
Guía de Aprendizaje - Trabajo y Tiempo Libre
¿Cómo hará el puercoespín para hacer el amor?
Al igual que el hombre, el puercoespín tiene problemas con sus semejantes, a quienes sin embargo ama, y por
tal motivo realiza un paso de danza complejo cuando quiere reproducirse.
Pero también, cuando quiere organizarse con otros para alguna actividad, debe cuidar no aproximarse dema-
siado y este cuidado por cierta “distancia óptima”, constituye el modo en que se organiza en comunidad.
Entonces, como vemos: existe una relación entre las dicultades sexuales del puercoespín y su comporta-
miento político.
¿Existirá también alguna relación entre la sexualidad humana y la vida en sociedad?
En “Psicología de las masas”, Freud arma que lo que hace el vínculo entre los humanos es la libido. Se trata
así de pensar el papel de lo pulsional en lo que hace que el hombre viva en sociedad. Pero fundamentalmente,
para hacer posible la continuidad de las relaciones de los hombres entre sí, estas pulsiones deben acotarse,
ya que si cada hombre se procurara su satisfacción sin ninguna legalidad, no habría posibilidad de sociedad
ninguna.
Ahora bien, este acotamiento de las pulsiones se realiza a través de la interiorización de la ley, que regula
entonces las relaciones sociales.
Freud investiga la génesis del lazo social en textos como “Totem y Tabú”, “Psicología de las masas y análisis
del yo” y “El malestar en la cultura”. Nos dice que, en el “antes” de la historia, la agresividad, inherente al su-
jeto, se actualiza en violencia colectiva cuya víctima es el jefe de la horda primitiva, detentador del poder del
Nombre
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. Este asesinato primordial desemboca en la historicidad de la cultura, por la culpa que generará en el
grupo. Al apropiarse de la función del Nombre que detentaba este jefe omnipotente, el grupo ha conquistado su
identidad. Y regula sus relaciones sociales, por la ley que antes sólo imponía el jefe. La ley, entonces, deviene
interiorizada por cada uno de los integrantes del grupo, en la instancia psíquica llamada Superyó.
El “malestar” propio de la vida en sociedad deriva de este acotamiento de las pulsiones, de su regulación
por la ley interiorizada. En este sentido, debemos reexionar sobre el valor constitutivo del acotamiento de las
pulsiones para la vida en sociedad, ya que podemos decir que sin acotamiento pulsional no existe sociedad.
Por lo tanto, es esta la razón por la cual el humano, para estar con otros, debe renunciar a una parte de la
satisfacción pulsional. Y esa renuncia se hace indispensable, ya que no existe humano que pueda siquiera
mantener su vida completamente solo. La pulsión, entonces, nunca es satisfecha por completo; en ella coexis-
ten satisfacción parcial e insatisfacción.
Volviendo al apólogo de los puercoespines, podemos entender que entre los humanos hay tendencias que
llevan a la unión, así como otras que separan. Eros (amor) y Tánatos (muerte) se mezclan en proporciones va-
riables, para constituir las fuerzas que sostienen ese equilibrio inestable de las relaciones de los hombres entre
sí. Si el amor une, las fuerzas de Tánatos separan y así es posible regular la “distancia óptima”.
Cuando reexionamos sobre distintos fenómenos sociales, podemos deducir qué proporciones de una y otra
de esas fuerzas predominan.
La conformación de un grupo social requiere de una fuerte tendencia a la unión, es decir, de un gran compo-
nente de Eros, pero que debe ser acotado por Tánatos, bajo amenaza de disolver en tanta unión la singularidad
de los sujetos que lo componen.
Tánatos, produciendo la separación, es entonces indispensable para mantener la singularidad de los integran-
tes de un grupo, esto es: mantener aquello que hace a un ser humano un ser único e irrepetible.
Freud, en su teoría de las pulsiones, estableció una polaridad que nombró pulsiones de vida y pulsiones de
muerte.
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El poder del Nombre es aquello que hace a una tribu diferente de la otra.
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