
Las teorías de la Consistencia que dominaron el estudio de la actitud en la década
de los 70 (Festinger, 1957; Festinger y Carlsmith, 1959; Rosenberg, 1960; Zajonc, 1968)
enfatizaban la alta relación y concordancia existente entre estos componentes
actitudinales. Un cambio en uno de ellos supondría cambios en los demás, siendo el grado
de congruencia entre las propias creencias -o entre las creencias y la afectividad suscitada-
hacia el objeto actitudinal un importante elemento motivacional para el sujeto. Sin
embargo, las investigaciones de campo sobre la disonancia cognitiva han mostrado que
las personas no se centran particularmente en descubrir las inconsistencias entre
creencias, que no suelen ser conscientes de ellas y que no pasan mucho tiempo tratando
de descubrirlas.
En la actualidad, se critica que se presuponga la existencia de una relación entre
creencias, afectividad y conducta, ya que eso implica que la definición de actitud al
mismo tiempo plantea la explicación del fenómeno. Además, algunos autores han
criticado el hecho de que se integre la conducta como un componente de la actitud puesto
que, en ocasiones, la conducta puede resultar ser un objeto actitudinal -p. e., mi actitud
con respecto a cruzar por un paso de cebra con el semáforo peatonal en rojo-.
Así, una postura subyacente insiste en una visión bidimensional de la actitud.
Según el modelo bidimensional, la actitud constaría de un componente afectivo y de un
componente cognitivo. Sin embargo, son los modelos tri- y unidimensionales los que más
atención han recibido (Stahlberg y Frey, 1990).
Por último, la aproximación unidimensional enfatiza el carácter evaluativo de la
actitud. En este sentido, la actitud será sinónimo de sentimientos de simpatía-antipatía,
aproximación-rechazo hacia el objeto actitudinal. Para Petty y Cacioppo (1981; 1986a, b),
la actitud se entiende como una evaluación general y perdurable de carácter positivo o
negativo sobre algún objeto de actitud. Según Fishbein y Ajzen (1975; Ajzen y Fishbein,
1980), los tres componentes del modelo tridimensional son entidades separadas, que
pueden estar relacionadas o no según el objeto en cuestión. La actitud se define como una
predisposición aprendida a responder de forma consistente de una manera favorable o
desfavorable con respecto al objeto determinado. Por ello, los defensores del modelo
unidimensional distinguen el concepto de actitud del de creencia y del de intención
conductual. La creencia se referiría a las opiniones acerca del objeto de actitud. Las
actitudes serían las evaluaciones afectivas efectuadas respecto al objeto. Las intenciones
conductuales se referirían a la predisposición para realizar una cierta conducta con
relación al objeto (Igartua, 1996) (véase más abajo).
La evidencia empírica que apoya a cada uno de estos modelos es algo
contradictoria. Breckler (1984) plantea que, en función del objeto estudiado, la
dimensionalidad de la actitud es susceptible de variación. A este respecto se contempla
que un objeto actitudinal puede ser evaluado a través de una respuesta afectiva cuando las
creencias hacia dicho objeto son simples, de número reducido y no se contradicen entre
ellas. Sin embargo, en el caso de que las creencias sean numerosas, complejas y algo
contradictorias, una respuesta afectiva no conseguirá representar la estructura completa de
la actitud (Igartua, 1996). Además, diversas investigaciones han mostrado que resulta de
gran importancia la experiencia directa que el sujeto tenga con el objeto de actitud. En
este sentido, se ha observado que inicialmente al formarse una actitud, cuanto mayor sea
la experiencia directa que se tenga con el objeto actitudinal, mayor será la relación entre la
actitud afectiva y la conducta manifiesta. Sin embargo, después de una experiencia más
extensa y cuanto mayor sea la complejidad de la actitud, la relación entre afectividad y
conducta desciende y aumenta la relación entre esta última y el nivel de las creencias.
Capítulo 10: Actitudes: Definición, Medición y Modelos de la Acción Razonada y Planificada 7