
Facultad de Ciencias Médicas | UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA 15
En este caso, decir que el MMH ha sido y es actualmente el paradigma de las ciencias de la salud,
en parte implica decir que es la forma en la que, como sociedad, hemos validado nuestras ideas
en relación a la salud. Este modelo, descrito inicialmente como una categoría analítica
(Menéndez, 1978), tiene dos características principales. Por un lado, subordina a otros saberes
(por eso es hegemónico) y por el otro, instrumentaliza una práctica médica biologicista,
positivista, deshumanizada, mercantilista, a-histórica y a-social. Es decir, una práctica que des-
empodera a las personas sobre sus propios procesos de salud, enfermedad y cuidado, y que
históricamente ha disciplinado y normalizado nuestras concepciones sobre el mundo.
Por otro lado, en los años ‘70, la dominación y subordinación de las mujeres fue el disparador
para que el movimiento feminista de la época comenzara a desarrollar y utilizar el concepto de
género haciendo referencia a la construcción social, cultural y simbólica que se estructura a
partir de las diferencias biológicas entre los sexos; es decir “el conjunto de prácticas, símbolos,
representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia
sexual anatómica-fisiológica” y que va a establecer, bajo una lógica binaria, lo que es “ser-
hombre” y “ser-mujer” en una sociedad determinada (Bargas, 2011; Gamba, 2009). A través de
esta categoría se proponían entender las relaciones de poder entre hombres y mujeres y dar
cuenta de que las causas de la opresión sobre estas últimas no eran “naturales” ²,³.
Siguiendo este análisis, el sexo fue entendido como lo “natural” y estático, aquello que supone
las características cromosómicas, anatómicas y fisiológicas de los cuerpos y el género como una
categoría cambiante, cultural e histórica. No obstante, a partir de la dcada del ‘90, estos
primeros análisis, aun contemporáneos, empiezan a ser cuestionados y numerosxs autorxs van
a proponer que el sexo está tan culturalmente construido como el género; Anne Fausto-Sterling
(2006; en Bargas 2011) dirá: “las señales y funciones corporales que definimos como masculinas
o femeninas ya están imbricadas en nuestras concepciones del gnero” ².
Poder comprender cómo dialogan estos “discursos” y nociones y el alcance que tienen sobre
nuestras ideas, en nuestro comportamiento y prácticas cotidianas, no resulta tan difícil si
intentamos respondernos algunas preguntas. Lxs invito a hacer un ejercicio.
Piensen en un cuerpo: el pelo, la cabeza, los ojos, la nariz, la boca, los hombros, el tronco, los
brazos, las manos, el abdomen, la pelvis, las piernas, los pies. Conserven esa imagen en sus
mentes unos minutos. ¿Qué imaginaron? ¿Era un cuerpo desnudo o estaba vestido? ¿Era un
cuerpo inmóvil o en movimiento? ¿Era un cuerpo con pene, con vulva o sin nada? - ¿Era un
cuerpo funcional en todas sus partes o algo no funcionaba? ¿Era un cuerpo “normal”? ¿Podemos
hablar de cuerpos “normales”? ¿Era un cuerpo de varón o de mujer? ¿Cómo son estos cuerpos?
¿Qué entendemos por cuerpos femeninos y cuerpos masculinos? ¿Cómo se inscriben en estos
imaginarios los cuerpos de personas transgénero, transexuales, travestis, intersex? ¿Hay