
Gracias al relativo éxito de ventas
de su primer coche, en 1899 Henry
Ford abandonó la Edison y se
asoció con su antiguo taller
mecánico para fabricar coches de
encargo. Pero, debido a su fuerte
carácter, a su comportamiento un
tanto excéntrico para la época
(pilotaba con éxito sus propios
coches de carreras) y, sobre todo,
a sus ideas empresariales
revolucionarias, en 1903, cuando
contaba cuarenta años, decidió
fundar su propia compañía, la Ford
Motor Company, donde pudo
poner en práctica su propósito y
construir un modelo estándar, en serie, para abaratar el costo y tener acceso al
mayor mercado posible.
Asociado con los hermanos Dodge, fabricantes
de motores, Henry Ford, con tan sólo el 25% del
total de las acciones, comenzó a cosechar los
primeros éxitos y también los primeros
problemas con sus socios. Los hermanos Dodge
se inclinaban por la fabricación de un coche de
lujo y de alto precio, mientras que Ford defendía
lo contrario: un coche sencillo, popular y, sobre
todo, barato. La idea principal de Ford era que,
si fabricaba en serie los coches, los costos de
producción del automóvil se reducirían ostensiblemente, lo cual contribuiría a bajar
también el precio de venta en la calle, circunstancia que haría aumentar la
demanda, el mercado y las ganancias.
Tras solucionar los problemas con sus socios
y optar por la compra del 58% de las acciones
de los Dodge, Ford lanzó por fin, a principios
de 1908, la primera serie de su flamante
Ford-T a un precio único y revolucionario en
el mercado, bastante bajo en comparación
con los 2.000 dólares que constituían el
precio medio de un coche por aquella época.
El éxito fue fulminante y las ventas se
multiplicaron por cinco. Fue por aquel
entonces cuando Ford, exultante y feliz,
afirmaba: "Daré a cada americano un
automóvil del color que prefiera, con tal de que sea negro". De repente, una gran
cantidad de campesinos y obreros de las ciudades podían disponer de su propio
vehículo, lo cual revolucionó incluso los hábitos sociales del país. El modelo Ford-