
parecen competer al orden de lo privado y por lo tanto, están legítimamente excluidas
de los debates políticos.
Una política realmente democrática debe darse los medios de escapar a la
alternativa de la arrogancia tecnocrática que pretende hacer la felicidad de los
hombres pese a ellos, por una parte, y por otra, la dimisión demagógica que acepta,
sin un mínima modificación, la sanción de la demanda, ya se manifieste a través de las
encuestas de mercado, las mediciones de audiencia, o las cotas de popularidad. Los
progresos de la “tecnología social”, en efecto, son tales que en cierto sentido se
conoce demasiado bien la demanda aparente, actual o fácil de actualizar. Pero la
ciencia social puede recordar los límites de una técnica que, como el sondeo, simple
medio al servicio de todos los fines posibles amenaza con convertirse en el
instrumento ciego de una forma racionalizada de demagogia no puede combatir por si
sola la invalidación de los políticos a dar satisfacción a la demanda superficial para
asegurarse el éxito haciendo de la política una forma apenas disfrazada de marketing.
Con frecuencia se comparó la política con la medicina. Y basta con releer la
“Colección hipocrática”, como lo hizo recientemente Emmanuel Terray para descubrir
que, igual que el médico el político consecuente no puede conformarse con las
informaciones proporcionadas por el registro de declaraciones que, en más de un
caso, son literalmente producidas por una interrogación inconsciente de sus efectos:
“el registro ciego de los síntomas y las confidencias de los enfermos está al alcance de
todo el mundo: si eso bastara para intervenir con eficacia, no habría necesidad de
médicos”
1
. El médico debe consagrarse a descubrir las enfermedades no evidentes
(adela), es decir, precisamente aquellas que el practicante no puede ver con sus oj os
ni escuchar con sus oídos”: en efecto, las quejas de los pacientes son vagas e
inciertas. Las señales emitidas por el cuerpo mismo, son oscuras y solo revelan su
sentido muy lentamente, y a menudo, a destiempo. Así, pues, corresponde demandar
al razonamiento (logismos) la revelación de las causas estructurales que las palabras
y los signos aparentes no develan más que velándolas
2
.
Así, anticipándose a las lecciones de la epistemología moderna, la medicina
griega afirmaba de entrada la necesidad de construir el objeto de la ciencia mediante
una ruptura con lo que Durkheim llamaba “prenociones”, es decir, las representaciones
que los agentes sociales se hacen de su estado. Y así como la medicina naciente
debía contar con la competencia desleal de los adivinos, los magos, los hechiceros,
los charlatanes o los “fabricantes de hipótesis”, la ciencia social se enfrenta hoy a
todos aquellos que están seguros de interpretar los signos mas visibles del malestar
1
Terray, E. “la politque Dans la caverne”, Paris, Seuil, 1990, `pp. 92-93.
2
Ibid.