trabajado en esas disciplinas durante años, refinando ideas sobre ellas, colaborando en investigaciones,
introduciéndolas en organizaciones de todo el mundo.
Cuando ingresé en la escuela de graduados del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) en
1970, ya estaba convencido de que la mayoría de los problemas que enfrenta la humanidad se relacionan con
nuestra ineptitud para comprender y manejar los sistemas cada vez más complejos de nuestro mundo. Los
hechos no han alterado esta convicción. En la actualidad, la carrera armamentista, la crisis ecológica, el
tráfico internacional de drogas, el estancamiento del Tercer Mundo y los persistentes problemas del
presupuesto y la balanza comercial de los Estados Unidos dan testimonio de un mundo donde los problemas
son cada vez más complejos e interconectados. Desde mi comienzo en el MIT, me atrajo el trabajo de Jay
Forrester, un pionero de la informática que había cambiado de especialidad para desarrollar lo que él
denominaba “dinámica de sistemas”. Jay sostenía que las causas de muchos urgentes problemas públicos,
desde la decadencia urbana hasta la amenaza ecológica global, residían en las mismas políticas bien
intencionadas que procuraban resolverlos. Estos problemas eran en realidad “sistemas” que tentaban a los
funcionarios a actuar sobre los síntomas, no sobre las causas subyacentes, lo cual producía beneficios a corto
plazo y perjuicios a largo plazo, y alentaba la necesidad de nuevas intervenciones sobre los síntomas.
Cuando inicié mi tesis doctoral, tenía escaso interés por la administración de empresas. Creía que las
soluciones a los grandes problemas se encontraban en el sector público. Pero empecé a conocer a directivos
que visitaban a nuestro grupo del MIT para aprender acerca del pensamiento sistémico. Se trataba de personas
lúcidas, conscientes de las deficiencias de los métodos de administración predominantes. Se proponían
construir nuevos tipos de organización: organizaciones descentralizadas y no jerárquicas, consagradas no sólo
al éxito sino al bienestar y el crecimiento de los empleados. Algunos habían modelado una filosofía
empresarial radical, basada en valores de libertad y responsabilidad. Otros habían desarrollado organizaciones
innovadoras. Todos compartían una entusiasta capacidad para la innovación que estaba ausente en el sector
público. Gradualmente comprendí por qué el mundo de los negocios es el centro de la innovación en una
sociedad abierta. A pesar de lo que se haya pensado en el pasado sobre la mentalidad empresarial, la empresa
tiene una libertad de experimentación que falta en el sector público y a menudo en las organizaciones sin fines
de lucro. También tiene ciertas pautas definitorias, de modo que los experimentos se pueden evaluar — al
menos en principio— según criterios objetivos.
¿Por qué se interesaban en el pensamiento sistémico? A menudo, los experimentos organizacionales
más audaces trastabillaban. La autonomía local generaba decisiones que resultaban calamitosas para el
conjunto de la organización. Los ejercicios de “construcción de equipos” enviaban a los colegas a navegar
juntos en balsa, pero cuando regresaban a casa aún tenían profundas desavenencias acerca de problemas
empresariales. Las compañías afrontaban las crisis con aplomo, pero perdían toda inspiración apenas
mejoraban los negocios. Ciertas organizaciones que comenzaban como éxitos resonantes, con las mejores
intenciones hacia clientes y empleados, caían en espirales descendientes que empeoraban cuanto más se
procuraba subsanarlas.
Entonces todos creíamos que las herramientas del pensamiento sistémico podían introducir
modificaciones en esas compañías. En mi labor con diversas empresas, llegué a comprender por qué el
pensamiento sistémico no bastaba. Se requería un nuevo tipo de administrador para aprovecharlo al máximo.
En esa época, a mediados de los años 70, estaban surgiendo nociones acerca de cómo debía ser ese nuevo
administrador, pero aún no habían cristalizado. Están cristalizando ahora, con líderes de nuestro grupo del
MIT: William O'Brien de Hanover Insurance; Edward Simon de Herman Miller, y Ray Stata, ejecutivo de
Analog Devices. Estos tres hombres trabajan en compañías innovadoras e influyentes. Los tres han
participado durante varios años en nuestro programa de investigación, junto con directivos de Apple, Ford,
Polaroid, Royal Dutch/Shell y Trammel Crow.
Durante once años participé también en el desarrollo y la dirección de los talleres de Liderazgo y
Dominio de Innovation Associates, que han iniciado a gentes de diversas actividades en las ideas sobre la
quinta disciplina que surgieron de nuestra tarea en el MIT, combinadas con las innovadoras tareas de
Innovation Associates en materia de visión compartida y dominio personal. Han asistido más de cuatro mil
managers. Comenzamos con un énfasis en los directivos, pero pronto descubrimos que las disciplinas básicas
como el pensamiento sistémico, el dominio personal y la visión compartida eran relevantes para profesores,
administradores públicos, funcionarios del gobierno, estudiantes y padres. Todos ocupaban importantes
puestos de liderazgo. Todos pertenecían a “organizaciones” que aún contaban con un potencial no explotado
para crear su futuro. Todos entendían que para explotar ese potencial debían desarrollar su propia capacidad,
es decir, aprender.
Este libro, pues, es para las personas que desean aprender, especialmente para quienes se interesan