
Mario Bunge La ciencia. Su método y su filosofía
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Aristóteles, Analíticos Posteriores, libro II, cap. XIX 110 b.
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W. James, Pragmatism, (New York, Meridian Books, 1935), p. 134.
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dentro de la profesión científica, maliciosos o no— obran de esta manera aun cuando no
desean convalidar creencias que simplemente no pueden ser comprobadas, sea
empíricamente, sea racionalmente. Porque "dogma" es, por definición, toda opinión no
confirmada de la que no se exige verificación porque se la supone verdadera y, más aún, se
la supone fuente de verdades ordinarias.
Otro criterio de verdad igualmente difundido ha sido la evidencia. Según esta opinión,
verdadero es aquello que parece aceptable a primera vista, sin examen ulterior: aquello, en
suma, que se intuye. Así, Aristóteles
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afirmaba que la intuición "aprehende las premisas
primarias" de todo discurso, y es por ello "la fuente que origina el conocimiento científico".
No sólo Bergson, Husserl y mucho otros intuicionistas e irracionalistas han compartido la
opinión de que las esencias pueden cogerse sin más: también el racionalismo ingenuo, tal
como el que sostenía Descartes, afirma que hay principios evidentes que, lejos de tener que
someterse a prueba alguna, son la piedra de toque de toda otra proposición, sea formal o
fáctica.
Finalmente, otros han favorecido las "verdades vitales" (o las "mentiras vitales"), esto es, las
afirmaciones que se creen o no por conveniencia, independientemente de su fundamento
racional y/o empírico. Es el caso de Nietzsche y los pragmatistas posteriores, todos los cuales
han exagerado el indudable valor instrumental del conocimiento fáctico, al punto de afirmar
que "la posesión de la verdad, lejos de ser (...) un fin en sí, es sólo un medio preliminar para
alcanzar otras satisfacciones vitales"
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, de donde "verdadero" es sinónimo de "útil".
Pregúntese a un científico si cree que tiene derecho a suscribir una afirmación en el campo
de las ciencias tan sólo porque le guste, o porque la considere un dogma inexpugnable o
porque a él le parezca evidente, o porque la encuentre conveniente. Probablemente conteste
más o menos así: ninguno de esos presuntos criterios de verdad garantiza la objetividad, y
el conocimiento objetivo es la finalidad de la investigación científica. Lo que se acepta sólo
por gusto o por autoridad, o por parecer evidente (habitual) o por conveniencia, no es sino
creencia u opinión, pero no es conocimiento científico. El conocimiento científico es a veces
desagradable, a menudo contradice a los clásicos (sobre todo si es nuevo), en ocasiones
tortura al sentido común y humilla a la intuición; por último, puede ser conveniente para
algunos y no para otros. En cambio aquello que caracteriza al conocimiento científico es su
verificabilidad: siempre es susceptible de ser verificado (confirmado o disconfirmado).
2. Veracidad y verificabilidad
Obsérvese que no pretendemos que el conocimiento científico, por contraste con el ordinario,
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el tecnológico o el filosófico, sea verdadero. Ciertamente lo es con frecuencia, y siempre
intenta serlo más y más. Pero la veracidad, que es un objetivo, no caracteriza el conocimiento
científico de manera tan inequívoca como el modo, medio o método por el cual la
investigación científica plantea problemas y pone a prueba las soluciones propuestas.
En ocasiones, puede alcanzarse una verdad con sólo consultar un texto. Los propios
científicos recurren a menudo a un argumento de autoridad atenuada: lo hacen siempre que
emplean datos (empíricos o formales) obtenidos por otros investigadores —cosa que no
pueden dejar de hacer, pues la ciencia moderna es, cada vez más, una empresa social—. Pero,
por grande que sea la autoridad que se atribuye a una fuente, jamás se la considera infalible:
si se aceptan sus datos, es sólo provisionalmente y porque se presume que han sido
obtenidos con procedimientos que concuerdan con el método científico, de manera que son
reproducibles por quienquiera que se disponga a aplicar tales procedimientos. En otras
palabras: un dato será considerado verdadero hasta cierto punto, siempre que pueda ser
confirmado de manera compatible con los cánones del método científico.
En consecuencia, para que un trozo de saber merezca ser llamado "científico", no basta —ni
siquiera es necesario— que sea verdadero. Debemos saber, en cambio, cómo hemos llegado
a saber, o a presumir, que el enunciado en cuestión es verdadero: debemos ser capaces de
enumerar las operaciones (empíricas o racionales) por las cuales es verificable (confirmable
o disconfirmable) de una manera objetiva al menos en principio. Esta no es sino una cuestión
de nombres: quienes no deseen que se exija la verificabilidad del conocimiento deben
abstraerse de llamar "científicas" a sus propias creencias, aun cuando lleven bonitos nombres
con raíces griegas. Se las invita cortésmente a bautizarlas con nombres más impresionantes,
tales como "reveladas, evidentes, absolutas, vitales, necesarias para la salud del Estado,
indispensables para la victoria del partido", etc.
Ahora bien, para verificar un enunciado —porque las proposiciones, y no los hechos, son
verdaderas y falsas y pueden, por consiguiente, ser verificadas— no basta la contemplación
y ni siquiera el análisis. Comprobamos nuestras afirmaciones confrontándolas con otros
enunciados. El enunciado confirmatorio (o disconfirmatorio), que puede llamarse el verificans,
dependerá del conocimiento disponible y de la naturaleza de la proposición dada, la que
puede llamarse verificandum. Los enunciados confirmatorios serán enunciados referentes a
la experiencia si lo que se somete a prueba es una afirmación fáctica, esto es, un enunciado
acerca de hechos, sean experimentados o no. Observemos, de pasada, que el científico tiene
todo el derecho de especular acerca de hechos inexperienciales, esto es, hechos que en una
etapa del desarrollo del conocimiento están más allá de alcance de la experiencia humana;
pero entonces está obligado a señalar las experiencias que permiten inferir tales hechos
inobservados o aun inobservables; vale decir tiene la obligación de anclar sus enunciados
fácticos en experiencias conectadas de alguna manera con los hechos transempíricos que
supone. Baste recordar la historia de unos pocos inobservables distinguidos: la otra cara de
la Luna, las ondas luminosas, los átomos, la conciencia, la lucha de clases y la opinión