Literatura, cine y medicina (LiCiMe) Melanie Alvarez
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ejercicio ideal de la profesión. No hay hospital, ni ambulancia, ni rayos X; no hay nada. Si quiere operar, tiene que
emplear la mesa de la cocina y lavarse después en el lavaplatos. No hay que pensar en la asepsia. En los veranos
secos los chiquillos mueren como moscas del cólera infantil. Su patrón, Page, era un buen viejo, pero ya está
acabado, consumido por el exceso de trabajo y no volverá a moverse. Nicholls, mi jefe, es un mísero avaro que
ejerce la obstetricia. Branwell, la maravilla en enfermedades pulmonares no sabe más que unas cuantas
recitaciones sentimentales y el Cantar de los Cantares. En cuanto a mí, es mejor que le anticipe la buena nueva:
bebo como un pez. ¡Ah!, y Jenkins, su humilde droguista, hace por su cuenta un lucrativo comercio con pildoritas
para desarreglos femeninos. Creo que esto es todo”. Llamó a su perro Hawkins para irse y antes de salir le dijo a
Manson que, en su lugar, temería un caso de tifus en la calle Glydar y que algunos de estos casos no son
exactamente típicos. Y se fue.
Capítulo III: Infancia de Manson. Denuncia de epidemia de tifus
Manson quedó alterado toda la noche pensando en si efectivamente sería tifus. No fue corriendo a ver a la
paciente de nuevo, porque era de madrugada. Temía que no se haya dado cuenta de algún síntoma capital,
empezó a preguntarse si sabía siquiera algo de medicina.
Era un hombre muy impresionable. Su padre John Manson, un pequeño agricultor de Fifeshire, había muerto en
el servicio de caballería, el último año de guerra. Su madre Jessie Manson, de Ullapool, había tratado de
administrar la finca como una lechería mientras Andrés estaba ocupado con sus libros. Ella padecía de tos hacia
tiempo y eso se convirtió en enfermedad pulmonar, a la cual sucumbió. A los 18 años Andrés estaba solo, en su
primer año de estudios en St. Andrews University, disfrutando de una beca de 40 libras anuales, pero por lo
demás sin un penique. Su único ingreso era gracias a la dotación Glen, una fundación escocesa que “invita a los
estudiantes meritorios y necesitados que posean el nombre de bautismo de Andrés, a solicitar préstamos no
superiores a cincuenta libras anuales, durante cinco años […] a reintegrar cuando obtengan su título”. Esta
dotación lo había enviado a Andrés por el resto de su curso a St. Andrews y luego a la Medica School de la ciudad
de Dundee. Esto es lo que motiva a Andrés a ejercer en Gales del Sur, donde los ayudantes recientemente
recibidos podían disponer de la más alta remuneración y así pagar lo que debe, cuando en el fondo de su alma él
prefería un cargo clínico en el Edimburgh Royal, con un honorario de la décima parte de aquella suma.
Andrés poseía entre sus pertenencias la Hunter Gold Medal, concedida al mejor estudiante de clínica médica en
St. Andrews. La medalla lo llenaba de orgullo, siempre fue su inspiración para el futuro, pero esa mañana la veía
con menos orgullo y tratando de restaurar la confianza en sí mismo.
Al llegar al consultorio se encontró con Jenkins, un hombrecito diminuto y vivaracho, llenando con agua de la
canilla una vasija de barro. Le dijo a Manson que no debía venir temprano, que él podía repetir sus preparaciones
y hacer certificados; que la señorita Page tiene un sello de goma con la firma del Dr. Manson agradeció pero
prefería ver él mismo a los pacientes. Le preguntó Jenkins qué estaba haciendo con el agua. Jenkins le dijo “Sabe
mejor sacada de aquí. Nosotros sabemos lo que significa el agua natural. Pero los enfermos no. Parecería un
verdadero tonto, si así no lo hiciese, llenando sus frascos en la canilla a la vista de ellos”.
Afortunadamente, había poca gente en la consulta matinal, y Andrés partió al momento con Tomás para
comenzar las visitas. El primer lugar que visitó fue la calle Glydar N°7, luego fue hacia el N°11, luego el N°18, luego
fue a la calle Radnor. Cinco de los casos, incluyendo el de la calle Glydar N°7, presentaban erupciones típicas de
tifus. Jenkins los había tratado con creta y opio. Andrés se dio cuenta que se encontraba ante una epidemia de
fiebre tifoidea.
El joven acude de inmediato al Dr. Page, pero para no preocuparlo demasiado debido a que no estaba en buen
estado, le preguntó “¿Qué es lo mejor que puede hacerse si nos toca un caso de enfermedad contagiosa?”. El Dr le
responde: “Siempre ha sido difícil. No tenemos hospital, menos aún una sala aislada. Si le toca algo muy difícil,
acuda a Griffiths, en Toniglan. Está a quince millas más abajo, en el valle. Es el funcionario médico del distrito.
Pero temo que no sea de mucho provecho”.
Andrés, entonces, le comunica al Dr. Griffiths que se encuentra ante cinco casos de fiebre tifoidea. Éste último
disimula que no está disponible diciéndole que Griffiths se encuentra en Swansea en un importante asunto oficial,
le corta el teléfono e ignora las siguientes llamadas de Andrés. Anita quien lo observaba le dijo que nunca iba a
encontrar al Dr. Griffiths en Toniglan a esas horas, que a la tarde él juega al golf en Swansea y, sino, dice que está
en Swansea.