
se realiza la más de las veces porque dichos elementos son atraídos, por así decirlo, al interior de la esfera
capitalista de significaciones y se encuentran por eso cargados con un nuevo sentido. Un hermoso ejemplo de
este fenómeno es el de la monarquía absoluta que creó el aparato del estado moderno y centralizado y que
Tocqueville describió en L'Ancien Régime et la Révolution: concebido y construido para servir al poder
absoluto del monarca, ese aparato se convirtió en el vehículo ideal del dominio impersonal de la
“racionalidad” capitalista.
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Asimismo, dudo de que los principios de “orden partiendo del estrépito” o de “organización
partiendo del estrépito” puedan ayudar a dilucidar el nacimiento de formas sociales nuevas. Como ya dije, no
creo que se pueda hablar de “estrépito” o “anomalía”, en un sentido riguroso tratándose de una sociedad. Ni
siquiera el término “desorden” es adecuado aquí. Lo que se manifiesta como “desorden” en el seno de una
sociedad es, en realidad, algo interno de la institución de esa sociedad, algo significativo y negativamente
evaluado... y esto es algo completamente diferente. Creo que los únicos casos en que podríamos hablar
correctamente de “desorden” son aquellos de “viejos sistemas en crisis” o “en proceso de desmoronamiento”.
Por ejemplo, el mundo romano tardío o varias sociedades del tercer mundo actual. En el primer caso,
apareció un nuevo “principio unificador”, un nuevo magma de significaciones imaginarias sociales con el
cristianismo. No veo ninguna relación del “desorden” anterior con este nacimiento, salvo la de una
“condición negativa”. En el segundo caso —el de los países del tercer mundo— no parece surgir ningún
“principio unificador” y el proceso de derrumbe del antiguo orden no hace sino continuar, salvo en los casos
(que no son los más frecuentes) en que son importados del extranjero con éxito “principios unificadores”.
Tomemos otro ejemplo que esclarece un aspecto más de la cuestión: cuando la protoburguesía comienza a
surgir en el marco general de la sociedad feudal (siglos XII y XIII), tratar ese fenómeno como “estrépito” o
“desorden” no tiene mucho sentido; en el mejor de los casos, sería legítimo hacerlo desde el punto de vista
“feudal”. En efecto, ese “estrépito” o “desorden” es desde el comienzo portador de un orden (nuevo) y de
significaciones nuevas y materialmente sólo puede existir siendo ese portador.
Pero lo que sobre todo establece, a mi juicio, la diferencia radical entre el mundo biológico y el
mundo histórico social es el surgimiento en este último de la autonomía o de un sentido nuevo de la
autonomía. Según el empleo de esta palabra que hace Varela (y que yo lamento, como me permití decírselo),
la “autonomía” del ser vivo es su cerco, su cerco de organización, de información, de conocimiento. Ese
cerco significa que el funcionamiento del “sí mismo” vivo y su correspondencia con las diversas “cosas” que
son exteriores a él, están gobernados por reglas, por principios, por leyes, por sentidos que son dados por el
ser vivo pero que una vez dados lo son de una vez por todas y cuyo cambio (cuando sobreviene) parece
“aleatorio”. Pero eso es exactamente lo que llamaríamos — y que yo llamo— heteronomia en el dominio
humano e histórico social: el estado en que son dados de una vez por todas los principios, los valores, las
leyes, las normas y las significaciones yen que la sociedad, o el individuo según los casos, no tiene ninguna
posibilidad de obrar sobre ellos. Un ejemplo extremo pero perfectamente esclarecedor de lo que seria la
“autonomía” más completa en la aceptación que yo doy a estos términos es el caso de la psicosis paranoica.
El paranoico crea de una vez por todas su propio sistema interpretativo absolutamente rígido y que lo abarca
todo, de suerte que nada puede penetrar en su mundo sin ser transformado de conformidad con las reglas de
ese sistema. (Desde luego, sin cierta dosis de paranoia, ninguno de nosotros podría sobrevivir). Pero un
ejemplo mucho más corriente y general nos es dado por todas las sociedades “primitivas” y también por
todas las sociedades religiosas, en las que las reglas, las leyes, las significaciones, los principios, etc. están
dados de una vez por todas y en las que el carácter indiscutible e indiscutido de tales reglas, principios, etc.
está garantizado institucionalmente por la representación instituida de una fuente, de un fundamento y de una
garantía extrasociales de la ley, de la significación, etc.: evidentemente, uno no puede cambiar la ley de Dios,
ni decir que esta ley es injusta (esta última enunciación sería, en semejante sociedad, impensable e
incomprensible, así como lo es en la fase final del Newspeak el hecho de que Big Brother is ungood). En este
caso observamos (y también en el totalitarismo) la mayor “autonomía” posible, el “cerco” más completo
posible del sentido y de la interpretación, es decir, la heteronomia más completa posible, desde nuestro punto
de vista.
¿Y cuál es el origen de “nuestro punto de vista”? Una creación histórica, una ruptura histórica que
tuvo lugar por primera vez en la antigua Grecia, luego de nuevo en la Europa occidental a fines de la Edad
Media, ruptura en virtud de la cual se creó por primera vez la autonomía en el sentido propio del término: la
autonomía, no como cerco, sino como apertura. Esas sociedades representan, una vez más, una forma nueva
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Véase “Marxisme et théorie révolutionnaire”, Socialisme ou Barbarie, n° 37 (julio-septiembre de 1964), págs. 32-43,
ahora en L'Institution imaginaire de la société, op. cit., págs. 61-73.
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