
mujer del escultor
...
Dejemos de lado a 'Venus, que ahíhace que
se cumpla el anhelo del escultor, y quedémonos con el nudo de
la historia, una extraña historia de amor y de poder: un hombre
consagra toda su energía, toda su inteligencia, a «hacer» una
mujer, una mujer que ciertamente es obra suya y que sale tan
conseguida que
él
quiere como sea infundirle la vida.
El Pigmalión de Ovidio tendrá una larga descendencia li-
teraria. El propio Rousseau adaptó la historia en una «escena
lírica» de gran éxito en su tiempo. El texto, escrito en 1762, iba
acompañado de música
y
se interpretó en Lyon
y
en París,
donde, según las gacetas de la época, «la concurrencia de pú-
blico fue prodigiosa». Vemos ahí a un escultor que, frente auna
de sus estatuas, expresa, ante su creación, una multitud de sen-
timientos contradictorios: desaliento y postración cuando cons-
tata que su obra «no es más que piedra», febrilidad cuando cae
presa del deseo desbordante de llegar más allá de la sola fabri-
cación material, pánico cuando se da cuenta del sentido oculto
de sus propias intenciones, orgullo inmenso por haber logrado
un producto tan hermoso
«que supera todo lo que existe en la
naturaleza y rivaliza con la obra de los dioses»,
entusiasmo y
fascinación cuando admite
«que no se cansa de admirar su
obra, que se embriaga de amor propio
y
se adora a si mismo
en lo que ha hecho»
(1964, p. 1.226). Luego, el escultor se
embala
y
sus sentimientos se exacerban: pasión, ternura, vér-
tigo de deseo, abatimiento, ironía hacia sí mismo y hacia su
voluntad a la vez imperiosa e irrisoria de infundir vida al már-
mol, miedo, delirio
...
hasta que sus anhelos se cumplen, hasta
el «éxtasis» cuando la estatua, por fin, se anima:
«Si,
querido
objeto encantador; si, obra maestra digna de mis manos, de mi
corazón y de los dioses
...
eres tú, sólo tú eres: te he dado todo
mi ser; ya sólo viviré a través de ti»
(ibid., p. 1.231).
Pigmalión está aquí, sin duda, hecho a imagen del educa-
dor.
Y
es evidente que Rousseau, familiarizado con los asuntos
educativos, escogió el personaje sabiendo lo que hacía
...
hasta
tal punto que ciertas críticas literarias consideran sin vacila-
ción que ese breve texto desvela «aquello que el moralismo
disimula
enEmilio
y en
LaNouvelle Héloise»
(Demougin, 1994,
p. 1.276). Más allá o más acá de las intenciones pedagógicas,
se podría detectar ahí algo así como un proyecto fundacional,
una intención primera de hacer del otro una obra propia, una
obra viva que devuelva a su creador la imagen de una perfec-
ción soñada con la que poder mantener una relación amorosa
sin ninguna alteridad y consumada en una transparencia com-
pleta. Amar la propia obra es amarse a sí mismo porque se es
el autor,
y
es también amar a otro ser que no hay peligro que
escape, puesto que uno mismo se ha adueñado de su fabrica-
ción. Esa creación, claro está, es una aventura dolorosa cuyas
etapas se corresponden, probablemente, con los distintos mo-
vimientos musicales de la «escena lírica» de Rousseau:
ada-
gio, allegro vivace, andante, largo, scherzo
...
Obstinación en
esmerarse para que la obra sea lo más lograda posible, cólera
ante la resistencia del otro y la lentitud de sus progresos, apa-
sionamiento cuando las cosas empiezan a desbloquearse y se
siente que se está cerca del éxito, desaliento cuando se descu-
bre que, a fin de cuentas, no se ha conseguido nada, tristeza en
las expansiones sobre el propio destino, entusiasmo cuando se
expone el proyecto a quienes se quiere convencer, inquietud de
no estar a la altura de la tarea, serenidad al reemprender tran-
quilamente el trabajo
...
y
«éxtasis», a veces, cuando el otro
colma nuestros deseos
y
se acurruca dentro de nuestro proyec-
to, cuando por fin se puede amarle
y
amarse a uno mismo sin
reserva. ¿Qué educador no ha conocido esos momentos
y
no los
ha vivido con mayor o menor intensidad? Pero, también, ¿qué
educador no ha descubierto, cierto día, que, más allá de los
infrecuentes momentos de «éxtasis», no se ha conseguido nada
definitivo? La narración de Ovidio y la de Rousseau terminan
en el momento en que la estatua cobra vida. Expresan de ese
modo, sin duda, una intención que a todos nos «labra» en pro-
fundidad
...
ipero nos dejan con la criatura en brazos, y nos
obligan a conformarnos con la simple suposición de que los
personajes, seguramente, como en los cuentos de hadas, «se
casarán y tendrán muchos
hijos»! Ahora bien: en la vida, las
cosas no se interrumpen de ese modo y, después del «éxtasis»,
hay que seguir viviendo. En la vida, las estatuas, aunque sean
perfectas, si uno se arriesga a darles la vida, nunca son del todo
sosegadoras.