extrema, pero no se han encontrado para defendería más que das razones verdaderamente
extraordinarias. Se ha dicho, primero, que “en sociología tenemos, por un principia
singular, el conocimiento íntima del elemento que es nuestra conciencia individual, tan bien
como del compuesta que es el conjunto de las conciencias”; segundo, que, por esta doble
introspección “comprobamos claramente que, separando lo individual, lo social no es
nada”
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.
La primera aseveración es una negación atrevida de toda la psicología contemporánea. Se
está hoy de acuerdo en reconocer que la vida psíquica, lejos de poder ser conocida por una
visión inmediata, tiene, por el contrario, profundas interioridades donde el sentido íntimo
no penetra y que sólo alcanzaremos poco a poco por vías indirectas y complejas, análogas a
las que emplean las ciencias del mundo exterior. Es preciso, pues, que la naturaleza de la
conciencia quede en lo sucesivo sin misterios. En cuanto a la segunda proposición, es
puramente arbitraria. El autor puede afirmar que, siguiendo su impresión personal, no hay
nada real en la sociedad más que lo que viene del individuo, pero, para apoyar esta
afirmación faltan pruebas, y la discusión, por consiguiente, es imposible. ¡Sería tan fácil
oponer a este sentimiento el sentimiento contrario de un gran número de individuos, que se
representan a la sociedad, no como la forma que toma espontáneamente la naturaleza
individual, expandiéndose hacia fuera, sino como una fuerza antagónica que les limita y
contrae la que luchan! ¿Qué decir, por lo demás, de esta intuición por la que conoceríamos
directamente y sin intermediario, no tan sólo el elemento, o sea el individuo, sino también
el compuesto, o sea la sociedad? Si verdaderamente bastase con abrir los ojos y mirar bien
para percibir en seguida las leyes del mundo social, la sociología sería inútil, o, al menos,
muy sencilla. Desgraciadamente, los hechos muestran más de lo suficiente, cuán
incompetente es la conciencia en la materia. Nunca hubiese llegado por sí misma a
sospechar esta necesidad que vuelve a traer todos los años, en el mismo número, los
fenómenos demográficos, sino hubiese estado advertida desde fuera. Con mucha más razón
es incapaz, reducida a sus fuerzas, de descubrir sus causas.
Pero, al separar así la vida social de la vida individual, no queremos decir de ningún modo,
que no tenga nada de psíquica. Es evidente, al contrario, que esté hecha esencialmente de
representaciones. Sólo que las representaciones colectivas son de una naturaleza
completamente distinta de las del individuo. No vemos ningún inconveniente en que se diga
de la sociología, que es una psicología, si se tiene cuidado de añadir que la psicología social
tiene sus leyes propias, que no son las de psicología individual. Un ejemplo acabaría de
hacer comprender nuestro pensamiento. De ordinario se dan como origen a la religión, las
impresiones de temor o de deferencia que inspiran a los individuos conscientes, seres
misteriosos y temibles; desde este punto de vista aparece como el desenvolvimiento de
estados individuales y de sentimientos privados. Pero esta explicación simplista no tiene
relación con lo s hechos. Basta observar que, en el reino animal, donde la vida social es
siempre, muy rudimentaria, la institución religiosa es desconocida, que no se observa nunca
mas que allí donde existe una organización colectiva, que cambia según la naturaleza de las
sociedades, para que se pueda deducir que los hombres sólo en grupo, piensan
religiosamente. Nunca el individuo se habría elevado a la idea de unas fuerzas que le
sobrepasan tan infinitamente, a él y a todo lo que le rodea, si no hubiese conocido mas que
a él mismo y al universo psíquico. Ni aun las grandes fuerzas naturales con las que está en
relación, habrían podido sugerirle su noción; porque en el origen, estaba lejos de saber
cómo hoy, hasta qué punto le dominan; creía, por el contrario, poder, en ciertas
condiciones, disponer de ellas a su voluntad
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. Es la ciencia la que le ha enseñado cuan