Precisaremos el concepto de competencia lingüística y paralingüística para poder abordar un
punto común entre los autores y el agregado innovador de la teoría reformulatoria. Así es que un
sujeto es competente lingüísticamente en la medida que posee un conocimiento, más o menos
amplio, de su lengua; de manera que la competencia lingüística está delimitada por el conjunto
de esos conocimientos; tiene con la competencia paralingüística (mimo-gestual) una relación
particularmente asociativa cuando se trata de la comunicación oral, ya que esta última es multi-
canal. “Hablar es, en definitiva, proceder a la selección de diversas categorías de soportes
formales (lengua, gesto, mímica); se puede privilegiar uno de los sistemas semióticos, usarlos
alternativamente o concurrentemente”, - dice la autora.
Así las cosas, a pesar de que Jakobson no reconoce esta categoría como elemento constitutivo
del acto de comunicación verbal, sí podemos advertir, a partir del esquema reformulado -que
diagramaremos al pie de este párrafo para poder integrarlo a esta explicación- que existe;
primero, una multiplicación de elementos, multiplicación cuya finalidad es otorgar énfasis al
carácter concreto del acto comunicacional; en segundo lugar, que las competencias lingüísticas
y paralingüísticas de Jakobson, están de alguna manera implícitamente reconocidas en su teoría,
porque es a través de la rigidez y permanencia del factor constitutivo que él llama código, que el
emisor codifica un mensaje que el receptor decodifica, libremente; sin embargo, allí es donde se
queda, en el terreno del código, en el objeto saussureano de la lingüística: la lengua.
Ahora bien, lo novedoso, lo revolucionario de esta reformulación lo hallamos en las otras
variables que introduce, las que entran a funcionar en el acto enunciativo efectivo y que llevan a
la autora a sostener que comunicar es producir e interpretar enunciados; no, codificar y
decodificar oraciones; es decir, que el acto de comunicación verbal encuentra filtros en las
aludidas restricciones del universo discursivo (espacio, tiempo y género), en las competencias
culturales, en las competencias ideológicas y en las determinaciones psicológicas.
En efecto, la reformulación apunta a que si bien en el acto comunicacional entran a operar las
competencias lingüísticas, las cuales explicitan el conjunto de los conocimientos que los sujetos
poseen de su lengua; cuando esos conocimientos se movilizan para un acto enunciativo efectivo,
los sujetos emisor y receptor hacen funcionar reglas generales que rigen los proceso de
codificación y decodificación; el conjunto de éstas constituirá los modelos de producción e
interpretación del discurso.
Detenidos en esta consideración, no puede soslayarse una diferencia abismal entre los autores,
cual es que el uno, Roman Jakobson, considera al emisor y receptor como categorías abstractas;
en cambio, la autora, los hace concretos, llevándolos a una situación discursiva determinada,
convirtiéndolos en sujeto productor y sujeto interpretante del discurso, restringidos como se
hallan por el espacio comunicacional, por el tiempo, las limitaciones que enarbola el género y
por las determinaciones y competencias con las que cuentan para comunicarse en ese acto
enunciativo.
Ahora bien, como venimos adelantando, en este proceso hacia el acto enunciativo concreto –
como puede verse en el esquema-, entran a operar, asimismo:
• las competencias ideológicas, en tanto conjunto de los sistemas de interpretación y evaluación
del universo referencial que poseen los sujetos emisor y receptor;
• competencias culturales, en tanto conjunto de los conocimientos implícitos que los mismos
poseen del mundo y de los otros;
• las determinaciones psicológicas, en tanto inciden en las elecciones lingüísticas y, por tanto, en
la producción e interpretación de un discurso. (El estado de ánimo de los interlocutores, sus
preocupaciones, etc.);
• las restricciones del universo del discurso que funcionan, como se adelantó, como filtros que
limitan las posibilidades de elección.
En cuarto lugar, se contemplan las categorías de emisor y receptor desde una perspectiva
diversa. En efecto, la autora reconoce que varios son los niveles de enunciación que pueden
suponerse en la instancia emisora. Así, el emisor puede ser complejo, como en el caso de una
campaña publicitaria en la que la instancia emisora la constituyen el enunciador y la agencia.
Puede existir también una cadena de emisores, circunstancia que se da, por ejemplo, en una
comunicación teatral en la que el emisor original (el autor) es “relevado” por una serie de