
23 CONFERENCIA. LOS CAMINOS DE LA FORMACIÓN DEL SÍNTOMA (en neurosis histérica).
Los síntomas psíquicos son actos perjudiciales o al menos inútiles para la vida en su conjunto; a menudo la persona se queja de que los
realiza contra su voluntad, y conllevan displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjuicio consiste en el gasto anímico que ellos
mismos cuestan y, además, en el que se necesita para combatirlos. Si la formación de síntomas es extensa, estos dos costos pueden
traer como consecuencia un extraordinario empobrecimiento de la persona en cuanto a energía anímica disponible y por tanto su
parálisis para todas las tareas importantes de la vida.
Los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional. Las
dos fuerzas que se han enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian gracias al compromiso de la formación de síntoma.
Una de las dos partes envueltas en el conflicto es la libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros
caminos para su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro objeto en lugar del denegado la realidad
permanece inexorable, aquella se verá finalmente precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de
una de las organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que resignó antes. En el camino de la regresión, la libido es
cautivada por la fijación que ella ha dejado tras sí en esos lugares de su desarrollo.
El camino de la perversión se separa tajantemente del de la neurosis. Si estas regresiones no despiertan la contradicción del yo,
tampoco sobrevendrá la neurosis, y la libido alcanzará alguna satisfacción real, aunque no una satisfacción normal. La libido es atajada
y tiene que intentar escapar a algún lado: adonde halle un drenaje para su investidura energética, según lo exige el principio del placer.
Tiene que sustraerse del yo. Le permiten tal escapatoria las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo, que ahora ella recorre en
sentido regresivo, y de las cuales el yo, en su momento se había protegido por medio de represiones. Cuando en su reflujo la libido
inviste estas posiciones reprimidas, se sustrae del yo y de sus leyes; pero al hacerlo renuncia también a toda la educación adquirida
bajo la influencia de ese yo.
Las representaciones sobre las cuales la libido trasfiere ahora su energía en calidad de investidura pertenecen al sistema del
inconsciente y están sometidas a los procesos allí posibles, en particular la condensación y el desplazamiento.
La subrogación de la libido en el interior del inconsciente tiene que contar con el poder del yo preconsciente. La contradicción que se
había levantado contra ella en el interior del yo la persigue como contrainvestidura y la fuerza a escoger una expresión que pueda
convertirse al mismo tiempo en la suya propia. Así, el síntoma se engendra como un retoño del cumplimiento del deseo libidinoso
inconsciente, desfigurado de manera múltiple; es una ambigüedad escogida ingeniosamente, provista de dos significados que se
contradicen por completo entre sí.
DIFERENCIA ENTRE LA FORMACIÓN DEL SUEÑO Y EL SÍNTOMA: El propósito preconsciente del primero se agota en la
preservación del dormir, en no dejar que penetre en la consciencia nada que pueda perturbarlo.
La escapatoria de la libido bajo las condiciones del conflicto es posibilitada por la preexistencia de fijaciones. La investidura regresiva de
estas lleva a sortear la represión y a una descarga –o satisfacción- de la libido en la que deben respetarse las condiciones del
compromiso. Por el rodeo a través del inconsciente y de las antiguas fijaciones, la libido ha logrado por fin abrirse paso hasta una
satisfacción real, aunque restringida y apenas reconocible.
La libido halla las fijaciones que le hacen falta para quebrantar represiones en las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los
afanes parciales abandonados y en los objetos resignados de la niñez. La libido revierte hacia ellos. Las disposiciones constitucionales
son la secuela que dejaron las vivencias de nuestros antepasados; también ellas se adquirieron alguna vez: sin tal adquisición no habría
herencia alguna. (Dice que hay disposiciones innatas pero apenas las nombra).
La fijación libidinal del adulto se descompone en dos factores: la disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera
infancia.
La constitución sexual forma con el vivenciar infantil otra “serie complementaria”, en un todo semejante a la que ya conocimos entre
predisposición y vivenciar accidental del adulto.
La libido de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. Así parece conferir a estas una importancia enorme para la
vida de los seres humanos y las enfermedades que contraen. La libido vuelve a las vivencias infantiles regresivamente después de que
fue expulsada de sus posiciones más tardías, cobran la importancia en el momento no la tuvieron. La investidura libidinal de las
vivencias infantiles se refuerza por la regresión de la libido.
Si en periodos tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela por lo general, que es la continuación directa de aquella
enfermedad infantil quizá sólo velada, constituida sólo por indicios.
Sería inconcebible que la libido regresare con tanta regularidad a las épocas de la infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer
una atracción sobre ella. La fijación que suponemos en determinados puntos de la vía del desarrollo sólo cobra valor si la hacemos
consistir en la inmovilización de un determinado monto de energía libidinosa.
Entre la intensidad e importancia patógena de las vivencias infantiles y la de las más tardías hay una relación de complementariedad
semejante a la de las series antes estudiadas.
Los síntomas crean un sustituto para la satisfacción frustrada; lo hacen por medio de una regresión de la libido a épocas anteriores, a la
que va indisolublemente ligado el retroceso a estadios anteriores del desarrollo en la elección de objeto o en la organización. El
neurótico quedó adherido al algún punto de su pasado. En ese periodo su libido no echaba de menos la satisfacción y él era dichoso. El
síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su temprana infancia, desfigurada por la censura que nace del
conflicto, por regla general volcada a una sensación de sufrimiento y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que llevó a
contraer la enfermedad. La modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño. Esta mudanza es parte del
conflicto psíquico bajo cuya presión debió formarse el síntoma. Lo que otrora fue para el individuo una satisfacción está destinado, en
verdad, a provocar hoy su resistencia o su repugnancia.