
en la realidad a sus seres queridos. Esto le creó una gran ansiedad y
enormes dudas, debatiéndose entre pagar la deuda al compañero o
no hacerlo para evitar el tormento a su padre.
Tras interminables maniobras, siempre fallidas, para saldar la ridícula
deuda de 3,80 coronas, acabó confesando que en realidad quién
pagó el dinero no fue su compañero, sino una bella joven empleada
en la oficina de correos, y era a ella a quién debería entregar el
dinero.
Freud animó a “P” a bucear en su memoria y buscar recuerdos sobre
una posible hostilidad con su padre, y “P” recordó un suceso,
cuando a la edad de doce años, estaba enamorado de una jovencita,
pero no era correspondido.
Eso le hizo pensar, que si su padre moría, quizás la joven se fijase
más en él. Pensar que había deseado la muerte de su padre, para
conseguir un fin erótico, le hizo sentirse muy culpable. Sigmund
Freud le explicó que un intenso afecto consciente hacia una
persona, suele ir paralelo a una hostilidad reprimida
inconscientemente hacia esa misma persona.
Reproches sobre la muerte de su padre.
Surgió, así mismo, un recuerdo que le atormentaba sobre la muerte
de su padre, gravemente enfermo de enfisema. Él se encargaba de
su cuidado, pero un día en que se quedó dormido, agotado por el
trabajo de atender al padre, éste murió y esto le hizo sentirse muy
culpable de su muerte.
Inicialmente no pudo aceptar que su padre había muerto y esperaba
encontrárselo en cualquier lugar, pero a raíz de la muerte de una tía
y visitar el cementerio tomó conciencia real de la muerte de su
padre y se sintió horriblemente culpable, “como un criminal”
responsable de su defunción.
Este sentimiento le hizo recordar una novela en la que la
protagonista, que cuida de su hermana enferma, desea la muerte de