
Cátedra I Psicología, Ética y Derechos Humanos
Facultad de Psicología, UBA
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que ahora nos interesa destacar es que, para el propio niño, el parto no cuenta como
dato de la experiencia. De lo contrario habría que suponer que la certidumbre de la
que Freud habla, remite a alguna forma de recuerdo de tal suceso, cosa improbable.
Tal certidumbre se sostiene, por lo tanto, desde otro terreno.
En cuanto al padre, la incertidumbre que pesa sobre él, muy por el contrario de
resultar una desventaja, es la ocasión de demostrar que la información que identifica
al genitor es insuficiente para situar la paternidad. La superposición de los lugares
paternos con el dato biológico se ha vigorizado a un punto tal que desdibuja un
principio del derecho romano que rigió el aparato jurídico de occidente y de donde
surge el adagio mencionado. Afirma el digesto romano 2,4,5: Quia semper certa es,
etiam si vulgo conceperit, pater vero is est quem nuptiae demostrant (Mientras que
ella {la madre} es siempre cierta, incluso cuando ha concebido a la ligera, el padre
verdadero es aquel designado por la boda).
En esta formulación el padre es tal a partir de una red de tres, sin relación de
cuerpo a cuerpo con su hijo. La incertidumbre sobre el padre resulta propicia para que
el derecho ubique la verdad de la paternidad a partir de una suposición. Esta
afirmación ficcional muestra su función performativa al operar como sentencia
fundadora: el padre no es cierto, pero la paternidad es verdadera.
Ella sólo se sostiene en tanto función y se reconoce en un doble movimiento. El hijo
puede reconocer a su padre sólo si éste lo ha reconocido previamente. Tal
reconocimiento está sujeto a las leyes de parentesco de cada cultura: red simbólica
que nomina el lugar paterno prescindiendo de la constatación genética. Por lo tanto, si
padre y madre no son lugares que se correspondan necesariamente con sus
respectivas funciones biológicas, si los lugares paterno y materno no tienen como
fundamento último el dato biológico, entonces es posible indicar que el hijo nace tanto
del padre como de la madre.
Padre y madre son los puntos textuales de un mapa donde deberá situarse el hijo
en arreglo a la sucesión de las generaciones, ordenadas por las referencias simbólicas
que las inscriben en una tradición jurídica. En ese mapa el cartógrafo queda por fuera,
pero no por ello ajeno. El diseñador de los trazados no estará en persona -porque no la
tiene, no se trata de un existente-, pero tendrá efecto de presencia en aquel que opere
en su nombre. Aquí queremos ubicar nuestro punto de énfasis: en aquel que encarna
la función y cumple su oficio de transmitir una ley en carácter de agente de la misma.
Volvamos, ahora, a nuestro ejemplo que hemos dejado tan atrás. La disputa entre
las dos mujeres, en efecto, no tiene salida. Pero el rey encontrará una. Ordena que el
niño sea cortado en dos y que le sea entregada una mitad a cada una de ellas.
Geométricamente es la solución perfecta. ¿Cómo calificar a la “solución” del rey? La
decisión de Salomón debe ser señalada como un gesto de fastidio. Una decisión
terrible que expresa un capricho sanguinario. Una arbitrariedad que impone para
saldar un problema insoluble, sometiendo a esas mujeres a una operación de privación
radical. Queriendo un hijo ¿cómo contentarse con la mitad? Queriendo un hijo, la
mitad de eso se parece a la nada...