Capítulo 1: “Conciencia e inconsciente”.
Luego de la introducción de la pulsión de la muerte, a Freud se le presentan distintas
consecuencias desde el punto de vista metapsicológico, una de estas es que Freud tiene que
reformular la estructura del aparato psíquico, es decir, introduciendo las pulsiones plantea
una segunda tópica.
Comienza planteando cómo funcionaba el aparato anterior para ilustrar que era lo insuficiente
de este, primero lo miramos en un nivel descriptivo. El mismo ponía al inconsciente como la
antorcha del aparato, era lineal con dos polos y las instancias situadas entre los polos estaban
basados en el grado o no de conciencia. Había una primera instancia donde las huellas eran
inconscientes, la barrera de la represión que permitía o no el pase de las huellas al
preconsciente y con esto la posibilidad finalmente de impactar en la conciencia. Por lo que la
conciencia no era esencial en este aparato, sino más bien una cualidad.
Desde un sentido dinamico, donde Freud sitúa la lucha entre fuerzas opuestas, y la expresión
de lo reprimido en la conciencia bajo determinadas condiciones. A su z, ubica a lo reprimido
como inconsciente.
Pero en la practica analítica encuentra que esto no basta para la practica ya que, lo reprimido
se contrapone al Yo, y la tarea del analisis es cancelar las resistencias del yo para ocuparse
de lo reprimido. Sin embargo, la fuerza que no permite que lo reprimido entre a la conciencia
no pertenece ni a lo reprimido ni a la conciencia, entonces dice que esa fuerza, que se
exterioriza como resistencia vendría del yo pero el paciente no sabe nada de ella, por lo que
hay algo inconsciente en el yo.
Entonces, el conflicto deja de ser entre lo consciente e inconsciente, y pasa a ser del yo y lo
reprimido. Ya no se puede decir que la neurosis es el resultado del conflicto entre consciente
e inconsciente.
Así reformula el concepto de inconsciente; todo lo reprimido es inconsciente pero no todo lo
inconsciente es reprimido. Además, hay una parte del yo inconsciente que no es solamente
latente o preconsciente, por esto introduce un tercer inconsciente, no reprimido.
Por lo que, al inconsciente lo va a comenzar a considerar como una cualidad multívoca.
Entonces, las propiedades de ser o no consciente es la única antorcha del aparato psíquico
pero la cualidad de conciencia no alcanza para investigar los procesos en juego.
Capítulo 2 “el Yo y el Ello”.
En este capítulo, para arrancar, va a mostrar la diferencia entre una representación
inconsciente, que se consuma en algún material no conocido, y una preconsciente, que
establece una relación representación-palabra. Estas son restos mnémicos que fueron
percepciones y podrían volver a ser conscientes ya que sólo las percepciones que fueron
conscientes pueden volver a serlo.
Entonces, las representación-palabra son restos mnémicos de origen sensorial
(fundamentalmente palabras oídas). Por la medición de la representación-palabra los
procesos internos de pensamiento se convierten en percepciones. “A raíz de la
sobreinvestidura del pensar, los pensamientos devienen percibidos real y efectivamente, y
por eso se los tiene por verdaderos”.
Por otro lado, Freud también planteaba que el yo recibía tanto estímulos externos como
internos, y en la metáfora de la vesícula postuló que los estímulos internos eran de origen
pulsional, y como eran internos no había una capa protectora.
A partir de lo dicho por Georg Groddeck de que nuestro yo es pasivo, y somos vividos por
poderes desconocidos, ingobernables, Freud postula que lo que habla Groddeck es una parte
del aparato psíquico, que existe algo más allá del yo que lo empuja a hacer cosas que uno
no sabe. Lo llama, a esa parte de que no soy yo, el Ello; no es algo reprimido, sino algo
que mueve a uno a hacer cosas, esto que empuja tiene relación con lo pulsional.
El Ello se lo ubica al mismo lado de lo pulsional y lo inconsciente, es la sede de las pulsiones,
que en su caos lleva al yo a hacer cosas que no sepa o maneje.
A su vez, como sabemos lo reprimido habla a través de los sintomas, los sueños, de las
formaciones del inconsciente. Pero el Ello abarca también a la pulsión de muerte, es decir,
no se puede expresar con palabras, hay una mudez pulsional. Por esto la compulsión de
repetición invadía a las formaciones del inconsciente.
Entonces, se puede decir que el Ello abarca lo reprimido, el modo inconsciente mudo, más
pulsional, que no se puede expresar, es decir, la pulsión de muerte.
Además, Freud plantea que el individuo es puro Ello, entonces un individuos es un ello
psíquico, no conocido e inconsciente.
Anteriormente, Freud plantea que lo no conocido, lo unerkannt, irreductible del sentido que
se produce y se indica con la interpretación analitica queda ligado a la dimensión pulsional,
al factor traumático económico constitutivo.
La conexión de la representación con la palabra es lo que permite que lo reprimido sea
escuchado, es decir, para que algo devenga conciente tiene que mudarse por las huellas en
representación-palabra. Entonces sólo con la conexión de la palabra, lo inconsciente se
puede hacer escuchar. Pero el Ello, el inconsciente no conocido permanece a nivel de la
mudez pulsional y de un más allá del principio de placer, que gobierna el inconsciente que se
hace escuchar, que obliga a la repetición.
El principio en el Ello no tiene valoraciones, lo que rige a este es el factor económico,
investiduras pulsionales que piden descarga.
En esta segunda formación, Freud marca que en un principio todo lo que hay es Ello. La
unificación donde uno se reconoce es el Yo y es secundaria, esto lo piensa como en la primera
formación al principio de placer y al de realidad.
Es decir, por el contacto que el yo tiene con lo externo hay una modificación en el aparato,
entonces surge el yo, que es el que intenta organizar las pulsiones por el influjo de la realidad,
entonces el yo aparece como un mediador entre el ello y el mundo exterior, lo real. El yo tiene
en cuenta lo que sucede en el mundo exterior por las percepciones, y usando el razonamiento
y la lógica gestiona las exigencias y reclamos del Ello con los recursos disponibles y genera
las condiciones para que la pulsión se canalicen.
Entonces hay un conflicto entre el Ello y el mundo, los límites que impone la realidad, y en el
medio el Yo.
A su vez, las fuerzas del Yo provienen del Ello. Entonces el Yo sería un jinete que intenta
manejar un caballo, de que vaya a donde él quiere, esto a veces sucede, pero al Ello tener la
fuerza el que hace todo el trabajo es el Ello. El Yo sólo funciona como un mediador que intenta
modificar el medio para que se transmitan las exigencias del Ello.
Entonces, el Yo recibe libido del Ello, para lograr esto debe hacerse amar por el Ello y así es
investido, cargado de libido narcisista en tanto conserve el atractivo para el Ello.
Por lo que, el Yo tiene dos aspectos. Por un lado, el ce mediador, es el que se ocupa del
orden temporal de los procesos psíquicos sometiendolos a la realidad, aplazando descargas
motrices y gobernando los accesos de motilidad, este gobierno es relativo ya que toda su
fuerza libidinal proviene del Ello. Por otro lado, está sometido a varios amos, esto lo lleva a
verse enfrentado a peligros que conllevan tres variedades de angustia.
PRIMER GRÁFICO PÁGINA 26.
De este dibujo que arma Freud dice que, el Yo no está completamente separado del Ello, se
une hacía abajo con el Ello. Sin embargo, también lo reprimido confluye con el Ello, es una
parte de este.
Por otra parte, Freud observó que en los tratamientos analiticos hay individuos que la
conciencia moral y la autocrítica operan de modo inconsciente y producen fuertes efectos.
Así plantea la discusión acerca de la posibilidad de un sentimiento inconsciente de culpa y
crea un obstáculo en la cura analitica.
Capítulo 3 “El Yo y el Superyo (ideal del yo)”.
El ello inviste objetos por aspiraciones eróticas que siente como necesarias. El Yo intenta
reprimir estas investiduras que recibe del Ello o lo concede.
Si un objeto sexual es resignado sobreviene una alteración en el Yo que Freud describe como
una erección del objeto en el Yo. También postula que el Yo, por medio de esta identificación,
que sería una suerte de regresión al mecanismo de la fase oral, facilite la renuncia al objeto.
O esta identificación podría ser la forma por la cual el Ello se resigne al objeto. Lo que sabe
es que es un proceso frecuente y permite que el carácter del Yo sea una sedimentación de
las investiduras de objetos resignados, contiene la historia de las elecciones de objetos.
También, a la capacidad de resistencia se le atribuye el carácter de una persona adopta estos
influjos que son provenientes de la historia de elección erótica de objeto o se diferencia de
ellos; además hay una simultaneidad en la investidura de objeto e identificación, es decir, se
produce una alteración en el carácter antes de resignar el objeto, así este carácter puede
subsistir al vínculo de objeto.
A se vez, esta trasposición de una elección erótica de objeto en una alteración del Yo podría
ser la manera que tiene este para dominar al Ello, y a al mismo tiempo, profundizar su nculo
con este; esto se debe a que el Yo se impone como objeto de amor al Ello.
Esta transposición es un cambio de libido de objeto a libido narcisista, y sufre la renuncia a
las metas sexuales.
Si las identificaciones-objeto del Yo se vuelven numerosas, intensas e inconciliables entre sí
pueden desarrollar una patología.
Los efectos de las primeras identificaciones, hechas en las edades tempranas, se convierten
en universales y duraderas. Entonces, Freud vuelve a la génesis del ideal del yo, en este está
la primera identificación, la identificación con el padre. Esta es una identificación que se parte
de una investidura de objeto ya que en los primeros periodos sexuales la elección de objeto
corresponde al padre y la madre, tienen su desenlace en una identificación de esta clase,
reforzando la identificación primaria.
La bisexualidad constitucional del niño y la disposición triangular de la constelación del Edipo
son los dos factores que provocan el complejo de los nexos.
En el varón se ve de la siguiente forma, él desarrolla una investidura de objeto con la madre,
y una identificación con el padre, ambos permanecen por un tiempo, pero el refuerzo del
deseo sexual hacia la madre y el ver al padre como un obstáculo introduce al complejo de
Edipo. Por lo que la identificación con el padre pasa a ser hostil, esta relación es ambivalente.
Esta ambivalente relación con el padre, y tener a la madre como objeto tierno, caracterizan
el contenido positivo del complejo, simple.
Cuando se destruye el complejo de Edipo se resigna la investidura de objeto de la madre, y
tiene dos consecuencias, por un lado una identificación con la madre o un refuerzo en la
identificación con el padre (este último es el más normal), la masculinidad experimentaría un
refuerzo en el varón, en cambio en la niña, por su actitud edípica, puede llevarla a reformar
su identificación-madre que afirme su carácter femenino.
En el Yo no se introduce al objeto resignado por estas identificaciones. Este desenlace es
más visto en las niñas, ya que después de renunciar al padre como objeto de amor, retoma y
destaca su masculinidad y se identifica con el padre, con el objeto perdido.
La elección de identificación padre o madre al salir del Edipo, para Freud, dependería de la
intensidad relativa de las dos disposiciones sexuales, este es uno de los modos en los que la
bisexualidad interviene en el destino del complejo edípico.
El otro modo por el cual la bisexualidad interviene es que la más de las veces hay un complejo
de edipo completo, no simple, este es un duplicado, positivo y negativo, que depende de la
bisexualidad del niño. Es decir, el varón no sólo tiene una identificación con el padre y el
objeto de amor es la madre, puede tomarlo desde el lado de la niña.
A partir de la sepultación del complejo de Edipo, las cuatro aspiraciones en él se desmontan
y se desdoblan permitiendo el paso de las identificaciones, tanto la identificación-padre puede
retener el objeto-madre o el padre, y lo mismo con la identificación-madre.
Así el resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de edipo, se puede
suponer una sedimentación en el Yo, que consiste en el establecimiento de estas dos
identificaciones, unificadas entre sí. Esta alteración del Yo se enfrenta al otro contenido del
Yo, el ideal del yo o el superyó.
Entonces el superyó es un residuo de las primeras elecciones de objeto del Ello y, además,
la significatividad de una enérgica formación reactiva frente a ellas. Este, a su vez, es el que
le marca al Yo lo que debe ser y lo que no también.
Esta doble faz que presenta el ideal de yo se debe a que estuvo empeñado en la represión
del complejo de Edipo; este debe su génesis a este ímpetu subvirtiente. La represión del
complejo no fue una tarea fácil. Freud plantea que discerniendo en los progenitores el
obstáculo para que se cumplan los deseos edípicos el yo infantil tuvo que fortalecerse para
la represión estableciendo un obstáculo en sí. Toma del padre la fuerza para esto, este
préstamo significó que el superyó obtenga el carácter del padre.
La génesis del superyó es el resultado de los factores biológicos, desvalimiento y
dependencia del humano cuando es bebé y la interrupción del complejo de Edipo, que se
desenvuelve en la interrupción del desarrollo libidinal en el periodo de latencia y a la
acometida en dos tiempo de la vida sexual.
Entonces, el superyó es, en el ser humano, una esencia superior, una entidad más alta que,
a su vez, es la agencia representante del vínculo parental.
Así, el superyó es el heredero del Edipo y por ende de la expresión más potente de mociones
y destinos libidinales del Ello. Por este el Yo se apodera del complejo y se somete al Ello. Así
el Yo es el representante de las limitaciones del mundo exterior, mientras que el superyó es
el abogado del mundo interior, del Ello.
En síntesis, el Yo y el superyó reflejan la oposición entre lo real y lo psíquico.
El ideal del yo contiene lo más elevado del alma humana, en el sentido de nuestra escala de
valoración, satisface todas las exigencias que se plantean a la esencia superior en el hombre.
En el desarrollo, los mandatos y prohibiciones que las autoridades, los maestros y, en un
momento más temprano, los padres permanecieron vigentes en el ideal de yo y ahora ejercen
como conciencia moral la censura moral.
La génesis que Freud plantea para el superyó lo llevan a entender el conflicto del Yo con el
Ello sobre las investiduras de objeto del último. Si el Yo no logra controlar el complejo de
Edipo correctamente su investidura energética, proveniente del Ello, retomará su acción
eficaz en la formación reactiva del ideal.
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