tiempo de decir «Hombre de Malboro».
—Siéntese. La voz fue tan fría como el hielo. Morrison miró a Donatti. Sus ojos
marrones estaban turbios y eran sobrecogedores. «Dios mío —pensó—, estoy
encerrado aquí con un psicópata.» Se humedeció los labios. Nunca en su vida
había sentido tantos deseos de fumar un cigarrillo.
—Permita que le describa con mayor detalle el tratamiento, manifestó Donatti.
—No me entiende, respondió Morrison con fingida paciencia. No quiero
tratarme. He decidido renunciar.
—No, señor Morrison. Usted es el que no entiende. No tiene otra alternativa.
Cuando le anuncié que el tratamiento ya había empezado, le estaba diciendo la
pura verdad. Pensé que usted va se había dado cuenta de ello.
—Está loco dijo Morrison, pasmado.
—No. Sólo soy un pragmático. Le hablaré del tratamiento.
—Sí —contestó Morrison—. Siempre que usted entienda que apenas salga de
aquí me compraré cinco paquetes de cigarrillos y los fumaré en el trayecto hasta la
Comisaría. De pronto se dio cuenta que se estaba mordiendo la uña del pulgar,
que la estaba succionando, y se forzó por interrumpir ese acto.
—Como quiera. Pero creo que cambiará de idea cuando tenga una imagen más
completa. Morrison permaneció callado. Volvió a sentarse y cruzó las manos.
—Durante el primer mes de tratamiento, nuestros supervisores lo vigilarán
constantemente, anunció Donatti. Localizará a algunos. No a todos. Pero siempre
lo seguirán. Siempre. Si ven que fuma un cigarrillo, me telefonearán.
—Y supongo que usted me traerá aquí y repetirá el viejo truco del conejo dijo
Morrison. Intentaba que su tono fuera frío y sarcástico, pero de pronto se sintió
despavorido. Era una pesadilla.
—Oh, no lo corrigió Donatti. El truco del conejo se lo haremos a su esposa, no
a usted. Morrison lo miró estúpidamente. Donatti sonrió.
—Usted, agregó, mirará.
Después de que Donatti le abrió la puerta, Morrison caminó durante más de dos
horas totalmente aturdido. Era otro día hermoso, pero no le prestó atención. La
monstruosidad del rostro sonriente de Donatti eclipsaba todo lo demás.
—Verá, le había dicho, un problema pragmático exige soluciones pragmáticas.
Debe darse cuenta de que lo hacemos por su bien.
Según Donatti, Basta, S. A., era una especie de fundación, una organización sin
fines de lucro creada por el hombre cuyo retrato colgaba de la pared. Ese
caballero había acumulado una gran fortuna con varias empresas familiares..., que
abarcaban, entre otras cosas, máquinas tragamonedas, salones de masajes,
quinielas, y un comercio activo (aunque clandestino) entre Nueva York y Turquía.
Mort Tres Dedos Minelli había sido un fumador empedernido..., de hasta tres
paquetes por día. El papel que sostenía en la foto era un diagnóstico médico:
cáncer de pulmón. Mort había fallecido en 1970, después de dotar a Basta, S. A.,