sostener la esperanza. La crisis, en este contexto, aparece como un presente vaciado de
contenido, catastrófico ante un futuro inexistente. La melancolización, la impotencia, el
quedar atrapados en la fastasmática destrucción, de lo siniestro, aparecen como riesgos
significativos para los sujetos de ese orden social. En ese interjuego de vivencias de pérdida y
ataque, confusión, ambigüedad y melancolía, emerge la parálisis.
Ante estas situaciones insoportables, como la confusión, a veces se busca una salida a
través de la acción violenta. En otras ocasiones, a causa de la angustia y como defensa ante la
vivencia desintegración del yo, pueden surgir conductas estereotipadas, una visión maníaca
del mundo, entre otras.
En las crisis profundas y prolongadas como fue la que encaramos en el fin del siglo y sobre la
base de hechos objetivos, se generan e instalan vivencias de frustración y pérdida. Estas por su
permanencia e intensidad, dan lugar a nuevos rasgos de la subjetividad. Emerge un
escepticismo de características alienantes.
Asociamos escepticismo y alineación en este contexto de crisis, porque en ese
posicionamiento ante el acontecer social que se expresa en carencia o fragilidad de proyectos,
ausencia de expectativas, los sujetos se desconocen a sí mismos, sus potencialidades les
resultan ajenas o son vividas como destruidas.
Esta alineación a través del escepticismo, se manifiesta en el descreimiento y desesperanza, lo
que a la vez nos habla del sufrimiento psíquico. Implica una resignación del propio poder ante
el poder de otro. Esta estrategia de poder manipula, desde relaciones y mensajes, los
sentimientos y pensamientos, y tiende a favorecer la internalización de una mirada y un
discurso, el del otro dominante.
Pero este no es el único camino, está presente para el sujeto de las crisis la posibilidad de una
disociación operativa que le permita no ser invadido por las ansiedades, conservado su
capacidad de discriminación y análisis. Esto de disociación operativa, es otra modalidad de
posicionamiento ante la crisis, es otra forma de ordenar la visión del mundo, que permite
alternar la disociación y la integración, el descenso de las ansiedades , pudiendo albergar el
conflicto, trabajar las contradicciones y crecer en el aprendizaje. Esto implica una mayor
preservación del pensamiento y del vínculo, con un reconocimiento de sí y del otro y de la
relación que los articula.
Las crisis sociales llevan a vivir alternativas contradictorias de ilusión y desilusión, de búsqueda
y desesperanza. Es un momento de intensificación de los procesos proyectivos, de alteración
de las identificaciones y en la configuración de ideales.
• Crisis, grupo, vínculo, organización.
Los vínculos, los grupos, las instituciones y los procesos identificatorios que los sustentan,
están comprometidos en el proceso de crisis. Las relaciones son puestas a prueba,
interrogadas. Surge así una demanda del otro, al grupo o a la institución que tiene
características homogeneizantes en las que pareciera no haber lugar para la singularidad de los
sujetos, quizás porque la fragilización subjetiva lleva a vivenciar como amenazantes la
diversidad, diferencia.
Se potencia en esos momentos regresivos la primarización de los vínculos, la ilusión de un
grupo refugio que por su clausura proteja del mundo. Esta no suele sostenerse y emerge la
desconfianza, el malestar en el grupo que expresa a su vez un hecho mayor: el malestar en la
cultura.
Es importante destacar que el sufrimiento y la alineación no son procesos de un solo destino,
un círculo de repetición. Grupos, vínculos, organizaciones son reclamados e instituidos como