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ciencias aplicadas, caracterizadas por su valor instrumental, es decir, por dedicarse a
emitir prescripciones para lograr la transformación de la realidad.
Sin embargo, por debajo de esta vocación general, el “Management” se ha diversificado
en multitud de corrientes de pensamiento, que parten de premisas diferentes sobre el
comportamiento humano y la naturaleza de las organizaciones y que, a menudo, resultan
en interpretaciones contradictorias de los valores centrales de racionalidad económica
que caracterizan su aproximación científica. Frente a las pretensiones de universalidad y
generalidad de sus precursores, el “Management” se presenta en nuestros días como una
disciplina fragmentada, que ofrece una pluralidad de respuestas y criterios, en función de
los presupuestos y suposiciones de partida que se acepten como válidos y de la situación
concreta a la que se quieran aplicar.
Hay que tener presente, además, que el desarrollo de las ciencias del “Management” ha
estado vinculado al mundo empresarial, en el que las presiones competitivas han servido
de acicate para la renovación y el perfeccionamiento constante de los sistemas de gestión,
patrocinando la aparición y el progreso de nuevas corrientes científicas. La
Administración pública, ajena a las presiones del mercado, no ha experimentado hasta
fechas más recientes, la misma urgencia en atender a los dictados de economía, eficacia y
eficiencia; sus principios de organización y funcionamiento se ordenaron a satisfacer el
imperativo burocrático de la aplicación universal y uniforme de las normas, sin reparar
mayormente en recursos ni resultados. Puede comprenderse, en consecuencia, la
dificultades de trasladar el bagaje conceptual y práctico del “Management” hacia la
Administración pública, cuyos presupuestos diferenciados de existencia y
funcionamiento siempre han sido destacados en su construcción teórica.
La transformación material experimentada por la Administración en el Estado del
bienestar, con la multiplicación de las políticas cuya justificación depende de los
resultados materiales conseguidos, reclama una perspectiva de legitimación basada en
valores de racionalidad gerencial. Esto explica que, desde mediados de los años sesenta,
la Administración pública ha venido escuchando, cada vez con mayor insistencia la
apelación a los conceptos del “Management”. La reforma administrativa hizo una amplia
difusión de sus contenidos, mediante la transferencia de numerosas técnicas, como el
presupuesto por programas o la dirección por objetivos, casi todas ellas, concebidas y
ensayadas previamente en el mundo empresarial. El Informe Fulton, por ejemplo,
efectuaba constantes referencias al “Management” y, en particular, a la importancia de
formar a los servidores públicos en sus conceptos y técnicas más modernas.
Sin embargo, la introducción del “Management” a la Administración pública ofreció
pobres resultados. El escepticismo fue la reacción predominante ante un lenguaje que se
consideraba extraño y hostil a la tradición administrativa, dominada por profesionales
pertenecientes a la tradición jurídica y política (Gunn, 1987: 43). En consecuencia, el
trasplante de técnicas de gestión, allí donde llegó a materializarse, tuvo una vigencia
precaria y poco duradera. El valor de aquellas tentativas sólo puede apreciarse con el
paso del tiempo, al haber servido para sembrar entre las nuevas generaciones de
funcionarios la inquietud por una perspectiva diferente e innovadora que les permitía
ampliar sus rudimentarios instrumentos de trabajo en unidades con un gran volumen de
gestión operativa.