María Estela Martínez Cabezón
Jorge Fernández López
Facultad de Letras y de la Educación
Filologías Hispánica y Clásica
Título
Director/es
Facultad
Titulación
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TESIS DOCTORAL
Curso Académico
El mito de Medea en las letras hispanas (Siglos XIII-XVII)
Autor/es
© El autor
© Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2014
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El mito de Medea en las letras hispanas (Siglos XIII-XVII), tesis doctoral
de María Estela Martínez Cabezón, dirigida por Jorge Fernández López (publicada por la
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Estela Martínez Cabezón
EL MITO DE MEDEA
EN LAS LETRAS HISPANAS (SIGLOS XIII-XVII)
Tesis doctoral dirigida por Jorge Fernández López
Universidad de La Rioja
2012
Ilustración: A. ALCIATI, Emblematum Liber, Augsburgo: H. Steyner, 1531, fol. [E8]
v
SUMARIO
1. Introducción: el mito de Medea 5
Presentación, p. 7. El mito de Medea, p. 13.
2. Medea en las fuentes antiguas 35
Origen y desarrollo del mito, p. 37. Hesíodo y Píndaro, p. 47.
Eurípides, p. 52. Apolonio de Rodas, p. 67. Ovidio, p. 76. Séneca,
p. 87. Valerio Flaco, p. 93. Otras fuentes antiguas, tardoantiguas y
bajomedievales, p. 100.
3. El mito de Medea en la Edad Media 109
Introducción, p. 111. Alfonso X el Sabio, p. 114. Sumas de historia
troyana de Leomarte, p. 158. Versión del Roman de Troie, p. 171. Juan
Fernández de Heredia, p. 182. Libro de la historia de Troya, p. 188.
Crónica troyana, p. 196. Morales de Ovidio, p. 200. De las mujeres ilustres
en romance, p. 222. Traducción castellana de la Medea de Séneca, p.
238. Otros textos: poesía del s. XV, p. 260. Otros textos: prosa
medieval, p. 272.
4. El mito de Medea en el Siglo de Oro 303
Introducción, p. 305. Las fuentes del relato: mitografía y
traducciones de las Metamorfosis, p. 307. Lírica y épica áureas, p.
375. Prosa áurea: novelas y tratados, p. 400. Teatro del Siglo de
Oro, p. 443. Literatura emblemática, p. 534.
5. Conclusiones 575
6. Bibliografía 585
Textos, p. 587. Estudios, p. 599.
1. INTRODUCCIÓN: EL MITO DE MEDEA
[ 7 ]
PRESENTACIÓN
a presencia de la literatura clásica grecolatina ha sido clave en el desarrollo de la
tradición cultural occidental. Sin los autores latinos y sus predecesores griegos
sería muy difícil comprender la trayectoria que ha seguido la producción de textos
castellanos desde la Edad Media hasta nuestros días. La intención y la actitud con las
que se han acercado los escritores a las fuentes antiguas a lo largo de los siglos varían
sustancialmente, pero ese acercamiento los coliga, pues con ello sus textos quedan
incluidos en una tradición literaria, en «el espacio convencional generado por el orden
simultáneo de la literatura
1
» y esta inclusión confiere a dichos textos su valor
‘literario’
2
.
El interés de observar lo clásico en lo ‘nuevo’ es el que hoy nos induce a
presentar este estudio que plantea como objetivo fundamental la realización de un
recorrido diacrónico a través de los textos españoles en los que aparecen, de manera
explícita o no, referencias a un mito de considerable relieve y trascendencia: el mito
de Medea. Esta tarea se vertebra en torno a dos ejes fundamentales: preferencias (qué
pervive del pasado, qué mitos, qué personajes, qué modelos se prefieren en unas
épocas y en otras) y perspectivas (cómo se actualiza y reinterpreta el mito).
El mito, por la vinculación que guarda con el desarrollo madurativo del
pensamiento en la Antigüedad, nos permitirá posteriormente comprender las
cuestiones filosóficas, ideológicas y estéticas más profundas implicadas, dado que el
pensamiento griego cifra en estos relatos legendarios la realidad incomprendida. Aun
siendo de enorme interés la relación que mantiene el mito con otras doctrinas como
1
T. S. ELIOT, Los poetas metafísicos y otros ensayos sobre teatro y religión, Tomo I, Buenos Aires:
Emecé, 1944, p. 13: «El conjunto de la literatura de Europa desde Homero, y dentro de ella el
conjunto de la literatura de su propio país, tiene una distancia simultánea y constituye un orden
simultáneo». (Dentro del ensayo La tradición y el talento individual, publicado en 1920).
2
F. RICO, “La tradición y el poema”, en Breve biblioteca de autores españoles, Barcelona: Seix Barral,
1991, p. 275.
L
[ 8 ]
la filosofía, la religión o la antropología, es el vínculo que mantiene con la literatura el
que atrae nuestra atención. El mito estuvo en su origen disociado de la literatura y
sólo en un segundo momento se convierte en componente de su argumento junto
con otros materiales como la ficción y la historia
3
. Los límites de estos tres elementos
suelen diluirse y con frecuencia se confunde el mito (relato tradicional no
comprobable ni verosímil, anterior al autor que le da cuerpo y perteneciente a una
colectividad) con ficción (relato de autoría individual sin pretensión de veracidad) o
con historia (relato de hechos verídicos y comprobables).
En su fusión con la literatura, el mito atraviesa distintos estadios. El primero y
más evidente es el de erigirse como constituyente del argumento de una obra literaria,
recreando la leyenda y utilizando los mismos personajes y situaciones que en el
original. Tras esta función argumental, el mito puede proporcionar únicamente el
esquema, la estructura sobre la que se construye un relato con distintos personajes y
ambientes. Por último, el mito puede asumir una función secundaria como apoyo u
ornato de un texto, formando parte no ya de la inventio sino de la elocutio
4
.
Nuestro trabajo pretende, pues, realizar una exégesis y caracterización de las
obras literarias que, dentro de la tradición española, han abordado desde distintas
perspectivas el mito de Medea e identificar el modo en el que se ha imbricado dicho
relato mítico dentro de ella. El establecimiento de las dependencias entre las fuentes y
las recreaciones se constituye, pues, en eje fundamental de esta investigación.
Partimos de la base de la ‘intemporalidad’ de los elementos, aquellos que
vendrían a conformar el mito y que son conocidos por los autores, quienes, desde ese
conocimiento, realizan una utilización intencional y consciente de algunas de las
partes del mito o de todo el conjunto, bien como estructura de todo el texto, bien
como apoyo a alguna de sus partes. En ese sentido entendemos las palabras de L.
Gil:
3
A. RUIZ DE ELVIRA, “Mito y novela”, Cuadernos de Filología Clásica, 6, 1973, pp. 15-52, recogido
luego en Mitología Clásica, Madrid: Gredos, 1975, pp. 7-12.
4
V. CRISTÓBAL, “Mitología clásica en la literatura española: consideraciones generales y
bibliografía”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos, 18, 2000, pp. 29-76 (p. 32).
[ 9 ]
Lo que los personajes del mito y sus vivencias representan, por ser algo
inherente a la realidad específica del hombre, trasciende los límites de la
contingencia histórica, rebasa los condicionamientos de época. De ahí la
intemporalidad del mito griego y el que, una y otra vez, a lo largo de los
siglos haya suscitado el mismo deseo de plasmarlo en formas o en
palabras, como si lanzase un reto perenne a la imaginación y a la
sensibilidad de los artistas. En esto radica ese fenómeno que con un feo
nombre llamamos ‘recurrencia’
5
.
A partir de aquí, y estableciendo la línea temporal como elemento de
periodización de los sistemas literarios
6
, observaremos las peculiaridades de cada
época y autor que han propiciado la creación de una estética distinta en la que los
géneros, los temas, los motivos y los tópicos varían:
La costumbre, la reiteración, el retorno cíclico ceden paso al cambio.
Cambian no sólo las formas, las palabras, las individualidades sino lo que
los hombres y las mujeres sienten, valoran y declaran
7
.
No es nuestra intención adentrarnos en el proceso de creación de un texto
literario, pero sí el consignar aquellos elementos que, de manera consciente, lo
constituyen y que tienen como referencia el mito de Medea. Con este fin,
analizaremos las relaciones de intertextualidad que se establezcan entre cada texto y
las fuentes antiguas, comprobando en las narraciones míticas y en sus recreaciones
tanto los elementos presentes como las ausencias significativas. Desde estos
presupuestos, estructuramos el trabajo según se explica a continuación.
Tras realizar un indispensable análisis del origen, fijación y tipología del mito
en el capítulo primero, nos detendremos en las fuentes clásicas como punto de
partida imprescindible hasta llegar en el capítulo tercero a la Edad Media y analizar
las primeras traducciones y adaptaciones al español de aquellos textos clásicos que, a
5
L. GIL, La transmisión mítica, Barcelona: Planeta, 1975, p. 15.
6
C. GUILLÉN, Entre lo uno y lo diverso: introducción a la literatura comparada (ayer y hoy), Barcelona:
Crítica, 1985, p. 27.
7
C. GUILLÉN, op. cit., p. 31.
[ 10 ]
partir del siglo XIII, comenzaron a circular por Europa (la General Estoria de la
cámara alfonsí, los Morales de Ovidio, De las mujeres ilustres en romance, Sobre los dioses de los
gentiles…). A continuación, ya en el capítulo cuarto, examinaremos las
manifestaciones del Siglo de Oro relacionadas con el mito que nos incumbe (las
traducciones de las Metamorfosis de Jorge de Bustamante, Felipe Mey, Pérez Sigler y
Sánchez de Viana, la Filosofía secreta de Pérez de Moya y el Teatro de los dioses de la
gentilidad de Baltasar de Vitoria) y concluiremos con una revisión de los textos
dramáticos barrocos de mayor interés para nuestro tema (El vellocino de oro de Lope de
Vega, Los tres mayores prodigios de Calderón de la Barca y Los encantos de Medea de Rojas
Zorrilla) a la que se añade un acercamiento a la literatura emblemática de estos siglos.
Nuestro estudio finaliza en este punto, aunque la vitalidad del mito de Medea
prosigue en las letras hispanas hasta nuestros días. Así, el siglo XVIII supondrá una
revisión de la materia clásica, pero a través del filtro renacentista. A pesar de este
planteamiento base, el Neoclasicismo, de fuerte raigambre racionalista, rechaza la
mitología y prefiere buscar los temas en las crónicas históricas nacionales antes que
en los relatos de la Antigüedad, aunque también encontramos algunas excepciones de
interés como el Agamenón vengado de Vicente García de la Huerta, reelaboración de la
Electra sofoclea, la obra lírica Ocios de mi juventud de José Cadalso, que presenta ecos
anacreónticos y ovidianos, las traducciones de nueve odas de Horacio y las doce de
creación propia de Leandro Fernández de Moratín o la novela bizantina Los trabajos
de Narciso y Filomela de Vicente Martínez Colomer.
El interés mitológico decae en el siglo XIX como consecuencia del influjo que
los presupuestos románticos ejercen y de la escasa atracción que supone para los
autores realistas. El Modernismo, influido por el Parnasianismo, es el primer
movimiento del siglo XX que manifiesta cierta inclinación hacia asuntos mitológicos.
Salvador Rueda (La Bacanal, Afrodita), Francisco Villaespesa (La tela de Penélope) y
Manuel Reina (El jardín de los poetas, Rayo de sol y otras composiciones) rindieron tributo en
su obra poética a la tradición clásica grecolatina.
Si exceptuamos las obras Fedra y Medea
de Unamuno, la Generación del 98 se
mantuvo ajena a esta motivación. En la Generación del 27 el mito se aborda desde la
libertad creadora, usándose en ocasiones en la construcción de imágenes o con afán
[ 11 ]
didáctico, como el que movió a Dámaso Alonso a editar el extenso poema
gongorino. Además de recurrir a determinadas cuestiones mitológicas como
argumento o germen de sus composiciones, los autores del 27 volvieron su mirada
hacia los escritores grecolatinos como fuente donde encontrar nueva inspiración
estética y formal. Recogemos como muestra algunos de los poemas más
significativos en este sentido: Jorge Guillén compuso Dafne a medias, incluido en
Clamor, Banquete y De lo sibilino a lo infernal, en Homenaje y La tierra y el hombre, homenaje
a las Geórgicas virgilianas, en Final; García Lorca incluyó en Canciones algunos poemas
de temática mitológica, como Venus, Canción del día que se va o Estío; Gerardo Diego
firmó Púnica Dido y Orfeo, dentro de su obra de madurez Carmen jubilar; y Cernuda se
dejó influir por la elegía latina y el epigrama griego y en Ocnos se recoge la
composición titulada El poeta y los mitos.
En la literatura de posguerra se mantiene cierta tendencia clasicista aunque de
nuevo tamizada a través del Renacimiento. En la segunda mitad del siglo nos
encontramos con la Medea de Alfonso Sastre, traducción de la euripídea, y con
algunos Novísimos (Guillermo Carnero, Pere Gimferrer o Leopoldo Panero) que
recrean el mundo mitológico de la Antigüedad clásica en sus poemas. En la literatura
actual las referencias mitológicas se reservan casi exclusivamente para su uso en la
lírica, género en donde encontramos, aunque de manera muy dispar, algunas
manifestaciones de cierta relevancia. Sirvan como ejemplo Odiseo en Barcelona, de José
Hierro, Tractatus de Amore, de Luis Antonio de Villena y Jano y El desembarco de Luis
Alberto de Cuenca.
Para analizar las diferentes vías de adaptación del mito y la actitud con la que
cada autor se ha aproximado al mismo se hace imprescindible conocer en primer
lugar el mito en el que se basa, cómo ha ido evolucionando a lo largo de los siglos,
cómo se ha adaptado a los distintos géneros literarios en los que se ha vertido, qué
grado de dependencia guarda con otros modelos anteriores y hasta qué punto se ha
visto condicionada por la influencia de las coordenadas espacio-temporales en las que
se ha producido. Conservando en la base de nuestro trabajo este planteamiento,
iniciamos nuestra investigación, no sin antes aclarar una cuestión formal: los criterios
que hemos adoptado en las citas de los textos que iremos incluyendo en nuestra
[ 12 ]
exposición. Nuestro empeño en investigar la impronta que el mito de Medea ha
dejado en las letras hispanas desde la Edad Media hasta finales del s. XVII, nos
obliga a rastrear un gran número de fuentes que presentan multitud de peculiaridades
y rasgos propios de las diferentes épocas a las que pertenecen y del grado de edición
en el que se encuentran.
Por todo ello, consideramos que se hace preciso establecer unos criterios de
cita que homologuen la transcripción de los fragmentos manejados en nuestro
estudio con el fin de dotarlo de la consonancia y uniformidad presumibles en
trabajos de esta relevancia. Así, en lo que a las fuentes antiguas se refiere, hemos
optado por citar los textos grecolatinos según la traducción castellana oportunamente
citada, salvo en aquellas ocasiones –escasas– en las que que se haya considerado
necesario recurrir al idioma original.
Los textos medievales se hallan en estadios muy diferentes de evolución
lingüística, lo que ha servido para incrementar su valor en tanto que testimonio
filológico de enorme interés para nuestro estudio, más allá de lo aportado por el
argumento de los mismos. Así pues, decidimos que las fuentes pertenencientes a los
siglos XII, XIII, XIV y XV fueran transcritas según se encuentran conservadas en las
ediciones utilizadas.
Sin embargo, en las citas de las obras del XVI y XVII hemos optado por una
modernización de aquellos textos de los que no existe edición reciente con el fin de
facilitar la lectura del trabajo, siempre y cuando el fragmento reproducido carezca de
valor lingüístico para nuestro estudio. Así, se ha corregido sistemáticamente el
empleo de mayúsculas, la puntuación, la alternancia de grafías u y v, el uso de tildes y,
en general, se han sometido dichos textos a una regularización convencional.
[ 13 ]
EL MITO DE MEDEA
iempre que nos enfrentamos a la lectura e interpretación de un mito cabe
preguntarse qué supone, qué esconde, qué cifra, qué guarda en su interior esa
narración que transcurre entre lo histórico y lo legendario y que se codificó en un
lenguaje que ya no nos es accesible.
Ahora que nos proponemos analizar el mito de Medea
8
, y antes de adentrarnos
en la materia literaria que ha configurado esta figura mitológica para nuestra
posteridad, nos planteamos el porqué de este mito y qué parte de la realidad ignota
trata de revelarnos, para lo cual debemos deshacernos antes de imágenes o prejuicios
que nos acerquen a una Medea vengativa, malvada y desaprensiva, por resultar
simples y demasiado planos.
El germen primigenio del mito podría encontrarse en el poder que los
sentimientos ejercen sobre el ser humano y que lo llevan a cometer todo tipo de
ímprobos actos. A partir de aquí, Medea adopta distintos ropajes que la acercan o la
alejan de la intención inicial que poseía.
Moviéndonos aún en el terreno de la evocación, nos imaginamos a una Medea
desleal que traiciona a su padre, pero este acto, ya de por trascendente, podría
también encriptar metafóricamente la idea de la pertenencia de la mujer al varón, del
paso de niña (perteneciente al padre) a mujer (perteneciente al marido), entendido tal
paso como traición.
8
Para una interpretación etimológica del nombre, véase el artículo de C. BARRIGÓN, “Lecturas
alegórico-racionalistas de la leyenda de Medea”, en Bajo el signo de Medea, ed. E. Suárez de la
Torre, Universidad de Valladolid y Universidad de Coimbra, 2006, pp. 151-187 (p. 153): «su
nombre entronca con la raíz –med, de µ ή δοµαι (‘pienso, medito, maquino’), lo cual
evidencia una cualidad fundamental de Medea, la metis, que se manifiesta principalmente en el
campo de la magia...». Para A. IRIARTE, “Las razones de Medea” en Actas del XXXV Festival de
Mérida, Tragedia griega y democracia, ed. J. Monleón, Comunidad Autónoma de Extremadura,
1989, pp. 97-106 (p. 102): «al igual que el arte de mentir, la destreza en el dominio de los
fármacos y venenos requiere este tipo de inteligencia, a la vez retorcida y previsora, que los
griegos denominaron metis».

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