
entonces: 1) un carácter displacentero específico, 2) acciones de descarga, y 3)
percepciones de estas.
La angustia es un estado displacentero particular con acciones de descarga que siguen
determinadas vías.
El estado de angustia es la reproducción de una vivencia que reunió las condiciones para
un incremento del estímulo como el señalado y para la descarga por determinadas vías, a
raíz de lo cual, también el displacer de la angustia recibió su carácter específico. El
nacimiento nos ofrece una vivencia arquetípica de tal índole, y por eso nos inclinamos a ver
en el estado de la angustia una reproducción del trauma del nacimiento.
La angustia se generó como reacción frente a un estado de peligro; en lo sucesivo se la
reproducirá regularmente cuando un estado semejante vuelva a presentarse.
-Hay dos posibilidades de emergencia de la angustia:
una, desacorde con el fin, en una
situación nueva de peligro; la otra, acorde
con el fin, para señalarlo y prevenirlo.
El peligro del nacimiento carece aún de todo contenido psíquico. El feto no puede más que
notar una enorme perturbación en la economía de su libido narcisista.
Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible por vía de percepción, puede
poner término a la situación peligrosa que recuerda al nacimiento, el contenido del peligro
se desplaza de la situación económica a su condición, la pérdida del objeto. La ausencia
de la madre deviene el peligro.
Esta mudanza significa un primer gran progreso en el logro de la autoconservación;
simultáneamente encierra el pasaje de la neoproducción involuntaria y automática de la
angustia a su reproducción deliberada como señal
de peligro.
La función de la angustia es ser una señal
para la evitación de la situación de peligro. La
pérdida del objeto como condición de la angustia persiste por todo un tramo. También la
siguiente
mudanza de la angustia, la angustia de castración que sobreviene en la fase
fálica, es una angustia de separación y está ligada a idéntica condición. El peligro es aquí la
separación de los genitales. La privación de estos equivale a una nueva separación de la
madre; implica quedar expuesto de nuevo a una tensión displacentera de la necesidad.
Al despersonalizarse la instancia parental, de la cual se temía la castración, el peligro se
vuelve más indeterminado. La angustia de castración se desarrolla como angustia de
conciencia moral, como angustia social. Ahora a no es tan fácil indicar qué teme la angustia.
Es la ira, el castigo del superyó, la pérdida de amor de parte de él, aquello que el yo valora
como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia. La última mudanza
de esta
angustia frente al superyó es la angustia de muerte.
Freud antes creía que la angustia se generaba de manera automática en todos los casos
mediante un proceso económico, mientras que la concepción de angustia que ahora
sustenta, como una señal deliberada del yo con el propósito de influir sobre la instancia
placer-displacer, nos dispensa de esta compulsión económica.
El yo es el genuino almácigo de la angustia.
La angustia es un estado afectivo que sólo puede ser registrado por el yo. El ello no puede
tener angustia como el yo: no es una organización, no puede apreciar situaciones de
peligro.
El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al periodo de la inmadurez del yo, el peligro
de la pérdida de objeto a la falta de autonomía de la primera infancia, el peligro de
castración a la fase fálica, y la angustia frente al superyó al periodo de latencia. Pero todas