toman
conciencia de las discriminaciones que sufren por la única razón
de ser mujeres y deciden organizarse para acabar con ellas, para
cambiar la sociedad. Partiendo de esa realidad, el feminismo se
articula como filosofía política y, al mismo tiempo, como
movimiento social. Con tres siglos de historia a sus espaldas, ha
habido épocas en las que ha sido más teoría política y otras, como
el sufragismo, donde el énfasis estuvo puesto en el movimiento
social.
Pero además de impertinente, o precisamente por serlo, el
feminismo es un desconocido. «Del feminismo siempre se dice
que es recién nacido y que ya está muerto», dice Amelia Valcárcel.
Ambas cuestiones son falsas. El trabajo feminista de los últimos
años ha proporcionado material suficiente como para rastrear la
historia escondida y silenciada y recuperar los textos y las
aportaciones del feminismo durante todo este tiempo. Ha sido tan
beligerante el ocultamiento del trabajo feminista a lo largo de la
historia que sabemos que este libro, con el paso del tiempo, se
quedará viejo no sólo por las nuevas aportaciones, cambios,
éxitos sociales o nuevas corrientes que irán apareciendo, sino
porque el trabajo de recuperación de nuestra historia añadirá a la
genealogía del feminismo nombres, acciones y textos
desconocidos hasta ahora.
Sobre la segunda afirmación, que «ya está muerto», mucho
nos tememos que corresponde más a un deseo de quienes lo
dicen que a una realidad. Todo lo contrario. A estas alturas de la
historia lo que parece incorrecto es hablar de feminismo y no de
feminismos, en plural, haciendo así hincapié en las diferentes
corrientes que surgen en todo el mundo. De hecho, podemos
hablar de sufragismo y feminismo de la igualdad o de la
diferencia, pero también de ecofeminismo, feminismo
institucional, ciberfeminismo..., y podríamos detenernos tanto en
el feminismo latinoamericano como en el africano, en el asiático o
en el afroamericano. Como se cantaba en las revoluciones
centroamericanas del siglo XX: «Porque esto ya comenzó y nadie
lo va a parar.» Y es que uno de los perfiles que diferencian al
feminismo de otras corrientes de pensamiento político es que es
constituido por el hacer y pensar de millones de mujeres que se
agrupan o van por libre y están diseminadas por todo el mundo.
El feminismo es un movimiento no dirigido y escasamente, por no
decir nada, jerarquizado.
Además de ser una teoría política y una práctica social, el
feminismo es mucho más.2 El discurso, la reflexión y la práctica
feminista conllevan también una ética y una forma de estar en el
mundo. La toma de conciencia feminista cambia, inevitablemente,
la vida de cada una de las mujeres que se acercan a él. Como dice
Viviana Erazo: «Para millones de mujeres [el feminismo] ha sido
una conmoción intransferible desde la propia biografía y
circunstancias, y para la humanidad, la más grande contribución
colectiva de las mujeres. Removió conciencias, replanteó
individualidades y revolucionó, sobre todo en ellas, una manera
de estar en el mundo.»3
Ángeles Mastretta explica esta aventura personal con
trasfondo poético en su libro El cielo de los leones: «Las puertas
que bajan del cielo se abren sólo por dentro. Para cruzarlas, es
necesario haber ido antes al otro lado con la imaginación y los
deseos. [...] Una buena dosis de la esencia de este valor
imprescindible tiene que ver, aunque no lo sepa o no quiera
aceptarlo un grupo grande de mujeres, con las teorías y la
práctica de una corriente del pensamiento y de la acción política
que se llama feminismo. Saber estar a solas con la parte de
nosotros que nos conoce voces que nunca imaginamos, sueños
que nunca aceptamos, paz que nunca llega, es un privilegio de la
estirpe de los milagros. Yo creo que ese privilegio, a y a otras
mujeres, nos los dio el feminismo que corría por el aire en los
primeros años setenta. Al igual que nos dio la posibilidad y las
fuerzas para saber estar con otros sin perder la índole de
nuestras convicciones. Entonces, como ahora, yo quería ir al
paraíso del amor y sus desfalcos, pero también quería volver de
ahí dueña de mí, de mis pies y mis brazos, mi desafuero y mi
cabeza. Y pocos de esos deseos hubieran sido posibles sin la voz,
terca y generosa, del feminismo. No sólo de su existencia, sino de
su complicidad y de su apoyo.»4
La disputa sobre el feminismo comienza con su propia
definición. Por un lado, como dice Victoria Sau: «Atareadas en
hacer feminismo, las mujeres feministas no se han preocupado
demasiado en definirlo.»5 Y por otro lado, sabido es que quien
tiene el poder es quien da nombre a las cosas. Por ello, el
feminismo desde sus orígenes ha ido acuñando nuevos términos
que histórica y sistemáticamente han sido rechazados por la
«autoridad», por el «poder», en este caso, por la Real Academia
Española (RAE), cuya «autoridad» hace décadas que está
cuestionada por el feminismo. Así, dice el Diccionario de la RAE
¡en su vigésima segunda edición del año 2001!: «Feminismo:
doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y
derechos reservados antes a los hombres. Movimiento que exige
para las mujeres iguales derechos que para los hombres.» Tres
siglos y los académicos aún no se han enterado de que
exactamente eso es lo que no es el feminismo. La base sobre la
que se ha construido toda la doctrina feminista en sus diferentes
modalidades es precisamente la de establecer que las mujeres
son actoras de su propia vida y el hombre ni es el modelo al que
equipararse ni es el neutro por el que se puede utilizar sin rubor
varón como sinónimo de persona. ¿Pensará la Academia que las
mujeres no tenemos derecho al aborto, por ejemplo, puesto que
los hombres no pueden abortar? Siguiendo a Victoria Sau, «el
feminismo es un movimiento social y político que se inicia
formalmente a finales del siglo XVIII y que supone la toma de
conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la
opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto
por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo
sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual
las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las
transformaciones de la sociedad que aquélla requiera».6
En la definición se hace hincapié en el primer paso para
entrar en el feminismo: «la toma de conciencia». Imposible
solucionar un problema si antes éste no se reconoce. De hecho,
para Ana de Miguel, «como ponen de relieve las recientes
historias de las mujeres, éstas han tenido casi siempre un
importante protagonismo en las revueltas y movimientos sociales.
Sin embargo, si la participación de las mujeres no es consciente
de la discriminación sexual, no puede considerarse feminista».7
Por eso nos gusta utilizar la metáfora de las gafas violetas que ya
dejó por escrito Gemma Lienas en su libro El diario violeta de
Carlota,8 un estupendo manual para jóvenes. El violeta es el
color del feminismo. Nadie sabe muy bien por qué. La leyenda
cuenta que se adoptó en honor a las 129 mujeres que murieron
en una fábrica textil de Estados Unidos en 1908 cuando el
empresario, ante la huelga de las trabajadoras, prendió fuego a la
empresa con todas las mujeres dentro. Ésta es la versión más
aceptada sobre los orígenes de la celebración del 8 de marzo como
Día Internacional de las Mujeres. En esa misma leyenda se relata
que las telas sobre las que estaban trabajando las obreras eran
de color violeta. Las más poéticas aseguran que era el humo que
salía de la fábrica, y se podía ver a kilómetros de distancia, el que
tenía ese color. El incendio de la fábrica textil Cotton de Nueva
York y el color de las telas forman parte de la mitología del
feminismo más que de su historia, pero tanto el color como la
fecha son compartidos por las feministas de todo el mundo.
Dice la Real Academia en su tercera acepción de
impertinente: «Anteojos con manija, usados por las señoras.» Así
que, trayéndonos los impertinentes a la moda del siglo XXI, la
idea es comparar el feminismo con una gafas violetas porque
tomar conciencia de la discriminación de las mujeres supone una
manera distinta de ver el mundo. Supone darse cuenta de las
mentiras, grandes y pequeñas, en las que está cimentada nuestra
historia, nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra economía,
los grandes proyectos y los detalles cotidianos. Supone ver los
micromachismos —como llama el psicoterapeuta Luis Bonino a
las pequeñas maniobras que realizan los varones cotidianamente
para mantener su poder sobre las mujeres—, y la estafa que
supone cobrar menos que los hombres. Ser consciente de que
estamos infrarrepresentadas en la política, que no tenemos poder
real, y ver cómo la mujer es cosificada día a día en la publicidad.
Supone conocer que la medicina —tanto la investigación como el
desarrollo de la industria farmacéutica—, es una disciplina
hecha a la medida de los varones y que las mujeres seguimos
pariendo acostadas en los hospitales para comodidad de los
ginecólogos, una profesión en España copada por varones.
Supone saber que, según Naciones Unidas, una de cada tres
mujeres en el mundo ha padecido malos tratos o abusos y que en
España son más de un centenar las mujeres asesinadas cada año
por sus compañeros, maridos, novios o amantes. Supone, en
definitiva, ser conscientes de que nos han robado nuestros
derechos y debemos afanarnos en recuperarlos si queremos vivir
con dignidad y libertad al tiempo que construimos una sociedad
justa y realmente democrática. Es tener conciencia de género, eso
que a veces parece una condena porque te obliga a estar en una
batalla continua pero consigue que entiendas por qué ocurren las
cosas y te da fuerza para vivir cada día. Porque el feminismo hace
sentir el aliento de nuestras abuelas, que son todas las mujeres
que desde el origen de la historia han pensado, dicho y escrito
libremente, en contra del poder establecido y a costa, muchas
veces, de jugarse la vida y, casi siempre, de perder la «reputación».
De todas las mujeres que con su hacer han abierto los caminos
por los que hoy transitamos y a las que estamos profundamente
agradecidas.
En eso consiste la capacidad emancipadora del feminismo.
El feminismo es como un motor que va transformando las
relaciones entre los hombres y las mujeres y su impacto se deja
sentir en todas las áreas del conocimiento. El feminismo es capaz
de percibir las «trampas» de los discursos que adrede confunden
lo masculino con lo universal, como explica Mary Nash. Ésa es la
revolución feminista. No es una teoría más. El feminismo es una
conciencia crítica que resalta las tensiones y contradicciones que
encierran esos discursos.
Asegura Amelia Valcárcel que el feminismo «compromete
demasiadas expectativas y demasiadas voluntades operantes.
Incide en todas las instancias y temas relevantes, desde los
procesos productivos a los retos medioambientales. Es una
transvaloración de tal calibre que no podemos conocer todas sus
consecuencias, cada uno de sus efectos puntuales, ya sea la baja
tasa de natalidad, la despenalización social de la homofilia, la
transformación industrial, la organización del trabajo...». Y añade:
«Nada nos han regalado y nada les debemos. [...] Ya que hemos
llegado a divisar primero, y a pisar después, la piel de la libertad,
no nos vamos.»9
Ése es el espíritu del feminismo: una teoría de la justicia que
ha ido cambiando el mundo y trabaja día a día para conseguir
que los seres humanos sean lo que quieran ser y vivan como
quieran vivir, sin un destino marcado por el sexo con el que
hayan nacido. «Educar seres humanos valientes, dueños de su
destino, tendría que ser la búsqueda y el propósito primero de
nuestra sociedad. Pero no siempre lo es. Empeñarse en la
formación de mujeres cuyo privilegio, al parejo del de los hombres,
sea no temerle a la vida y por lo mismo, estar siempre dispuestas
a comprenderla y aceptarla con entereza es un anhelo esencial.
Creo que este anhelo estuvo y sigue estando en el corazón del
feminismo. No sólo como una teoría que busca mujeres audaces,
sino como una práctica que pretende de los hombres el
fundamental acto de valor que hay en aceptar a las mujeres como
seres humanos libres, dueñas de su destino, aptas para ganarse
la vida y para gozarla sin que su condición sexual se lo
impida.»10
El feminismo es la linterna que muestra las sombras de
todas las grandes ideas gestadas y desarrolladas sin las mujeres
y en ocasiones a costa de ellas: democracia, desarrollo económico,
bienestar, justicia, familia, religión...
Las feministas empuñamos esa linterna con orgullo por ser

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