Tras las diversas oleadas del neopositivismo, el constructivismo, el falibilismo o el
estructuralismo, el presente Tratado pretende ser, nadas y nada menos, una
Filosofía de la Ciencia, es decir, no una metaciencia o una reconstrucción racional de
la misma, como si la ciencia fuera una suerte de «máquina» de «productos» luego
«pasados a limpio» por el filósofo mediante un sistema de enunciados universales y
legalifbrmes, sino la consideración de la ciencia como actividad nacida socialmente y
al fomento y cambió de la sociedad (y de su «mundo») enderezada. Ello no conlleva
una fácil entrega al relativismo cultural, como si el llamado «contexto de justifica-
ción» entregara la primacía al de «descubrimiento» (y así, por huir de la lógica cayé-
ramos en el historícismo, en el sociologismo y hasta en un variopinto etnometodo-
logismo). Al contrarío, es esa entera dicotomía la que cae cuando la ciencia es vista
praxeológicamente. Entre los extremos del realismo (la idea de que ios enunciados
científicos dicen la «verdad» de las cosas) y el psicologismo (los enunciados reflejan
sólo nuestras representaciones, vengan éstas o no mediadas cultural e histórica-
mente), se propone aquí una axiología de la ciencia regida por un principio de con-
veniencia o de «lo mejor» (trasunto sociotécnico del gran principio leibniziano), que
otorga al quehacer científico aquella función que la marxista Tesis XI sobre Feuerbach
encomendara a la filosofía; la transformación del mundo. Nadas estimulante que
la propuesta de esta obra: ver la filosofía de la Ciencia como rama distinguida de las
filosofía práctica (o mejor: ayudar a la superación de la vieja distinción griega entre
«teoría» y «práctica»). De ahí la relevancia interdisciplinar de este Tratado, sugestivo
tanto para el estudiante y el especialista en la materia como para el sociólogo, el his-
toriador y, naturalmente, para el gran olvidado en tantos volúmenes de Filosofía de
la Ciencia: el científico mismo, en su quehacer real y en sus intenciones valorativas.
Javier Echeverría (Pamplona, 1948) es Licenciado en Matemáticas y Doctor
en Filosofía por las Universidades Complutense de Madrid y Sorbona de París.
Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad del País Vasco en
San Sebastián desde 1986, actualmente es Presidente de la Sociedad de Lógica,
Metodología y Filosofía de la Ciencia en España. Ha publicado, entre otros libros,
Leibniz: el autor y su obra (Barcanova, 1981), Análisis de la identidad (Granica, 1987),
Introducción a la Metodología de la Gencia: la Filosofía de la Gencia en el siglo xx
(Barcanova, 1989), Telépolis (Destino, 1994) y Cosmopolitas Domésticos (Anagrama,
1995), siendo editor de la obra colectiva The Space of Mathematks (De Gruyter,
1992) con A Ibarra yT. Mormann y del libro Leibniz. La Caractér'istique Géométrique
(Vrin, 1995) con M. Parmentier.
Filosofía
de la Ciencia
índice general
Introducción
I. Nuevas corrientes en la filosofía de la ciencia
1.1. La crisis de la filosofía positivista de la ciencia, I I. 1.2. El relativis-
mo científico, a partir de Kuhn, 14. 1.3. La sociología del conocimien-
to científico, 20. 1.4. Hacking: la ciencia como transformación del
mundo, 32. 1.5. Puntos críticos en el debate actual sobre la ciencia, 39.
1.6. Bases para una filosofía axiológica de la ciencia, 46.
II. Los cuatro contextos de la actividad científica
II.1. Introducción, 51. II.2. La distinción entre contexto de descu-
brimiento y contexto de justificación, 52. II.3. Críticas a la distinción
de Reichenbach, 55. II.4. Los cuatro contextos de la ciencia, 58.
II.5. Interacciones entre los cuatro contextos, 65.
III. Ciencia y Valores
III. 1. El debate sobre la ciencia y los valores, 67. III.2. El ethos de la
ciencia, según Merton, 75. III.3. El objetivo de la ciencia, según
Popper, 79. III.4. Los valores y la ciencia, según Kuhn, 85. III.5.
Axiología, metodología y filosofía de la ciencia, 91.
7
I I
51
67
IV. El pluralismo axiológico de la ciencia 115
IV. 1. El pluralismo de las ciencias y de sus métodos, I 15. IV.2. Valores
epistémicos y valores prácticos en la actividad científica, I 19. IV.3. La
evaluación en el contexto de enseñanza, 124. IV.4. La evaluación en el
contexto de innovación, 129. IV.5. La evaluación en el contexto de
aplicación. 133. IV.6. La axiología de la ciencia y el contexto de evalua-
ción, 137.
V. El conocimiento científico y la práctica científica 141
V. 1. Enseñar a conocer científicamente, 141. V.2. La construcción de
los hechos científicos, 144. V.3. La actividad científica en el contexto
de educación, 147. V.4. Praxis científica y racionalidad, 154.
VI. Las leyes científicas 161
VI.1. Introducción, 161. VI.2. El modelo nomológico-deductivo de
explicación científica, 164. VI.3. Otras concepciones sobre las leyes
científicas, 170. VI.4. Leyes naturales y leyes científicas, 176. VI.5. Las
leyes científicas como normas de acción, 184.
Bibliografía 193
Bibliografía sobre filosofía de la ciencia, 193. Bibliografía en español
sobre filosofía de la ciencia, 206.
Introducci
o n
La filosofía de la ciencia se está transformado profundamente durante
los últimos años. Tras el predominio del empirismo lógico del Círculo de
Viena, sólo contestado por Popper y sus discípulos, la obra de Kuhn ha
supuesto una auténtica conmoción en la reflexión filosófica sobre la cien'
cia. A ello han contribuido la transformación de la historiografía de la
ciencia y la consolidación de otro tipo de estudios sobre la ciencia
(Science Studies), como la sociología, la psicología y la antropología de
la ciencia. Desde muy distintas perspectivas se ha subrayado la influencia
de diversos aspectos sociales y culturales sobre la ciencia. Paralelamente,
las vinculaciones entre la ciencia y la tecnología han ido aumentando,
hasta el punto de que actualmente se habla de la tecnociencia.
Hasta los años 70 ha imperado una filosofía del conocimiento cien-
tífico. En las últimas décadas, en cambio, se ha comenzado a desarrollar
una filosofía de la actividad científica que, aun siendo complementaria
a la epistemología, comienza a interesarse por la práctica de los científu
eos, y no sólo por las teorías científicas. Aparte de reflexionar sobre los
métodos y el lenguaje científico, las teorías y los hechos, los conceptos y
las leyes científicas, la predicción y la explicación, la racionalidad y el rea-
lismo, la filosofía de la ciencia ha empezado a ocuparse de otros muchos
temas: las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, la con-
traposición entre paradigmas rivales, el progreso científico y su influencia
sobre el entorno, las comunidades y las instituciones científicas, la
trucción de los hechos y de las representaciones científicas, etc.
Ei presente libro se inscribe dentro de esta corriente de renovación de
los estudios filosóficos sobre la ciencia. Partiendo de un panorama gene-
ral sobre las nuevas corrientes en filosofía y sociología de la ciencia (capí-
tulo I), el capítulo II propone analizar las diversas actividades científicas
distinguiendo cuatro contextos: el de educación, que incluye la enseñanza
y la difusión científicas, el de innovación, que retoma conjuntamente los
descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas, el de evalua-
ción o valoración y el de aplicación. Aunque la investigación y la búsque-
da de nuevo conocimiento constituyen componentes básicas de la ciencia,
el saber científico ha de ser transmitido y mejorado, además de aplicado y
evaluado. Rechazando la distinción clásica entre contexto de descubri-
miento y contexto de justificación, esta obra amplía los ámbitos para la
reflexión filosófica sobre la ciencia, que ya no deben restringirse a las
cuestiones epistémicas o cognitivas.
Así como la concepción heredada en filosofía de la ciencia (Carnap,
Reichenbach, Popper, Nagel, Hempel, etc.) trataba de analizar y recons-
truir el conocimiento científico y para ello elaboraba una Metodología,
una Epistemología e incluso una Ontología de la Ciencia, las páginas que
siguen tienen en la práctica científica (capítulo V), y en concreto en la
Axiología de la Ciencia su tema principal. Las relaciones entre la ciencia
y los valores son estudiadas con cierto detalle en el capítulo III, mientras
que en el IV se afirma la pluralidad metodológica y axiológica de la cien-
cia. También se analizan algunas cuestiones clásicas derivadas de los estu-
dios sobre el conocimiento científico, y en concreto el tema de las leyes
científicas (capítulo VI), considerado por muchos como la cuestión cen-
tral de la reflexión moderna sobr la ciencia.
Frente a los pensadores empiristas que buscaban una fundamentación
de la ciencia en los hechos y en la correspondencia entre el mundo y el
conocimiento científico, pero también contra la concepción racionalista
teleológica de la ciencia (Popper, Lakatos, Laudan, etc.), en este libro se
afirma la profunda influencia que tienen los criterios axiológicos sobre las
diversas modalidades de praxis científica. En lugar de pensar que la cien-
cia está regida per se por unos objetivos o finalidades que hay que tratar
de satisfacer, aunque sea paso a paso y sin llegar nunca a la meta, aquí se
afirma que los objetivos de la ciencia surgen a partir de unos valores pre-
vios. La Axiología de la Ciencia se convierte así en la clave para estudiar
filosóficamente los diversos tipos de praxis científica, incluida aquella que
busca aumentar el conocimiento o aproximarse a la verdad.
El autor ha enseñado Metodología, Historia y Filosofía de la Ciencia
en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad
del País Vasco (San Sebastián) desde 1979 y en esta obra se sintetiza
buena parte de dicha experiencia. Habiendo publicado en 1989 un libro
titulado Introducción a la Metodología de la Ciencia: La Filosofía de
la Ciencia en el Siglo XX (Barcelona, Barcanova), que puede ser con-
siderado como una obra de lectura previa a la que ahora se publica, el pre-
sente libro supone una opción decidida por considerar a la Filosofía de la
Ciencia, por decirlo en términos kantianos, no sólo como una filosofía
pura, sino también como una filosofía práctica.
Algunos de los apartados que aquí se incluyen retoman ideas desarro-
lladas en artículos previamente publicados en revistas y en obras colecti-
vas especializadas. Sin embargo, el libro ha sido concebido y escrito desde
una perspectiva unitaria, sin perjuicio de que ésta consista en afirmar el
carácter plural de la ciencia, tanto desde el punto de vista de su metodo-
logía como de su axiología. Agradezco a los editores de dichos artículos su
autorización para utilizar algunos pasajes previamente publicados en los
trabajos siguientes:
"El concepto de ley científica", en CU. Moulines (ed.), La ciencia:
estructura y desarrollo, Madrid 1993, Editorial Trotta/CSIC/Quinto
Centenario, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol. 4, pp. 57—88.
"Crítica a la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de
justificación: una propuesta alternativa", Revista Latinoamericana de
Filosofía, XX.-2 (1994), pp. 283-302.
"Relativismo científico", Revista de Occidente, 169, junio 1995,
pp. 55-70.
"El pluralismo axiológico de la ciencia", por aparecer en Isegoría.
La redacción de esta obra ha sido facilitada por la concesión en junio de
1993 de un Proyecto de Investigación coordinado (PB92-0846-C06-01)
sobre el tema "Aspectos pragmáticos de las teorías científicas: la construc-
ción de representaciones científicas" por parte de la Dirección de Política
Científica del Ministerio de Educación y Ciencia del Reino de España.
Agradezco a los diversos profesores que han formado parte de los seis equi-
pos que desarrollaron este proyecto de investigación sus sugerencias y sus
críticas, y en particular a Fernando Broncano, José Antonio Diez
Calzada, Anna Estany, José Luis Falguera, Rosa Fernández Ladreda,
Amparo Gómez, Andoni ¡barra, Eulalia Pérez Sedeño, José Miguel
Sagüillo, Jesús Sánchez, Juan Vázquez y Luis Villegas. Mi estancia como
investigador durante los cursos 92-93 y 93-94 en el Instituto de Filosofía
del CSIC (Madrid) me permitió ir perfilando y desarrollando estas ideas.
Agradezco a la documentalista del Instituto, Julia García Maza, así como
a su Director, Reyes Mate, y a diversos colaboradores del Instituto (José
María González, Javier Muguerza, Roberto Rodríguez Aramayo, José
Manuel Sánchez Ron y Carlos Thiebaut) el apoyo y el ánimo que en todo
momento recibí durante esos dos años.
Cuando acepté la propuesta de Félix Duque, Director de esta colec-
ción, de preparar un libro sobre Filosofía de la Ciencia que pudiera ser
utilizado por estudiantes y personas interesadas en los estudios sobre la
ciencia, no pensé que las cuestiones a tratar fueran a ser tan amplias. Al
final, los temas tratados en este libro han sido reducidos drásticamente si
lo comparamos con otras obras disponibles en castellano sobre filosofía de
la ciencia. He preferido que la obra tuviera coherencia y pudiera llegar a
profundizar en algunos puntos, en lugar de tratar todas las cuestiones rele-
vantes en la filosofía contemporánea de la ciencia. Los huecos que han
podido quedar se intentan remediar proporcionando informaciones biblio-
gráficas complementarias en notas a pie de página.
Siempre que ello ha sido posible, se ha procurado que las citas de otros
autores se refieran a las traducciones castellanas, caso de haberlas. Al final
se incluye una bibliografía general en donde aparecen las referencias origi-
nales y las traducciones.
Las propuestas que aquí se hacen en favor del desarrollo de una
Filosofía Axiológica de la Ciencia tratan de abrir un nuevo campo de estu-
dio, poco frecuente en la bibliografía disponible en lengua española. Como
podrán comprobar los lectores, la tesis central consiste en afirmar que la
filosofía de la ciencia no puede seguir reduciéndose a una Metodología ni
a una Epistemología, si de verdad se quiere reflexionar sobre la ciencia en
toda su complejidad. En las páginas que siguen se trata de sentar unas pri-
meras bases para el establecimiento de una Axiología de la Ciencia. No
me cabe duda de que, al tratarse de una primera propuesta, esta obra
podrá ser mejorada por ulteriores autores. Confío en que pueda servirles,
tanto a ellos como a los lectores en general, como una fuente de reflexión.
Javier Echeverría
I
Nuevas corrientes
en la filosofía
de la ciencia
l.l. LA CRISIS DE LA FILOSOFÍA POSITIVISTA DE LA CIENCIA
La filosofía de la ciencia se constituyó como tal a partir de la formación
del círculo de Viena. Este grupo se organizó en torno a la Cátedra de
Filosofía de las Ciencias Inductivas que ganó Moritz Schlick en la
Universidad de Viena en 1922, y rápidamente congregó a físicos, matemá-
ticos, economistas, psicólogos, lingüistas y filósofos. Su aparición respon-
dió al proceso de profunda transformación que la ciencia había experi-
mentado a principios del siglo XX con la emergencia de la teoría de la
relatividad de Einstein, el desarrollo de la lógica matemática ligada a la
teoría de conjuntos y la aparición de la mecánica cuántica.
El Círculo de Viena proyectó elaborar una filosofía científica que rom-
piera con la Wissenschaftstheorie y con la metafísica imperante en los países
germanos. Considerándose herederos de la revolución lógica de principios
de siglo (Frege, Peano, Russell, Hilbert) y de la revolución relativista de
Einstein, sus miembros trataron de producir una auténtica revolución filosó-
fica, apelando para ello al proyecto de Comte de una ciencia unificada y a
las epistemologías empiristas de Mach y del Wittgenstein del Tractatus. De
hecho, en su manifiesto fundacional se mencionaban explícitamente los
nombres de Einstein, Russell y Wittgenstein. La Teoría de la Ciencia de los
empiristas lógicos no sólo obedece a un nuevo planteamiento filosófico: fue
sobre todo la respuesta de estos pensadores a los importantes procesos de
cambio científico que se desarrollaron a principios del siglo XX.
El empirismo lógico del Círculo de Viena y de sus continuadores man-
tuvo una influencia considerable hasta los años 60, a pesar de las críticas
que Popper había llevado a cabo a algunas de sus tesis (inductivismo, con-
firmacionismo, etc.) ya en 1934 '. Obras como las de Nagel (1961) y
Hempel (1965 y 1966) constituyeron las expresioness sistemáticas de
esta filosofía empirista y justificacionista de la ciencia: no en vano han sido
libros de texto en numerosas Universidades, sobre todo en el ámbito de
influencia anglosajona. Diversos autores (Toulmin, Polya, Hanson, Quine,
Putnam y el propio Wittgenstein) publicaron en los años 50 y 60 agudas
críticas a algunas de las tesis principales de la standard view, o concepción
heredada
2
. Sin embargo, la crisis de la filosofía positivista de la ciencia se
inicia a partir de la publicación en 1962 de la obra de Kuhn, La estructura
de las revoluciones científicas; a partir de esa fecha surgieron numerosos crí-
ticos de las tesis positivistas, tanto entre los filósofos e historiadores de la
ciencia (Lakatos, Feyerabend, Laudan, etc.) como entre los defensores de
la sociología del conocimiento científico (Barnes, Floor y otros muchos)
?
.
La mayoría de los comentaristas está de acuerdo al señalar que la obra de
Kuhn ha supuesto un punto de inflexión en el desarrollo de los estudios
sobre la ciencia en el siglo XX
4
.
Desde 1970 cabe hablar de una proliferación de concepciones sobre la
ciencia, sin que haya ninguna central ni determinante. Junto a la filosofía
de la ciencia que se sigue inscribiendo en la tradición positivista y analíti-
ca \ se han consolidado la sociología de la ciencia, la etnociencia y en
1
En su Logik der Forschung, que comenzó a tener amplia influencia a partir de la traducción
inglesa de 1959 (The Logic of Scientific Discovery), Popper afirmó que las teorías científicas son
conjeturas que tarde o temprano serán refutadas, y que el método científico fundamental es el
hipotético-deductivo, en oposición al inductivismo del Círculo de Viena. Popper propuso la
denominación de realismo crítico para aludir a sus posturas filosóficas generales, que consideran
que la ciencia es una incesante búsqueda de la verdad. Su influencia sobre Lakatos y su polémica
con Kuhn han sido momentos relevantes en la filosofía de la ciencia del siglo XX.
2
Esta denominación fue propuesta por Putnam y ha sido traducida al castellano como con-
cepción heredada a partir de la edición de Eloy Rada y Pilar Castrillo del libro de Frederick Suppe
titulado La estructura de las teorías científicas (Madrid, Editora Nacional, 1979). Véase H. Putnam,
"Lo que las teorías no son", en L. Olivé y A.R. Pérez Ransanz 1989, p. 312.
1
Para un estudios detallado de las críticas a la concepción heredada, así como de las pos-
turas de Kuhn, Lakatos y de la concepción estructural, que ha tratado de conjugar esas críticas
con algunos postulados básicos de la filosofía empirista de la ciencia, véase J. Echeverría,
Introducción a la Metología de la Ciencia; la Filosofía de la Ciencia en el siglo XX, Barcanova,
Barcelona, 1989. Para un resumen del desarrollo de la filosofía de la ciencia a lo largo del siglo
XX, ver J.A. López Cerezo, J. Sanmartín y M. González, "El estado de la cuestión. Filosofía actual
de la ciencia", Diálogo Filosófico, 29, 1994, pp. 164-208.
4
Carlos Solís ha publicado recientemente el libro Ramones e intereses. La historia de la ciencia
después de Kuhn (Barcelona, Paidós, 1994) en el que se contraponen la filosofía racionalista previa
a la obra de Kuhn y la filosofía sociologista ulterior (p. 13).
s
Un buen manual en castellano con esa orientación es el libro reciente de Anna Estany,
Introducción a la filosofía de la ciencia, Barcelona, Crítica, 1993.
12
general los estudios sobre la ciencia (Science Studies). Asimismo han apa-
recido nuevas maneras de hacer la historia de la ciencia y de la tecnología.
No hay que olvidar la creciente atención que se presta a la influencia de la
política científica (Science Policy) sobre la actividad de los científicos, ni
los estudios sobre la ciencia y el poder
6
, así como la naciente economía de
la ciencia. Todo ello muestra que la filosofía positivista, que tuvo una pro-
funda influencia durante varias décadas, está en declive, y que denomina-
ciones como Filosofía Científica, Lógica de la Ciencia o incluso Teoría de la
Ciencia, que pueden ser consideradas como características de la filosofía
positivista de la ciencia, han ido perdiendo vigencia.
Esta transformación se refleja en los libros recientes, en las nuevas revis-
tas, en las series monográficas de las editoriales especializadas, en las líne-
as de investigación y en los Congresos, pero también en otros ámbitos ins-
titucionales, como las Universidades y las Sociedades Científicas. La
reflexión sobre la ciencia ya no es exclusiva de los lógicos ni de los filóso-
fos. Son pocos los que tratan de indagar los fundamentos lógicos o filosóficos
de la ciencia
7
. Por el contrario, se insiste en el carácter cultural y social de
la ciencia, y con ello en la complejidad y pluralidad del saber científico. El
ideal positivista de la Ciencia Unificada ha pasado a la historia. La reduc-
ción de las teorías científicas a sistemas lógico-formales axiomatizados, al
modo del programa metamatemático de Hilbert, ha quedado literalmente
abandonada, y el análisis y la reconstrucción de las teorías científicas con-
forme a las técnicas informal-conjuntistas de la concepción estructural",
aun pudiendo representar una tentativa de salvar los "restos del naufragio",
va experimentando a su vez profundas modificaciones conceptuales, que
tienden a hacer converger algunos aspectos de la filosofía clásica de la cien-
cia (Carnap, Reichenbach o Popper, por mencionar tres autores que han
tenido amplia influencia durante muchos años) con algunas de las aporta-
ciones de Kuhn o de Lakatos. Algunos filósofos de la ciencia han adopta-
6
Entre la literatura reciente en castellano sobre este tema, destaca el volumen colectivo titu-
lado Ciencia y Poder (Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 1987), así como la monografía
de José Manuel Sánchez Ron, El poder de la ciencia (Madrid, Alianza, 1992), de tendencias
historiográfica.
7
Richard Rorty, en su libro La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1983, ha
dedicado amplios ataques a esta epistemología fundacionista. Sin embargo, en 1994 se ha creado
un grupo internacional que edita la revista Foundations of Science y que trata de volver a vincu-
lar a los científicos, los filósofos y los historiadores. Su líder principal es el polaco R. Wójcicki.
" La obra básica es la de W. Balzer, CU. Moulines y J. Sneed, An Architectonic for Science,
Dordrecht, Reidel, 1987. Véase también CU. Moulines, Exploraciones metacientíficas, Madrid,
Alianza, 1982.
13
do las tesis de Quine, y en particular las de Giere
9
, defendiendo una epis-
temología naturalizada, mientras que otros (como van Fraassen y sus segui-
dores
l0
) están desarrollando una concepción representacional de las teorí-
as científicas. El desarrollo de las ciencias cognitivas ha influido asimismo
sobre la filosofía de la ciencia, habiendo surgido en los años 80 diversos
autores (como Thagard, los Churchland y el propio Giere) que han inda-
gado la metáfora computacional mente/ordenador para dar cuenta de la
actividad investigadora de los científicos.
A lo largo de esta obra volveremos una y otra vez sobre numerosas cues-
tiones abordadas por los autores y las escuelas recién mencionadas. Sin
embargo, en este primer capítulo conviene que consideremos con un cier-
to detalle el desarrollo de los estudios sociales de la ciencia, tal y como han
sido propuestos por diversos sociólogos del conocimiento. Frente al reduc-
cionismo fisicalista que caracterizó al Círculo de Viena, cabe hablar de un
reduccionismo sociologista a partir de los años 70. Así como la epistemología
del positivismo lógico trató de monopolizar los estudios sobre la ciencia, o
cuando menos consideró que sus análisis y reconstrucciones de las teorías
científicas eran el núcleo central de los estudios sobre la ciencia, mientras
que los historiadores, sociólogos y psicólogos de la ciencia sólo debían desa-
rrollar estudios complementarios, así también numerosos sociólogos del
conocimiento científico parecen pensar últimamente que sus indagaciones
sobre la ciencia son las únicas realmente pertinentes. Por ello es preciso
conocer, aunque sea a nivel puramente descriptivo e introductorio, algu-
nas de las tendenciass activas en sociología de la ciencia durante el últi-
mo cuarto de siglo.
1.2. EL RELATIVISMO CIENTÍFICO, A PARTIR DE KUHN "
La publicación en 1962 de la obra de Kuhn, La estructura de las revolu-
ciones científicas, ha supuesto importantes cambios en los estudios sobre la
ciencia. Tanto los propios científicos como, sobre todo, los historiadores,
sociólogos y filósofos de la ciencia, han debatido ampliamente las propues-
tas kuhnianas en contra de la concepción acumulativa del progreso cientí-
* R.N. Giere, Expküning Science. A cogrúúve Approach, Chicago, University of Chicago Press, 1988.
10
Ver B. van Fraassen, The Scientific Image, Oxford, Clarendon, 1980.
" En este apartado se retoma buena parte de mi artículo "Leibniz contra Kuhn: problemas del
relativismo científico", publicado en la Revista de Occidente 169, junio 1995, pp. 55-70.
Agradezco a los editores de esa revista la autorización para utilizar ese texto.
14
fico, así como sus afirmaciones sobre la existencia de paradigmas y de revo-
luciones científicas. Al distinguir entre dos tipos de ciencia, la ciencia nor-
mal y la ciencia revolucionaria, así como al afirmar que en los momentos
de crisis y de cambio científico radical existía inconmesurabilidad entre los
paradigmas rivales, Kuhn dio pábulo a un fuerte renacimiento del relati-
vismo científico. Entre los filósofos de la ciencia, Feyerabend mantuvo
posiciones radicalmente relativistas, resumidas en su fórmula "todo vale",
referida a la metodología científica. El relativismo ha tenido asimismo una
gran influencia en la década de los 80 entre los sociólogos de la ciencia,
como veremos en el apartado siguiente.
Numerosos filósofos de la ciencia han criticado este resurgir del relati-
vismo y han atacado las tesis de Kuhn y de Feyerabend sobre la inconmen-
surabilidad entre paradigmas y teorías. En la polémica subsiguiente, se han
adoptado lass diversas posturas. No se trata aquí de hacer un estudio a
fondo del debate ni de los diversos autores que han intervenido en el
mismo. Los objetivos del presente apartado son cuatro. Primero, resumir los
principales puntos que fueron propuestos por Kuhn y que favorecen las tesis
relativistas, tal y como éstas son tratadas en filosofía de la ciencia.
Segundo, comentar algunos de los problemas que presentan las tesis kuh-
nianas. Tercero, mostrar que estas cuestiones involucran debates filosófi-
coss generales que los que se muestran al hablar solamente de la cien-
cia. Por último, trataremos de replantear el debate, pero centrándonos
siempre en las tesis de Kuhn. Al cabo, las diversas variantes que el relati-
vismo científico ha tenido entre los filósofos de la ciencia tienen al autor
de ERC como su principal inspirador. Para ello nos centraremos en la evo-
lución que puede percibirse en Kuhn desde sus primeros escritos sobre la
inconmensurabilidad hasta sus ulteriores trabajos sobre la intraducibilidad.
En su libro de 1962, Kuhn afirmó que la ciencia no se desarrolla
mediante la acumulación de descubrimientos e inventos individuales, sino
gracias a una acción colectiva llevada a cabo por las comunidades científi-
cas en base a creencias, métodos, conceptos y valores compartidos, a cuyo
conjunto denominó paradigmas. Puesto que hay épocas de ciencia normal,
pero también hay revoluciones científicas, se trataba de estudiar ambos
tipos de ciencia. Las revoluciones científicas implican paradigmas rivales y
comunidades científicas contrapuestas entre. La experiencia no vale
como juez en esas controversias, porque los defensores de paradigmas
opuestos pueden llegar a tener percepciones heterogéneas del mundo. En
los procesos de cambio científico, los propios términos básicos (fuerza,
masa, energía, átomo, electrón, gen, etc.) cambian de significado y la per-
cepción de los científicos varía, pudiendo suceder que un mismo fenóme-
15
no sea visto de maneras diferentes, e incluso incompatibles entre. Como
dijo Hanson, un astrónomo ptolemaico y un astrónomo copernicano no
ven lo mismo, y por tanto no pueden ponerse de acuerdo entre, ni por lo
que respecta a sus observaciones empíricas ni en relación a sus vocabula-
rios respectivos (Hanson, 1977, p. 79).
Kuhn ha formulado una serie de tesis que pueden servir como marco de
referencia al relativismo científico actual:
A: "La tradición científica normal que surge de una revolución científica
no sólo es incompatible, sino a menudo efectivamente inconmensurable con
la anterior" (Kuhn, 1971, p. 166)
12
.
B: "El historiador de la ciencia puede sentirse tentado a proclamar que
cuando cambian los paradigmas, el mundo mismo cambia con ellos" ... "los
cambios de paradigma hacen que los científicos vean el mundo de investi-
gación, que les es propio, de manera diferente" (ibid., p. 176).
C: "En tiempos de revolución, cuando la tradición científica normal cam-
bia, la percepción del científico de su entorno debe ser reeducada" ... "Tras
haberlo hecho así, el mundo de su investigación le parecerá, en algunos
lugares, inconmensurable con el que habitaba anteriormente" (Ibid., p. 177).
En esta misma obra, Kuhn matizó su afirmación B, al decir poco des-
pués:
D: "Aunque el mundo no cambia con un cambio de paradigma, el cientí-
fico después trabaja en un mundo diferente" (Ibid., p. 191),
y ulteriormente volvió a precisar sus tesis sobre la inconmensurabilidad
entre teorías, afirmando claramente que ello no implica que las teorías
sean incomparables y precisando que:
E: "Al aplicar el término 'conmensurabilidad' a las teorías, sólo trataba de
insistir en que no había un lenguaje común en el marco del cual ambas
pudieran ser expresadas por completo y, por consiguiente, ambas pudieran
ser usadas comparándolas entre sí punto por punto" (Kuhn, 1976, p. 191).
Con ello el debate sobre la inconmensurabilidad entre teorías tomaba
otro rumbo. El mundo no cambia porque la ciencia cambie, como queda
claro en la tesis D, pero nuestro conocimiento del mismo sí puede modi-
ficarse radicalmente por efecto de las revoluciones científicas (tesis B y
C), Por otra parte, no existe un lenguaje común y neutro al que pudieran
ser traducidas dos teorías inconmensurables, ni luego comparadas punto
por punto en el marco de dicho lenguaje. Podríamos decir que Kuhn no es
un relativista ontológico (ni un escéptico), sinos bien un relativista
epistemológico y, sobre todo, un relativista lingüístico.
12
La traducción de este pasaje es de José Luis Falguera, quien corrige la realizada por Agustín
Contín en la edición del Fondo de Cultura Económica de la obra de Kuhn.
Esto último queda particularmente claro en sus obras posteriores, en las
que Kuhn se acercó a las posturas de Quine sobre la intraducibilidad:
F: "Afirmar que dos teorías son inconmensurables significa afirmar que no
hay ningún lenguaje, neutral o de cualquier otro tipo, al que ambas teorías,
concebidas como conjuntos de enunciados, puedan traducirse sin resto ni
pérdida" (Kuhn, 1989, p. 99).
Retengamos este "sin resto ni pérdida", porque ulteriormente tendrá
importancia para nosotros. Kuhn llama inconmensurabilidad local a este
nueva concepción, la tesis F. Consiguientemente, el problema de la incon-
mensurabilidad se remite al problema de la traducción. De hecho, buena
parte de sus consideraciones ulteriores versan sobre los problemas de la tra-
ducción de unos lenguajes naturales a otros. Así como hay inconmensura-
bilidad entre teorías científicas, así también hay inconmensurabilidad entre
lenguajes naturales (Ibid., pp. 124-5). Las tesis de Kuhn se sintetizan final-
mente en la afirmación siguiente:
G: "lenguajes diferentes imponen al mundo estructuras diferentes" (Ibid ,
p. 131).
El relativismo científico se reduce entonces, al menos en su versión
kuhniana final, al relativismo lingüístico; y de éste se llega rápidamente al
relativismo cultural, aunque sea a base de aceptar hipótesis tan fuertes
como la siguiente:
H: "Los miembros de la misma comunidad lingüística son miembros de una
cultura común" (ibid., p. 129).
Sin embargo, Kuhn no llega a afirmar que, así como hay inconmensura-
bilidad entre teorías y entre lenguajes, hay también inconmensurabilidad
entre culturas. Los motivos por los que no da este último paso merecen ser
comentados.
Para Kuhn, "lo que los miembros de una comunidad lingüística compar-
ten es la homología de la estructura léxica" (Ibid., p. 131). Los lenguajes
poseen una estructura y para que dos hablantes (o dos científicos) aludan a
un mismo mundo y puedan comunicarse entre, es preciso que coincidan
sus estructuras taxonómicas, mediante las cuales categorizan, organizan y
conocen el mundo. Como conclusión, Kuhn afirma que la traducción tér-
mino a término no es posible, ni en el caso de los lenguajes científicos ni
en el caso de los lenguajes naturales. Su teoría de la traducción no se limi-
ta a una semántica extensional ni a la identificación de las referencias, sino
que incluye también las intensiones y los sentidos, al modo de Frege. Como
Saussure, aunque sin aludir a él, Kuhn admite un holismo local en toda len-
gua, de tal manera que una palabra nunca tiene significado por sí misma, a
no ser por oposición y en relación a otras palabras de esa misma lengua.
Esas interrelaciones caracterizan lo que Kuhn llama "estructura léxica".
Pues bien, en el caso de distintas lenguas la posibilidad de la traducción
depende de las estructuras respectivas:
"las estructuras léxicas empleadas por los hablantes de las lenguas deben ser
las mismas, no sólo dentro de cada lengua sino también de una lengua a otra"
(Ibid., p. 132).
Contra Quine, la traducción puede ser posible, pero no lo es siempre. El
problema se remite a la existencia de unos invariantes lingüísticos, que
pueden ser puestos en relación con la gramática generativa de Chomsky.
En la medida en que las diversas lenguas o las distintas teorías científicas
posean estructuras taxonómicas homologas, la traducción es posible.
Aun en el caso de que no existieran tales invariantes, intraducibilidad
no implica incomunicabilidad, debido a que hay otros recursos para que los
seres humanos se comprendan entre:
"cuando la traducción no es factible, se requieren dos procesos que son muy
diferentes: interpretación y aprendizaje del lenguaje" (Ibid., p. 133).
Ello vale tanto para los lenguajes naturales como para la ciencia. Dos
teorías científicas inconmensurables pueden ser intraducibies, en el senti-
do de que la traducción de textos y de teorías científicas siempre implica
pérdidas y deformaciones profundas, pero ello no equivale a decir que el
contenido de dichas teorías no pueda ser inteligible para los defensores de
las teorías rivales. El trabajo de los historiadores de la ciencia, como el de
los antropólogos en relación a las culturas, consiste precisamente en inter-
pretar y hacer inteligibles esas teorías intraducibies. Los historiadores y los
antropólogos tienen como tarea principal la de encontrar un vocabulario
que permita describir y comprender otros períodos de la ciencia y otras
culturas. Aunque su comprensión nunca sea total, y por consiguiente no
puedan ser traductores exactos de esas otras culturas y épocas, sí pueden
glosar y hacer accesibles partes importantes de dichas concepciones del
mundo, que para Kuhn siempre están vinculadas a las teorías científicas y
a las culturas.
Podemos concluir que en Kuhn hay una cierta afirmación del relativis-
mo científico, pero también una negación del mismo. En su breve alusión a
la antropología se manifiesta contrario al etnocentrismo. En el caso de los
historiadores de la ciencia, lo que llamamos etnocentrismo adquiere con-
notaciones distintas: son "etnocentristas" aquellos historiadores de la cien-
cia que sólo se preocupan por descubrir en los autores y en las teorías anti-
guas lo que pueden tener de actualidad. Quien presupone que la ciencia
actual es el centro a partir del cual hay que interpretar la ciencia de épocas
anteriores, está deformando inexorablemente el pensamiento de los cientí-
ficos del pasado.
Extraemos de ello una importante conclusión: en el caso de la ciencia, y
en concreto de su historia, el relativismo kuhniano se caracterizara por afir-
mar la irreductibilidad de las épocas científicas anteriores a la ciencia
actual. Ello no equivale a decir que no sean reducibles parcialmente; pero
nunca en su totalidad.
Uno de los principales problemas que se traslucen en los textos de Kuhn
antes citados estriba en la delimitación de lo que pueda ser ese "mundo"
que cambia con los paradigmas. Al respecto, Kuhn ofrece respuestas insu-
ficientes. Tratándose de un físico interesado en las ciencias naturales,
cabría inferir que lo que nunca cambia es la Naturaleza, a pesar de que pue-
dan cambiar las leyes que formulamos sobre ella, y por consiguiente el sig-
nificado de los términos científicos, y por ende también el conocimiento
científico del mundo. El debate con Kuhn no se centra tanto en los hechos
y en las observaciones científicas cuanto en las leyes científicas, que para
él son el foco de atribución de significado a las teorías:
"sólo con ayuda de esta leya segunda ley de Newton) se puede aprender a
identificar fuerzas y masas newtonianas, y a relacionar con la naturaleza los
términos correspondientes" (Ibid., p. 144).
La clave del relativismo kuhniano no está sólo en el lenguaje científi-
co, sino específicamente en las formulaciones de las leyes científicas. Dado
que el significado de los términos científicos depende de las leyes, y puesto
que las referencias de dichos términos sólo son dilucidables con ayuda de
las leyes, la clave para interpretar lo que pueda ser el mundo de los cientí-
ficos se encuentra en las leyes científicas. La inconmensurabilidad y la
intraducibilidad, en su sentido fuerte, se producen cuando no es posible
contrastar de ninguna manera dos leyes científicas antagónicas, ni tradu-
cirlas la una a la otra.
Por tanto, la prueba de fuego para el relativismo científico radica en el
relativismo nómico, y ello no en un sentido débil y abstracto ("cualquier
ley vale": Kuhn rechazaría radicalmente esta afirmación), sino en uno
muchos preciso: ¿puede haber leyes científicas inconmensurables entre
, en la versión lingüística antes esbozada?
Contestar a esta pregunta requiere un análisis detallado del concepto de
ley científica, que abordaremos en el capítulo 6 de este libro.
Conviene también señalar una segunda insuficiencia de la postura kuh-
niana, que luego vamos a ver repetida por numerosos sociólogos de la cien-
cia. Según Kuhn, los detentadores de una misma lengua participan de una
misma cultura. A nuestro entender, es claro que una misma lengua puede
soportar múltiples concepciones del mundo contrapuestas entre, así
como diversas culturas. Por consiguiente, no cabe reducir el problema del
19
relativismo científico al del relativismo cultural a base de presuponer tesis
como H. La afirmación de la unidad de cada cultura es una de las grandes
mixtificaciones del relativismo cultural, en el que incurren la mayoría de
los sociólogos de la ciencia. En lugar de analizar el concepto, harto difuso,
de cultura, los relativistas culturales dan por supuesto el problema mismo
que se trataba de abordar. En una palabra: no hay relativismo cultural serio
que no empiece por un análisis y una relativización del concepto de cultu-
ra. Si se parte de la tesis de que la ciencia es un saber relativo a cada cul-
tura y a cada sociedad, hay que precisar de inmediato qué es una cultura y
una sociedad: no vaya a suceder que el relativismo cultural (o social) parta
de conceptos confusos e imprecisos, proyectando a continuación esa con-
fusión sobre la ciencia.
Algo así sucede en el caso de Kuhn, sobre todo cuando atribuye a cada
cultura (o a cada teoría científica) una sola concepción del mundo. El
"mundo" del que habla Kuhn es algo indefinido, vago, difuso y polívoco. A
veces parece aludir a la totalidad del cosmos a lo largo de la historia; otras
veces, en cambio, parece que se refiere al mundo actual, sin que nunca
quede claro si ese mundo es el entorno inmediato en donde vivimos o una
totalidad puramente imaginaria definida por la contemporaneidad. El con-
cepto kuhniano de "mundo" es tan vago como el de "cultura" de los relati-
vistas. Precisamente por ello los comentaristas y los epígonos de Kuhn han
podido relacionar la tesis de la inconmensurabilidad entre teorías con el
relativismo científico.
Por nuestra parte, y siguiendo en esto al propio Kuhn, centraremos la
inconmensurabilidad entre teorías en la incompatibilidad entre sus respec-
tivas leyes científicas, y no entre las concepciones del mundo o las cultu-
ras subyacentes. Así, la clave del debate sobre el relativismo científico radi-
ca en ese relativismo nómico recién introducido, sobre el cual volveremos
en el capítulo sexto.
1.3. LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
A la hora de ocuparse de la ciencia, la sociología se restringió durante
buena parte de este siglo a la sociología de las instituciones y de las prácti-
cas científicas. Conjuntamente con los historiadores y los psicólogos, los
sociólogos podían ocuparse de la génesis del conocimiento científico, así
como de la actividad institucional que genera; pero la valoración de los
contenidos de la ciencia debía de ser fundamentalmente epistemológica. En
su libro Ideología y utopía, publicado en 1929, Karl Manheim formuló la
tesis según la cual la sociología podía ocuparse de lo que Reichenbach
llamó luego contexto de descubrimiento ", e incluso podía ayudar a renovar
la epistemología; pero el contexto de justificación quedaba fuera del alcance
de los estudios sociológicos-. Para Manheim, "la epistemología pretende ser
el fundamento de todas las ciencias" {Ibid., p. 192), si bien "la sociología
del conocimiento ... penetra también en el reino de la epistemología, en el
que resuelve el conflicto entre las diversas epistemologías concibiendo cada
una de ellas como una infraestructura teórica adecuada solamente para una
forma de conocimiento" (Ibid., p. 296).
Los sociólogos que se ocuparon ulteriormente de la ciencia (Merton,
Znaniecki, etc.
14
) llegaron a afirmar que la sociología del conocimiento
sólo podía resultar fecunda en la medida en que dejara de lado cualquier
tipo de pretensión epistemológica
15
. Consiguientemente, la sociología y la
filosofía de la ciencia tenían objetos de estudio diferenciados, aunque
pudieran interactuar entre
16
.
Este panorama ha cambiado radicalmente a partir de los años 70, al
irrumpir una serie de escuelas y grupos que propugnan una nueva sociolo-
a del conocimiento científico, que no sólo se ocupa de la actividad de
los científicos, sino de los propios contenidos del conocimiento científi-
co. Pickering, un destacado sociólogo de la ciencia, resume las posturas de
esta corriente de estudios sociológicos sobre la ciencia de la manera
siguiente:
"La sociología del conocimiento científico, SCC abreviadamente, se dife-
renció de dos maneras de las posiciones contemporáneas en filosofía y en
sociología de la ciencia. En primer lugar, y como su nombre indica, SCC
insistió en que la ciencia era significativa y constitutivamente social en todos
" Para la distinción de Reichenbach entre contexto de descubrimiento y contexto de justifi-
cación, véase el capítulo siguiente.
14
Algunas aportaciones del funcionalismo de Merton serán comentadas en el capítulo sobre
Ciencia y Valores.
15
Véase R.K. Merton, "La sociología del conocimiento" en su libro Teoría y estructura sociales,
México, FCE, 1964.
16
Conviene recordar que K.R. Popper, al criticar las posturas holistas e historicistas en sus
libros La Sociedad abierta y sus enemigos y La miseria del historicismo, consideró que la sociología del
conocimiento, y en concreto Mannheim, no ofrecían un tratamiento adecuado de la objetividad
científica ni de los aspectos sociales de la ciencia. Para Popper, la objetividad de la ciencia no se
funda en la imparcialidad u objetividad del hombre de ciencia individual, sino en la continua crí-
tica que unos científicos se hacen a otros: "la llamada 'Sociología del Conocimiento' olvida ente-
ramente el carácter social o institucional del conocimiento científico, porque se basa en la inge-
nua opinión de que la objetividad depende de la psicología del hombre de ciencia individual"
(Popper 1987, p. 170). O también: "la objetividad se halla íntimamente ligada al aspecto social
21
los aspectos que afectan a su núcleo técnico: el conocimiento científico
mismo debía de ser entendido como un producto social. En segundo lugar,
SCC era resueltamente empirista y naturalista" (A. Pickering, 1992, p. 1).
En el marco de esta concepción general, las reciente sociología de la
ciencia se ha diversificado en numerosas tendencias. En esta obra sólo nos
ocuparemos de cuatro: el programa fuerte, la etnometodología, el progra-
ma empírico del relativismo y los estudios de ciencia y género. Hay otras
muchas corrientes en la reciente sociología del conocimiento científico,
como la teoría de los actores-red de Latour, Callón y Law, los análisis del
discurso científico de Mulkay, Gilbert y Woolgar, el constructivismo social
de Knorr—Cetina, la escuela francesa de Bastide, que practica un enfoque
semiótico, o las diversas tendencias postmodernas, pero dado que la mayo-
a de estas corrientes se renuevan y se modifican sin cesar, es preferible
aguardar a que se produzca el lógico proceso de decantación en esta proli-
feración de teorías sociológicas sobre el conocimiento científico ".
1.3.1. El programa fuerte en sociología del conocimiento científico
La primera formulación influyente de este programa de explicación
social del conocimiento científico fue propuesta por David Bloor bajo la
incisiva denominación de programa fuerte (strong program) en sociología del
conocimiento científico y fue defendida por diversos autores agrupados en
torno a la Science Studies Unit de la Universidad de Edinburgo (Barnes,
Mackenzie, etc.). Bloor resumió así los puntos básicos de ese programa de
investigación sociológica de la ciencia:
"E¡ Programa Fuerte. Al sociólogo le concierne el conocimiento en tanto
fenómeno puramente natural, incluyendo el conocimiento científico" ... "en
lugar de definirlo como una creencia verdadera —o, quizá, como una creen-
cia verdadera y justificada el conocimiento es para el sociólogo aquello que
la gente considera como conocimiento. Consiste en aquellas creencias que la
gente asume confiadamente y con las cuales vive. En particular, el sociólogo
se sentirá concernido por aquellas creencias que son consideradas como
garantizadas o institucionalizadas, es decir investidas de autoridad por grupos
del método científico, al hecho de que la ciencia y la objetividad científica no resultan (ni pue-
den resultar) de los esfuerzos de un hombre de ciencia individual por ser 'objetivo', sino de la coo-
peración de muchos hombres de ciencia. Puede definirse la objetividad científica como la inter-
subjetividad del método científico" (Popper, 1981, pp. 385-6).
" Algunas de estas escuelas son comentadas en el capítulo 22 de una obra muy completa que
se ha publicado recientemente en castellano sobre Sociología de la Ciencia, escrita por E. Lamo
de Espinosa, J. González García y C. Torres Albero, La sociología del conocimiento y de la ciencia,
Madrid, Alianza, 1994. Véase asimismo C. Torres, Sociología política de la ciencia, Madrid,
CIS/Siglo XXI, 1994, y J. M. Iranzo y otros, Sociología de la Ciencia y la Tecnología, Madrid, CS1C,
1995.
de gente. Por supuesto, el conocimiento debe ser distinguido de la mera cre-
encia. Esto puede hacerse reservando la palabra 'conocimiento' para aquello
que ha sido asumido colectivamente y dejando lo individual e idiosincrático
como mera creencia" (D. Bloor, 1976, p.5).
Por consiguiente, el conocimiento científico debe de ser estudiado como
un fenómeno natural, entendiendo por natural aquello que se manifiesta
empíricamente en las sociedades: aquello que la gente considera que es
conocimiento científico. El sujeto de la ciencia es la sociedad. Si la gente
cree que algo es científico, y en particular si las instituciones y las comu-
nidades científicas aceptan un conocimiento como científico, los sociólo-
gos han de partir de ese conocimiento científico dado, tomándolo como
punto de partida de sus investigaciones.
En un segundo momento hay que fijarse en aquellas creencias que están
investidas de autoridad; es decir, en aquellas que están institucionalizadas.
Las creencias pueden ser individuales y privadas; el conocimiento, en cam-
bio, ha de estar apoyado y mantenido social, colectiva e institucionalmen-
te: las comunidades científicas configuran el sujeto de la ciencia.
Partiendo de estos postulados, el programa fuerte en sociología del
conocimiento afirmó cuatro principios (tenets) básicos. La sociología de la
ciencia:
"1. Debería ser causal, esto es, debería sentirse concernida por las condi-
ciones que suscitan creencias o estados de conocimiento. Naturalmente,
habrá otros tipos de causas, aparte de las sociales, que cooperarán a la hora
de suscitar creencias.
2. Debería ser imparcial con respecto a la verdad y a la falsedad, la racio-
nalidad o la irracionalidad, el éxito o el fracaso. Los dos lados de estas dico-
tomías requerirán explicación.
3. Debería ser simétrica en sus estilos de explicación. Los mismos tipos de
causa deberían explicar las creencias verdaderas y las falsas.
4- Debería ser reflexiva. En principio, sus patrones de explicación deberí-
an tener que ser aplicados a la propia sociología. Al igual que el requisito de
simetría, ésto es una respuesta a la necesidad de buscar explicaciones genera-
les. Es un requisito de base obvio, porque de otro modo la sociología sería una
clara refutación de sus propias teorías.
Esos cuatro principios de causalidad, imparcialidad, simetría y reflexividad
definen lo que será llamado el programa fuerte en sociología del conoci-
miento" (Ibid., p. 7).
El programa fuerte fue criticado por diversos filósofos de la ciencia
IS
,
sobre todo por lo que respecta al postulado de simetría. López Cerezo,
" Véanse los libros de Laudan (1977), Newton-Smith (1981) y Brown (1989), así como el
duro artículo de Laudan, "The pseudo-science of science?", en Philosophy ofthe Social Sciences, 11
(1981), pp. 173-198.
23
Sanmartín y González consideran que
"el éxito del programa fuerte significa la muerte de la reflexión epistemo-
lógica tradicional y la reivindicación del análisis empírico. Sólo una ciencia,
la sociología, puede según este programa explicar adecuadamente las pecu-
liaridades del mundo científico" (López Cerezo et al., 1994, p. 188).
De hecho, el desarrollo ulterior de la sociología de la ciencia se ha
caracterizado casi siempre por una confrontación con la filosofía standard
de la ciencia y por la tendencia a plantear una alternativa a los estudios
filosóficos sobre la ciencia. Partiendo de la obra de Fleck (1935), así como
de las ideas del Wittgenstein de las Investigaciones Filosóficas y de las pro-
puestas de Mary Hesse
l9
, los sociólogos de la ciencia han reinterpretado las
tesis de Kuhn en un sentido relativista, afirmando que cualquier criterio
puramente lógico o racional para evaluar la ciencia resulta inadecuado,
porque la actividad científica siempre se produce en un determinado con-
texto social, y por tanto está determinada por los intereses de los corres-
pondientes actores sociales
20
. Este tipo de afirmaciones han dado lugar a
enérgicas réplicas por parte de filósofos de la ciencia como Bunge y
Moulines
21
.
Prescindiremos por ahora de todos estos debates entre filósofos y soció-
logos de la ciencia para centrarnos en el desarrollo que ha tenido la socio-
logía de la ciencia en las dos últimas décadas. Los seguidores del programa
fuerte han llevado a cabo estudios minuciosos de algunos momentos rele-
vantes de la historia de la ciencia, tratando de poner en práctica sus prin-
cipios explicativos de la actividad científica
22
. El desarrollo teóricos
notable que han ofrecido ha sido la teoría de los intereses de Barnes,
19
M. Hesse, Modeb and Analogies in Science, Notre Dame, Univ. of Notre Dame Press, 1966 y
The Structure of Scientific ¡nference, Berkeley, University of California Press, 1974, donde se desa-
rrolla su teoría de redes. La antropóloga Mary Douglas es asimismo otra de las fuentes de las tesis
de Bloor: véase su obra Símbolos naturales, Madrid, Alianza, 1978, así como M. Douglas (ed.),
Essays in the Sociology of Perception, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1982.
20
Véase B. Barnes y D. Bloor, "Relativism, rationalism and the sociology of knowledge", en
M. Hollins y S. Lukes (eds.), Rationalism and Relativism, Oxford, Blackwell, 1982.
21
Véase, por ejemplo, CU. Moulines 1992, cap. II, 1, "Las incoherencias del relativismo",
en donde se acusa a los autores que defienden el relativismo epistemológico de ser autocontra-
dictorios.
22
Véanse los trabajos de Mackenzie y Barnes (1979) sobre el mendelismo y la biometría, el
de Shapin (1979) sobre anatomía cerebral en el XIX, el de Mackenzie (1981) sobre los coefi-
cientes de correlación en Estadística, el de Pickering (1984) sobre los quarks o el de Shapin y
Schaffer (1985) sobre la controversia entre Hobbes y Boyle. Además de la obra clásica de Bloor
(1976), hay que mencionar los dos libros de Barnes, Scientific Knowledge and Sociological Theory
(1974) e lnterests and the Growth of Knowledge (1976) y la recopilación de estudios de casos his-
tóricos de Barnes y Shapin (1979) como obras de referencia para el programa fuerte en sociología
del conocimiento científico.
mediante la cual se explícita el principio de causalidad ". Bornes no se
limita a afirmar que la ciencia no es neutra ni aséptica desde el punto de
vista de los intereses sociales, como ya habían subrayado los filósofos de la
escuela de Frankfurt
24
, sino que vas allá, al afirmar que los intereses
intervienen en la formulación de las observaciones empíricas, en las eva-
luaciones de las teorías y, en general, en las creencias compartidas por los
científicos.
1.3.2. La etnometodología
El programa fuerte de Bloor y Barnes fue criticado por algunos otros
sociólogos de la ciencia, y en particular por los etnometodólogos, algunos
de los cuales no sólo defendieron el relativismo epistemológico, sino tam-
bién un relativismo ontológico
25
. Las tesiss extremas al respecto son las
de Woolgar, para quien "los objetos del mundo natural se constituyen en
virtud de la representación, en vez de ser algo preexistente a nuestros
esfuerzos por 'descubrirlos'" (Woolgar, 1991, p. 127). Este mismo autor des-
cribe la tarea de los etnometodólogos en los siguientes términos:
"Literalmente, la etnografía es un estilo de investigación en que el obser-
vador adopta la postura de un antropólogo que se encuentra por primera vez
con un fenómeno. Uno toma la perspectiva de un extranjero como medio
para poner de relieve las prácticas comunes de los nativos que son objeto de
estudio. Literalmente, etno-grafía significa 'descripción' desde el punto de
vista de los nativos: en vez de imponer el marco de referencia propio a la
situación, el etnógrafo intenta desarrollar una apreciación de la forma en que
los nativos ven las cosas. En el caso de la ciencia, nuestros nativos son la
comunidad de científicos. Adoptaremos la perspectiva de que las creencias,
presupuestos y discurso de la comunidad científica deben percibirse como
algo extraño" (Ibid., pp. 128-9).
Partiendo de estos postulados, los etnometodólogos se incorporan al
ámbito de los estudios sobre la ciencia en tanto antropólogos culturales (y
sociales), tomando al laboratorio en donde investigan los científicos como
el lugar preminente para sus trabajos de campo. Mediante la obsetvación
participativa, los etnometodólogos aportan una nueva perspectiva, clara-
24
Véase, H.J. Habermas, Conocimiento e interés, Madrid, Taurus, 1982.
25
El artículo de M. Lynch, E. Livingston y H. Carfinkel, "Temporal order in [aboratory work",
en K. Knorr-Cetina y M. Mulkay (eds.), Science Observed, Londres, Sage, 1983, constituye un
buen resumen de las posturas de los etnometodólogos en sus estudios sobre la actividad científica.
Véase también la obra clásica en tres volúmenes de H. Garfinkel, A manual for the.study ofnatu-
raüy organized ordinary activities, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1982, así como los estudios
de Lynch sobre la actividad de los científicos en los laboratorios, Art and Artifact-in Laboratory
Science, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1985.
25
mente opuesta a la de los filósofos clásicos de la ciencia. Tanto ellos como
los sociólogos de la ciencia niegan la distinción entre contexto de descu-
brimiento y contexto de justificación
26
y afirman que la actividad científi-
ca ha de ser estudiada en su propio medio, y no sólo en base a sus resultados
finales.
Garfinkel, Cicourel, Latour y Woolgar han sido algunos de los autores
ques han publicado sobre etnometodología". Frente a las posturas del
programa fuerte, Latour y Woolgar renuncian a toda pretensión explicativa
de la actividad de los científicos en base a intereses y factores sociales. La
etnometodología es una orientación estrictamente descriptiva, que ha cen-
trado sus estudios en la actividad de los científicos en los laboratorios. La
creencia en la objetividad y en la neutralidad de la ciencia se viene abajo
cuando se examina con detalle la complejidad de la vida en los laboratorios
científicos. Para Latour y Woolgar, "el laboratorio es un sistema de cons-
trucción de hechos" (Latour y Woolgar, 1986, p. 41), y esa construcción
siempre es social (Ibid., p. 188). Esto les llevó a coincidir con una nueva
tendencia en sociología de la ciencia, el constructivismo social, una de cuyas
representantess destacadas es Karin Knorr—Cetina, sobre cuyas tesis vol-
veremos ulteriormente. Los contenidos de la ciencia, y en concreto los
hechos y sus presentaciones ulteriores, no sólo están condicionados por fac-
tores sociales, sino que "se constituyen a través de fenómenos microsocia-
les" (Ibid., p. 236) que tienen lugar en los laboratorios. Ello implica discu-
siones y debates: sólo a partir de esos procesos "agonísticos" emerge el
concepto de naturaleza (Ibid., p. 237). Los procesos básicos que Latour
observó en el laboratorio de endocrinología en los dos años en los que desa-
rrolló su investigación de antropología de la ciencia (construcción de los
hechos, disputas y alianzas entre científicos, reificación de los resultados,
credibilidad de los actores, circunstancias favorables o desfavorables, dismi-
nución del ruido en el canal de información) se ven invertidos al final de la
investigación:
"El resultado de la construcción de un hecho es que aparece como no cons-
truido por nadie; el resultado de la persuasión retórica, en el campo agnóstico
en el que los participantes están convencidos de estar, es que los participan-
tes están convencidos de que no han sido convencidos; el resultado de la
26
Véase el capítulo siguiente.
27
Los tres primeros autores son ante todo sociólogos, mientras que Latour y Woolgar se han
centrado en la sociología del conocimiento científico, par lo que aquí sólo nos ocuparemos de estos
dos últimos. Para un panorama general sobre la etnometodología en Sociología (centrado en los
grupos de California), véase el libro de Alain Coulon, La etnometodología, Madrid, Cátedra, 1988.
26
materialización es que la gente puede jurar que las consideraciones materiales
son sólo componentes menores de los 'procesos de pensamiento'; el resulta-
dos de las inversiones en credibilidad es que los participantes pueden afirmar
que la economía y las creencias no tienen relación alguna con la solidez de
la ciencia; en cuanto a las circunstancias, simplemente desaparecen de los
protocolos finales, siendo preferible dejarlas para un análisis político que
tenerlas en cuenta a la hora de valorar el duro y sólido mundo de los hechos.
Aunque no es.claro si este tipo de inversión es específico de la ciencia, resul-
ta tan importante que hemos dedicado gran parte de nuestra argumentación
a especificar y describir el momento preciso en el que ocurre esa inversión"
(Ibid., p. 240).
Los etnometodólogos parten de la base de que la ciencia es una activi-
dad humana más, que en poco difiere de otras prácticas sociales. Su interés
principal estriba en mostrar cómo se genera el orden científico a partir de
un caos previo de datos, observaciones, posturas opuestas y divetsas hipó-
tesis.
1.3.3. El programa empírico del relativismo
A partir de los años 80, la Universidad de Bath ha desarrollado una
implementación del programa fuerte en sociología del conocimiento, cen-
trándose en el análisis de las controversias científicas. Dicho programa
(Empirical Programme of Relativism, EPOR) fue impulsado sobre todo por
Collins y por Pinch: constituye otro de los exponentes de la escuela que
suele ser denominada como constructivismo social. Su estrategia ha sido
caracterizada mediante las tres etapas siguientes:
"1. En la primera se muestra la flexibilidad interpretativa de los resultados
experimentales, es decir, cómo los descubrimientos científicos son suscepti-
bles des de una interpretación.
2. En la segunda etapa, se desvelan los mecanismos sociales, retóricos, ins-
titucionales, etc. que limitan la flexibilidad interpretativa y favorecen el cie-
rre de las controversias científicas al promover el consenso acerca de lo que
es la 'verdad' en cada caso particular.
3. Por último, en la tercera, tales 'mecanismos de cierre' de las controver-
sias científicas se relacionan con el medio sociocultural y políticos
amplio"
28
.
Por consiguiente, esta escuela no subraya tanto la importancia de los
laboratorios y,'aunque continúa centrándose en estudios microsociales, su
interés estriba en la recepción que otros científicos hacen de las propues-
28
J.A. López, J. Sanmartín y M. González (1994), pp. 188-9. Véase también H.M.
Collins, "An Empirical Relativist Programme in the Sociology of Scientific Knowledge", en
K. Knorr-Cetina y M. Mulkay (eds.), Science Observed, o.c, pp. 93-95.
tas de unos y otros equipos investigadores, así como en los debates que tie-
nen lugar en Congresos, Sociedades y revistas especializadas. Los defenso-
res del programa EPOR asumen posiciones epistemológicas relativistas y
plantean sus dudas sobre algunos métodos clásicos, como la experimenta-
ción y la inducción. El programa EPOR no sólo se ha limitado al estudio
de la ciencia: buena parte de sus investigaciones han versado sobre las
innovaciones tecnológicas, subrayando la existencia de múltiples alterna-
tivas en cada proceso de evaluación de una innovación
29
. Asimismo se han
dedicado al estudio de lo que Collins llamó "ciencias extraordinarias" (por
oposición a las nociones kuhnianas de ciencia normal y de ciencia revolu-
cionaria), como la parapsicología, en la medida en que los principios de
imparcialidad y simetría sons fácilmente aplicables en estos casos para
la investigación sociológica
30
.
En relación al Programa Fuerte, Collins aceptó dos de sus principios
(imparcialidad y simetría), pero se opuso a los otros dos (causalidad y refle-
xividad). Las posturas relativistas en las que unos y otros coinciden no
deben de ser únicamente epistemológicas, según Collins: de ellas debe deri-
varse una metodología que permita desarrollar los estudios sociológicos
sobre la ciencia (por ejemplo, centrándose en las controversias científicas),
evitando siempre lo que él denominó explicaciones tipo TRASP".
Desde el punto de vista ontológico, los defensores del EPOR suelen afir-
mar que, puesto que las controversias científicas se cierran en base a argu-
mentos retóricos, y dependen en último término del poder respectivo de
los grupos rivales, la ciencia oficial es una construcción social. Puesto que
son los científicos quienes determinan nuestra imagen del mundo, hay que
concluir que también la realidad natural es una construcción social. Contra
este tipo de posturas ontológicas, bastante frecuentes entre los sociólogos
de la ciencia, se ha solido oponer el "argumento tu quoque":
"si las descripciones científicas de la realidad no son representaciones obje-
tivas de la realidad, sino,s bien, construcciones sociales, ¿qué decir acer-
ca de las descripciones sociológicas de la ciencia como una construcción
social?" (S. Fuchs, 1992, p. 154).
M
La obra clásica al respecto es la de W.E. Bijker, T.P. Hughes y T. Pinch, The Social
Construcción of Technological Systems, Cambridge, M1T Press, 1987.
10
Ver H.M. Collins y T. Pinch, Frames of Meaning: The Social Comtruction of Extraordinary
Science, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1982.
" Es decir, las explicaciones del conocimiento científico en base a la verdad (Truth), la racio-
nalidad (RAtionality), el éxito (Success) y el Progreso (Progress), que han sido las característi-
cas de los filósofos de la ciencia. Véase H.M. Collins, "What is TRASP? The radical programme
as a methodological imperative", Philosophy of Social Sciences 11 (1981), pp. 215-224.
Tal y como ha señalado el propio Woolgar (1982, p. 481), no es fácil
conjugar el relativismo y el empirismo que caracterizan a la sociología del
conocimiento en sus diversas variantes, sobre todo si se añade el principio
de reflexividad: si los sociólogos de la ciencia se manifiestan como relati-
vistas (epistemológicos u ontológicos), han de aplicarse sus mismos crite-
rios a la noción de sociedad (y no sólo de naturaleza), así como a sus pro-
pias investigaciones sociológicas, cuya objetividad no queda garantizada.
Collins ha respondido a este tipo de argumentaciones afirmando un "rela-
tivismo especial", según el cual la noción de sociedad no resulta problemá-
tica, aunque sí la de naturaleza:
"Mi consejo es tratar el mundo social como real y como algo acerca de lo
cual podemos tener datos seguros, mientras que debemos tratar el mundo
natural como algo problemático, una construcción socials que real"
(Collins, 1981, p. 216)".
Como puede verse, los principios en los que se basa el programa fuerte están
a su vez sujetos a debate, pues pueden llegar a poner en cuestión a la propia
sociología de la ciencia, en la medida en que ésta asuma posturas relativistas.
1.3.4. Estudios sobre ciencia y género"
Los estudios sobre ciencia y género (Women's Studies) tienen su origen
en los EEUU de Norteamérica y se inician en los años 60. En Europa, se
desarrollaron a partir de los años 80. Cabe inscribirlos en el marco general
de los estudios sociales sobre la ciencia, en la medida en que, por una parte,
investigan una profunda anomalía social en la práctica científica (la esca-
sa presencia de la mujer) y, por otra parte, ponen en cuestión valores epis-
témicos, como la neutralidad y la objetividad, que eran considerados como
postulados básicos por la concepción heredada en filosofía de la ciencia, así
como por muchos científicos. Los Women's Studies confluyen con otras
corrientes que se ocupan de la crítica de la ciencia™, desvelando aspectos de
la actividad científica que habían quedado en la penumbra, si no en la
oscuridad completa, en los estudios sobre la ciencia. En este apartado nos
limitaremos a proporcionar unas orientaciones básicas sobre las principa-
les líneas de trabajo en el tema de ciencia y género.
" Véase un comentario de estas posturas en E. Lamo, J.M. González y C. Torres (1994),
pp. 138-142.
11
Agradezco a las profesoras Amparo Gómez, Marisol de Mora, Eulalia Pérez Sedeño y Ana
Sánchez, y en particular a esta última, las orientaciones y los materiales que me han proporcio-
nado para la redacción de este apartado.
14
Véase al respecto J. Echeverría (1989), cap. 7.
Una primera idea clave en los estudios de género estriba en llamar la
atención sobre la "carga sexista" que poseen algunos aspectos relevantes de
la investigación científica. Ello se muestra en particular en las dicotomías
científicas (y metacientíficas), en las metáforas que se utilizan para hacer
avanzar la investigación y en la propia noción de objetividad científica. Al
existir la dicotomía masculino/femenino, surgen una serie de dualidades
asociadas a ella, que tienen profunda incidencia en teoría de la ciencia
35
.
Lo masculino ha solido estar vinculado a lo universal, a la cultura, a la
objetividad, a la racionalidad y a lo público, mientras que lo femenino ha
estado asociado a lo particular, a la naturaleza, a la subjetividad, a lo irra-
cional y a lo privado. Las investigadoras (e investigadores) que se han espe-
cializado en el tema de ciencia y género han estudiado esas dicotomías y su
influencia en las teorías y en la actividad científica desde diversos puntos
de vista: la biología, la sociología, la psicología, la antropología, la filoso-
a y la historia de la ciencia.
Una segunda idea básica es el estudio de las metáforas utilizadas por
los científicos a la hora de construir y de exponer sus teorías. El uso de
las metáforas implica un contexto previo de ideas y creencias, el cual
suele estar sesgado desde el punto de vista del género, dado el tradicional
androcentrismo. Partiendo del modelo interactivo de Mary Hesse, en el
que se insistía en la función heurística de las metáforas, Sandra Harding
ha afirmado que los' modelos sexistas de las metáforas distorsionan la
investigación ulterior, tanto porque inciden en los métodos de indagación
que se prefieren como porque priman unos modelos explicativos sobre
otros posibles'
6
.
En cuanto a la distinción subjetividad/objetividad, y teniendo en cuen-
ta que tradicionalmente la mujer ha sido considerada como un objeto, E.F.
Keller ha defendido la conveniencia de una objetividad dinámica, basada
en un proceso interactivo entre objeto y sujeto, frente a la separación rígi-
da entre los dos polos de la relación cognoscitiva". Coherentemente con
estas posturas, muchas filósofas feministas han aproximado sus concep-
ciones a la epistemología naturalizada de Quine, en la cual esa interac-
" Véase E. F. Keller, Reflexiones sobre Género y Ciencia, Valencia, Ed. Alfons el Magnanim,
1991, p. 16. El punto que es criticado especialmente en esta obra es la creencia en la vinculación
entre lo científico y lo objetivo con lo masculino.
16
Véase S. Harding, The Science Question in Feminism, Milton Keynes, Open Univ. Press,
1986 y Whose Science? Whose Knowledge? Thinkingfrom Women's Lives, Buckingham, Open Univ.
Press, 1991.
"E.F. Keller, o. o, caps. 4 y 9.
ción entre los científicos y la naturaleza tiene un marco concreto de pen-
samiento.
Un cuarto punto que conviene destacar en los estudios sobre ciencia y
género es la atención que prestan a la cuestión de la ciencia y los valores
38
.
En su libro de 1990, Longino afirma resueltamente que:
"Mis objetivos consisten en mostrar cómo los valores sociales y culturales
desempeñan un papel en la indagación científica" (Longino, 1990, p. 37),
y por ello emprende un programa de sociologización del conocimiento cientí-
fico (Ibid., p. 62)
w
, que constituye una propuesta de gran interés, e incluso
una alternativa a la naturalización quineana de la epistemología. Tras dis-
tinguir entre dos tipos de objetividad científica, la de los datos y la de los
propios científicos, se ocupa con mayor detalle de esta segunda modalidad
de objetividad y de sus valores subyacentes. Además de los valores institu-
cionales de los que habló Merton
40
y de los que determinan la elección de
una u otra política científica, Longino menciona un tercer tipo de conflic-
to entre la investigación científica y los valores, que puede surgir en la
misma tarea de experimentación: alude a los experimentos que tienen
como objeto a personas, así como a las investigaciones que pueden ser peli-
grosas para el público en general. Los valores no sólo influyen en la prác-
tica científica positivamente: también pueden marcarle límites. En gene-
ral, los valores y la ciencia interactúan al menos en cinco puntos: la praxis
misma, las cuestiones planteadas, los datos, las asunciones específicas y las
asunciones globales (Ibid., pp. 85-6). Diversos ejemplos apoyan estas tesis.
Lo que en un principio eran puros valores contextúales (externos) para la
actividad científica pueden llegar a convertirse en valores constitutivos
(internos). Esto es lo que sucede en el caso de los valores sesgados por
motivos de género, como Longino muestra a partir de los estudios biológi-
cos de las diferencias entre sexos en lo que se refiere al comportamiento,
los temperamentos y la cognición (Ibid., cap. 6).
Su propuesta final apunta a una racionalidad científica interactiva que
garantice la objetividad científica, para lo cual habría que satisfacer al
menos estos cuatro requisitos (Ibid., pp. 76—79):
1. Existencia de ámbitos públicos para la crítica.
'* Entre las diversas autoras que conviene mencionar al respecto, destacan L.H. Nelson, (Who
Knouis: from Quine to a Feminist Empiricism, Philadelphia, Temple Univ. Press, 1990) y H.E.
Longino (Science as Social Knowledge. Valúes and Objecüvity in Scientific Inquiry, Princeton,
Princeton Univ. Press, 1990).
" Véanse al respecto los capítulos 4 y 5 de la obra de Longino.
40
Ver apartado 111.2.
31

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