(Foucault veía el origen de esa doble preocupación en el poder pastoral del sacerdote -el
rebaño y cada uno de los animales- pero el poder civil se haría, a su vez, "pastor" laico,
con otros medios). En las sociedades de control, por el contrario, lo esencial no es ya
una firma ni un número, sino una cifra: la cifra es una contraseña, mientras que las
sociedades disciplinarias son reglamentadas por consignas (tanto desde el punto de vista
de la integración como desde el de la resistencia). El lenguaje numérico del control está
hecho de cifras, que marcan el acceso a la información, o el rechazo. Ya no nos
encontramos ante el par masa-individuo. Los individuos se han convertido en
"dividuos", y las masas, en muestras, datos, mercados o bancos. Tal vez sea el dinero lo
que mejor expresa la diferencia entre las dos sociedades, puesto que la disciplina
siempre se remitió a monedas moldeadas que encerraban oro como número patrón,
mientras que el control refiere a intercambios flotantes, modulaciones que hacen
intervenir como cifra un porcentaje de diferentes monedas de muestra. El viejo topo
monetario es el animal de los lugares de encierro, pero la serpiente es el de las
sociedades de control. Hemos pasado de un animal a otro, del topo a la serpiente, en el
régimen en el que vivimos, pero también en nuestra forma de vivir y en nuestras
relaciones con los demás. El hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de
energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, en órbita sobre un haz
continuo. Por todas partes, el surf ha reemplazado a los viejos deportes.
Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las
máquinas sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de
crearlas y utilizarlas. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples,
palancas, poleas, relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con
máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro activo del
sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas
informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la
introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una
mutación del capitalismo. Una mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el
capitalismo del siglo XIX es de concentración, para la producción, y de propiedad. Erige
pues la fábrica en lugar de encierro, siendo el capitalista el dueño de los medios de
producción, pero también eventualmente propietario de otros lugares concebidos por
analogía (la casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado
ya por especialización, ya por colonización, ya por baja de los costos de producción.
Pero, en la situación actual, el capitalismo ya no se basa en la producción, que relega
frecuentemente a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del
textil, la metalurgia o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra
materias primas y vende productos terminados: compra productos terminados o monta
piezas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. Ya no
es un capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir para la venta y para
el mercado. Así, es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la
empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos