Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo
Agradecimientos
1. Introducción
2. Un final y un principio: una dedicatoria
3. El director ejecutivo del cerebro: Una mirada...
4. La arquitectura del cerebro: una introducción
5. La primera fila de la orquesta: la corteza
6. El director de orquesta: una mirada más cercana a...
7. Lóbulos diferentes para gentes diferentes: estilos de toma de...
8. Cuando el líder está herido
9. Madurez social, moralidad, ley y lóbulos frontales
10. Desconexiones fatídicas
11. «¿Que puede usted hacer por mí?»
12. Los lóbulos frontales y la paradoja del liderazgo
Epílogo
Notas
Créditos
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SINOPSIS
El cerebro ejecutivo es el primer libro, riguroso a la vez que divulgativo, que explora la región más
humana del cerebro, el lóbulo frontal. Escribiendo con un estilo vivo y accesible, el autor nos muestra
cómo el lóbulo frontal nos permite ocuparnos de procesos mentales complejos, cómo controlan nuestro
juicio y nuestro comportamiento social y ético, lo vulnerable que es a las lesiones y lo devastadores que
son los efectos de una lesión cerebral, conduciendo a un comportamiento caótico, desorganizado,
asocial e incluso criminal. Repleto de anécdotas e historias fascinantes, la obra de Goldberg ofrece un
vanguardista panorama de ideas y avances en neurociencia cognitiva. Es, a la vez, una memoria
intelectual llena de esbozos de la temprana formación del autor con Alexander Luria, su huida a la
Unión Soviética y sus más recientes interacciones, con pacientes y profesionales, por todo el mundo.
EL CEREBRO
EJECUTIVO
Lóbulos frontales y mente civilizada
Elkhonon Goldberg
Prólogo de Oliver Sacks
Traducción castellana de
Javier García Sanz
A mi maestro Alexandr Luria,
que prendió el interés que llevó
a este libro
Prólogo
En 1967, Elkhonon Goldberg, entonces un joven de veinte años, estudiante de neuropsicología
en Moscú, conoció a otro joven estudiante sólo algunos años mayor que él. Vladimir, nos dice
Goldberg, se encontraba en el andén del metro de Moscú pasándose un balón de fútbol de una
mano a otra, cuando el balón cayó a la vía. Al saltar para recuperarlo, Vladimir fue alcanzado por
un tren y sufrió graves lesiones en la parte frontal del cerebro, los lóbulos frontales, que tuvieron
que serle amputados.
«La carrera de todo clínico», escribe Goldberg, «está puntuada por unos pocos casos
formativos. Vladimir fue mi primer caso formativo. Con su tragedia, él me introdujo
involuntariamente en los ricos fenómenos de la enfermedad del lóbulo frontal, despertó mi
interés por los lóbulos frontales y con ello ayudó a conformar mi carrera». Pese a que Vladimir
se pasaba la mayor parte del tiempo con la mirada perdida en el vacío (aunque cuando se le
perturbaba podía soltar una sarta de blasfemias o arrojar un orinal), Goldberg encontró que a
veces podía atraer su atención con «bromas machistas y procaces ... [y] se desarrolló una amistad
entre un estudiante con el cerebro dañado y un estudiante del daño cerebral».
El mentor de Goldberg, el gran neuropsicólogo ruso A. R. Luria, se estaba interesando cada
vez más en estas partes «superiores» del cerebro, y sugirió a Goldberg que este estudio podría
convertirse también en su proyecto. Este proyecto lleva durando ahora un tercio de siglo, y ha
llevado a Goldberg a algunos de los dominios más profundos y extraños del funcionamiento de
la mente-cerebro y sus percances. Como Luria, ha utilizado una combinación de tests ingeniosos
y especialmente diseñados con una minuciosa observación naturalista, alerta ante los caprichos
de la función del lóbulo frontal no sólo en la clínica, sino en la calle, en restaurantes, en el teatro,
en cualquier parte. (Goldberg se califica a mismo de «voyeur cognitivo».) Todo esto está
manejado con unas facultades excepcionalmente imaginativas y empáticas, que tratan de ver el
mundo a través de los ojos de sus pacientes. Con veinte años de observación y experiencia, ha
conseguido un nivel de intuición que, piensa uno, hubiera deleitado y sorprendido a su mentor,
Luria.
En El cerebro ejecutivo, Goldberg nos lleva en un viaje, su propio viaje, desde aquellos
primeros días de Moscú hasta el presente, un viaje a la vez intelectual y personal. Ofrece una
brillante exposición de las complejas funciones de los lóbulos frontales, esa parte más
recientemente desarrollada y especialmente humana del cerebro, examinando el gran abanico de
«estilos» de lóbulo frontal en la gente normal, los trágicos percances que pueden ocurrir cuando
hay enfermedad neurológica o daño cerebral, las formas de comprobar su función y, lo que no es
menos, las posibles formas de reforzar la función del lóbulo frontal, de muchas de las cuales el
propio Goldberg ha sido pionero— construyendo o reconstruyendo la función cognitiva en
general, no sólo en pacientes con daño cerebral sino también en el cerebro sano. (La noción de
«salud cognitiva» y la práctica de «ejercicio cognitivo» y una «gimnasia cognitiva» son ideas de
Goldberg particularmente provocativas e importantes.) Ricas historias de casos, junto con breves
pero reveladoras anécdotas neuropsicológicas, forman el corazón narrativo del libro, pero están
frecuentemente salpicadas con narraciones personales de todo tipo, lo que hace de El cerebro
ejecutivo unas memorias muy atractivas y entrañables, una especie de autobiografía intelectual,
no menos que una gran obra de exposición científica y ciencia «popular».
El cerebro ejecutivo está dedicado a Luria, y se abre conmovedoramente con el recuerdo de
una conversación con Luria en 1972, cuando Goldberg tenía 25 años, y Luria, con 70 años, era a
la vez su ilustre mentor y una figura paterna afectuosa y protectora. Luria presionaba a Goldberg
para que se afiliara al Partido Comunista, ofreciéndose para proponerle y subrayando que esto
era necesario para cualquier avance en su carrera en la Unión Soviética. (El propio Luria era
miembro del Partido, quizá más por conveniencia que por convicción.) Pero Goldberg era (y
sigue siendo) un rebelde de corazón, enemigo de estrechar compromisos, por ventajosos que
fueran, si iban contra sus principios. Semejante intransigencia tenía un precio en la Unión
Soviética, y había llevado a su padre al Gulag. Después de andarse con evasivas varias veces,
finalmente dijo a Luria abiertamente que él no se afiliaría al Partido. Además —aunque, por
supuesto, no dijo nada de esto— había decidido abandonar Rusia, pese a su profundo amor por
su patria y su lengua. Para un miembro muy valorado de la sociedad, un estudiante de doctorado
en la Universidad de Moscú, era prácticamente imposible dejar el país, y la narración de
Goldberg de cómo lo hizo, y de una forma que no comprometiera a Luria en ningún sentido,
constituye la introducción extraordinaria y reveladora a este libro, un libro que termina veintiséis
años más tarde con una visita de regreso a Moscú y al país que había dejado media vida antes.
Los lóbulos frontales son el último logro en la evolución del sistema nervioso; sólo en los
seres humanos (y, en alguna medida, en los grandes simios) alcanzan un desarrollo tan grande.
También son, por un curioso paralelismo, las últimas partes del cerebro que han visto reconocida
su importancia: incluso en mis días de estudiante de medicina se denominaban «los lóbulos
silentes». «Silentes» pueden serlo realmente, pues carecen de las simples y fácilmente
identificables funciones de las partes más primitivas de la corteza cerebral, las áreas sensorial y
motora, por ejemplo (e incluso las «áreas de asociación» entre éstas), pero son abrumadoramente
importantes. Son cruciales para cualquier comportamiento finalista de orden superior: identificar
el objetivo, proyectar la meta y establecer planes para alcanzarla, organizar los medios para
llevar a cabo tales planes, controlar y juzgar las consecuencias para ver que todo se ha
conseguido tal como se pretendía.
Éste es el papel fundamental de los lóbulos frontales, un papel que libera al organismo de
repertorios y reacciones fijas, que permite la representación mental de alternativas, imaginación,
libertad. De ahí las metáforas que recorren el libro: los lóbulos frontales como el CEO del
cerebro, capaces de tomar «una vista aérea» de todas las demás funciones del cerebro y
coordinarlas; los lóbulos frontales como el director de orquesta que coordina los mil
instrumentos de la orquesta del cerebro. Pero por encima de todo, los lóbulos frontales como el
líder del cerebro, que conduce al individuo a la novedad, las innovaciones, las aventuras de la
vida. Sin el gran desarrollo de los lóbulos frontales en el cerebro humano (acoplado al desarrollo
de las áreas del lenguaje), la civilización nunca podría haber aparecido.
La intencionalidad del individuo reside en los lóbulos frontales, y éstos son cruciales para la
consciencia superior, para el juicio, para la imaginación, para la empatía, para la identidad, para
el «alma». Así lo prueba el famoso caso de Phineas Gage, un capataz del ferrocarril al que, en
1848, una pieza de hierro de dos pies le atravesó los lóbulos frontales cuando estalló la carga
explosiva que estaba colocando. Pese a que Gage conservó su inteligencia tanto como su
capacidad para moverse, hablar y ver, experimentó otros cambios profundos. Se hizo imprudente
y falto de previsión, impulsivo, irreverente; ya no podía hacer planes o pensar en el futuro; y para
aquellos que lo habían conocido antes, «ya no era Gage». Se había perdido a mismo, la parte
más central de su ser, y (como sucede con todos los pacientes con daños severos en los lóbulos
frontales) él no lo sabía.
Tal «anosognosia», como se denomina, es a la vez una gracia (tales pacientes no sufren, ni
se angustian, ni lamentan su pérdida), y un problema importante, pues reduce la comprensión y
la motivación, y hace mucho más difíciles los intentos de remediar esta situación.
Goldberg también hace énfasis en que, debido a la singular riqueza de las conexiones de los
lóbulos frontales con diferentes partes del cerebro, otras situaciones que tienen su patología
primaria en otra parte, incluso en la subcorteza, pueden evocar o presentarse como disfunciones
del lóbulo frontal. Así, la inercia del parkinsonismo, la impulsividad del síndrome de Tourette, la
tendencia a la distracción del ADHD, la perseveración del OCD, la falta de empatía o «teoría de
la mente» en el autismo o la esquizofrenia crónica, todo esto puede entenderse en gran parte,
piensa Goldberg, como debido a resonancias, a perturbaciones secundarias en la función de los
lóbulos frontales. Se aporta mucha evidencia a favor de esto, procedente no sólo de la prueba y la
observación clínica sino de los últimos resultados en la imagen funcional del cerebro, y las ideas
de Goldberg arrojan nueva luz sobre estos síndromes y pueden ser muy importantes en la
práctica clínica.
Mientras que los pacientes con lesiones masivas del lóbulo frontal manifiestan una
inconsciencia de su condición, no sucede esto con los pacientes de Parkinson, síndrome de
Tourette, OCD, ADHD o autismo; de hecho, tales pacientes pueden articular, y a menudo
analizar con gran precisión, lo que les está pasando. De este modo pueden decirnos lo que no
pueden decir los pacientes con patología primaria del lóbulo frontal: qué sienten realmente desde
el interior al tener estas diferencias y caprichos de la función del lóbulo frontal.
Goldberg presenta estas discusiones, que de otro modo podrían ser difíciles o densas, con
gran viveza y humor, y con frecuentes alternancias de narrativa personal. Así, a mitad de su
discusión del comportamiento «dependiente-delcampo», la distracción incontinente tan
característica de quienes sufren daños graves en el lóbulo frontal, Goldberg habla de los perros y
de su comportamiento relativamente «afrontal», en donde «fuera de la vista» es «fuera de la
mente». Pone esto en contraste con el comportamiento de los simios y nos cuenta cómo una vez,
en un viaje a Tailandia, «se hizo amigo y fue correspondido por» un joven gibón macho, la
mascota del propietario de un restaurante en Phuket:
Cada mañana el gibón empezaba a agitar las manos. Todo brazos y un cuerpo pequeño, iniciaba entonces una
breve danza como si fuera una araña, lo que yo, con cierto orgullo, interpretaba como una expresión de
alegría por verme. Pero entonces, pese a su proclividad a jugar sin descanso, se paraba cerca de y con
extrema concentración estudiaba los más mínimos detalles de mis ropas: una correa de reloj, un botón, un
zapato, mis gafas (que, en uno de mis momentos de descuido, arrancó de mi cara y trató de comerse).
Observaba fijamente las cosas y sistemáticamente desplazaba la vista de un detalle a otro. Cuando un día
apareció una venda alrededor de mi dedo índice, el joven gibón la examinó estudiosamente. A pesar de su
estatus como un simio menor (en comparación con los bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes, que se
conocen como los grandes simios), el gibón era capaz de mantener una atención sostenida.
Lo más sorprendente era que el gibón volvía invariablemente al objeto de su curiosidad tras una
distracción repentina: por ejemplo, un ruido callejero. Reanudaba su exploración precisamente donde había
quedado interrumpida, incluso cuando la interrupción duraba más de una fracción de segundo. Las acciones
del gibón estaban guiadas por una representación interna, que «puenteaba» su comportamiento entre antes y
después de la distracción. («Fuera de la vista» ya no era «fuera de la mente»!)
Goldberg es un amante de los perros, y tiene varios, pero para él «la interacción con el
gibón era tan sorprendentemente rica, y tan cualitativamente diferente de cualquier cosa que yo
hubiera experimentado con perros, que por un momento tuve la idea de comprar el gibón y
llevarmelo a Nueva York para que me sirviera de mascota y compañía».
Por supuesto, esto fue imposible, y Goldberg (a quién yo conocí por entonces) estaba muy
triste por no haber podido hacerlo. Sentí una gran simpatía por él porque yo mismo había tenido
una experiencia casi idéntica con un orangután, y pensé que al menos podríamos enviarnos
tarjetas postales.
Hay otros temas importantes en El cerebro ejecutivo, ideas que afloraron por primera vez
cuando Goldberg era estudiante y que ha estado explorando y elaborando desde entonces. Éstas
tienen que ver con los diferentes tipos de desafíos a que se enfrenta un organismo: el choque con
situaciones novedosas (y el instinto de llegar a soluciones novedosas), y la necesidad de
establecer rutinas económicas para tratar con situaciones y demandas familiares. Goldberg
considera que el hemisferio derecho del cerebro está especialmente equipado para tratar
situaciones y soluciones nuevas, y el lado izquierdo del cerebro para tareas y procesos rutinarios.
En su opinión, hay una circulación continua de información, de comprensión, desde el
hemisferio derecho al izquierdo. «La transición de novedad a rutina», escribe, «es el ciclo
universal de nuestro mundo interior». Esto se enfrenta a la noción clásica de que el hemisferio
izquierdo es el «dominante» y el hemisferio derecho el «menor», pero concuerda con el hallazgo
clínico de que el daño en el hemisferio derecho puede tener efectos mucho más extraños y
profundos que los efectos relativamente simples del daño en el hemisferio «dominante». Así
pues, es la integridad del denominado hemisferio «menor» la que Goldberg cree que es crucial
para el sentido del «yo» o de identidad: su integridad, y la integridad de los lóbulos frontales.
Otro tema central de El cerebro ejecutivo tiene relación con lo que Goldberg considera
como los dos modos radicalmente diferentes, pero complementarios, de organización cerebral.
La neurología clásica (y su precursora, la frenología) considera que el cerebro consiste en una
multitud, un mosaico de áreas, o sistemas, o módulos independientes, cada uno de ellos dedicado
a una función cognitiva altamente específica, y todos ellos relativamente aislados, con
interacciones muy limitadas. Semejante organización es evidente en las partes más primitivas del
cerebro, tales como el tálamo (que consiste en muchos núcleos discretos e independientes) y las
partes más viejas de la corteza cerebral: de ahí, la posibilidad de lesiones discretas y pequeñas en
la corteza visual, que producen pérdidas igualmente discretas de visión de los colores, visión del
movimiento, visión profunda, etc. Pero un sistema semejante, argumenta Goldberg, sería rígido,
no flexible, y tiene poca capacidad para tratar con la novedad o la complejidad, para adaptarse o
aprender. Un sistema semejante, sostiene él, sería completamente inadecuado para soportar la
identidad o la vida mental superior.
Ya en los años 60, siendo estudiante, Goldberg empezaba a entrever un tipo de organización
muy diferente en la parte más nueva y «más elevada» del cerebro, el neocórtex (que empieza a
desarrollarse en los mamíferos y alcanza su máximo desarrollo en los lóbulos frontales
humanos). Un análisis cuidadoso de los efectos del daño en el neocórtex sugiere que ya no hay
módulos o dominios discretos o aislados, sino más bien una transición gradual de una función
cognitiva a otra, que corresponde a una trayectoria gradual y continua a lo largo de la superficie
cortical. Así, el concepto central de Goldberg es el de un contínuum cognitivo, un gradiente. Esta
idea radical cautivaba al joven Goldberg cuanto más pensaba en ella: «Empecé a pensar en mis
gradientes como el análogo neuropsicológico de la tabla periódica de los elementos de
Mendeleyev». Esta teoría gradiental fue incubada y puesta a prueba durante veinte años, y
Goldberg sólo la puso por escrito en 1989, cuando había recogido gran evidencia en su apoyo. El
artículo rompedor en el que lanzaba su teoría fue básicamente ignorado, pese a la gran potencia
explicatoria que prometía.
Cuando en 1995 escribí un ensayo sobre las ideas prematuras en ciencia [O. W. Sacks,
«Scotoma: Forgetting and Neglect in Science», en Hidden Histories of Science, ed. R. B. Silver
(New York: New York Review of Books, 1996), 141-187], cité, entre otros muchos ejemplos, el
fallo en comprender o ver la relevancia de la teoría gradiental cuando fue publicada: el propio
Luria la encontró incomprensible en 1969, cuando Goldberg se la presentó por primera vez. Pero
en la última década se ha producido un gran cambio, un cambio de paradigma (como diría
Kuhn), relacionado en parte con las teorías de la función cerebral global tales como la de Gerald
Edelman, y en parte con el desarrollo de redes neurales como sistemas modeladores, sistemas de
computación masivamente paralela, y similares, por lo que el concepto de gradientes cerebrales
—la visión de Goldberg cuando era estudiante— está ahora más ampliamente aceptado.
La modularidad sigue existiendo, resalta Goldberg, como un principio persistente pero
arcaico de organización cerebral que, conforme avanzaba la evolución, fue gradualmente
suplantado o complementado por un principio gradiental. «Si esto es así», comenta, «entonces
existe un asombroso paralelismo entre la evolución del cerebro y la evolución intelectual de
nuestras ideas acerca del cerebro. Tanto la evolución del propio cerebro como la evolución de
nuestras teorías sobre el cerebro han estado caracterizadas por un cambio de paradigma, de lo
modular a lo interactivo».
Goldberg se pregunta si este cambio de paradigma puede encontrar paralelismos en la
organización política, con la fractura de los grandes estados «macronacionales» en estados
«microrregionales» más pequeños, un cambio que amenaza con anarquía a menos que puedan
surgir nuevos ejecutivos supranacionales —el equivalente político de los lóbulos frontales,
capaces de coordinar el nuevo orden mundial. Se pregunta también si el reemplazamiento de los
enormes pero relativamente pocos y aislados supercomputadores de los años 70 por los cientos
de millones de computadores personales que ahora tenemos, todos potencialmente interactuantes,
refleja el cambio de lo modular a lo interactivo, con los motores de búsqueda como equivalentes
digitales de los lóbulos frontales.
El cerebro ejecutivo termina como empieza, en una nota personal e introspectiva, con el
recuerdo de Goldberg de sus lecturas de Spinoza cuando era niño en la biblioteca de su padre, y
de cómo amaba la ecuación serena de Spinoza entre cuerpo y mente; y del papel crucial que esto
desempeñó en orientarle hacia la neuropsicología y evitar ese desdoblamiento fatal de cuerpo y
alma, el dualismo que Antonio Damasio llama «el error de Descartes». Spinoza no tenía
sensación de que la mente humana, con sus nobles potencias y aspiraciones, estuviera en modo
alguno devaluada o reducida por ser dependiente de las operaciones de un agente físico, el
cerebro. Decía que más bien había que admirar el cuerpo viviente por sus maravillosas y casi
incomprensibles sutilezas y complejidad. Sólo ahora, en el alba del siglo XXI, es cuando estamos
empezando a obtener la medida total de esta complejidad, a ver cómo interaccionan naturaleza y
cultura, y cómo se producen mutuamente cerebro y mente. Hay un puñado, un pequeño puñado,
de libros notables que abordan con fuerza estos problemas fundamentales —los de Gerald
Edelman y Antonio Damasio vienen a la mente al momento. A este selecto número debería
añadirse con seguridad El cerebro ejecutivo de Elkhonon Goldberg.
OLIVER SACKS
Agradecimientos
Emprendí la escritura de este libro, en un lenguaje que no era aún enteramente el mío, con dudas.
Por hábito y temperamento, una prosa más tersa de la que se espera de un libro de divulgación
era más natural para mí. Pero, a instancias de varios amigos, seguí adelante. Había dos razones.
La razón mejor articulada era una comprensión creciente de que, para tener impacto, un escritor
necesita a veces ir más allá del formato de las revistas científicas de circulación limitada. La
razón más evasiva era una necesidad de reconectar mis vidas rusa y americana (de longitud casi
exactamente igual en el momento de escribir esto) mediante una narración intelectual personal y
continua.
Tengo una deuda de gratitud con muchas personas. Con Oliver Sacks, un íntimo amigo
desde hace muchos años; la propuesta misma de escribir un libro para el gran público
probablemente no se me hubiera ocurrido sin el ejemplo de Oliver. Con Dmitri Bougakov, por la
edición técnica, la verificación de hechos y referencias y la ayuda en diseñar ilustraciones. Con
Laura Albritton, quien colaboró en la edición del manuscrito. Con Fiona Stevens de Oxford
University Press, que ayudó a llevar el libro hasta su publicación. Con Sergey Knyazev por sus
intuitiva discusión de las analogías del cerebro y los computadores. Con Vladimir y Kevin por
darme la oportunidad de aprender de sus situaciones. Con los aquí llamados Toby y Charlie así
como Lowell Handler y Shane Fistell por compartir sus historias vitales y permitirme describirlas
en este libro. Con el padre de Kevin por permitirme escribir sobre su hijo. Con Robert Iacono por
compartir su experiencia con la cingulotomía. Con Peter Fitzgerald, Ida Bagus Made Adnyana,
Kate Edgar, Wendy James, Lewis Lerman, Jae LlewellynKirby, Gus Norris, Martin Ozer, Peter
Lang, Anne Veneziano, y los revisores anónimos de Oxford por los valiosos comentarios sobre
el manuscrito. Con Brendon Connors, Dan Demetriad, Kamran Fallahpour, Evian Gordon y
Konstantin Pio-Ulsky por ayudar a crear algunas de las imágenes utilizadas en el libro. Con mis
pacientes, amigos y conocidos que dieron forma a mi trabajo con sus vidas, tragedias y triunfos,
y me dieron permiso para escribir sobre ellos. Con mis estudiantes, que proporcionaron una
audiencia cautiva frente a la cual fui capaz de ensayar fragmentos del libro. Con los diseñadores
del miniordenador Psion, que me facilitaron el escribir todo el libro tal como se me ocurría en los
sitios más increíbles. El libro está dedicado a Alexandr Romanovich Luria, quien definía los
lóbulos frontales como el «órgano de la civilización» y quien tuvo un impacto en mi carrera
mayor de lo que yo podía imaginar cuando era estudiante.
Nueva York
E. G.
1
Introducción
Empecé este libro pensando en una audiencia general. Pero a mitad del proyecto el profesional
que hay en prevaleció sobre el divulgador, y el libro tiene algo de híbrido. A riesgo de no
atraer a ninguno de los dos, he tratado de escribir un libro que atrajera tanto al gran público como
a la audiencia profesional. Los Capítulos 1, 2, 3, 9, 10, 11, 12 y el Epílogo son menos técnicos y
tienen un interés general; deberían atraer tanto al lector general como a los profesionales. Los
Capítulos 4, 5, 6, 7 y 8 son algo más técnicos pero accesibles en cualquier caso a un lector
general; tratan de cuestiones de neurociencia cognitiva, de interés tanto para científicos y clínicos
como para el lector general interesado en el funcionamiento del cerebro y la mente. El libro no
trata de ser una especie de exposición enciclopédica, algo parecido a un libro de texto sobre los
lóbulos frontales. Más bien, es una exposición idiosincrásica de mi entendimiento de varias
cuestiones fundamentales en neurociencia cognitiva y del contexto personal que me llevó a
escribir sobre ello.
En este libro exploro la parte de su cerebro que le hace a usted quien es y define su
identidad, que encierra sus impulsos, sus ambiciones, su personalidad, su esencia: los lóbulos
frontales del cerebro. Si se lesionan otras partes del cerebro, la enfermedad neurológica puede
dar como resultado pérdida del lenguaje, memoria, percepción o movimiento. Pero la esencia del
individuo, el núcleo de la personalidad, normalmente permanece intacta. Todo esto cambia
cuando la enfermedad golpea los lóbulos frontales. Lo que entonces se pierde ya no es un
atributo de su mente: es su mente, su núcleo, su yo. Los lóbulos frontales son las más
específicamente humanas de todas las estructuras, y juegan un papel crítico en el éxito o el
fracaso de cualquier empresa humana.
El «error de Descartes», por tomar prestada la elegante expresión de Antonio Damasio,
1
consistió en creer que la mente tiene una vida propia independiente del cuerpo. Hoy, una
sociedad ilustrada ya no cree en el dualismo cartesiano entre cuerpo y mente, pero los vestigios
de la vieja y falsa concepción sólo se van perdiendo por etapas. Hoy día pocas personas
instruidas, por legas que sean en neurobiología, dudan que el lenguaje, el movimiento, la
percepción y la memoria residen de algún modo en el cerebro. Pero la ambición, el impulso, la
previsión, la intuición —aquellos atributos que definen la esencia y personalidad de uno— son
hasta hoy vistos por parte de muchos como «extracraneales», por así decir, como si fueran
atributos de nuestras ropas y no de nuestra biología. Estas evasivas cualidades humanas están
también controladas por el cerebro, y en especial por los lóbulos frontales. La corteza prefrontal
es el foco actual de la investigación neurocientifica, pero es básicamente desconocida para los
no-científicos.
Los lóbulos frontales realizan las funciones más avanzadas y complejas del cerebro, las
denominadas funciones ejecutivas. Están ligados a la intencionalidad, el propósito y la toma de
decisiones complejas. Sólo en los humanos alcanzan un desarrollo significativo;
presumiblemente, ellos nos hacen humanos. Toda la evolución humana ha sido calificada como
«la edad de los lóbulos frontales». Mi maestro Alexandr Luria llamaba a los lóbulos frontales «el
órgano de la civilización».
Este libro trata del liderazgo. Los lóbulos frontales son al cerebro lo que un director a una
orquesta, un general a un ejército, el director ejecutivo a una empresa. Coordinan y dirigen las
otras estructuras neurales en una acción concertada. Los lóbulos frontales son el puesto de
mando del cerebro. Examinaremos cómo se desarrolló el papel de liderazgo en varias facetas de
la sociedad humana —y en el cerebro.
Este libro trata de la motivación, el impulso y la visión. Motivación, impulso, previsión y
visión clara de los propios objetivos son fundamentales para tener éxito en cualquier aspecto de
la vida. Usted descubrirá que todos estos prerrequisitos para el éxito están controlados por los
lóbulos frontales. Este libro le dirá también que incluso un daño sutil a los lóbulos frontales
produce apatía, inercia e indiferencia.
Este libro trata de la autoconciencia y de la conciencia de los otros. Nuestra capacidad para
conseguir nuestros objetivos depende de nuestra capacidad para juzgar críticamente nuestras
propias acciones y las acciones de quienes nos rodean. Esta capacidad reside en los lóbulos
frontales. El daño a los lóbulos frontales produce una ceguera debilitadora en el juicio.
Este libro trata del talento y el éxito. Reconocemos inmediatamente el talento literario, el
talento musical o el talento atlético. Pero en una sociedad compleja como la nuestra, un talento
diferente pasa al primer plano: el talento del liderazgo. De todas las formas de talento, la
capacidad de liderar, de obligar a otros seres humanos a colocarse detrás de usted, es la más
misteriosa y la más profunda. En la historia humana el talento para el liderazgo ha tenido el
máximo impacto sobre los destinos de otros y sobre el éxito personal. Este libro ilustra una
íntima relación entre el liderazgo y los lóbulos frontales. Por supuesto, el reverso de esto es que
una pobre función del lóbulo frontal es especialmente devastadora para un individuo. Por lo
tanto, este libro trata también del fracaso.
Este libro trata de la creatividad. Inteligencia y creatividad son inseparables pero no iguales.
Cada uno de nosotros ha conocido a personas que son brillantes, inteligentes, despiertas... y
estériles. La creatividad requiere la capacidad de abrazar la novedad. Examinaremos el papel
crítico de los lóbulos frontales al tratar de la novedad.
Este libro trata de hombres y mujeres. Sólo ahora los neurocientíficos están empezando a
estudiar lo que la gente de la calle ha supuesto siempre, que los hombres y las mujeres son
diferentes. Hombres y mujeres enfocan las cosas de forma diferente, tienen estilos cognitivos
diferentes. Examinaremos cómo estas diferencias en estilos cognitivos reflejan las diferencias de
género en los lóbulos frontales.
Este libro trata de la sociedad y la historia. Todos los sistemas complejos tienen ciertas
características en común, y al aprender sobre uno de estos sistemas aprendemos sobre los otros.
Examinaremos las analogías entre la evolución del cerebro y el desarrollo de estructuras sociales
complejas, y sacaremos algunas lecciones sobre nuestra propia sociedad.

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